CAPÍTULO XXIV: LA RADIO

Una radio, ¿para qué? (24*1). Un espacio de audición bastante limitado (24*2). Yavé cumple su palabra; había prometido un ángel, y lo prometido… (24*3). Los componentes de una radio (24*4). Primero: Obtención de energía eléctrica (24*5). Segundo: Antena (24*6). Los cuernos de los altares (24*7). Tercero: Amplificadores (24*8). Cuarto: Altavoces (24*9). Quinto: Conmutador (24*10). Otra vez el óleo de la unción (24*11). Un potente captador de la luz solar (24*12). Las barras de transporte (24*13). Conclusiones (24*14).


LA RADIO

Desde que iniciamos la tercera parte de este trabajo hemos ido estudiando, uno por uno, los distintos elementos de un receptor de radio. Ahora es el momento de reunir todos esos componentes que nos fueron descritos dentro de los capítulos comprendidos entre el veinticinco y el treinta del libro del Éxodo. Después, utilizando el mismo material que “ellos” han desechado, y sirviéndonos de interpretaciones que los sabios exegetas y doctísimos teólogos han desestimado durante más de tres mil años, nosotros vamos a proceder al montaje e instalación de un completo sistema transmisor y receptor de radio.


UNA RADIO, ¿PARA QUÉ? (24*1)


Como podremos comprobar en el capítulo siguiente que he dedicado a Yavé, si estudiamos los textos bíblicos prescindiendo de la “divinidad” de su persona, llegaremos a unas conclusiones que “humanizan”, todavía más, la imagen de Yavé. Son unas interpretaciones que nos facilitan una más adecuada identificación de un ser extraordinario que, con su comprensivo y humanitario proceder, nos mostró la alta estima que el hombre le merece.

Yavé vino al planeta Tierra, conoció a los hombres y se comunicó con ellos. De ese conocimiento, en primer lugar surgió el entendimiento; después, con el trato, llegó el afecto y la amistad. Como resultado y lógica conclusión de esta realidad, deberíamos admitir que allí donde Yavé se encuentre, los hijos del hombre tenemos un buen amigo. Y esto, con independencia de teologías, me parece de gran importancia habida cuenta de esas absurdas e infundadas teorías que atribuyen un perverso comportamiento a los posibles habitantes del universo. Son recelosas creencias, mantenidas por unos sujetos que dudan de la existencia de inteligencias extraterrestres, pero que, no obstante, temerosos de su propia sombra, no vacilan en proclamar esta triste y dolorosa afirmación:

Y si acaso existen, es muy posible que sean malvados depredadores. Estos maliciosos individuos desprecian una constante que está bastante cotejada:

Un mayor avance y evolución cultural de un pueblo se corresponde con un mayor respeto por otros pueblos.

Y nadie dudará, que Yavé y sus acompañantes procedieran de una civilización muy avanzada y que fueran poseedores de una enorme cultura. Así pues, nadie debería sospechar de sus generosas intenciones.

Por la improvisación que se advierte en todo este proceso de la fabricación de la radio, se debe entender, que en principio, y una vez que se hubiese alejado de nuestro planeta, Yavé no tenía el menor propósito de permanecer en contacto con los hombres. Por esa razón, su primera intención fue dejar solamente un documento en piedra. Un documento-testimonio, que debidamente fechado —posiblemente mediante un mapa celeste de aquellos días—, diese noticia de su incuestionable existencia, de su indiscutible visita y de su innegable estancia entre nosotros. Eso, y nada más.

“Hazte dos tablas de piedra como las primeras, y sube a mí a la montaña; haz también un arca de madera; yo escribiré sobre esas tablas las palabras que estaban escritas sobre las primeras que tú rompiste, y las guardarás en el arca”.

Eso era todo; unas palabras escritas en unas tablas de piedra que debían guardarse en un arca de madera. Un arca sin querubines, sin armazón triple, sin barras y sin molduras; en fin, un cajón para guardar un mensaje escrito sobre unas piedras. Sin embargo, en el transcurso de los meses de su estancia entre aquellas gentes, el Señor de la Gloria permitió que el hombre penetrase en su corazón; y como resultado de aquel trato que, posiblemente, en principio estuviese previsto como correcto pero distante, los sentimientos fueron modificándose hasta transformarse en un gran afecto, y aunque no sean éstas las palabras más apropiadas, se apoderó de él un gran sentimiento de piedad y compasión al imaginar, o mejor, al conocer con toda seguridad, el terriblemente incierto futuro de la humanidad.

Su sabiduría, previsión y bondad, decidieron ayudarnos dentro de de los límites de lo posible y, por supuesto, sin incluir dogmas de fe, milagros, gracias santificantes y santos temores de Dios. Y, lógicamente, la única forma de poder darnos alguna protección era permaneciendo en contacto con nosotros. De esa manera nos aconsejaría, nos guiaría y nos iría proporcionando soluciones. A través de ese contacto podría mediar entre los hombres y nos haría conocer su justo criterio, consecuencia directa de su inmensa sabiduría. Eso, sí que hubiese sido, sin ninguna duda, una “gloriosa bendición”. Preferible, y por supuesto bastante más efectiva, que las aportaciones de otros muchos dioses que, como era de suponer, no han contribuido absolutamente con nada; quiero decir, con nada bueno. Y afirmo esto, porque supongo que nadie tendrá la osadía y la desvergüenza de afirmar que el comportamiento de los hombres con sus semejantes, es el más correcto y adecuado por el hecho de creer en la existencia de un dios, y, que aquellas personas que no creen y que niegan la existencia de los dioses, son seres crueles, depravados e incapaces de amar.

Nota. ¿Quién cree usted que obra con mayor bondad y generosidad, aquel que ama y ayuda a sus semejantes sin esperar ningún tipo de compensación humana o divina, o aquel otro, que presentando idéntica conducta, pretende ganar la salvación de su alma inmortal y queda en espera de ser recompensado con la gloria eterna en el paraíso?

Yavé, para conceder ayuda al hombre, sólo precisaba un ingenio de los miles que la nave Gloria tenía a bordo: un transmisor-receptor de radio, un radioteléfono. Y según lo pensó, así lo hizo.

Fue entonces cuando diseñó algunas modificaciones o mejoras para ese primitivo arcón de madera en el que se debía introducir el testimonio, y, al mismo tiempo, ordenó que se añadiera una nueva tapa convenientemente modificada con dos querubines. Ese arcón que serviría para guardar el testimonio, haría la función de un condensador-acumulador y un sistema de resonancia.

Pero claro, resulta que un arcón condensador no es suficiente. Para que una radio o un teléfono pueda establecer la comunicación en óptimas condiciones, se precisa: energía eléctrica, antena, conmutador y un sistema que ponga en contacto el conjunto de componentes.

Para todo ello ordenó la fabricación del resto de los utensilios del tabernáculo que, lógicamente, debían adaptarse a unas indicaciones muy precisas y a unos modelos que él mismo facilitó a Moisés. “Os ajustaréis a cuanto voy a mostrarte como modelo...” (Éx. 25, 9); “Mira, y hazlo conforme al modelo que en la montaña se te ha mostrado” (EX. 25, 40);

Lógicamente, he tenido en cuenta la posibilidad de que ese receptor fuese una radio de cristales de cuarzo o de unas características técnicas parecidas. Admitámoslo, ¡no será por falta de cristales!; en el interior del pectoral ya tenemos doce. Además, este tipo de aparato (radio de galena), sin tomar en consideración las posibles mejoras que podría aportar Yavé, presenta algunas ventajas que no son para despreciar, puesto que no precisa ni baterías ni pilas para su funcionamiento. Sea como fuere, me veo en la obligación de reconocer que ignoro el tipo de receptor-transmisor que dejó a Moisés. Pero además, y por otra parte, me encontré con una realidad que me invitaba a desestimar un sistema de radio de cristales piezoeléctricos. Si por un lado reconocía que la ventaja que ese sistema aportaba era la de no precisar energía, la evidencia nos estaba diciendo algo indiscutible: disponíamos de un generador. Y ese generador podría ser utilizado para alimentar, al mismo tiempo, las antenas y el radiotransmisor. El asunto no era sencillo; sobre todo, teniendo en cuenta que Yavé, en todo momento, obraba con la máxima sencillez y simplicidad.

En realidad, y desconociendo la fabulosa tecnología que Yavé tenía a su disposición, yo no he conseguido determinar como lo hizo; pero tampoco resulta excesivamente importante identificar con exactitud, si Yavé se decidió por una radio de cristales de cuarzo, por un teléfono móvil de última generación contratado con tarifa plana o nos dejó un radiotransmisor a pedales. Lo realmente sustancial es reconocer y aceptar que:

Yavé facilitó un sistema para contactar con nosotros. Y, lo que no es menos importante, para que nosotros pudiésemos conectar con él.

Pero además, el Señor de la Gloria, como viajero del cosmos, sabía que las distancias entre la nave estelar y nuestro planeta se incrementarían día a día; y considerando que, al parecer, la velocidad de la luz es constante en todo el universo, las transmisiones serían cada vez más lentas hasta sufrir grandes retrasos. Para minimizar en lo posible estas inevitables demoras, todo lo dejó buen previsto –y no digo atado y bien atado para no herir sensibilidades−. En los precisos instrumentos de la nave Gloria, antes o después, se recibirían los mensajes enviados desde la Tierra y quedarían grabados en los aparatos de a bordo. Desde la nave o desde su mundo, se enviaría la contestación con el consejo o la decisión. Y la transmisión se efectuaría de tal forma, con tal precisión, con tan exacto cálculo, que su llegada al centro de recepción en el Tabernáculo de la Tienda de la Reunión, se produciría siempre un sábado. Ese día, los sacerdotes –mientras disfrutaban del tentempié de pan, aceite y vino−, debían estar bien atentos para escuchar la voz de Yavé entre los dos querubines. Y, como prudente refuerzo y complemento de esta previsión, durante las fiestas de Pascua ––fechas perfectamente relacionadas y vinculadas con el equinoccio de primavera––, la retransmisión se recibiría en el Lugar Santísimo del Tabernáculo durante siete días seguidos; los días comprendidos entre las dos “santas asambleas” que se celebraban el primer y el último día de la Pascua. Y, posiblemente, el mismo procedimiento se utilizaría para el Día de la Expiación o para la fiesta de los Tabernáculos —recordemos que el Tabernáculo era el "locutorio"—.


UN ESPACIO DE AUDICIÓN BASTANTE LIMITADO (24*2)


Y como es lógico, el Señor del Cosmos también señaló el área de escucha:

Un reducido espacio en el discreto y santísimo locutorio.

“Allí me revelaré a ti, y de sobre el propiciatorio, de en medio de los dos querubines, te comunicaré yo todo cuanto para los hijos de Israel te mandaré”. Éx. 25, 22

Cuando Moisés entraba en el tabernáculo de la reunión para hablar con Yavé, oía la voz que le hablaba desde encima del propiciatorio puesto sobre el arca del testimonio, entre los dos querubines; así le hablaba Yavé. Núm. 7, 89

Estos versículos son muy interesante; en mi opinión, extremadamente importantes y, por supuesto, muy reveladores:

Encima del propiciatorio… entre los dos querubines.

Allí, solamente allí era donde se escuchaba la voz de Yavé; sólo y justamente en ese espacio. No se le oirá en la montaña, ni en el desierto, ni en el mar, ni en la ciudad y, obviamente, no se le escuchará en cualquier sitio, como sería lógico en un dios que disfruta del don de la omnipresencia. Sólo se escuchará allí, entre los querubines. Claro que, en realidad, si somos precisos y exactos, deberemos admitir que el sumo sacerdote, después de prescindir de la utilización del valioso bastón de las señales, podría escuchar la voz de Yavé en cualquier lugar… En cualquier lugar, siempre y cuando allí que se encontrase el arca con los dos querubines del propiciatorio, el candelabro, las mesa, el altar de holocaustos, y por supuesto, si el dignatario sacerdotal (el operador de radio) se encontrase revestido con todos los adecuados complementos, o sea, con el equipamiento necesario para poner en funcionamiento el asombroso pectoral.

Pero, con independencia de la ubicación del Arca, lo que resulta evidente es que Yavé ha marcado un área de menos de un metro cuadrado donde sus órdenes y su mensaje pueden ser escuchados. Y, si a esto añadimos aquello que comentamos en el capítulo del propiciatorio, respecto al tiempo de citas, a mí personalmente me da la sensación de que, para ser un dios, es mucha la limitación de tiempo y espacio. Sin embargo, para el que es, y puesto que no pretendía un auditorio de concierto de rock, ese espacio entre los dos querubines resulta una zona WI-FI suficiente. Y también es muy lógico y comprensible que pactase y concertase las citas.

Recordemos estas palabras que nos dicen donde y cuando:

En medio de los querubines... / entre los dos querubines, allí te citaré… /en tiempos señalados…


YAVÉ CUMPLE SU PALABRA: HABÍA PROMETIDO UN ÁNGEL, Y LO PROMETIDO... (24*3)


En Éx. 23, 20-23, Yavé ha anunciado a Moisés: (20) Yo mandaré un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto. (21) Acátale y escucha su voz, no le resistas... porque lleva mi nombre”. (22) Pero si le escuchas y haces cuanto él te diga, yo seré enemigo de tus enemigos... (23) pues mi ángel marchará delante de ti…

Después en Éx. 32, 34, se insiste, y Yavé dice a Moisés: Mi ángel marchará delante de ti...

Con posterioridad, en el capítulo siguiente, Éx. 33, 2-5 reitera: “Yo mandaré delante de ti un ángel... pero yo no subiré en medio de ti...

Yavé le está diciendo a Moisés que, físicamente, ya no permanecerá más con ellos, pero que en su lugar enviará a un ángel que lleva su nombre y de quien deben escuchar su voz.

De todo esto, también se pueden extraer, al menos, tres conclusiones:

Primera.- Que el pueblo de Israel debe abandonar las inmediaciones de la montaña del Sinaí e iniciar su andadura sin la presencia física de Yavé.

Segunda.- Que Yavé deja un ángel —que lleva su mismo nombre— para guiarlos y para que a través de él escuchen su propia voz y le obedezcan.

Tercera. Que si los hombres escuchan su voz, él les protegerá en su camino y les proporcionará la ayuda necesaria.

Una vez más, olvidemos la magia, lo sobrenatural y los dibujos animados. Ahora, buscamos la interpretación lógica.

Un ángel no es un ser fantástico; un ángel no es un espíritu puro dotado de alas y con una indefinición sexual muy llamativa; un ángel es un mensajero; un ángel es un heraldo que, mediante su propia voz se comunica y transmite órdenes. Yavé informa que enviará un ángel (Éx. 33, 2), y unos versículos después, y por dos veces (Éx. 33, 14 y 17), ratifica a Moisés que ese ángel será el mismo Yavé. Ese ángel de Yavé; ese mensajero; ese de quien deben escuchar su voz; ese que lleva su nombre, según la tradición hebrea se llama METATRÓM. ¡Extraño nombre para un ángel!

No obstante, con independencia del insólito nombre del mensajero, el hecho de poder desestimar una interpretación lógica de esos versículos, es lo que dio lugar a una gran confusión cuando los “sabios interpretes” identificaron al ángel de Yavé. No fueron capaces de entender el momento y la situación –el contexto−, y confundieron los personajes con las circunstancias. No apreciaron la diferencia existente entre la presencia de Yavé y la voz o el espíritu de Yavé. Su acreditada insuficiencia les impidió comprender que Yavé estaba informando y prometiendo, que para esta concreta ocasión, ese ángel prometido, esa voz que escucharían, sería Él mismo. Como se puede advertir, los “sabios” seguían sin enterarse de nada. Pero aunque resulte indignante y sea base y fundamento de toda la negativa influencia que sus absurdas interpretaciones han ejercido sobre los hombres, nosotros ahí les dejamos rumiando su torpeza y seguimos a lo nuestro: el teléfono.

Hace tres mil años, sin duda alguna existían mentes muy capacitadas. Es absolutamente seguro que, si nos hubiéramos dado una vuelta por allí, habríamos encontrado hombres dotados de eso que ha venido en llamarse inteligencia natural. Pero ni a esos hombres ni a sus descendientes se les puede exigir que asimilen y, que después nos relaten con detalles, el fundamento y la construcción de un receptor de radio. Y no se les puede exigir, entre otras razones, porque Yavé no consideró necesario que ninguno de aquellos hebreos se titulase como radiotécnico.

Pero además, si nos detenemos a pensar un poco, advertiremos que el asunto tiene su pizquita de dificultad; porque veamos:

¿Cómo se explica a un pastor de hace más de tres mil doscientos años — por mucha preparación que hubiese recibido en las mejores universidades privadas y en el palacio del faraón––, que valiéndose de unas células de sulfuro de silicio, y a partir de la luz solar, se puede generar una invisible energía que llamaremos electricidad? Que esa impalpable energía será capaz de hacer funcionar un aparato llamado antena. Que a su vez, esa antena podrá captar unos sonidos procedentes del espacio que viajan formando ondas. Que esas ondas, después de ser convenientemente amplificadas mediante unos sistemas semiconductores llamados transistores, pasan a unos auriculares o altavoces. Que por medio de esos auriculares o altavoces se puede escuchar la voz de alguien que habla desde una inmensa distancia de billones de kilómetros.

Francamente, fácil, lo que se dice fácil, no parece.

Claro que, algunos, dotados de autoridad y suficiencia, en contestación a estas afirmaciones replicarían: para Dios no resultaría muy difícil. Y después añadirán: no hubiera sido necesaria ni tan siquiera una explicación; habría bastado con proporcionar a ese pastor una pequeña dosis de ciencia infusa. Y tal vez tengan razón; tal vez ese dios hubiese actuado así; pero resulta que fue Yavé quien tuvo que decidir, y, al parecer, pensó que no merecía la pena andar desperdiciando ciencia infusa. Entre otras razones, porque él sabía que no resultaba necesario en absoluto que Moisés y, por supuesto, el resto de los hombres, conociesen las técnicas de las que se podía servir para hacer que su voz llegara hasta ellos.

Nota. Al parecer, Yavé entendió que para ser violinista no es necesario ser un fabricante de instrumentos musicales, y menos un A. Stradivarius.

Y por otra parte, Yavé estaba seguro de que alguna vez, cuando llegase el momento y concurriesen las condiciones favorables adecuadas y suficientes, sin la menor dosis de ciencia infusa, los hombres comprenderían. Yavé entendió que, de momento, bastaba con informarles que en determinados tiempos ya pactados y convenidos con anterioridad, escucharían su voz entre los dos querubines.

Por lo tanto, sin dar excesivas explicaciones y repartido entre varios utensilios, Yavé entrega a Moisés un aparato de radio; un aparato transmisor-receptor de audio dotado de unos poderosos pasos de amplificación. O, lo que es lo mismo, un radioteléfono.

Pero una comunicación no se establece disponiendo únicamente del radiotransmisor –por muy tummim que se llame y muchos urim que contenga-. Además de una suficiente fuente de energía y de su acumulador para poder disponer de ella en el momento que se precise, son necesarios otros varios componentes. Por otra parte, y con el objeto de disponer de una clave para identificación de la persona autorizada para recibir la comunicación; para modificar la frecuencia de la onda; y también para la puesta en marcha y óptimo funcionamiento del aparato, el sistema precisa de unos complementos, de unas “vestimentas” especiales, entre las que destacan el efod, y por supuesto, ese asombroso contenido del pectoral.

He mencionado una suficiente fuente de energía. Y esa suficiencia, en muchos casos, y en éste particularmente, no precisa de un generador de gran potencia. Y esto es así, porque una ínfima señal de radio puede ser amplificada muy considerablemente. Baste tener presente, que con un pequeño receptor de transistores alimentado con una pila de 1,5 voltios, podemos escuchar una emisión procedente de un lugar muy lejano. Pero además, debemos tener en cuenta la formidable e insospechada tecnología existente en la Gloria y a disposición de Yavé.

Este último párrafo me aproxima a un par de aclaraciones que tal vez debería haber realizado antes, pero que entiendo que ahora es un momento tan adecuado como otro cualquiera:

La primera aclaración es, que Yavé y sus ángeles gozaban, ya en aquel tiempo, de una tecnología muy avanzada. Evidentemente, bastante superior a la que a principios del siglo XXI poseemos en el planeta Tierra. Pero, en mi opinión, muy semejante a los conocimientos que el ser humano tendría a su disposición a finales de este mismo siglo XXI; dando por supuesto, claro está, que se va a continuar avanzando con idéntica celeridad a la que está evolucionando la ciencia en los últimos cincuenta años, y suponiendo, lo cual no es poco suponer, que este planeta siguiera existiendo. Con esta aclaración he pretendido afirmar, que todavía estamos muy, muy por debajo del poder de Dios, pero que no distamos tanto de la técnica de la que entonces disfrutaba Yavé.

La segunda aclaración es la siguiente:

Yo no he encontrado, tal vez porque no he sabido encontrar, un solo versículo en el que Yavé diga a Moisés, que él oirá sus súplicas, peticiones, etc. Eso significa, que tal vez no se trate de un transmisor-receptor, sino simplemente de un receptor de radio. No obstante, esto no parece muy lógico, pues, para que un mensaje o una orden tengan plena efectividad, debe existir, como mínimo, un acuse de recibo. Y además, posiblemente, Yavé desearía tener noticias de sus amigos y escuchar sus peticiones. Y para eso se precisa un radioteléfono, o sea, un transmisor-receptor. Claro que…

Claro que, en este sentido no podemos ni debemos olvidar, que una parte del bloque transmisor tal vez no fuera necesaria, si tal y como se ha indicado en el capítulo de las vestiduras sacerdotales al referirnos a la tiara y su lámina, Yavé pudiese “oír” a los hombres, y que solamente somos nosotros, los que carecemos de capacidad para escucharle a él. En esas condiciones, con un receptor de radio sería suficiente. Pero en el caso de que así fuese, tendremos que considerar que, de todas formas, los impulsos eléctricos del cerebro deberán ser también recogidos y envueltos en una onda portadora mediante un oscilador que genere y regule la frecuencia deseada; que a continuación deben ser amplificados, y para finalizar, enviados al espacio sirviéndose de una antena. Y que todo este proceso, tenga su origen en la tiara o en un micrófono de cristales de cuarzo instalado en el pectoral –en tummim-urim−, no dejará de ser una transmisión. Y para esa transmisión sería de inestimable utilidad la gran antena existente en esa enorme rejilla que tenemos en el “altar de los holocaustos”; y que, si bien es muy necesaria como primera captación de ondas de sonido antes de pasar a la siguiente fase en la mesa de los panes, resultará una antena idónea para un emisor o transmisor.


LOS COMPONENTES DE UNA RADIO (24*4)


¿Que se precisa para la fabricación, montaje y puesta en funcionamiento de un receptor de radio?

Pues, al parecer, son cinco las partes imprescindibles de un receptor de radio: energía, antena, amplificadores de las ondas electromagnéticas, altavoz o bocina y conmutador. He dicho partes imprescindibles.

Veamos brevemente una por una.

Primera. Hubiera sido muy útil para Moisés poder servirse del abastecimiento de una red eléctrica; pero si las grandes compañías suministradoras de energía se habían negado a tender una línea a través del Sinaí y, por lo tanto, la Tienda de la Reunión no disfruta de esa comodidad, la energía eléctrica para ese receptor de radio deberá proceder de un generador o de una pila-batería.

Segunda: Se precisa de una antena con capacidad suficiente para captar las ondas electromagnéticas y convertirlas en oscilaciones eléctricas y viceversa.

Tercera: Son necesarios unos pasos de amplificación para aumentar la intensidad de las oscilaciones eléctricas.

Cuarta: También se requiere de un altavoz capaz de convertir los impulsos eléctricos en ondas sonoras perceptibles por el oído.

Quinta: Por último, es obligado disponer de un conmutador que, lógicamente podría ser de teclado, para poder establecer y cortar la comunicación, y modificar las frecuencias.

Además de estos cinco componentes imprescindibles, los receptores modernos disponen de unos sistemas de modulación, unos osciladores y unos procedimientos de selectividad con la finalidad de que el receptor pueda captar señales de una emisora y rechazar las de otra diferente. En este caso, y habida cuenta de la superior tecnología de Yavé, no había ninguna necesidad de modular ni de generar ondas de radiofrecuencia, y por supuesto, no era en absoluto necesario un sistema de selectividad para elegir emisora. Con aquella radio o teléfono, lógicamente, sólo se podía establecer contacto con Yavé.

Y ahora, antes de empezar estudiar cada paso, ruego al lector que disculpe los posibles errores en las descripciones de unas técnicas y de unos utensilios, que el mismo autor tampoco conoce en su integridad. Poco más o menos, Einstein lo dijo así:

“No has entendido algo, si eres incapaz de explicarlo para que tu abuela lo entienda”.

Así pues, confío en que todos hagamos un esfuerzo.


PRIMERO: OBTENCIÓN DE ENERGÍA ELÉCTRICA (24*5)


Si prescindimos del receptor de cristal, por muy perfecta que fuese la radio que Yavé pudiese dejar en la Tierra, es indudable que para su funcionamiento, al menos de antenas y altavoces, precisaba de una fuente de energía. Y esta energía debería proceder de una batería o de un generador.

Si Yavé nos dejaba una batería o una pila, se le planteaba un verdadero dilema: o debía utilizar energía nuclear, o las pilas tendrían una duración muy limitada. Como comprenderán, esa opción, aunque suponga una posibilidad, resulta disparatada. Y, puesto que Yavé no cometía disparates, en ningún momento contempló la opción de utilizar ese tipo de energía, y por lo tanto no tuvo más remedio que recurrir a las que nosotros conocemos como energías alternativas. Entre ellas eligió la solar.

Aquel lector que haya seguido en orden numérico los capítulos de este trabajo, habrá leído el correspondiente al candelabro y, por lo tanto ya sabe cómo se obtenía la energía necesaria para la alimentación de algunos componentes de esa radio. Aquí me remito a lo allí tratado y, únicamente, se efectuarán algunas precisiones a lo ya reseñado.

El aprovechamiento de la luz solar como fuente de energía mediante pequeños conversores que transforman esa luz en electricidad ha permitido al hombre, desde hace cuatro días, —ya en la segunda mitad del pasado siglo XX—, la construcción de receptores y emisores de radio alimentados por energía solar.

Y aquí nos encontramos con la célula fotovoltaica, y mejor todavía, con el fototransistor o la fotopila, que según me he podido enterar consultando en libros especializados tienen mucho que ver en este asunto.

Estos sistemas fotoeléctricos captan la radiación solar valiéndose de placas de selenio, silicio o germanio y la convierten en energía eléctrica de muy poca tensión. Después, mediante unos pasos de amplificación, se aumenta esa bajísima tensión y se consigue la diferencia de potencial o voltaje necesarios. Al parecer, en los primeros satélites Vanguar se utilizaron ciento ocho células, y en el Explorer VI, se captó la energía solar por medio de 1000 células fotovoltaicas que, convirtiendo en electricidad la energía procedente de la luz del sol, hizo posible la alimentación de las baterías del transmisor de radio.

Y ahora, dos precisiones de gran importancia; se puede decir que de grandísima importancia para el tema que no ocupa:

Primera. Que la vida útil de este sistema es prácticamente ilimitada.

Segunda. Que existe una regla básica que rige la obtención de la energía solar y que, como podrán advertir, no es ni mucho menos para despreciar: La cantidad de energía solar que se puede recoger depende mucho del lugar y de la orientación. Permítanme repetir e insistir: lugar y orientación. De momento, recordemos que el lugar donde nos encontramos es el desierto del Sinaí; y que un desierto del tipo sahariano, es un lugar idóneo para recibir mucha luz solar. De la orientación hablaremos unas líneas más abajo.

Es en este momento cuando entra en juego y aporta su maravilloso cometido el “caprichoso” candelabro. Y ahora debemos recordar las conclusiones que, sobre él, se han obtenido en este trabajo:

Que se ha fabricado en fundición una plancha de oro (bronce) de un peso aproximado a los cuarenta kilos.

Que esa plancha de oro, como es lógico, tiene parte delantera y parte trasera.

Que esa parte trasera, que nunca estaba a la vista, recibía la luz solar durante un buen número de horas al día y que, posiblemente, presentase algún grado de inclinación.

Que en esa parte trasera se colocaron o incrustaron las placas de células fotoeléctricas del colector solar. Incluso, deberemos admitir que Yavé pudiera utilizar cualquier otro sistema o tecnología que realizase esa misma función de receptor de luz.

Que en la parte delantera esta cincelado un candelabro de seis brazos.

Que en cada uno de los brazos hay tres receptáculos en forma de cáliz de flor, y que en el fuste tenemos otros cuatro, por lo que en total son veintidós cápsulas.

Que en cada uno de esos cálices, copas o cápsulas, se depositó una pequeña célula fotoeléctrica.

Que en la parte superior de cada brazo y del fuste hay una cazoleta para contener aceite de las lamparillas.

Que esas lamparillas, que permanecían encendidas desde la noche a la mañana, proporcionaban luz a las células fotoeléctricas depositadas en los cálices.

Que la electricidad generada por todas las células fotovoltaicas (traseras y delanteras), era remitida al interior del arca.

Que dentro del arca, esa energía eléctrica era “almacenada” en un acumulador-condensador.

Que el condensador tiene como misión secundaria servir como aislamiento de masa (conexión a tierra), a fin de reducir los posibles peligros de electrocución.

Que desde el condensador se alimentaba eléctricamente todo el circuito.

Que para realizar esta transferencia de energía desde el candelabro al arca, era conveniente que ambos objetos estuviesen a la menor distancia posible, y por supuesto, los dos en el lugar santísimo.

En la más flemática aceptación, se debería reconocer que aquel ingenio diseñado por Yavé en el Sinaí generaba electricidad día y noche, y que por lo tanto, la idea de fabricar el candelabro no fue mala del todo.

Y, ¿cuál sería la orientación más adecuada para el candelabro?

También lo hemos comentado. Se dice en Éx. 26, 35: La mesa la pondrá delante del velo, y frente a la mesa, el candelabro. Éste (el candelabro), del lado meridional (sur) de la morada; la mesa del lado del norte.

Estamos en un desierto en la península del Sinaí ––que no es precisamente una tupida u oscura selva tropical––, y donde la luz recibida del sol puede resultar cegadora. En ese tórrido y luminoso erial es donde hemos colocado el candelabro en el lado sur del tabernáculo. La orientación que más horas al día recibe la luz solar.

¿Es suficiente evidencia? ¿Se precisa alguna otra explicación aclaratoria?

Todo este asunto del candelabro, incluso para la mezquindad de aquellos que han decidido instalarse en la cómoda negación, debería presentar muy escasas dificultades; pero muy, muy escasas.


SEGUNDO: ANTENA (24*6)


Una antena de radiorreceptor o de radiotransmisor —con algunas diferencias entre ellos—, no es otra cosa más que un sistema de alambres o varillas fabricadas con un metal buen conductor de la electricidad. Su función es la de recibir y transmitir las ondas radioeléctricas. La antena más sencilla consiste en una simple varilla o cable aislado de tierra y tendido entre dos puntos a una cierta altura. Una antena muy, muy aceptable, casi ideal, sería un entramado de varillas metálicas semejando una red o malla, depositado sobre un soporte de madera y a una cierta altura del suelo. Y tengamos presente que la madera es un formidable aislante, y que metales como el oro, el bronce y el cobre son unos excelentes conductores de la electricidad.

¿Vamos identificando algún utensilio?

Las ondas radioeléctricas recibidas, producen en la antena unas variaciones de potencial extremadamente débiles que deben pasar al receptor para ser amplificadas. En la actualidad, los hombres, que todavía no gozamos de la alta tecnología de Yavé, disponemos ya de receptores de radio con equipos amplificadores de tal sensibilidad, con una tan formidable ganancia (medida en decibelios), que son capaces de detectar y amplificar una señal de ínfima potencia captada por una antena. Una gran mayoría de receptores de radio funcionan perfectamente recibiendo una señal en antena de una millonésima de voltio. El proceso de recepción de una antena consiste en una primera amplificación de las débiles y casi inapreciable tensiones inducidas por radiaciones electromagnéticas; después se efectúa una detección, es decir, se disocia (se separa) la onda moduladora de la portadora. La tensión detectada que reproduce la señal que contiene la información, puede ser posteriormente amplificada lo suficiente para accionar un altavoz.

Y ahora es el momento de traer a nuestra memoria unos muebles-utensilios que son muy especiales. Me refiero a la “mesa de los panes” y, por supuesto, “al altar de los holocaustos”.

La mesa de los panes de la proposición.

Como ya hice constar en el capítulo correspondiente, podemos considerar que, como mínimo, es de una gran "originalidad" la idea que defienden y mantienen los fervorosos ungidos, asegurando que Yavé diseñó y ordenó la construcción de una mesa sobre la cual todas las semanas (los sábados) se debían presentarle una oferta doce panes. Yo no me imagino a Yavé comiendo un trozo de pan. No, realmente no me lo imagino. Y posiblemente, lo mismo ocurrirá con algún que otro lector a quien le resulte muy difícil representarse a Yavé en tal ocupación. Claro que, ya sabemos para qué adaptaron y adoptaron aquella mesa los menesterosos sacerdotes.

Además, y por otra parte, ese mueble no se coloca en el santísimo que es donde Yavé habla con Moisés, sino al otro lado del velo de separación, en la antecámara o lugar santo.

Pero no es eso únicamente. ¿Alguien, alguna vez, en algún sitio, ha visto una mesa que tenga un reborde a su alrededor, enguirnaldado de oro, y de casi medio metro de altura? (Éx. 25, 23-30). Yo, por supuesto, no he visto nada parecido; y si en alguna ocasión me encontrase con ella, inmediatamente preguntaría: ¿para qué sirve? Las mesas, que no sean de taller de joyería o billar, no necesitan ningún reborde; y desde luego, medio metro de altura es mucho reborde, incluso para los jugadores que tengamos dificultades para mantener las bolas de billar dentro de la mesa. De cualquier manera, Yavé parece demasiado pendiente de las enigmáticas molduras y rebordes; y eso se debe a alguna razón especial.

Y ahora, si a don Reverendo le parece bien, puede que sea el momento de abandonar fantasías y ambigüedades:

Fabricado en oro, o en una aleación de cobre y bronce, un reborde o una guirnalda que rodee todo un objeto de madera ––que lo aísla de tierra––; con filigranas o cenefas y ribetes; que tenga una altura de casi cincuenta centímetros, y que, según las medidas de la mesa, nos arrojan una superficie de casi un metro y medio cuadrado, sin la menor duda, esa corona resultará una excelente antena. Y si además, ese conjunto de figuras y adornos enguirnaldados, no presentasen una continuidad absoluta y por el contrario estuviese constituida por módulos o conjuntos de figuras aisladas, resultaría sumamente adecuado para la función que se pretende obtener de una antena.

El altar de los holocaustos.

Por lo general —siempre y cuando la potencia de emisión no sea demasiado grande—, resulta posible utilizar una misma antena para recibir y para transmitir; pero, en casos como el presente nos encontramos con la evidencia de que no disponemos de una antena solamente, sino que tenemos otra de formidables dimensiones —poco más de seis metros cuadrados de superficie—, en una rejilla o parrilla, también debidamente aislada de tierra mediante un bastidor de madera. Me estoy refiriendo, lógicamente, a esa red metálica que los sacerdotes y levitas transformaron en un Altar para los Holocaustos, y que para su mayor comodidad, retiraron del tabernáculo y colocaron en el atrio.

Y ahora reparemos en algo bastante curioso:

El arca del Testimonio siempre debía quedar en algún lugar alto –monte, colina, loma, cerro−.

Veamos qué hay de cierto en esta afirmación: 1. Josué depositó el arca en la ciudad de Silo (la actual Khirbet Seilun, que está sobre una colina).

2. Después de Silo, el arca, tras la desgraciada peripecia en manos de los filisteos, quedó en casa de Abinadab, que está sobre una colina (II Sam. 6, 3)

3. De allí pasa a casa de Obededom de Gat (Gat es un tell, o sea, un montículo)

Nota. También se afirma que Obededom vivía en Gabaón. (Gabaón significa ciudad de la colina)

4. A continuación, el arca fue a la Ciudadela de David que estaba sobre la colina de Ofel.

5. Su destino último fue el Templo de Salomón, sobre el monte Moriá.

Y esta llamativa curiosidad sobre la instalación del arca, inevitablemente nos conduce a una pregunta que, por supuesto, tiene su pizquita de malicia:

¿Por qué? ¿Cuál es la razón que obligara, o al menos aconsejara, que el Tabernáculo y el Arca del Testimonio estuviesen en una cota elevada?

Respuesta:

El arca se utiliza para establecer contacto con Yavé que, como afirma varias veces Salomón (I Rey. 8), “se encuentra en su morada, allí en la lejanía de los cielos.” Y resulta que, para establecer contacto de audio con alguien que se encuentra tan lejos, es bastante aconsejable situar el equipo receptor en una altura. ¿O no?


LOS CUERNOS DE LOS ALTARES (24*7)


Y ahora, tal y como prometí en los capítulos del altar de los perfumes y en el del altar de los holocaustos, es el momento de hablar de los cuernos que adornan estos utensilios:

Soldado o ensamblado a cada una de las cuatro esquinas de aquella rejilla de bronce, y también a la bandeja metálica del altar de los inciensos, en posición vertical y apuntando al cielo, Yavé ordenó la colocación de un complemento con forma de una “V” o de una “Y”. Y resulta, que ese complemento, que estaba fabricado de metal, presentaba una gran semejanza con unos “cuernos”,

¿Qué de donde he obtenido esa deducción?

Pues por dos vías diferentes:

Primera: Por la lógica de reconocer que Yavé no precisaba unos muebles con cuernos.

Segunda: Por el diccionario de la Real Academia. Si alguien lo desea puede molestarse, solamente unos segundos, para consultarlo y buscar en él el vocablo cuernos. Seguramente, como uno de sus sinónimos o equivalentes, encontrará la palabra antena.

Si admitimos que Yavé no andaba jugando con cuernos; si aceptamos que cuernos y antena son sinónimos; y si recordamos que de lo que estamos hablando es precisamente de una antena de radio, para aquellos que no sean piadosos sacerdotes, no será muy difícil reconocer en aquellos “cuernos” una parte de las antenas.

Yo estoy seguro de que Yavé y sus “ángeles ingenieros”, sabían de esto algo más que los antenistas más competentes, y si aquellos visitantes diseñaron una antena que en sus cuatro ángulos presentaba cuatro apéndices metálicos en forma de “V”, tiene que ser porque aquello mejoraba la utilidad del conjunto.

Y ésta es la sencilla explicación que justifica la presencia de unos cuernos en un altar. Pero igual que en otras ocasiones, yo me someto, resignadamente, al justo y acertado criterio de los taurinos sacerdotes, cuando aseguran que el astado altar de los holocaustos tenía doble cornamenta que un miura. ¿Por qué no?

Así pues, no será por falta de antena; desestimando el pectoral, tenemos tres. Una de ellas ––el altar de los holocaustos––, de una gran potencia; otra ––la mesa del reborde afiligranado––, de una gran sensibilidad; y una tercera ––el altar de los inciensos––, que por su colocación entre unos y otros, posiblemente facilitase la distribución de las ondas electromagnéticas entre el conjunto de utensilios.

Otra de las muchas, de las muchísimas cuestiones que ignoro, sobre la intención de los ingenieros de Yavé, es la utilidad principal de la gran antena. No sé si formaba parte del conjunto de la antena de recepción —que podía constar de tres partes: mesa y dos altares—, o simplemente servía para transmitir. Sea como fuere, las tres antenas deberían mantener algún tipo de contacto. A menos que..., a menos que Yavé dispusiera de los suficientes conocimientos como para servirse de la tecnología "sin cables".


TERCERO: AMPLIFICADORES (24*8)


Los pasos amplificadores son los sistemas que sirven para aumentar la amplitud o potencia de una señal eléctrica, y por lo tanto, se pueden utilizar para elevar la ínfima y diminuta señal que ha recogido una antena de radio y también para amplificar la señal eléctrica que alimenta un sistema de altavoces.

En función del tipo de frecuencias que usen, existen dos tipos principales de amplificadores: unos suelen funcionar con frecuencias inferiores a 1 KHz o sea menores de 1000 ciclos por segundo; los otros, los denominados amplificadores de radiofrecuencia, aumentan los niveles de señales de los sistemas de comunicaciones de radio, trabajando con frecuencias superiores a los GHz (mil millones de Hz).

Un dispositivo amplificador de uso muy común es el transistor.

Por supuesto, lo que no voy a hacer es contar al sufrido lector, el cómo y el por qué, del funcionamiento de esos componentes electrónicos, pero sí quiero decir que, si a un transistor le aplicamos una corriente de entrada, obtendremos a la salida otra corriente de tensión superior a la aplicada. De esta manera, transistor a transistor, se va aumentando la potencia de aquella pequeña señal. En todos los receptores hay varias etapas de amplificación, primero para aumentar el voltaje de la señal de antena, y después para ampliar la potencia de entrada a los altavoces. Y también deseo señalar, que mediante la utilización de circuitos integrados, es posible colocar no sólo miles, sino millones de transistores en pequeñísimas placas de silicio que conocemos como microchips. Además, el consumo de energía en ínfimo, y por esta razón se utiliza en radio, satélites artificiales y en todo tipo de sistemas electrónicos portátiles.

Pues bien, si aquel interesante objeto protegido por la malla semimetálica del pectoral; sí, aquel que tiene doce cápsulas con doce distintos pulsadores de colores, ¿saben a cual me refiero?; si por una pequeña casualidad, resultase que contenía un circuito integrado, podrían acoplarse, al menos, doce microchips con una impresionante cantidad de transistores con sus correspondientes amplificadores, resistencias, condensadores y osciladores de cristal de cuarzo.

Y ahora, fijémonos en una irrebatible evidencia:

En la actualidad, con una tecnología de muy pocos años, y mediante un teléfono móvil de muy reducidas dimensiones, podemos escuchar y hablar con personas alejadas de nosotros por miles de kilómetros. Dentro de muy pocos años, estos teléfonos móviles de la actualidad habrán quedado totalmente superados –obsoletos, dirán algunos− por los nuevos avances de la investigación en radio y telefonía, de tal manera que, los nuevos productos serán todavía más reducidos en tamaño y al mismo tiempo más potentes. Si tenemos esto en cuenta, sin caer postrados de rodillas ante los milagrosos milagros, nos será fácil aceptar la capacidad científica de unos seres dotados de una tecnología que les permitía desplazarse por la inmensidad el cosmos.


CUARTO: ALTAVOCES (24*9)


Éx. 25, 21: “Pondrás el propiciatorio sobre el arca, encerrando en ella el testimonio que yo te daré. Allí me revelaré a ti, y de sobre el propiciatorio, de en medio de los dos querubines, te comunicaré yo todo cuánto para los hijos de Israel te mandaré”.

De en medio de los querubines. De allí salía la voz.

Los altavoces no son difíciles de construir. Constan de unas membranas y unos electroimanes, que con un núcleo de hierro y un hilo de cobre, puede fabricarlos un niño; un niño listo, claro está.

El altavoz tiene la finalidad de hacer llegar al auditorio los sonidos interpretados y ampliados en el receptor. Pero si ese auditorio es tan limitado que, como en este caso, sólo consta de una sola persona, el sonido puede llegar hasta ella a través de una bocina, un cuerno, un cono metálico o una trompetilla. Los sonidos emitidos por esas cornetas o trompetillas son recogidos y reflejados por las paredes metálicas del interior del arca ––recordemos que el interior del arca está recubierto de una lamina de cobre–– y, como una resonancia, salen al exterior a través de las bocas de los querubines.

El sistema de altavoces amplificadores de sonido y, por supuesto, el acumulador-condensador del interior del arca, debería disponer de una toma de tierra para evitar descargas peligrosas. Unas descargas eléctricas, que siendo independientes del voltaje, son proporcionales a la intensidad. Naturalmente, que también puede carecer de ese contacto-masa si así se decide, pero siempre y cuando, su manejo se realice con las necesarias precauciones. Si alguien no autorizado, y usando de la osadía que proporciona la ignorancia, intenta manipular en el arca, que se atenga a las consecuencias.


QUINTO: EL CONMUTADOR (24*10)


Un aparato transmisor-receptor precisa todavía de algo más. Necesita de un sistema que se pueda utilizar como conmutador, como llave ON-OF. Requiere de un ingenio que sea especialmente adecuado para ponerlo en funcionamiento, para desconectarlo y, por supuesto, que también pueda servir para variar las frecuencias de recepción. Un utensilio, que al mismo tiempo, tuviese utilidad para disponer de una clave que limitase su utilización y permitiese ser usado, únicamente, por aquellas personas que gozasen de la preceptiva autorización.

Aquí encontramos la otra utilidad del contenido del pectoral, de ese Tummim-Urim alimentado por pilas-electrodos, que se oprimía contra el corazón valiéndose del efod y del cinturón. Aquel conjunto de botones, además de una radio o teléfono, es una especie de mando a distancia que permite poner en funcionamiento el conjunto de audio. Recordemos la gran semejanza que presenta ese utensilio, compuesto de cuatro filas de tres columnas, con el dial de un teclado de teléfono. Basta que en nuestra mente sustituyamos cada uno de los iluminados botones de colores por un número. Y tengamos en cuenta, que en tummim-urim disponemos de doce cristales y que, mediante un oscilador de cristal —si elegimos el adecuado—, podremos conseguir una frecuencia exacta y de una enorme estabilidad.

Nota: Un oscilador de cristal de cuarzo proporciona una magnífica estabilidad de la frecuencia de radio. Se utiliza bastante para UHF (frecuencias ultra elevadas). El problema está en que no resulta muy adecuado cuando necesitamos modificar esas frecuencias; pero claro, este problema se soluciona utilizando otro cristal de cuarzo de características diferentes. Y tengamos presente estas dos circunstancias:
1ª La gran conexión existente entre cada uno de los colores de la luz con una determinada frecuencia y, lógicamente, con una longitud de onda muy exacta.
2ª Que disponemos de doce botones-cristales de luz.

Con estos cinco componentes descritos como:

Generador o candelabro; antenas o mesa de los panes, rejilla del altar de los holocaustos y cuernos del altar de los inciensos; amplificador, contenido del pectoral (Tummim-Urim); altavoz en el interior del arca —potenciado por la resonancia de sus paredes y por los querubines—; conmutador, pin y modificador de frecuencias también en Tummim-Urim, hemos reunido las cinco partes de un receptor de radio con el que captar una sola emisora.

¿Y ya está?

Pues, poco más o menos.

Por supuesto, esos componentes, así, por separado, no funcionan. Por muy bien diseñados y fabricados que puedan estar, si los dejamos dispersos por un par de aposentos, unos en el santísimo y otros en el santo, e incluso uno de ellos situado en el atrio, y si no establecemos un recomendable contacto eléctrico entre los unos y los otros, es muy posible que no escucharemos la palabra de Yavé. Claro que, en pobre compensación, lo que tenemos casi garantizado es poder captar el más absoluto y grato silencio. Sin embargo, para escuchar el sonido del silencio, por muy delicioso que lo hicieran Paul y Art, y por muy ecológico y deseable que en ocasiones pueda parecernos, no se construye un aparato de radio.

Sin embargo…,

Nadie puede dudar, que de la misma forma que un mando de control remoto o un teléfono móvil pueden establecer unos contactos que, hasta hace muy pocos años resultaban absolutamente ilusorios, posiblemente Yavé pudiera hacer funcionar aquel conjunto de aparatos sin establecer entre ellos un contacto físico. Es muy posible que Yavé, que de todo esto sabía algo más que yo, hiciese uso de conexiones inalámbricas.

Y en esas circunstancias, sí; sí que funcionaría.

De todas formas…, de todas formas, para ese ansiado contacto, estudiemos el Óleo de la Unción.


OTRA VEZ EL ÓLEO DE LA UNCIÓN (24*11)


¿Recuerda el lector aquel asunto del óleo de la unción que dejamos anunciado y pendiente cuando tratamos sobre los perfumes y los inciensos? ¿Y recuerdan lo que se dijo respecto al significado de las palabras homónimas?

Pues, ya estamos aquí.

En esos óleos, en ese aceite, en esa grasa, puede estar ese sistema de conexión. Y en la palabra unción puede estar la solución.

Pero entiéndanme bien: al contrario de lo que sucede en otras interpretaciones en las que mi osadía y yo gozamos de una cierta seguridad, este asunto de los aceites se me escurre de entre los dedos.

En Éx. 30, 22-38, nos encontramos con la utilización de dos verbos muy diferentes, y que además, presenta unos significados absolutamente distintos: ungir y uncir.

1. Ungir significa aplicar a una cosa aceite o alguna otra sustancia oleosa. Signar con óleo sagrado.

2. Uncir significa atar, enlazar, enganchar, y sobre todo unir.

Hasta aquí casi todos estamos de acuerdo. Ahora, sigamos cavilando.

Dicen que unción viene de ungir. Más adecuado sería unguión, pero, como nos apetece ser tolerantes damos nuestro asentimiento.

Sin embargo, ahora yo quisiera saber: ¿cómo se denominaría al acto de unir o uncir? De unir, sin duda es unión, ¿de uncir, también sin duda sería unción?

Por lo tanto, la palabra unción puede tener dos significados muy distintos. Podría expresar el acto de ungir y también el acto de unir.

El diccionario, al ser consultado, ha vuelto la cabeza y ha mirado para otro lado. Ante mi insistencia, en un confuso y equívoco murmullo, me ha dicho que unción sólo viene de ungir y que la acción de uncir (atar, unir) no existe. En este caso, no hay ni siquiera una muestra de paronomasia.

Sin embargo, si unción fuese el acto de uncir, y por lo tanto pudiese significar unión, y, si tal y como dice Yavé, ese óleo será el óleo de la unción sagrada para mí de generación en generación, tal vez ese óleo de la unción no tenía como objeto ungir, signar o embadurnar con aceite a los sacerdotes, sino uncir, enlazar o unir al hombre con Yavé. Entonces, en ese caso, el versículo treinta y uno quedaría así: será el óleo de la unción sagrada a mí (unión sagrada a mí) de generación en generación.

Adviértase: únicamente se ha cambiado la preposición a sustituyendo a la preposición para; y recordemos que ambas son proposiciones de dativo y que, por lo tanto, pueden tener el mismo significado —voy a casa o voy para casa; una oración a Dios o una oración para Dios—. Y también debemos tener muy presente que la única unión o unción que dejó Yavé fue un ángel, o lo que es lo mismo, una radio.

Tal vez sea importante poder unir entre sí los muebles del tabernáculo, a todos los cuales, por cierto, se aplica el óleo. Así lo dice Éx. 30, 26-31: (26) Con él (se está refiriendo al óleo) ungirás (¿uncirás?) el tabernáculo de la reunión, el arca del testimonio, (27) la mesa, con todos sus utensilios; el candelero, con sus utensilios; el altar del incienso, (28) el altar de los holocaustos, con sus utensilios, y el pilón con su base. (29) Así los consagrarán y serán santísimos; cuanto los tocare será santo. (30) Con él ungirás a Arón y a sus hijos y los consagrarás para mi servicio como sacerdotes. (31) Hablarás así a los hijos de Israel; ese será el óleo de la unción sagrada para mí de generación en generación.

Si la tercera palabra del versículo veintiséis, en lugar de ungirás, fuese uncirás, resulta que tenemos una maravillosa solución para el arduo problema de establecer una necesaria unión entre todos los componentes de la radio.

Y, en otro además:

Para consagrar y ungir unos muebles y un par de sacerdotes, ¿hace falta casi veinte kilos de óleo? Si trasladamos al sistema métrico decimal, las cantidades reflejadas en Éx. 30, 22-24, obtenemos cerca de veinte kilogramos de óleo. ¿No será mucho óleo? Debemos tener en cuenta que con esa cantidad de óleo, se puede ungir y consagrar a varios miles de sacerdotes.

Sin la menor duda son muchos, demasiados kilos para ungir.

Y, en un nuevo además:

Resulta, que muy próximo a todo esto nos encontramos con un episodio del que ya hemos hablado en relación con la ubicación del altar de los holocaustos. Ahora, de ese mismo relato, obtendremos alguna otra deducción.

Incidimos de nuevo en el suceso narrado en Levítico, capítulo diez.

Se ha producido un accidente, que haciendo bueno el refrán que asegura que quien juega con fuego se quema, ha ocasionado la muerte de dos de los hijos de Arón, los sacerdotes Nadab y Abiú, que habiendo sido ungidos con el óleo, no tienen otra ocurrencia que andar enredando con el fuego.

Después de la fatal imprudencia de los dos sacerdotes, se plantea la necesidad de sacar sus cadáveres del tabernáculo. No obstante, y según se desprende del relato bíblico, esa misión implica algunas dificultades. Al parecer, el resto de los sacerdotes que se encuentran en el tabernáculo (Arón, Eleazar e Itamar) no pueden salir, y es por esa razón por lo que Moisés se ve en la necesidad de requerir a los dos primos de Arón —Misael y Elisafán— que no habían sido humedecidos con el óleo, para que retiren los cadáveres de los malogrados Nadab y Abiú. (Lev. 10, 4).

Y aquí es donde nos encontramos con el más que oscuro, con el más que extraño y con el más que incomprensible, versículo siete del capítulo diez del Levítico. En él, Moisés dice a su hermano Arón, y a sus otros sobrinos Eleazar e Itamar: Vosotros no salgáis del tabernáculo de la reunión, no sea que muráis, porque lleváis sobre vosotros el óleo de la unción de Yavé.

Aunque no se quiera, tenemos que entender que Moisés les aconseja: No salgáis de la protección de las lonas porque estáis untados de aceite especial y podéis freíros.

¿Quiere ese versículo significar que ese óleo de la unción representaba un peligro, o al menos suponía un riesgo, si la persona con él ungida se exponía a la luz del sol, al calor o al fuego? En esencia, lo que dice es: No salgáis porque podéis morir.

Debemos recordar, que según Lev. 8, 30, Arón y sus hijos habían sido “remojados” con el óleo, que tres versículos después, reciben la orden de permanecer siete días en el interior del tabernáculo, y que salir de allí les supondría la muerte. Y tampoco deberíamos olvidar, que en el capítulo siguiente, el Lev. 9, 23-24, el fuego que procede de Yavé, consume el holocausto. ¿Era tan peligroso ese óleo que justifica la recomendación de Moisés para que los dos cadáveres de los hijos de Arón e incluso sus túnicas, fuesen alejados del tabernáculo y del campamento? (Lev. 10, 5). No olvidemos que las túnicas se heredaban y se transmitían de un sacerdote a otro. (Éx. 29, 29)

Es en este momento, cuando la duda toma la forma de gran interrogante: ¿Cabe la posibilidad de que Yavé y sus ángeles utilizasen una mezcla de aceite y componentes químicos, algunos de las cuales, como vimos en su momento, no son identificados?; ¿es posible fabricar o componer una sustancia líquida con capacidad para unir entre sí los componentes de la radio?; ¿es posible que Yavé fabricase un aceite potenciador, capaz de favorecer e incrementar la captación de la energía de la luz solar?; ¿será eso posible?; ¿serían tan listos? Como hice constar en el capítulo del candelabro, yo estoy convencido que Yavé era bastante “listo”. Claro, que por supuesto, nadie recela ni discute acerca de la sabiduría de Yavé; nuestra duda, únicamente se centra en la posibilidad de que aquellos visitantes tuviesen la técnica suficiente para unir o conectar entre sí los distintos componentes de la radio sin depender de un contacto mecánico y sirviéndose sólo de conexiones inalámbricas.


UN POTENTE CAPTADOR DE LA LUZ SOLAR (24*12)


No quiero dejar este tema del óleo de la unción, sin llamar la atención acerca de una sugestiva posibilidad. Para ello ruego que me permitan un punto de ciencia-ficción. Y a estos efectos, quiero recordar a los lectores que deben tener muy en cuenta que hasta hace pocas décadas —si exceptuamos aquella captación de la luz solar que con fines bélicos realizó Arquímedes de Siracusa hace veintidós siglos—, la transformación de luz en energía eléctrica no era otra cosa sino pura ciencia-ficción.

Pues bien, considerando la gran cantidad de óleo que se fabrica (Éx. 30, 22-24); reconociendo la evidente peligrosidad de su uso (Lev. 10, 7); no olvidando que con él se deben impregnar la Tienda de la Reunión y TODOS SUS UTENSILIOS (Éx. 30, 26-29); y admitiendo la utilidad real que de esos objetos se propone en este trabajo, nos encontramos con la manifiesta posibilidad de que esa divina grasa, con sus ignotos componentes, pudiese sustituir con ventaja a las placas de silicio, o que, al menos, facilitase o potenciase su función captadora de la luz solar. ¿Alguien pone en duda que una substancia química captadora y fijadora de luz solar, mejoraría, o como suele decirse, optimizaría el rendimiento de una placa fotoeléctrica? ¿Existe todavía algún “sabio” que no admita, que una más grande o más pequeña ciencia-ficción, pueda convertirse en ciencia-real y auténtica?

Y por otra parte, esta facultad de los óleos abriría unas inmensas perspectivas en relación con otras culturas de aquellas épocas, y de edades muy anteriores, a propósito de las ignoradas utilidades de algunas de las construcciones más significativas, y que fueron dotadas de grandes superficies lisas e inclinadas. Aquellas paredes, debidamente impregnadas por una película de algún tipo de sustancia química, y recibiendo muchas horas diarias de luz, resultarían unos formidables captadores solares. Pero además, en esas misteriosas pirámides, nos encontramos con unos extraños y angostos conductos, de los cuales, cuando se nos ha facilitado información sobre su utilidad, no se presentan como absolutamente convincentes, pero que, sin embargo, resultarían muy adecuados para transferir la energía solar recogida hasta las “cámaras reales”. Unas cámaras reales que podían contener, bien embadurnado de aceite potenciador, algún tipo de acumulador o condensador o receptor de energía. Fin de la ciencia-ficción; regresamos a los milagros.


LAS BARRAS DE TRANSPORTE (24*13)


Desde el primer momento, cuando se inició la descripción del mobiliario del tabernáculo, y más concretamente al referirnos a los querubines, se hizo constar que los artistas hebreos no habrían podido sustraerse de las influencias egipcias, puesto que en el país del Nilo es donde habían aprendido el oficio, y, por lo tanto eran muy lógicas las evidentes afinidades que se apreciaban. Pues bien, si exceptuamos una silla gestatoria que está dotada de unos terminales que hacen las veces de manija, resulta que en ninguna de las arcas, mesas, lámparas o cajas egipcias que he podido admirar, y que en su mayor parte proceden de la tumba de Tut-Ank-Amón, ni en una sola he podido encontrar barras de transporte. Sin embargo, de los cinco muebles que existen en el interior del tabernáculo, cuatro de ellos, están dotados de barras para su transporte. ¿Curioso, verdad?

Por supuesto, es posible sugerir que aquellos artículos que se depositaban en una tumba no precisaban de adaptaciones que los hicieran aptos para el transporte, porque, al fin y al cabo, ¿dónde tenía que viajar el faraón? Sin embargo, ese argumento no es válido, puesto que, además de existir un innegable realismo en el mobiliario de las tumbas, nos encontramos con la mencionada silla de paseo para facilitar la movilidad del rey, y para colmo de la ajetreada vida postmortem del monarca, junto a su sarcófago advertimos la presencia de un hermoso y aparentemente muy veloz carro de caballos. Por lo tanto, si no hay barras de transporte debemos entender que en Egipto utilizaban las parihuelas o angarillas para esos menesteres, y que el “invento” de las barras de transporte podría ser uno de los primeros logros del ingenio hebreo.

Pero además, si tal y como se demuestra en Núm. 4, 10, ya se les había ocurrido que los muebles podían transportarse con parihuelas o angarillas, y así lo hacen con el candelabro, ¿a qué viene tanta tabarra de anillas y barras de transporte?

¿Tendrían otra utilización esas barras?

Que las barras de transporte tenían una utilidad extra o complementaria, es muy evidente en al menos uno de los muebles: El arca del Testimonio.

Éx. 25, 15: “Las barras quedarán siempre en los anillos y no se sacarán”.

Moisés dice a los artesanos Besalel y Oliab: Hacedme las barras para el Arca. Las haréis de esta manera y con estos materiales. Hasta aquí poco más o menos normal. Pero luego finaliza su encargo ordenando que esas barras pasen por las anillas, y nunca se sacarán de allí. Lo más lógico es que los artesanos, igual que nos ocurre ahora a nosotros, quedasen sorprendidos por el capricho de fabricar unas barras extraíbles que no se deban extraer y que siempre estarán en las anillas.

Como ya he comentado en otras ocasiones, en mi opinión, el motivo por el cual Yavé ordena que las barras no se saquen de las anillas es como medida de seguridad teniendo en consideración la peligrosidad del Arca, y con la intención de que los levitas no se vieran obligado a tocar aquel mueble. Por lo tanto, ya tenemos dos justificaciones para las barras del arca: para el transporte sin dañar la mercancía y para seguridad de los transportistas.

Pero, a pesar de que ahora estamos intentando resolver la incógnita de la doble utilidad de esas barras del arca, no podemos por menos que preguntarnos:

¿Por qué era peligrosa el arca?

Pues, sencillamente, porque el arca no era un juguete y, por supuesto, no era un baúl destinado a guardar todo aquello que pareciera digno de ser conservado. El arca tenía una misión doble muy concreta: Guardar el Testimonio y servir como acumulador-condensador de la energía necesaria para un sistema de audio. Teniendo esto en cuenta, Yavé decidió que el arca estuviese dotada para su autoprotección, de algún sistema de defensa que, como un chispazo eléctrico, disuadiera a quien sin estar autorizado tuviera la osadía de poner la mano sobre el mueble. Y si atendemos al episodio de Ozá, parece que el sistema funcionó y que la descarga era letal. Sin embargo, yo creo que esos chispazos no eran mortales. Desagradables e intimidantes, seguro que lo eran, pero nada más. Como diría aquel genial humorista, el chispazo “mataba flojito”.

¿Y cuál es el sistema más simple para conseguir una pequeña o “menos pequeña” descarga eléctrica?

Pues, sencillamente, no proceder al aislamiento de los componentes eléctricos depositados en su interior. Para aquel lector que no tenga conocimientos de electricidad ––que alguno habrá––, creo que es necesario informarle que los aparatos eléctricos deben tener una conexión a masa o tierra, puesto que de no ser así, la diferencia de tensión puede ocasionar una fuerte descarga eléctrica a quien tenga la suficiente dosis de ignorancia para tocar su carcasa o cualquier otro componente metálico. Todos sabemos lo poco recomendable que es “enredar” en el interior de un televisor cuando está conectado.

De la peligrosidad del arca no existe ni la menor duda y, basta recordar el muy expresivo lamento de Núm. 17, 12: Los hijos de Israel hablaron a Moisés, diciendo: “Está visto, muertos somos, perdidos, perdidos todos; Cuantos pretenden acercarse al Tabernáculo de Yavé perecen. ¿En verdad habremos de perecer todos?”. El asunto está bastante claro: se ha prohibido entrar en el santuario, mucho mayor delito supone penetrar en el santísimo y, por supuesto, tocar el arca está castigado con la muerte. Y si no era la muerte, al menos era un chispazo que ponía los pelos de punta. Y eso, en aquel momento y con aquellas creencias y supersticiones, era más que suficiente.

Entonces, ¿cuál era la mejor manera de evitar esa descarga eléctrica procedente del arca?

Por supuesto, lo mejor y más seguro es no tocar el arca. Pero si estás obligado a ello por tener que desplazarlo o simplemente cambiarlo de posición, debes realizar la operación con la protección de los aislantes. Un estupendo aislante es la madera. Si levantas el arca con unos manguitos de madera colocados al final de las barras metálicas, no existe el menor peligro.

Siendo muy cierto que en el mobiliario egipcio al que he tenido acceso, no he encontrado barras de transporte, también es verdad, que procedentes de otras culturas, sí que he visto arcones, normalmente muy pesados, que están guarnecidos de anillas, y también he tenido oportunidad de ver alguna que otra imagen, estatua, talla y sobre todo conjunto escultórico, que tenía colocadas unas anillas para pasar a través de ellas unas barras con el objeto de poder transportar esa obra. Pero, por supuesto, lo que no he visto jamás en un mueble o imagen dotado de anillas y barras, es la prohibición expresa de retirar las barras de transportes. Y si alguien conoce ese mueble del que no pueden extraerse las barras, me gustaría mucho que me explicase su fundamento. Pero que me lo explicase con claridad, porque no me parecería muy convincente que se limitasen a interpretar que nadie debía tocar ese mueble para no profanarlo, pero que un mueble tan especial como el candelabro, sí que podía ser profanado. Y desde luego, lo que a mi alma inmortal entristecería enormemente, sería esa socorrida y frecuente respuesta que afirma que: eso es un misterio impenetrable, porque Dios no desea que se conozcan los motivos y razones de su comportamiento.

Después de reconocer que unas angarillas o parihuelas hubieran realizado el mismo servicio para transportar los objetos del tabernáculo, tal y como sucede con el candelabro, debemos recapitular y admitir:

Primero: Que el arca hace los efectos de un condensador-acumulador de energía y, por lo tanto, su transporte requiere ciertas precauciones.

Segundo: Que la mesa, el altar de los holocaustos y el altar del incienso, eran tres antenas.

Tercero: Que dos de los muebles más pesados (candelabro y pilón), que no tienen función de antena, no están dotados de barras de transporte; el candelabro se transporta mediante unas angarillas, y en cuanto al transporte del pilón, el cronista no sabe o no contesta (ver capítulo XXII de este trabajo).

En consecuencia, las barras de transporte tienen, estas misiones:

En el arca, para facilitar el transporte, evitar peligro y como antena captadora.

En la mesa y en el altar del incienso, para facilitar el transporte de unos utensilios muy delicados (guirnalda y cuernos) y como antenas.

En el altar de los holocaustos para facilitar su transporte y como antena.


RESUMEN Y CONCLUSIONES DEL CAPÍTULO XXIV (24*14)


Repartidos entre cinco de esos seis muebles: Candelabro, arca, propiciatorio, mesa de los panes y altar de los holocaustos, encontramos los integrantes o componentes de un sistema receptor de audio: Generador de energía, amplificadores, bocinas o auriculares y las dos antenas.

Y por último, para poner en funcionamiento todo el sistema de audio, y como sistema de conmutación ON-OF, se utilizaba el tummim con su iluminado teclado de los doce urim.

El conjunto del sistema utilizaba el candelabro como generador de energía; solamente Tummim Urim se alimentaba de forma independiente sirviéndose de la energía eléctrica que generan los latidos del corazón.

El orden de la secuencia y clave de la comunicación era:

DE NÚMEROS DE YAVÉ A NOMBRES DEL EFOD; DE NOMBRES DEL EFOD A NÚMEROS DE TUMMIM URIM.

Para finalizar, y reiterando lo dicho al inicio de este capítulo, la comunicación entre el transmisor de la astronave y el receptor del arca, y puesto que debían limitarse a los tiempos de cita previamente acordados, en principio se estableció que se realizaría siempre en sábado. Ese era el día dedicado a Yavé, y cuando los sacerdotes, según consta en Lev. 24, 8-9, después de haber puesto el aceite en las lámparas del candelabro y de quemar el incienso en el altar de los óleos ––por la mañana y por la tarde––, permanecían en el tabernáculo. Era entonces y en aquel lugar, en aquel “locutorio”, cuando y donde los hijos de Leví aguardaban a que les pusiesen la conferencia.

Pero además, y como complemento, posiblemente la cita quedase acordada y concertada para un par de veces al año:

Una. En los días de la celebración de la Pascua —iniciada a partir del día catorce del mes de Abib—, durante siete días, en el sanctasanctórum se recibiría una excepcional comunicación.

Dos. En el día de la expiación, seis meses después.

En conclusión:

Todos los utensilios del Tabernáculo, incluidas las vestiduras sacerdotales, eran los diferentes componentes de un aparato de radio o de radiotelefonía que constaba de generadores de electricidad, antenas, amplificadores, altavoces, modificadores de frecuencia y conmutador.



Y ahora, evocando los siete primeros versos de Los Sonidos del Silencio (Simon and Garfunkel), sólo me resta intentar llamar la atención del oficial de radio de la nave Gloria y, recordarle, que en Éx. 23, 20-21 se nos dijo:

“Yo mandaré a un ángel... escucha su voz”.

Y que, por otra parte, en Núm. 7, 89 se nos ha informado:

Cuando Moisés entraba en el tabernáculo de la reunión para hablar con Yavé, oía la voz que le hablaba desde encima del propiciatorio puesto sobre el arca del testimonio, entre los dos querubines; así le hablaba Yavé.

Después de leídos muchas veces, únicamente sugiero que se intente comprender estos versículos. En ellos no se dice nada de ver o de sentir la presencia de Yavé o del ángel; en ellos sólo se hace referencia a escuchar su voz.

Por esta razón, nosotros, con todo respeto, pero también con todo el derecho que nos da ser hijos del hombre, respondemos:

De acuerdo, nosotros escucharemos su voz, pero, por favor:

¡QUE HABLE!; ¡QUE DIGA ALGO!

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