CAPÍTULO XXVI: YAVÉ

Los ángeles egipcios (26*1). El dios-faraón Akhenatón (26*2). Los otros dioses (26*3). ¿Cómo era Yavé? (26*4). El motivo para ocultar su rostro (26*5). La imagen de Yavé (26*6). Yavé-Dios (26*7). Un dios muy humano (26*8). Los textos bíblicos (Éx. 34, 27) (26*9). La importancia de Yavé (26*10). Un invento llamado Satán (26*11). Todo está en nuestras manos (26*12). Una vez hicimos un pacto (26*13). El mundo de Yavé (26*14).


YAVÉ

Ya desde el primer momento, cuando agrupé los temas y organicé las materias y los capítulos, tuve la sensación de que la inclusión de este último episodio que está dedicado a Yavé podría resultar improcedente.

— ¿Más improcedente todavía? —preguntarán algunos.

Pues, no lo sé; verdaderamente, no lo sé. Pero hay algo que sí sé: Si todo esto es un disparate, el tratar el tema Yavé no resultará demasiado improcedente. Y además, como toda tesis absurda, pronto caerá en el olvido. ¿Quién recuerda ahora, por ejemplo, la teoría geocéntrica de don Aristóteles?

Por esta razón, y con algunas omisiones que me han parecido muy aconsejables, he persistido en mi intención de incluirlo en este trabajo. Además, en estos asuntos que estamos tratando, nunca se puede tener la completa seguridad de acertar ni poniendo ni quitando. Y, si bien es muy cierto que encontraremos cuestiones puntuales que no presenten un claro fundamento, tal vez alguno de sus contenidos pueda ser de utilidad y aporte un punto, sino de “iluminada iluminación”, al menos de “clarificadora claridad”.


LOS ÁNGELES EGIPCIOS (26*1)


En el museo arqueológico del Cairo se puede admirar un curioso armario procedente de la tumba de Tut-Ankh-Amón. Ese mueble, construido de madera y recubierto de oro —a quienes hemos leído sobre el triple recubrimiento del Arca, esto nos trae algún recuerdo—, muestra cuatro imágenes de unos seres a los que se identifica como cuatro diosas: Isis, Neftis, Neith y Selket. Para cualquier persona que se detenga unos segundos a contemplar aquellas figuras, que parece que pretendan representar a una especie de gnomos, elfos, nereidas o ninfas con apariencia de mujeres, que por cierto y para mi gusto personal, están dotadas de una indiscutible fealdad, resultará muy difícil negar que tienen un extraordinario parecido con unas astronautas vestidas con un traje espacial, equipadas con una especie de casco y con algo parecido a una mochila o pequeño depósito en la espalda. Este tipo de representaciones, en Egipto eran conocidos como diosas, los hebreos solían nominarlos como malakh o kerubes, los griegos se referían a ellos como ággelos y nosotros los identificamos como ángeles; pero todos nos estamos refiriendo al mismo extraño ser. Y, por cierto, esto me conduce a un par de observaciones:

En una más de las absurdas polémicas a las que son tan aficionados los más píjos sacerdotes, se ha especulado mucho y durante mucho tiempo sobre el sexo de los ángeles. Lo cierto es que las discrepancias carecen en absoluto de importancia, pero creo conveniente aclarar que aquellos “sabios fabricantes de teologías” que aseguraban que los ángeles eran varones, tenían exactamente la misma razón e idéntico grado de acierto que aquellos otros “sabios traficantes en dogmas” que aseguraban que los ángeles eran del sexo femenino. Y eso por una sola, sencilla y lógica razón: el personal y tripulación de la nave estelar era de ambos sexos. Había “hombres” y había “mujeres”. Claro, que también pudiera ocurrir…, bueno, después me referiré a esto.

Por otra parte, acabo de apuntar que aquellos seres con apariencia de mujer eran bastante feos/as, y esta afirmación nos retrotrae hasta el inicio de la Biblia, en concreto al libro del Génesis, capítulo seis, versículo dos, donde dice: …y viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres a las que bien quisieron. Con independencia de la identificación de esos hijos de Dios, ese versículo es una indiscutible demostración y una evidencia de su buen gusto. Y yo estoy completamente de acuerdo con los hijos de Dios; sin comparación posible, y confiando que los visitantes no se ofendan en demasía, debemos admitir e incluso que proclamar, que nuestras paisanas, ya entonces eran mucho más hermosas. Y digo que ya entones, porque todavía asombra la impecable belleza ––si es que la belleza pueda o deba ser impecable––, de una mujer de aquella época; un verdadero icono de perfección a quien llamaron Nefertiti. Y hablando de Nefertiti…


EL DIOS-FARAÓN AKHENATÓN (26*2)


Sin la menor duda, debido a la escasa importancia e ínfima trascendencia que para los egipcios supuso la peripecia de unas tribus de pastores hebreos en tierras del Nilo, casi no existe en ese país ni referencia ni documentación alguna que nos permita datar el Éxodo.

Sin ánimo de establecer semejanza alguna entre unos y otros, los hebreos debían gozar ante los egipcios de la misma estima y consideración que los quinquis o mercheros tuvieron entre los españoles en las décadas de 1950 y 1960, y que, dentro de doscientos años —si persiste la integración—, es muy posible que pocas personas puedan fijar con precisión que fue de ellos.

Como consecuencia de esa incontrovertible realidad ligada a la escasa trascendencia de los hebreos en Egipto, en la actualidad todavía resulta sumamente aventurado, precisar con exactitud el tiempo de aquel momento histórico. Por otra parte, es muy difícil, en realidad resulta imposible intentar comprender los extraordinarios sucesos que se relatan en el Éxodo, sin establecer una correcta relación con otros acontecimientos que se produjeron en Egipto en aquellos lejanos tiempos.

Aunque los “sabios” del nudo de las sandalias del lazo de ankh no se hayan ganado el derecho a dar una lección magistral, yo tampoco tengo la menor competencia para ello y, por supuesto, este trabajo no es el lugar ni la ocasión para tratar de una manera tangencial un tema tan importante. Pero de todas formas, no he podido ni querido sustraerme a la tentación de hacer una llamada de atención respecto a unos sucesos muy interesantes que tuvieron lugar en la ciudad de Tebas y en El Amarna durante la dinastía XVIII, aproximadamente entre los años 1400 al 1300 antes de nuestra Era.

Algo de una asombrosa importancia sucedió cuando el trono del Alto Egipto estaba ocupado por Amenofis III. Algo, que años después, propició la estruendosa conmoción cultural, sociológica y sobre todo teológica que consumó Amenofis IV (Akhenatón o Ankh-en-Atón).

Para no excederme en mi intención de ser muy breve en este tema, o como diría un conocido periodista, y sin ánimo de ser exhaustivo, referente a esta cuestión sólo pretendo que el lector medite sobre los siguientes puntos:

Uno. En una sociedad en la que era inmenso el poder de los sacerdotes, el faraón Akhenatón se permite desmontar todo el tinglado teológico vigente en aquel momento, desplazando o destruyendo a los viejos dioses. Lógicamente, este comportamiento del poderoso gobernante, que provocó una tremenda perturbación cultural y social, tuvo que estar apoyado y sostenido por algún transcendente suceso que facilitase esa drástica decisión anticlerical.

Dos. Aquel faraón implanta un solo símbolo de su teocracia: el Sol. Pero ni siquiera Akhenatón supo entender la realidad cuando apeó de sus peanas a los dioses del Olimpo Egipcio. Aquel faraón sabía de la inexistencia de los dioses, pero no pudo resignarse a quedarse sin ellos; y al menos dejó uno. Uno solo, y para él. De igual manera que después harían los hebreos, Akhenatón deificó al mensajero. Esa fue la culminación, ciertamente contaminada, de un proceso que se había iniciado con su abuelo Tutmosis IV y continuado con su padre Amenofis III.

Tres. De todas formas, ese dios propuesto por el racional faraón, no es exactamente el Dios-Sol. Akhenatón únicamente pretende representar la imagen del sol. Atón no simboliza al sol; Atón simboliza al DISCO SOLAR, y Ankhatón significa HIJO DE ATÓN.

Cuatro. Ese dios de Akhenatón, además de ser representado por un disco volador, tiene otra imagen en el escarabajo. Ambos, el disco resplandeciente y el brillante y blindado escarabajo, nos están hablando de algo concreto. Recordemos la Gloria de Yavé.

Quinto. El físico en general, la configuración facial, el cráneo, el tronco, los brazos y las piernas del faraón Akhenatón y de sus hijas, más que una pretendida patología, y más que un supuesto reflejo de la moda del momento, nos está mostrando una conformación anatómica “diferente” y llamativamente “ambigua”. Sin exagerar ni un poco se puede afirmar, que entre aquel faraón y el resto de los humanos, sólo existe un “parecido”. O dicho de otra forma, aquel faraón era solamente una imagen y semejanza de los hombres. Aquella familia real nos muestra un grado evolutivo diferente y se podría afirmar que:

El dios creador no hubiese precisado anestesiar a nuestro padre Adán para arrebatarle una costilla con la que formar a la mujer, puesto que la hembra ya estaba en el varón. Conclusión: la hembra y el varón eran un mismo ser; un clásico representante de los nietos de Hermes y Afrodita.

Sexto. Además de resultar físicamente muy “diferente”, Akhenatón, era moral, mental e intelectualmente muy distinto a los hombres de su tiempo, y por supuesto, también era muy diferente a los hombres de hoy.

Séptimo. La asombrosa belleza de Nefertiti; su misterioso origen y enigmática desaparición; su extrañísimo matrimonio con Akhenatón; su “inacabado” busto —en el cual sólo se dibujó el ojo derecho, que por cierto, simbolizaba el sol—; todo esto, nos está hablando, o al menos, nos está intentando mostrar algo muy específico. Además de sugerirnos una mujer diferente, nos está presentando algo, que el menos sutil de los hombres, sabe interpretar como un ser humano de diseño.

Estas siete precisiones nos permiten, solamente digo que nos permiten, sospechar que aquel faraón tan diferente, pudiese haber estado en “un especial contacto y en una íntima comunicación” con seres de otros mundos. Recordemos el cordón umbilical del ankh. Y recordemos el nombre Ankh-Atón.

Por último, también pretendo que se tenga presente, que fue entonces o poco antes, cuando los hebreos llegaron a Egipto; que José era amigo del faraón; que ambos eran monoteístas y que su dios moraba en los cielos. Con estas semejanzas es fácil interpretar que alguna relación debió existir entre aquel faraón y las creencias del pueblo hebreo. Una simple muestra o señal de esta afirmación la podemos encontrar en la más que notable afinidad y coincidencia que se aprecia entre el magnífico himno al dios Atón, que compuso el faraón Amenofis IV (Akhenatón), y el no menos hermoso salmo 104 del bíblico Libro de los Salmos. ¿Alguien puede poner en duda la más que evidente conexión entre los dos textos?

Y aquí lo dejamos. Para establecer de una forma muy tímida, una posible o presunta relación entre el dios de Akhenatón y el dios de José, estos comentarios ya son más que suficientes.


LOS OTROS DIOSES (26*3)


Al referirnos a Yavé, lo primero que se debe hacer notar es algo que ya habrá advertido el lector: no existe una gran relación entre el Dios del Paraíso Terrenal y el Yavé del Sinaí. Aquel Dios de los primeros capítulos del Génesis, aquel Dios creador del universo y del hombre, aquel Dios que pasea por el paraíso, que castiga a Adán y a Eva, que se enoja con Caín, que envía el diluvio, que… etc., etc., es algo muy distinto a lo que yo he tratado en este trabajo. Aquel Dios no tiene nada que ver con ese otro ser que se presentó ante los hijos del hombre y les dijo: YO SOY QUIEN SOY.

Pero además de aquel primer Dios-Creador, nos encontramos con otro Dios. Ese otro Dios es el Dios de Abraham. Es el Dios que aparece en Gén. 15, 17 en una “hornilla humeante, en una antorcha de fuego”; el que se hace acompañar por dos ángeles; el que destruye Sodoma y Gomorra con fuego y azufre; el que se aparece a Jacob en el sueño de la escala, cuando aquel patriarca reconoce atemorizado que allí está la casa de Dios y la puerta de los cielos. Este otro Dios, también procedente del espacio sideral, se parece mucho más, pero…., pero tampoco es Yavé.

Sirvan estos comentarios como una introducción a este último capítulo, que sigo planeando con muchísimas reservas, y en el que voy a tratar sobre un ser morador del cosmos que fue presentado ante los hombres como Yavé, como el “Señor de los Cielos que están sobre los cielos”, y que él, a sí mismo, se identificó como Yo soy yo. (Yo soy quien soy)

Hechas estas aclaraciones, y reconociendo nuevamente que el tema va a ser difícil; que en ocasiones incluso va a presentarse como muy delicado y que, desde luego, resulta bastante comprometido, para empezar, vamos internarnos en la descripción física de Yavé.

Como no podía ser de otra forma, admito que cada uno puede y debe interpretar mis observaciones como le parezca más apropiado; no obstante, entiendo que debe reconocerse, porque esa es la más auténtica verdad, que en ningún momento ha sido mi intención ofender o insultar a Yavé, y que, sin desdecirme y siguiendo negando absolutamente su divinidad, y sea cual sea su vedada apariencia, solamente tengo para él los más sinceros sentimientos de respeto y agradecimiento.


¿CÓMO ERA YAVÉ? (26*4)


Debemos aceptar que Yavé ––el Yavé del Sinaí––, puede presentarse con su imagen real; pero también, en ocasiones, puede ofrecernos una representación virtual que él entienda como conveniente para sus propósitos. Sin embargo, lo que resulta indudable es que él es como es; pero sobre todo, —y esto resulta muy significativo—, que evita mostrarse ante los hombres. En numerosas ocasiones (siempre) se niega a ser visto, y también, por supuesto, a ser representado. Y además insiste e incluso “reinsiste” en ello —ver Éxodo capítulo 19, versículos 12-13 y 21-25—. Esta actitud de Yavé debe que tener alguna lógica explicación. Adviértase que no he afirmado que debe tener alguna explicación, sino que he dicho que debe tener alguna explicación lógica, o sea, una explicación que nos aleje de las absurdas interpretaciones de los ungidos.

En Éx. 24, 1 y 2; 33, 9, 18, 20 y 22; 34, 28; y en Núm. 12, 7, en todos estos versículos, Yavé se niega, una y otra vez, a dejarse ver. Únicamente en una ocasión tolera que le vean, pero, por supuesto, desde lejos. Luego, según consta, consiente en que Moisés le vea sólo por la espalda; y al final, según parece, y también así se refleja en Núm. 12, se muestra cara a cara delante de su amigo. Yo no tengo ninguna seguridad de que pudiera haber sido así pero, de cualquier manera, hubiese sido una excepción muy señalada, y por lo tanto, muy demostrativa de la voluntad de Yavé por no dejarse ver.

En dos distintos libros del Pentateuco se está describiendo el mismo episodio de la Alianza. Admiremos esta bonita contradicción:

En Éx. 24, 10, se hace constar: Y vieron al Dios de Israel. Por el contrario, en Dt. 4, 12, se dice: No visteis figura alguna, sino sólo una voz. En idénticos términos se reitera en el versículo quince cuando dice:…no visteis figura alguna. Y cabe preguntarse: ¿en qué quedamos?; ¿vieron o no vieron a Yavé?; ¿acaso vieron una voz? Eso de ver una voz estaría bastante bien y además resultaría muy original. Claro, que si resulta que sí que le vieron pero que no le vieron, ya podemos recrearnos en la contemplación de otro misterioso misterio. Por supuesto, siempre les quedará la posibilidad de darme la razón y afirmar que vieron a Yavé pero no vieron a Dios.

Bien, para que no exista la menor duda, aclaremos las cosas:

Los hebreos nunca vieron a Yavé. La gloria de Yavé sí que la vieron, y no una sola vez sino muchas veces, y además, fueron miles y miles de personas quienes disfrutaron de aquella sobrecogedora e impresionante visión, sin embargo, al mismo Yavé no le vieron jamás.

En Éx. 24, 10, según ya he reseñado en varias ocasiones, se afirma que vieron al Dios de Israel, pero a continuación no se hace ninguna descripción de él, sino que se dice”: Bajo sus pies había como un pavimento de baldosas de zafiro, brillantes como el mismo cielo. No parece muy lógico que se diga que han visto a Yavé y que lo único que describan sea una parte del objeto sobre el que se encuentra.

A propósito de esas baldosas, debemos tener en cuenta que zafiro, en hebreo, es sappir, que significa pulcro, y que se solía relacionar con el color del cielo. O sea, que la superficie sobre la que Yavé posaba sus pies era azul y limpia. ¿Sería descabellado identificar esos colores con el azul acerado de un navío estelar?

En ese mismo capítulo (Éxodo 24, 1-9), Yavé ha dicho a Moisés:

Sube a Yavé, tú, Arón, Nadab y Abiú, con setenta de los ancianos de Israel, y adoraréis desde lejos. Sólo Moisés se acercará a Yavé, pero ellos no se acercarán, ni subirá con ellos el pueblo. Vino, pues, Moisés y transmitió al pueblo todas las palabras de Yavé y sus leyes, y el pueblo a una voz respondió: “Todo cuanto ha dicho Yavé lo cumpliremos”... Subió Moisés con Arón, Nadab y Abiú y setenta ancianos de Israel y vieron al Dios de Israel...

Está muy claro, Sólo Moisés se acercará a Yavé... Los demás adoraron desde lejos. Por supuesto, que la palabra adoraréis, tal y como nosotros la entendemos, no salió de la boca de Yavé. Y vieron al Dios de Israel, puede perfectamente interpretarse como: y vieron la gloria del Dios de Israel. Y ya sabemos, pues en este ensayo existe un capitulo completo, que es la Gloria; y también sabemos lo que Yavé opinaba sobre los dioses.

En Éx. 33, 11 se dice: Yavé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre a su amigo. Sin embargo, en ese mismo capítulo 33, ocho versículos después, en el 19, consta: Pero mi faz no podrás verla, porque no puede hombre verla y vivir. Y tres versículos más tarde, en Éx. 33, 22, otra vez Yavé insiste: Me verás de espalda, pero mi faz no la verás. O sea, que está clarísimo: En un mismo capítulo, el 33, en los versículos comprendidos entre el 11 y el 22, Moisés habla con Yavé, cara a cara, pero sin verle la cara.

En Éx. 34, 28: Su faz (de Moisés), se había hecho radiante desde que había estado hablando con Yavé.

En Núm. 12, 7: ...mi siervo Moisés que es en mi casa el hombre de confianza. Cara a cara hablo con él, y a las claras, no por figuras; y él contempla el semblante de Yavé.

¿Ven lo que les digo? Cara a cara... Pero mi faz no podrás verla... Pero mi faz no la veras... Y él contempla el semblante de Yavé. Estos sacerdotes son tan limitadillos, que a veces, incluso resulta cruel reírse de ellos.

Para mí, y supongo que para cualquier persona que intente pensar, lo evidente es lo evidente y lo lógico es lo lógico. Está más que claro, que Yavé no deseaba ni consentía ser visto. Y si Yavé no lo deseaba, y si Yavé no lo consentía, sería por algún motivo. Con lo cual podemos conceder que, nadie, nunca y en ningún lugar vio la faz de Yavé.


EL MOTIVO PARA OCULTAR SU ROSTRO (26*5)


Detengámonos un instante en Éx. 33,22: Me verás de espalda, pero mi faz no la verás.

¿Por qué? ¿Por qué no verá su cara?

Pues, yo no lo sé; y admito humildemente que tampoco conozco la milagrosa, misteriosa o prodigiosamente beata interpretación que posiblemente hayan efectuado los ungidos; pero quizás exista alguna explicación razonable. Es probable que Yavé y sus ángeles fuesen “algo” distintos a nosotros, y, por lo tanto, que gozasen de una belleza incomprensible para los hombres. Y, desde luego, lo que resulta de todo punto evidente, es que aquellos moradores del cosmos no tenían ninguna culpa de nuestra incapacidad para admirar o siquiera admitir, las distintas formas de la belleza.

Yo sé que todos lo hemos entendido, pero solo por insistir:

Los cánones de belleza no son los mismos para todas las regiones de nuestro mundo, y tal vez para el individuo de una tribu centroafricana, la blanca hermosura de una mujer eslava pueda resultarle poco atractiva e incluso repugnante. Y si eso sucede aquí mismo, en “nuestro pueblo”, o al menos en la misma provincia, imaginemos las diferencias que, posiblemente, existan entre nosotros y cualquier otro poblador del universo con sus múltiples, ancestrales y diferenciadoras “autonomías”.

Sabiendo esto y conociendo el impacto de la imagen, quizás Yavé decidió como más conveniente, no mostrarse ante los hombres. Lo que, desde luego, no me resulta fácil de asimilar, es que Yavé tuviese la apariencia del entrañable anciano de cabellos y barba blanca, que vestido con una túnica azul y sentado en una mullida nube, se nos presenta rodeado de niños-ángeles.

De cualquier forma, y en el más excepcional de los casos, sólo Moisés habría contemplado la faz de Yavé, y tal y como era de esperar en el comportamiento de aquel hombre, no traicionó la confianza que en él había depositado su amigo, y por lo tanto, no incumplió el pacto de la alianza intentando describir la faz de Yavé.

Y si bien es muy cierto, que tal y como consta en Éx. 20, 4-7, Yavé impuso como cláusula del pacto que no se hiciesen esculturas ni imágenes suyas, también es muy cierto, que a pesar de lo mucho que he buscado y rebuscado, no he podido localizar ningún versículo en el que prohibiese que se efectuara una descripción o reseña escrita u oral de su físico.

Y esto deriva, al menos, en dos cuestiones:

Primera: Si nadie le vio, es indudable que, aunque no hubiese sido prohibido, nadie podía representarle. Porque, ¿acaso alguien, excepción hecha de los sabios ungidos, tiene la facultad de realizar representaciones de algo que no se conoce?

Segunda: Si alguien le vio, y teniendo en cuenta que no está prohibido describirle, ¿por qué no fue descrito?

La respuesta es solamente una:

No fue descrito porque nadie le vio. Y no fue representado, porque además de haber sido prohibida la realización de imágenes suyas, nadie sabía cómo era.


LA IMAGEN DE YAVÉ (26*6)


Si bien es verdad que no sabemos como es Yavé, al menos disponemos de algunas características físicas que parece podemos dar por ciertas:

Yavé-Dios es un varón. Por supuesto, que en ningún versículo se define así, pero siempre se le denomina como el Señor, el Eterno, Él, etcétera, y tampoco he logrado encontrar ningún pasaje donde se mencione la Señora, la Eterna, Ella, etcétera.

Tiene rostro. (Éx. 33,20)
Tiene ojos. (Éx. 3, 4)
Tiene boca. (Éx. 3, 5)
Tiene nariz. (Lev. 8, 21)
Tiene oídos. (Dt. 3, 26)
Tiene manos y dedos. (Éx. 33, 22-23; Éx. 31, 18)
Tiene espalda. (Éx. 33, 23)
Tiene pies. (Éx. 24,10)

Ya sé que no es mucho, pero esto es todo lo que, sin agotarme, he podido deducir de las Escrituras respecto al físico de Yavé.


YAVÉ-DIOS (26*7)


En otro orden de cosas y, pretendiendo la mayor claridad y rotundidad posibles, conviene insistir, incluso reinsistir, afirmando que a pesar de lo que digan los textos bíblicos, Yavé no recomienda la mentira; no ordena robar; no endurece el corazón del faraón; no juega con la garrota; no mata ni hombres ni ganados y tampoco arrebata las tierras a unos pueblos para dárselas a otros. Yavé no toma parte a favor de unos y en contra de otros. Yavé, cuando interviene, lo hace en beneficio de todos. En definitiva, Yavé es algo más serio y más digno que esa caricatura que unas despreciables y fanáticas mentes nos han estado mostrando.

En alguna ocasión más ya he dicho, y supongo que habrá quedado muy claro, que en mi opinión Yavé no es un dios y, por supuesto, nuevamente, en esa afirmación me reafirmo. Pero debo reconocer que el comportamiento de Yavé y su actitud con respecto a los hombres, son los de un DIOS. Un DIOS con mayúsculas. Un DIOS de todos y para todos; un DIOS DE amor; un DIOS de amistad y un DIOS de paz.

Yo no creo que necesite justificar estas afirmaciones mías sobre la conducta de Yavé, y además, invito a los lectores para que acepten dos de mis “dogmas” favoritos:

1.- Yavé no mata a nadie.
2.- Las armas de Yavé son muy poco letales.


Primer “dogma”.

Yavé no causó ni una sola víctima entre los hombres. Yavé no es un dios partidista. Yavé no es un dios de unos contra otros.

Durante la estancia de Yavé entre los hebreos encontramos, al menos, tres episodios de gran violencia que son atribuidos a Yavé. Pues bien, en ninguno de los tres, repito, en ninguno de los tres, el Señor del Cosmos causó una sola baja. Estos tres poco caritativos episodios son: la matanza de los primogénitos egipcios; la posterior aniquilación del ejército del faraón y, por último, la batalla contra Amalec.

Como ya hice constar en las interpretaciones referidas al inicio del Éxodo desde la ciudad de Rameses, así como en la travesía del mar Rojo (capítulos cinco y seis), como no fuese por el disgusto de algún egipcio cuando los hebreos arrearon con los despojos de Egipto, o por el corte de digestión de algún soldado del faraón en los charcos del mar de las Cañas, en ninguno de estos dos episodios murió un solo hombre. Al menos por culpa de Yavé. Puesto a ser muy transigente y considerado con aquellos escribas culpables del texto, debo calificarlos como un poco mentirosillos. Adviertan que no digo que son responsables de una enorme y descomunal calumnia. Así, usando de esta tolerancia, confío en que aquellos que aseguran que Yavé ordenó a un ángel, para que pasando puerta por puerta asesinase a niños inocentes, no se sientan excesivamente molestos. Pero, si de todas formas, esto también les incomoda, ya saben el remedio... Y si en el desierto no encuentran agua, que utilicen solamente el ajo.

El tercer episodio, “muestra del furor destructivo de Yavé”, lo encontramos en el capítulo diecisiete del Éxodo, en el que se describe la batalla contra los amalecitas. En esos versículos debemos reparar en dos cuestiones que destacan de entre el resto del relato.

Una. Moisés dice a Josué: ...yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano.

Dos. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada.

Del primer versículo podemos interpretar, de conformidad con lo tratado en el capítulo del bastón, que Moisés por medio de aquel cayado está en contacto con Yavé y obedeciendo sus órdenes.

Sobre la segunda cuestión, a filo de espada, surge un riguroso interrogante que nos obliga a preguntarnos: ¿Cuántos muertos?

Y debemos hacernos esa pregunta, porque si en el asunto de los primogénitos se habla de la muerte de todos; si en la masacre del mar Rojo se afirma: no escapó ni uno siquiera; si en el asunto del becerro de Oro ––en el cual Yavé no tiene arte ni parte––, se contabiliza tres mil muertos, ¿por qué no se habla de muertos amalecitas?

¿Saben la razón?

Pues sencillamente, porque, tal como se afirmó en el capítulo de la Roca de Horeb, allí no hubo ni un solo muerto. Si no se presume ni se alardea de haber arrebatado la vida a un número mayor o menor de pérfidos amalecitas –con lo que eso les gustaba a los cronistas y escribas–, es porque no hubo ninguno. Yo no sé como lo organizaron Yavé y Moisés, pero creo, mejor dicho, estoy seguro que hay partidas de parchís con mucha más “caña” que la batalla contra Amalec. Tal vez, como también hice constar en el capítulo dedicado a la Gloria, la presencia de Yavé en el cielo y durante muchas horas, o quizás algún vuelo rasante entre los dos grupos combatientes, fue lo que apercibió y convenció al pueblo de Amalec a deponer su actitud belicosa, y al pueblo hebreo para que respetase los derechos de aquellos infelices moradores del desierto que sólo defendían los míseros charcos de su supervivencia.

Respecto a estas pacíficas, que no pacifistas consideraciones, me gustaría hacer una observación que entiendo que también puede tener alguna importancia:

Si los hombres hubiésemos comprendido y aceptado a un Yavé enemigo de toda violencia; un Yavé amigo de todos los hombres; un Yavé que jamás utilizó su inmenso poder para dañar a una sola persona y menos para quitar una vida; un Yavé que respetó a los hombres; un Yavé que no mintió y que no robó a nadie; si hubiésemos reconocido a ese auténtico Yavé, es muy posible que la humanidad, en estos últimos tres mil trescientos años hubiese avanzado en un sentido muy distinto y se hubieran evitado muchas de las atrocidades cometidas por los creyentes en el nombre de su dios correspondiente. Sin embargo, no ha sido así. Y no ha sido así, porque el hombre interpretó a Yavé-Dios de conformidad con sus intereses, bien asentados en sus ambiciones, miedos y odios.

Que no fue la intención de Yavé herir a ningún hombre, se evidencia cuando ordena a Moisés en el Sinaí que nadie se acerque a la montaña y delega en los hebreos para que sean ellos mismos quienes se ocupen del orden y la seguridad. (Éx. 19, 13).

De esta teoría del inocuo comportamiento de Yavé, y como una excepción, deseo excluir el incidente de Nadab y Abiú que es relatado en Lev. 10, 1-3, y del cual, yo, con mi natural inmodestia, propongo esta interpretación:

Se había celebrado un gran ritual seguido por una fiesta con motivo de la consagración de los sacerdotes —recordemos que en esa ceremonia los oficiantes se impregnaban de un aceite especial—. Como colofón, y ante el delirio del pueblo, el fuego mandado por Yavé desde la Gloria, consumió el holocausto. Claro que, eso de consumir el holocausto, nada de nada. En realidad, lo que sucedió fue que una especie de rayo láser, o tal vez los rayos del sol debidamente controlados, inflamaron la leña y se prendió la lumbre. Si después, nadie supo dar razón del paradero del ternero asado, yo recomendaría que preguntasen a los sacerdotes levitas. Pero, fuera como fuese, con más o menos chicha, la fiesta debía continuar y, dándose un merecido respiro a sus dramáticas circunstancias, el pueblo comió y bebió. Y cuando digo que bebió, quiero decir que bebió.

Nota: En la actualidad se consume mucho alcohol; pues bien, en aquellos tiempos, lo más normal era estar bebido desde el ocaso. La cerveza, el vino y los fermentos alcohólicos gozaban de un consumo preferente.

Es en ese momento de cierto desmadre, cuando los dos hijos de Arón entran en el Sanctasanctórum del Tabernáculo. A pesar de que Yavé había prohibido el uso del fuego durante su permanencia entre ellos, y posiblemente a causa del alcohol ingerido en la fiesta, sin advertir que se encuentran impregnados del óleo de la unción, no se les ocurrió otra cosa que poner lumbre en sus incensarios. Esa fue una infracción gravísima, pero sobre todo, una trágica imprudencia. Y pagaron las consecuencias. Sólo ellos fueron los responsables. Se les había advertido del peligro y tenían perfecto conocimiento de la prohibición, pero ellos no lo tomaron en consideración y murieron por su negligencia. La muerte de aquellos dos sacerdotes fue un accidente, la dramática consecuencia de una alegre y temeraria infracción en la utilización de los óleos.

Y deberíamos reconocer que el alcohol tuvo algo que ver en ese accidente. Así se demuestra, cuando solamente cinco versículos después, en el ocho de ese mismo capítulo, y mientras todavía se están retirando los cuerpos de los dos sacerdotes muertos, Yavé habló a Arón —no se dirige a Moisés—, diciendo: “No beberás vino ni bebida alguna embriagante tú ni tus hijos, cuando hayáis de entrar en el tabernáculo de la reunión, no sea que muráis.” Dicho con otras palabras, Yavé, como dejándolo caer, hizo una advertencia:

Vosotros entrad borrachos en el tabernáculo; os rociáis bien de aceites y encendéis una cerilla; y ya veréis, ya veréis que risa.

Segundo “dogma”: Las armas de Yavé son muy poco letales.

Como acabamos de comprobar, Yavé no interviene en ninguna lucha. No obstante, él no se engaña y sabe que los hombres disputarán y harán la guerra. Por esa razón, e insistiendo en sus intenciones de paz, en Dt. 20, 10, dice: “Cuando te acerques a una ciudad para atacarla, le brindarás la paz”.

En este mismo orden de cosas, debemos recapacitar sobre el asombroso contenido de Dt. 20, donde Yavé ha dejado dispuesto que, si alguien ha sido reclutado para la guerra, pero se da alguna de las circunstancias siguientes, no debe entrar en combate. Por eso dice:

1.- Si has construido una casa, vuelve a tu hogar.
2.- Si has plantado una viña, vuelve a tu hogar.
3.- Si eres recién casado, vuelve a tu casa.
4.- Si tienes miedo, o esto de la guerra te da mal rollo, vuelve al hogar.
5.- Si tu jefe, general o mandón de turno, no va delante de ti, vuelve al hogar.-

De una manera más fina, con unas palabras infinitamente más adecuadas, Yavé nos dijo:

Si entre vosotros hay alguno que no tiene donde caerse muerto; alguno a quien no le gusta el vino; alguno que no ama a las mujeres; alguno que, para colmo, le apetece matar y morir, invitadle a que se apunte a alguna de las innumerables guerras que otras gentes muy parecidas a él organizarán por todo el mundo. ¡Faltaría más!

Por otra parte, y según yo lo entiendo, sus “sistemas de combate” eran incruentos. En el mar Rojo utiliza el viento para secar esas marismas; y al mismo tiempo, lo combina con una potente iluminación para alumbrar el camino de los hebreos, mientras que por otra parte, y mediante una densa nube de humo origina unas contaminantes tinieblas, que advierten a los egipcios del peligro de convertirse en fumadores pasivos.

Después, en Josué 6, nos encontramos con el famoso episodio de las trompetas de Jericó.

Éste es un relato que pone al descubierto muy claramente, el tipo de armas ofensivas que Yavé dejó en manos de los hebreos. Pero además, yo no estoy dispuesto a admitir que Yavé enviase a Josué a luchar contra esa ciudad. Lo que sí es muy probable que sucediese es que el rey de Jericó “faltase al respeto debido a los pobrecitos hebreos”, y que no les permitiera el paso o que pretendiera percibir un elevado y abusivo peaje. Incluso se puede admitir, ¿por qué no?, que Israel, en contra de las órdenes y voluntad de Yavé, y deseando apoderarse de la ciudad, hiciese un indebido uso de un arma que había recibido para defenderse.

Pero, ¿de qué arma estamos hablando?

Sólo Dios sabe qué tipo de armamento defensivo, y por supuesto, no letal, pudo dejar Yavé en manos de aquellos hombres. Pero lo que resulta indudable es que unas oscilaciones sonoras de altísima frecuencia, capaces de producir un sonido extremadamente agudo, pueden ocasionar severos trastornos a un grupo humano. Sobre todo, si son aplicadas insistentemente y durante un tiempo suficiente. Aquellas trompetas, con sus intolerables e insufribles ultrasonidos o vibraciones sonoras, machacando durante siete días, hicieron imposible la resistencia de todo aquel vecino de Jericó que no fuese sordo. Pero, como digo, y puedo repetir hasta la extenuación, si aquello ocurrió así o de una manera parecida, sucedió desobedeciendo las órdenes de Yavé.

Por supuesto, yo admito que muchas personas crean que tocando unas trompetas se derrumben unas murallas ciclópeas. Yo, desde luego, no puedo creer que las cosas sucedieran de esa manera; al menos sin investigar muy a fondo esas famosas trompetas. Y, a estos efectos, hay algo que debemos tener en cuenta: Durante la Segunda Guerra Mundial, en Alemania se efectuaron diferentes estudios y experimentos para la utilización de ondas sonoras como armas, y está demostrado que las llamadas ondas ultrasónicas pueden causar la muerte de pequeños roedores. Claro, que si tenemos en cuenta las horrorosas murgas de “música” tabarrera, o las "delicadas delicias armónicas" de algunos conductores horteras con sus tuneadas chatarras, entenderemos la lógica reacción de los pobres jericositas cuando se arrojaron desde las murallas.

También de los tiempos de Josué nos ha llegado el relato de la batalla de Gabaón (Josué 10), acerca de la cual aquí no voy a insistir puesto que ya se hizo referencia en el capítulo dedicado a la Gloria. Fue aquel un acto de “guerra”, cuya crónica finalizó en el versículo dieciséis donde dice: Los cinco reyes huyeron. Y digo que allí termina el lance, porque los sanguinarios y brutales episodios siguientes, y que según el cronista se desarrollan en la cueva de Maceda, únicamente constituyen un adorno de los levitas. Un añadido muy en su línea con su comportamiento y haciendo atroz exhibición de sus “caritativos” instintos.

Y no quiero ni debo pasar por alto, ahora que estamos tratando sobre la “belicosidad” de Yavé, el versículo siguiente al que acabo de comentar. Seguimos por lo tanto en el capítulo diez del libro de Josué; veamos lo que dice el versículo once: Cuando iban huyendo delante de los hijos de Israel en la bajada de Betorón, Yavé hizo caer sobre ellos grandes piedras del cielo hasta Azeca, y murieron muchos, siendo más los muertos por las piedras de granizo que los muertos por la espada de los hijos de Israel.

¿Qué les parece?; según esta gente, Yavé mata a pedradas.

Del capítulo en que tratamos el tema de la nave Gloria, sabemos lo que sucedió en Gabón cuando la formidable nave se hizo presente en el cielo; por ello, y sin dificultad, debemos reconocer:

Primero. Que Yavé no mata a pedradas; de organizar dreas, nada de nada

Segundo. Que el texto bíblico alude a una granizada−. Y una granizada puede ocasionar alguna desgracia en la excursión de un jardín de infancia, pero, ni ahora ni entonces causa una sola baja mortal en un ejército; aunque los soldados no estén equipados ni de cascos ni de escudos.

Tercera: Que si tenemos en cuenta las dos anteriores precisiones; si recordamos que esa granizada mató más amorreos que los muertos por la espada de los hijos de Israel, y si admitimos que en la celestial drea no murió nadie, no tenemos otro remedio que reconocer que en las batallas en las que estuvo presente Yavé, hubo pocas, pero que muy pocas muertes. ¡Vamos!, que no hubo ni una.

Otro sistema de combate o arma secreta de Yavé, es el que se relata en I Sam. 7, 10: “...pero Yavé hizo tronar muy fuertemente aquel día sobre los filisteos y los puso en derrota”. Antes el granizo y ahora los truenos. Demos gracias a Dios por no utilizar el rocío, la escarcha o las auroras boreales.

— Pero entonces, ¿cómo derrotó a los filisteos mediante el trueno?

Muy sencillo: De ninguna manera.

Estas batallas son invenciones misteriosas y milagrosas en las que se atribuye a Yavé, que por cierto ya estaba muy lejos de nuestro mundo, una intervención en las luchas entre los hijos del hombre y, ciertamente, no son otra cosa más que distorsionadas versiones y reutilizaciones de los episodios del mar Rojo y de los amalecitas. Dos episodios en el que Yavé sí que intervino, pero que lo hizo como neutral protector de ambas partes.


UN “DIOS” MUY HUMANO (26*8)


Otra característica que se aprecia en Yavé es su enorme humanidad. Una humanidad, que debe ser entendida como una asombrosa semejanza con lo mejor, y en ocasiones, con lo más representativo y característico de los hijos del hombre.

Nota: ¿Alguien conoce la Teoría del Regreso? En esencia, esa especulación –porque sólo es una especulación−, mantiene la hipótesis del retorno al hogar de algunos hijos del hombre que habían emprendido un viaje estelar acompañando a unos visitantes cósmicos muy anteriores a Yavé.

En Dt. 3,26 nos encontramos con un Yavé que se nos muestra con una reacción muy, muy humana. Entendámonos, en esos versículos se nos destapa un Yavé algo “disgustadillo”: “...pero Yavé, como fuera de sí por causa vuestra, no me escuchó; antes bien me dijo: “Basta, no vuelvas a hablarme de eso;

En Dt. 9, 19: Yo estaba espantado de ver la cólera y el furor con que Yavé estaba enojado contra vosotros.

Moisés nos relata, y además lo hace maravillosamente, sus extraordinarias sensaciones y vivencias. El profeta queda espantado al ver a un Yavé sumamente irritado. Reparemos en las palabras de Moisés: Yavé, como fuera de sí. Ahora, algún humorista gráfico diría que Yavé estaba pelín molesto.

¿Un dios nervioso? A mí no me resulta muy fácil entender eso de un dios que pierde los nerviosos. Sin embargo, esa es una reacción muy humana y, por lo tanto, muy comprensible en quien se presentó ante los hombres como: Yo soy yo. En mi opinión, es muy esclarecedor e incluso entrañable, contemplar a un Yavé muy humano y realmente irritado e indignado con los hijos del hombre.

Éx. 33, 11, dice: ...Yavé hablaba a Moisés cara a cara, como habla un hombre a su amigo. Lo dice con bastante claridad, de hombre a hombre; ¿o acaso dice, cómo habla un dios con un hombre? Entendámonos, no dice ni siquiera como un padre a su hijo o cómo un maestro a su discípulo; dice: como habla un hombre a su amigo; o sea, un hombre a otro hombre.

En Núm. 11, 10 y siguientes no encontramos con el episodio de los setenta ancianos. En esos versículos tenemos otra demostración de un Yavé benévolo con su amigo; de un Yavé muy comprensivo con un hombre que “casi” se encara con él y que, incluso le lanza una especie de tímido ultimátum cuando Moisés le dice: “Yo no puedo soportar solo a este pueblo. Me pesa demasiado. Si así has de hacer conmigo, dame la muerte, te lo ruego; y si es que he hallado gracia a tus ojos, que no me vea ya más así afligido”.

Yavé escucha al consternado y afligido Moisés; y estoy casi seguro, que escondiendo una sonrisa al comprender el “rebote” de su amigo, y al mismo tiempo que piensa: me caéis bien porque sois tan diferentemente iguales a mí…, pone remedio a la justificada petición.

Yavé es capaz de modificar una decisión, si se apela a él con sencillez y humildad. (Éxodo 32, 9 y siguientes): Yavé dijo a Moisés: “Ya veo que este pueblo, es un pueblo de cerviz dura. Déjame, pues, que se desfogue contra ellos mi cólera y los consuma”. Entonces intercede Moisés, y dando a Yavé distintas razones, acaba diciendo: “Apaga tu cólera y perdona la iniquidad de tu pueblo”. En ese momento, y según consta en el versículo 14: Se arrepintió Yavé del mal que había dicho haría a su pueblo. Por supuesto, debemos entender que de la boca de Yavé jamás salió la amenaza de consumir a nadie, y que la utilización del verbo arrepentir no es la más adecuada, tal vez modificar o variar resultase mucho más apropiado.

Y por fin, puesto que en algún momento debo concluir con estos anecdóticos ejemplos, nos encontramos un Yavé, que ya un poco harto, se exaspera con ese pueblo, que en su eterno descontento, siempre está exigiendo para sí mismo. En Números 11, 18 a 32, Yavé habla a Moisés: “Di al pueblo: Santificaos (asearos) para mañana y comeréis carne, ya que habéis llorado a Yavé diciendo: ¡Quién nos diera carne que comer!...Ya os dará Yavé carne que comer. No comeréis un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte; la comeréis todo un mes, hasta que os salga por la boca y os produzca nauseas”.

Por estas palabras se puede apreciar que no es la mejor ocasión para pedir a Yavé un aumento de sueldo. Pero es entonces, es en ese momento crítico, cuando para enredar más el asunto, y poniendo en evidencia su alto grado de amistad y confianza con Yavé, Moisés dice: “Seiscientos mil infantes cuenta el pueblo... y me dices: Yo les daré carne y la comerán todo un mes. ¿Bastará para ello degollar todas las ovejas y todos los bueyes?”. A éstas incrédulas, o al menos escépticas palabras de Moisés, Yavé respondió: “¿Acaso se ha acortado el brazo de Yavé? Ya verás si es o no es como te he dicho.

En la idea que siempre he tenido de “un dios”, me lo imaginaba muy por encima del ser humano, amando, ayudando, perdonando, incluso castigando, pero nunca le hubiera reconocido tal y como se presenta en Núm. 11, 23, discutiendo con los hombres, enfadado y amenazando:

Os vais a enterar; veréis que es verdad lo que estoy diciendo; hasta por las orejas os va a salir la carne.

Para mí, estos ejemplos son suficientes para mostrar a un Yavé muy comprensible y accesible para el hombre, y que siendo tan superior, se rebajaba y descendía a discutir con él. En definitiva, se nos presenta a un Yavé muy humano.

Nota contable: Referente a este hartón de pájaros, les invito a realizar un pequeño cálculo:
Una codorniz tiene unos 100 gramos de carne.
Un hombre joven (un infante) puede comer, tranquilamente, 5 codornices diarias.
En 30 días habrá comido 150 codornices. Y posiblemente no esté saciado.
600.000 infantes (sin ancianos, mujeres y niños) comerían 90 millones de aves.
En el mundo, en la actualidad, sólo hay unos 10 millones de codornices.
Y además, estas aves no están en peligro de extinción. A menos, claro está, que los 600.000 infantes se levanten con apetito.


LOS TEXTOS BÍBLICOS (26*9)


“ESCRIBE ESTAS PALABRAS, SEGÚN LAS CUALES, HAGO ALIANZA CONTIGO Y CON ISRAEL” (ÉX. 34, 27)

Todos admitimos que en las Escrituras podemos encontrar una cantidad muy considerable de versículos que, además de maravillosos, podemos adjetivar como asombrosos, enigmáticos y fascinantes. Pues bien, entre ellos hay uno, sólo uno de entre todos ellos, que tenemos que calificar como absolutamente provechoso: Me refiero al versículo 27 del capítulo 34 del Éxodo.

Y afirmo que ese versículo resulta extremadamente útil y provechoso, no por el hecho de reflejar una fehaciente muestra de la voluntad de Yavé para que su visita y sus consejos no quedasen en el olvido, sino porque, si Yavé no hubiese realizado ese mandato, una orden que Moisés obedece con precisión —tal y como se demuestra en Éx. 17, 14 y 24, 4; en Núm. 33, 2 y en Dt. 31, 9 y 25-26—, nosotros no hubiésemos tenido ni la menor posibilidad de conocer ninguno de los restantes versículos del Pentateuco, y por lo tanto, no hubiéramos tenido constancia de la presentación de Yavé ante los hombres, ni de la Gloria, ni del Maná, ni de la Alianza, ni de los Mandamientos, ni de…, ni de…

Imaginemos que en un determinado momento —un momento dentro de otro momento de más de tres mil años—, los sagaces intérpretes de la voluntad e intenciones de Yavé, hubiesen entendido que, además de prohibir la construcción de imágenes ––algo que deseo recordar que no prohibió––, el Señor de la Gloria también había vedado la posibilidad de registrar sus palabras por escrito. ¿Por qué no? Podían esgrimir como argumento, que Yavé sólo deseaba que perdurase el mensaje escrito en piedra por su propia mano, y que por lo tanto, la escritura de los hombres corrompía y prostituía la intención de sus palabras. De esta manera tan simple, aquellos individuos hubiesen conseguido en todo momento el mensaje que a ellos más pudiera interesar. Y además, y sobre todo, les hubiese evitado la molestia de andar con el “borra” en la mano, modificando, añadiendo y suprimiendo versículos.

Sin embargo, por orden concreta de Yavé, Moisés registró todo lo sucedido en un libro inestimable. Y ese libro que escribió el profeta, estuvo muchos años oculto en diferentes sitios, hasta que, al parecer, cuando se estaban efectuando unas obras en el templo, fue encontrado por el sacerdote Helcías y entregado al rey Josías (II Rey. 22-24 y II Par. 35). Así pues, debe quedar muy claro, que únicamente porque Yavé lo ordenó y Moisés cumplió esa orden escribiendo los textos que luego entregó a los levitas (Dt. 31,9) y, obligando a que fuesen aprendidos de memoria (Dt. 31, 19), es por lo que tenemos conocimiento de aquella asombrosa visita de Yavé; de su limpio y humanitario comportamiento con los hombres, y de todos los relatos que se narran en los cinco libros de la Torah.


LA IMPORTANCIA DE YAVÉ (26*10)


No obstante, con libro o sin libro de Moisés, podemos llegar a esta conclusión:

Siendo Yavé muy, muy importante, deberemos reconocer que lo es, sólo y exclusivamente, por el hecho de haber venido hasta nuestro mundo y porque un hombre llamado Moisés se ocupó y preocupó para que aquella visita fuese recordada.

Así, pues, debemos convenir que, de cualquier manera, con Moisés o sin Moisés, si Yavé hubiese decidido no llegar hasta nosotros, hubiera seguido siendo muy importante…, pero sólo allí donde hubiese ido y, sin embargo, no lo hubiera sido para nosotros, puesto que, ni su auténtica realidad ni su inexistencia, hubiera supuesto o significado lo más mínimo para los hombres.

Por si este argumento necesita alguna explicación, que no lo creo, he querido decir que:

Un Dios, lo que se entiende por un Dios, sería importante, tanto si viene a visitarnos y anunciarnos su existencia, como si se queda en su cielo, en su gloria, en su pueblo o en su casa.


UN INVENTO LLAMADO SATÁN (26*11)


Nota. Desde siempre, en todas las religiones, han existido dos principios: El del bien y el del mal.

Como conclusión de todo esto, resulta, que si no existe un Dios con su paraíso “postmortem”, tampoco, y con mayor motivo, tiene la menor posibilidad ni razón de ser el lucrativo invento del intimidante Satanás con sus ángeles diabólicos y con sus histéricos endemoniados. Tampoco nos valen los espíritus fantasmales, ni los entes maléficos ni cualquier otro de los engendros demoníacos con toda su comparsa de brujas, cocos y come niños, de los que algunos sectores interesados se han valido y con los que han estado atemorizando a media humanidad. A media humanidad que estaba deseando ser atemorizada, naturalmente.

Por supuesto, esos partidarios y seguidores de los espíritus infernales, a los efectos de este trabajo, quedan incluidos como creyentes. Salvando las distancias, y con unas características diferentes de los otros, al fin y al cabo son creyentes en lo sobrenatural. Y, como creyentes que son, a ellos me dirijo en esta advertencia:

Este libro no ha sido escrito pensando en ustedes. Yo admito, como no podía ser de otra forma, que el hombre, en su singularidad, pueda creer en lo que quiera y adorar a quien le dé la gana; las creencias individuales deben ser absolutamente respetadas por los demás hombres. Sin embargo, otra cosa muy diferente es la creencia propugnada por una congregación o por una secta, en la que, con frecuencia, se tiene como único propósito el imponer ese credo al resto de las gentes. Lógicamente, debemos entender que por estos mundos de Dios existen individuos diabólicos. Pero esos repugnantes sujetos, por mucho que ellos se empeñen en lo contrario, son seres humanos. Aborrecibles y despreciables sí, pero humanos, o sea, hijos del hombre.

De todas formas, aquellos que nunca hemos tenido un gran respeto por el maligno rey de las tinieblas, no tenemos más remedio que estar muy agradecido a un Yavé que, con su mensaje, nos ha dado la razón. Si no hay dios, tampoco hay ángeles caídos, y por no haber, no hay ni tan siquiera ángeles tropezados.


TODO ESTÁ EN NUESTRAS MANOS (26*12)


Antes de la publicación de este trabajo, y con la intención de sondear posibles reacciones y obtener opiniones, realicé algunas consultas entre amigos y conocidos. Una de esas personas, después de leer unos pocos capítulos, suspendió su lectura y me dijo literalmente:

Es muy posible que este libro me quite la fe; la poca fe que todavía me queda. Luego añadió esta dolorosa pregunta: pero, ¿va a quitarme también la esperanza; la poca esperanza que todavía me queda?

Medité mucho y durante mucho tiempo esas palabras y me pregunté: ¿Quién tiene derecho a quitar la esperanza a nadie?

Ahora, creo que puedo dar una respuesta. Y no sólo a él; también a todo aquel que sienta el temor de perder esa remota pero esperanzadora esperanza:

Intenta prescindir de la fe. Sé que es duro; sé que te estoy aconsejando que olvides lo que te enseñó tu madre, pero así son las cosas. Intenta alejarte de esa fe que sólo está basada en unas interesadas doctrinas y creencias divulgadas por quienes viven de eso. Por el contrario, razona y medita buscando los fundamentos en tu serenidad y en una sensata y lógica confianza.

Deposita esa confianza en el ser humano. Ten la más absoluta seguridad de que el hombre es muy importante. Advierte que:
El hijo del hombre es tan poderoso,
que ha sido capaz de crear al creador.
Don Miguel, el más vasco de los filósofos, lo expresó con palabras más certeras cuando dijo: “el hombre, que ha hecho a los dioses a su imagen y semejanza…”

Porque, no te engañes y recuerda, que el hombre se ha sentido tan solo y abandonado, que se ha visto en la necesidad de crear a Dios, con la única y absurda intención de servirse de él e intentar refugiarse bajo su inexistente protección.

Tampoco olvides nunca, que es el hombre quien da y confiere honor y dignidad a los dioses. Los dioses, sin los hombres, no son nada. Busca en tu mente y en tu recuerdo a un dios, a cualquier dios, al dios más poderoso; luego, quítale a sus fieles adoradores y seguidores, e incluso prescinde de sus detractores y de aquellos que le niegan; y por último, pregúntate: ¿qué ha quedado de ese dios?

El hombre, con la confianza de los hombres y sin la ayuda de ningún dios, podrá dar a los hombres el mejor y más hermoso paraíso. Podrá conseguir una vida de extraordinaria duración, casi eterna; y por supuesto, sin penurias y sin enfermedades. Tú sabes, que el hombre, casi sin ayuda del hombre, e incluso contando con la indiferencia de los dioses y la oposición de sus piadosos representantes, está consiguiendo inmensos avances para alejar las enfermedades y alargar la vida. Y cabe preguntarse:

Una existencia feliz y saludable, una vida muy larga —casi como la vida de los bíblicos patriarcas—, conseguida mediante una adecuada ciencia médica, usando de la regeneración a través de las células madre, ¿no resultará suficiente paraíso? Y si no fuese bastante, ¿no quedaría todavía la clonación?

Y ese hombre, el hombre en el cual has depositado tu confianza ––no tu fe––, al reconocer que Yavé no es Dios, sin un ápice de orgullo, sin la menor arrogancia y, por supuesto, despreciando el mínimo asomo de soberbia, puede y debe sentirse más grande, más fuerte, más poderoso. Todo lo que haya alcanzado hasta ahora ––que no siendo mucho, no es poco––, y todo aquello que logre conseguir en el futuro ––que tal vez sea más de lo que muchos se imaginan––, fue, es y será, únicamente suyo; por suerte o por mérito propio, pero no gracias a Dios. Y todo aquello en lo que sufra o pierda o fracase, será por desgracia, por demérito o por falta de capacidad, pero no será porque Dios lo quiso.

Olvida tu esperanza vana y deja que Dios descanse en la paz eterna. Y no porque haya muerto, sino, simplemente, porque habiéndolo pretendido de una forma agotadoramente insistente y durante milenios, nunca ha conseguido vivir en otro lugar que no fuese la ilusión de los hombres. Y eso debe ser extremadamente fatigoso, incluso para un dios.

Con esto, escéptico amigo y lector, quiero recordarte que:

Yavé no pretendió quitarte tu confortable pero quimérica esperanza, únicamente te ha señalado en quien deberías depositarla.


UNA VEZ HICIMOS UN PACTO (26*13)


Dentro de un mutuo compromiso, en una solemne alianza, Yavé nos aconsejó una forma de vida y un comportamiento sensato, lógico y humano.

Y nosotros los hombres, lo aceptamos.

En ningún momento prometió cielos, nirvanas, edenes, dulces paraísos o eternidades para después de la muerte.

Y nosotros los hombres, lo aceptamos.

Y lo aceptamos, porque nosotros, los hijos del hombre, y en nuestro nombre aquellos pobres emigrantes del Sinaí, antes de inventarnos quiméricas glorias eternas, únicamente deseábamos ver crecer a nuestros hijos sin hambre y sin dolor.

Y él, EL QUE ES, el Señor del Universo, el Señor del cielo que está sobre los cielos, el Señor de la Gloria y de la Roca, por su parte, también aceptó el compromiso. Yavé, como partícipe del acuerdo de la Alianza, se comprometió con los hombres para que nuestros hijos creciesen sin hambre y sin dolor.

Sin embargo, los hombres rompimos ese acuerdo. Hicimos imágenes y nos postramos ante ellas; construimos grandes y suntuosos altares; no conservamos el arca de la Alianza; perdimos el Testimonio, y por último, destruimos el “ángel” que nos dejó como mediador y guía.

Después de estos actos de rebeldía, de ignorancia y de insensatez que resultan una palpable y evidente demostración del incumplimiento de lo pactado, ¿con qué derecho, con qué fundamento, se le pide pan, se le ruega protección, salud, o cualquier otra súplica incluida en nuestra interminable relación de necesidades? No pidamos nada de lo que no seamos dignos. Primero, cumplamos nuestra parte del pacto, y luego, con todo respeto, pero también con toda firmeza, y puesto que nos asiste el derecho, exijamos a Yavé que, como la otra parte contratante, cumpla con su parte del compromiso.

De todas maneras debemos expresar nuestro agradecimiento a Yavé por habernos arrebatado una falsa certidumbre y en su lugar dejarnos una auténtica realidad. Que, por cierto, no está alejada de una legítima esperanza, pues al saber que no estamos solos, que en el universo tenemos amigos leales, inteligentes y justos, en nuestro corazón terminará germinando una simiente de ánimo y aliento. Sabemos que Yavé existe y que está en algún sitio. Sabemos que mientras estuvo con nosotros se preocupó por el hombre, le ayudó, pactó con él, y... y que es muy posible que algún día regrese.

Pero lo que también resulta muy cierto, y no tenemos más remedio que admitirlo, es que Yavé se fue y que los hombres nos quedamos solos y… y permítanme decirles, que en mi personal apreciación, nos quedamos un poco más solos que antes de que él viniese.

Yo supongo, puesto que su ciencia y su sabiduría así se lo permite, que Yavé está informado de lo que sucede en nuestro planeta, y que sabe de nuestros logros, avances y retrocesos. Estoy casi seguro que tiene un conocimiento preciso y exacto sobre la evolución del hombre, y que su sabio criterio juzgará si es la correcta o por el contrario se está desviando. Pero él no va a intervenir. En realidad no puede ni debe intervenir; no es su intención interferir en el orden del universo. Yavé nos dejó sus prudentes recomendaciones y consejos, y ahora somos nosotros quienes “movemos ficha”. Él sólo está esperando.

Pero, ¿qué es lo que espera?

Como respuesta, permítanme una última “parábola”:

Un padre se presenta en el jardín de infancia, se dirige a sus hijos y les dice:

Hijos míos, debo partir para un largo viaje. Aunque seré informado de vuestros progresos, tardaré bastantes años en regresar. Entonces hablaremos como hombres adultos. Ahora os dejo unas instrucciones que no deberéis leer hasta que no seáis mayores de edad. También quiero duros un consejo: no creáis en hadas buenas ni en brujas malas. Cuando consigáis eso, podréis leer las instrucciones.

Transcurre el tiempo, y el padre que, lógicamente, ansía regresar para estar con sus hijos, es informado de que los niños, que ya son unos adolescentes, siguen jugando con muñequitos; creyendo a pies juntillas en la aventura de Cenicienta; poniendo los zapatos en el balcón la noche de reyes y soñando con paraísos celestes. El angustiado padre, que sólo desea hablar con sus hijos de hombre a hombre, se resigna a seguir esperando. Claro que, al mismo tiempo exclama: ¡son duros de cerviz!; y, de todas formas, no puede evitar hacerse esta pregunta: ¿a quién habrán salido estos chicos?

Yavé únicamente espera que nosotros consigamos descifrar la clave que nos dejó para restablecer la comunicación con él y, por supuesto, que cumplamos nuestra parte del pacto. Era un pacto muy sencillo y fácil de recordar. Sólo contenía estas tres cláusulas:

Primera: No hay dios.

Segunda: No adorarás ni te postrarás ante esculturas o imágenes.

Tercera: Guarda el Testimonio; conserva y disfruta el maravilloso mensaje que se te han dejado en depósito. Allí, en él Testimonio, encontrarás la clave.


EL MUNDO DE YAVÉ (26*14)


Para finalizar este capítulo, entiendo que debería intentar dar contestación a un par de las grandes incógnitas que posiblemente se hayan quedado a vivir en la curiosidad de algunos lectores.

Pero antes de iniciar la búsqueda de los Señores de la Gloria, yo no olvidaría las primeras palabras de Yavé a Moisés: “NO TE ACERQUES”. Y yo creo, que si Yavé no desea que nos acerquemos a él, sería muy conveniente respetar su voluntad.

De todas formas, como una cosa es saber donde vive Yavé y otra muy distinta es ir a su casa, y reconociendo que el hijo del hombre muestra, y además debe mostrar, una insaciable curiosidad, es la razón por la que he buscado respuestas a dos cuestiones:

Primera: ¿Se llevaron algunos hijos de los hombres?

Sí; con absoluta seguridad. Sin embargo, esto no quiere decir que al partir la expedición les acompañaran niños y niñas hebreos; sólo significa que, debidamente protegidas y conservadas, y para una posterior fertilización "in vitro", a bordo de la nave Gloria viajaban las semillas de seres humanos.

Segunda: ¿De dónde vino Yavé?; ¿Cuál es su estrella, su sistema “solar”? ¿Dónde se encuentra el mundo del Señor de la Gloria?

La pregunta, ciertamente, es muy lógica y casi inevitable, pero también resulta innecesaria. ¿Qué nos importa, que un gran sabio que aporta soluciones a los problemas de los hombres, haya nacido en un lugar o en otro? De todas formas, y sólo por curiosidad, busquemos las respuestas.

Nota: Si interpretamos las palabras de Dt. 10, 14 y I Rey. 8, 27, sobre los cielos de los cielos, deberíamos entender que el mundo de Yavé está en un segundo cielo, o sea, en un cielo sobre el cielo. De todas formas…

En primer lugar, por las innegables semejanzas físicas que aquellos seres vivientes presentaban con los hijos del hombre; por las aplicaciones técnicas de las que Yavé se sirvió en nuestro mundo —combustión de gases de la astronave; utilización de la luz solar en el candelabro; efecto piezoeléctrico de los cristales de cuarzo en el pectoral, etcétera—, casi estamos obligados a deducir que el mundo de Yavé presentaba notables coincidencias —atmósfera, luminosidad, composición de los minerales—, con nuestro planeta. O sea, que Yavé no vivía en un mundo oscuro y tenebroso con un suelo viscoso y envuelto en una biosfera de gases venenosos.

Por otra parte, buscando una posible relación entre la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo) y los periodos de siete días, siete años, cuarenta días, cuatrocientos días (permanencia de Yavé en el Sinaí), cuarenta años (frecuencia en los ritos de presentación ante los hombre de la sekinah o gloria), cuatrocientos años y cuatrocientos treinta años (ausencia de Yavé), he creído encontrar en los textos bíblicos al menos tres vínculos de relación:

Primera. Como he afirmado en este mismo capítulo, yo no identifico como el mismo ser viviente, al Yavé de Adán, al Yavé de Abraham y al Yavé de Moisés. Sin embargo, además de su procedencia cósmica y su cordial trato con los humanos, alguna relación sí que puede existir entre ambos. Pues bien, admitida esa posibilidad, en Gen. 15, 5 y 13, nos encontramos con un precioso y significativo relato:

Yavé se ha presentado ante Abraham en una hornilla humeante, o en una antorcha de fuego. A continuación "anestesia" al patriarca, y ya en sueños o visión, le hace salir de la tienda para mostrarle alguna parte del cielo estrellado, y, ¡qué casualidad!, inmediatamente después, hace mención de un periodo de tiempo de "cuatrocientos años". Después de este episodio, ocurrió algo que resultaba irremediable: los sabios y piadosos sacerdotes interpretaron que aquellos cuatrocientos años era el espacio de tiempo durante el cual el pueblo hebreo estarían en cautividad. Los reflexivos y fervientes sacerdotes entendieron que Yavé había ordenado al patriarca que saliese de la tienda con el único propósito de hacerle ver, por si Abraham no había caído cuenta, que había un montón de astros en el firmamento; y todo ello, para prometerle que así de numerosa sería su descendencia. ¡Cosas de los sacerdotes!

Nota. Considerando que los hijos del hombre en aquellos tiempos solo podían divisar un número de estrellas inferior a diez mil, y si también tenemos en cuenta que el número de descendientes de Abraham es muy superior a diez mil, tendremos que admitir que el ejemplo de Yavé, o no es muy afortunado, o el Señor de los Cielos se está refiriendo a otra cosa.

Posiblemente, aquel Yavé señaló al patriarca una estrella o una constelación, y al mismo tiempo le decía: ¡Mi caaasa!

Segunda. A la formidable velocidad de 12.000 kilómetros por segundo, o sea, veinticinco veces menor que la velocidad de la luz, un viaje de ida y vuelta hasta las proximidades de Sirio —la estrella más venerada en aquellos tiempos—, duraría unos cuatrocientos años. Y resulta que en Génesis 15, 13-14, se habla de cuatrocientos años de esclavitud hasta que Yavé los libere. Y, ¡otra casualidad!, en Éxodo 12, 40 se habla de "cuatrocientos treinta años" como el periodo de permanencia de los hebreos en Egipto, y por lo tanto, el periodo de ausencia de su Dios. Y, ¡una nueva casualidad!, en el arcano Libro de Ezequiel, al cual referiré casi inmediatamente, se nos proporcionan dos vectores (izquierda y derecha) y dos números en años (se dicen en días especificando que se refiere a años):

TRESCIENTOS NOVENTA y CUARENTA (390/40) (Ezequiel 4, 5-6)

Y resulta, que si los sumamos, nos encontramos con CUATROCIENTOS TREINTA AÑOS. (Éx. 12. 40-41)

Y, ya que hemos relacionado la estrella Sirio con Egipto, debemos recordar que muchos templos egipcios estaban construidos de tal forma, que la luz de la estrella Sirio (Sotis) iluminaba las cámaras de los dioses. Por ésta y otras muchas especiales características de esa estrella, yo me permito recomendar al lector que se sumerja en los misterios de Sirio. Un astro muy cercano a nosotros, pues dista de la Tierra 8,7 años luz, o sea, 81 billones de kilómetros, equivalentes a 540.000 Unidades Astronómicas, o lo que es lo mismo 0,54 Siriómetros; y que posee una luminosidad 24 veces mayor que la de nuestro Sol. Y, no se debe olvidar que, en principio, una luminosidad 24 veces mayor que la del sol, habilitaría un fabuloso sistema solar —en este caso, sistema sirial— que permitiría la vida, tal y como nosotros la entendemos, en un planeta que diste de esa estrella más de 3.500 millones de kilómetros. Por hacer una simple comparación, recordemos que nosotros sólo distamos del sol 150 millones de kilómetros, y que Saturno está "solamente" a 1.500 millones de kilómetros del sol.

Tercera. ¡Mucha atención a este otro sistema solar! La estrella C de Alfa de Centauro, más conocida como Próxima Centauri, es nuestra vecina más cercana, y dista de la Tierra casi exactamente la mitad que Sirio, o sea, 4, 3 años luz. ¿Alguien advierte alguna relación entre 4,3 y cuatrocientos treinta?

Nota: En la actualidad, las naves espaciales más rápidas (Voyager), sólo alcanzan una velocidad DIEZ MIL veces menor que la luz. Ahora, supongamos que Yavé es más listo que nosotros y que ha conseguido desplazarse a una celeridad CIEN veces inferior a la de la luz. A esa velocidad, una astronave cubriría la distancia entre Próxima Centauri y nuestro sistema solar en CUATROCIENTOS TREINTA AÑOS.

Por último, sólo deseo efectuar una mención: PLEYADES DE TAURO

Por supuesto que, hasta los más fantasiosos, iluminados y crédulos sacerdotes, invocarán al escaso fundamento de estas frágiles elucubraciones mías; pero en este asunto ocurre algo que ya nos advirtió Moisés en Dt. 2 9, 28: Las cosas ocultas sólo son para Yavé...

Y si el Señor de la Gloria no consideró necesario revelar su procedencia, y si Urania mantiene su mezquina inspiración, no existe la más leve posibilidad de conocer el mundo de Yavé, y yo, por supuesto, no tengo más remedio que reconocer, muy a mi pesar, que no tengo ni la menor idea. Tal vez alguien lo sepa; yo, desde luego, no.

En síntesis: Después de insistir en reconocer que las relaciones que acabo de mencionar entre textos bíblicos y distancias cósmicas tienen una base de sustentación poco, muy poco resistente, sólo me resta dejar constancia de esta conclusión:

Deberemos seguir buscando en dos sitios distintos:

En las estrellas, porque, con toda seguridad, desde el cielo se nos enviará su señal.

Y también debemos investigar aquí, entre los hombres, porque, también con toda seguridad, yo al menos tengo esa absoluta convicción, su nombre, sus señas, e incluso su número de teléfono, los dejó perfectamente anotados en el Testimonio del Sinaí.


RESUMEN DEL CAPÍTULO XXVI

Yavé y sus ángeles eran unos seres vivientes de gran sabiduría que, con la mejor de las voluntades, llegaron a nuestro mundo.

Que presentaban bastante semejanza, física y moral con los hijos de los hombres.

Que no causaron daños físicos ni materiales.

Que no mataron primogénitos; no aniquilaron al ejército egipcio, ni diezmaron a la tribu amalecita.

Que su exquisito comportamiento quedó evidenciado en la maniobra del mar Rojo.

Que no prometieron paraísos para después de la muerte, y además, nos advirtieron de los peligros de las religiones. En tres palabras: NO ERAN DIOSES.

Y para finalizar este resumen, deseo recordar que según quedó reflejado en Éx. 32, 33-34, Yavé dijo a Moisés: “Al que ha pecado contra mí, le borraré yo de mi libro. Ahora ve, conduce al pueblo al lugar que te he ordenado. Mi ángel irá delante de ti. Pero en el DÍA DE MI VISITACIÓN los castigaré por su pecado”.

O sea, que después de que fuésemos conducidos mediante el ángel, nos prometieron regresar.

Y, en eso estamos.

Nota final del Testimonio del Sinaí:
Siguiendo el sendero señalado por sus propios temores, o siendo arrastrado por los miedos ajenos, ningún hijo de hombre debería seguir el absurdo camino que conduce hasta un dios que mata niños.

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