CAPÍTULO XXIII: LAS VESTIDURAS SACERDOTALES

Las vestiduras sacerdotales (23*1) La pasarela Sinaí (23*2) Éxodo, 28 (23*3) Los sabios ignorantes (23*4) El efod y el pectoral (23*5) El efod (23*6) El pectoral (23*7) El efod y el juego de las adivinanzas (23*8) El final del arca del Sinaí (23*9) ¿Qué es el efod? (23*10) ¿Qué es el pectoral? (23*11) El contenedor del pectoral (23*12) Las “piedras” de engaste del pectoral (23*13) ¿Qué relación existe entre las “piedras” y las tribus de Israel? (23*14) Las doce “piedras” preciosas (23*15) Las tres opciones (23*16) El pectoral es un utensilio que muestra doce pulsadores iluminados (23*17) La clave (23*18) Las combinaciones. El pin (23*19) Las pilas (23*20) El manto o sobretúnica del efod (23*21) La diadema (23*22) ¿Para qué servía esa lámina? (23*23) La tiara (23*24) La túnica bordada (23*25) Los calzoncillos (23*26) El gran sacerdote se presenta (23*27) Conclusiones (23*28) Unos cariñosos reproches (23*29)


LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (23*1)


El capítulo veintiocho del Éxodo, si no hubieran existido el veintiséis y el veintinueve, sería posiblemente el más soporífero de todos y, por supuesto, resultaría uno de los más absurdo de los cuarenta en que está dividido ese prodigioso segundo libro del Pentateuco. Baste decir que está dedicado, exclusivamente, al tema más tedioso que muchos hombres y no pocas mujeres puedan imaginar: Un desfile de modas para sacerdotes.

Así consta en el segundo versículo de ese capítulo, donde, al parecer, y según el ingenuo cronista, Yavé ha dicho a Moisés:

Harás para Arón, tu hermano, vestiduras sagradas que le den majestad y esplendor. En otro texto consta: para gloria y ornamento.

¡Ahí queda eso! Estos píos profesionales de los dioses tienen unas ocurrencias dignas de las más disparatadas historietas y cómics.

Es probable, y esta vez sin mala intención, que añadiendo cuatro palabritas de nada, los sacerdotes-escribas modificasen un versículo que Yavé, en realidad, solamente ordenaba: Harás unas vestiduras especiales. Digo esto, porque nadie dotado por los dioses con un mínimo de sensatez, puede creer que Yavé estuviese interesado por la majestad, esplendor, gloria y ornamento de un pastor hebreo.


LA PASARELA SINAÍ (23*2)


“Señores sacerdotes, acompañados de sus esposas, suegras y cuñadas:

Me complace brindarles el más cordial saludo de recibimiento y acogida a este iluminado capítulo que nos conducirá al divino y glorioso reino de la moda. Sean bienvenidos a la Pasarela Sinaí.


En esta promoción exclusiva se ofrece una prodigiosa muestra del más extraordinario e idóneo vestuario, para que luzcan sus reverencias en las más diferentes ocasiones, pues, como inmediatamente comprobarán, no faltarán en esta colección las prendas ligeras de entretiempo, fáciles y cómodas de llevar en todo momento. Sin embargo, esta deseable comodidad, no ha conseguido que olvidemos el propósito declarado de esta manifestación de buen gusto, en la que, bajo el lema majestad y esplendor hemos tratado de presentar a ustedes el atavío más idóneo para las grandes y destacadas solemnidades. Por esa razón, en esta Pasarela mostraremos los más suntuosos trajes de fiesta; ropas de “mucho vestir”, que son universalmente conocidas como indumentaria de campanillas; así, literalmente, “de campanillas”.

Y, como no podría faltar en un selecto desfile de novedades, y para deleite de nuestra distinguida y levítica clientela, también haremos una breve, pero muy representativa exhibición de lencería y de ropa interior. Y entre ellas, no faltarán las más delicadas transparencias.

Por supuesto, en el divino y glorioso surtido de esta casi exhaustiva y prestigiosa demostración de novedades, no hemos olvidado un variado y colorido muestrario de toda clase de complementos, tales como cinturones, adornos y finos tocados. Y, entre todos ellos, por su indiscutible utilidad y como auténtica novedad y primicia, presentaremos ante ustedes un asombroso efod.

Para finalizar, ofreceremos a nuestros queridos ungidos y fieles clientes, los más deslumbrantes artículos de joyería y pedrería, donde resaltará “con luz propia” la joya de la corona: El famoso Pectoral del Juicio que da contenido al misterioso Urim-Tummim.

Y todo esto, evidentemente, con en buen gusto, la calidad y el reconocido prestigio, que desde hace milenios ha caracterizado el arte de nuestro diseñador exclusivo: Yavé de la Gloria”.

Así, de esta forma, podría comenzar este capítulo. Y podría hacerlo de esta manera, porque ésta es la primera impresión que produce todo este disparate. Hasta tal punto ha llegado la insensatez levítica y sacerdotal, que estando seguro de que muchos lectores van a resistirse a creerlo, quiero informarles que en este desfile de modas, tal y como ha sido anunciado, encontraremos una sobria muestra de ropa interior, y por supuesto, unas delicadas transparencias. ¿No lo creen? ¡Ya lo verán! Y, por favor, que nadie imagine que esto es una ocurrencia del desquiciado autor; todo está ahí, en:


ÉXODO 28 (23*3)


Es muy cierto que he calificado este capítulo de las Vestiduras Sacerdotales como absurdo y aburrido, pero como sucede en casi todos los episodios del asombroso libro del Éxodo, encontraremos que esa apariencia es sólo la superficie y la primera impresión; porque después, cuando en la búsqueda de una lógica interpretación, se escarba un poco en esa oscura costra de piadosa ignorancia que se ha ido acumulando en el transcurso de los siglos, resulta, que este capítulo no tiene nada de tedioso, y menos todavía de absurdo y disparatado. Y es entonces, cuando comprendemos que toda esa insensatez y toda esa incongruencia es simplemente el resultado de dos posibles posibilidades muy aceptables:

La primera posible posibilidad es que Yavé tuviese muy presente, que en aquel momento de la historia y de la cultura del hombre, todo lo que él pudiera explicar sobre el uso de aquellos componentes resultaba inútil e innecesario y, por lo tanto, tampoco quiso ser más explícito. Porque veamos: ¿acaso es necesario leerle a un niño el prospecto de la medicina que van a suministrarle? Por supuesto que eso no es preciso, a menos que lo que pretendas sea perder el tiempo e irritar al pequeño, que con bastante fundamento, comenzaría a sospechar sobre la solvencia mental de los mayores.

Pero además sucede, que aunque aquellos hombres hubiesen podido comprender la finalidad y la razón de ser de todos los utensilios que se describen en ese capítulo –algo que resultaba absolutamente imposible en los tiempos a los que nos estamos refiriendo–, Yavé tampoco los hubiese instruido totalmente. Y eso por una razón que se hará constar unas páginas más adelante.

Nota: Incidiendo en la enigmática oscuridad de estos versículos, debemos tener muy presente que según la tradición hebrea más antigua, la totalidad del capítulo veintiocho del Libro del Éxodo fue revelada por Yavé a Moisés de una manera absolutamente secreta (Jukim), al mismo tiempo que le advertía de lo innecesario de insistir en esclarecer las explicaciones. Y esta anotación tampoco es una interpretación mía, sino que así consta en la Torah, en los comentarios del capítulo octavo del Levítico.

La segunda posible posibilidad puede y debe considerarse como una consecuencia lógica de la primera. Puesto que Yavé no había sido exhaustivo en sus explicaciones, el escriba, cronista o redactor, no comprendía nada de lo que estaba escribiendo. Después, cuando los años se agruparon en siglos, aquellos que recitaban los versículos tampoco tenían ni la menor idea acerca de lo que estaban hablando; y, por supuesto, el personal que escuchaba, por muy buena voluntad que pusiese en el tedioso empeño de comprender aquellas palabras, se veía asaltado constantemente por un insuperable aburrimiento, siendo también muy posible que la lectura de este excepcional pero extraño capítulo estuviese recomendada para combatir el insomnio.

Todo este desconcierto concluyó en un discordante concierto, donde el texto de este capitulo fue menospreciado e incluso despreciado.

Pero verán ustedes: Contrariamente a esa tediosa y absurda apariencia, y, a pesar de que a muchos lectores ahora les pueda resultar difícil de admitir, Éxodo 28, es tal vez el más interesante, o al menos, el más revelador de los quince últimos capítulo de ese maravilloso libro. No quiero dejarme llevar por el entusiasmo que sin la menor duda siento por esta fascinante sección de las vestiduras sagradas, pero no puedo por menos de manifestar que en mi opinión, Yavé nos muestra aquí algunos hallazgos y soluciones, que si ahora, tres mil años después, ya existen −algo que yo no sé con certeza−, se encuentran todavía en una fase casi experimental.

Es aquí, es en Éxodo 28, donde Yavé, después de haber dispuesto la construcción del Tabernáculo y de la totalidad de su extraño mobiliario —con todos sus utensilios—, y por unas razones que entonces resultaron totalmente incomprensibles para los hijos del hombre, ordena a Moisés que se confeccionen unas vestiduras para uso exclusivo del Sumo Sacerdote. Estos ropajes, atiéndanme con mucha atención, son: un efod, un pectoral, una sobretúnica o manto, una túnica, una tiara, una lámina, dos cinturones o ceñidores y unos calzones. De estos nueve artículos, sólo tres son propiamente vestiduras: sobretúnica o manto, túnica y calzones. Los otros seis: el efod, el pectoral, la tiara, la diadema-lámina y los dos cinturones, son lo que ahora se denominarían complementos.

De las tres prendas de ropa propiamente dicha, no deja de llamar la atención que Yavé se ocupe también de los calzones. Pero adviertan lo que les digo ahora en el momento de iniciar este capítulo, incluso esa especie de calzas (prenda interior que cubría desde la cintura hasta las rodillas), son parte de un conjunto de vestimentas y, como después quedará bien de manifiesto, resultan más útiles y necesarios de lo que en principio se pudiera suponer. Créanme, este capítulo, con independencia de su innegable tedio, tiene su intríngulis.

En primer lugar, y antes de iniciar su estudio, deberíamos meditar unos instantes e intentar razonar, a poder ser, valiéndonos de las reflexiones lógicas. Si utilizamos la inestimable sensatez, lo primero que deberíamos reconocer, sin la menor duda, es que todo aquello que ordenó Yavé tenía un fundamento y tendía al logro de una finalidad. De esta forma, como consecuencia de este respetuoso razonamiento sobre el juicioso proceder de Yavé, y desestimando las absurdas interpretaciones sacerdotales, lograremos obtener una explicación que justifique y nos haga comprender la finalidad de cada uno de esos atavíos.

¿Qué son y para que pueden servir un efod, un pectoral, una faja cinturón, una sobretúnica-poncho con campanillas, una tiara, una diadema-lámina, una túnica ‘a cuadros’, otro cinturón, un gorro y unos calzoncillos?

Nota importantísima: Adviértase que no se menciona a Urim-Tummim.

La tarea que representa la comprensión de la verdadera utilidad de cada una de las ‘vestiduras sagradas’, no es ni mucho menos sencilla. A mí, por lo menos, me ha costado mucho tiempo llegar a entender en qué consistían y para que servían todas estas “vestimentas sagradas”. Porque, créanme, cada uno de esos ropajes y complementos tiene una función lógica y una finalidad muy precisa y determinada. Incluso las ausencias, como la falta de cualquier tipo de calzado, nos están diciendo algo.

Y ahora, para comenzar, ruego al lector que admita una sugerencia en la que insistiré más adelante y que va a resultarle de extraordinaria utilidad:

Donde encuentre las palabras vestimentas sagradas, deberá entender equipamiento necesario.


LOS SABIOS IGNORANTES (23*4)


Y una vez más ruego a ustedes que me disculpen y consientan mi indignación cuando les digo que ha habido mucho incompetente y mucho inepto; porque, como verán a continuación, estas vestiduras y complementos tienen tal importancia, que resulta de todo punto incomprensible y por supuesto imperdonable, el escaso respeto e interés que se les ha concedido durante más de tres mil años. Bueno, en realidad, sí que es comprensible:

Es muy difícil interesarse por aquellos asuntos que no se entienden; y todavía más penoso, concederles el debido respeto. Por esta sencilla razón he calificado a esos supuestos expertos como sabios ignorantes.

TRISTE PARÉNTESIS:

La ignorancia, no siendo algo codiciable, puede ser tolerable, y en ocasiones, absolutamente disculpable en aquellos que no tienen la obligación de saber. Nadie, medianamente sensato, puede pretender que un ingeniero, un médico, un mecánico, un político profesional e incluso un astrónomo ––que en teoría pasa la vida mirando al cielo––, acrediten una sólida preparación teológica; bastante tienen con saber de sus propias especialidades. Pero "ellos", los sabios sacerdotes, han vivido años, siglos y milenios, presumiendo de lo que sólo era su celosa incompetencia. Ellos, los sumos sacerdotes y también los menos “sumos”, eran los encargados de comprender e investigar el legado de Yavé. No obstante, en lugar de eso, se dedicaron a imaginar historietas; inventar milagros y misterios; llenar sus panzas; presumir de sabios; y, en ocasiones, humillar, torturar y asesinar a pedradas o en la hoguera a los hombres de quienes recibían el poder y que abastecían sus despensas.

De todas formas, aquí y ahora, y porque tengo la absoluta seguridad de que habrá personas que interpreten mal mis palabras, deseo resaltar algo que para mí es rigurosamente cierto:

“Siempre han existido, y posiblemente todavía existan, religiosos dignos del mayor respeto”.

Y en esta línea, y porque hay gentuza que siempre se pasa, creo necesario añadir y señalar “otro algo” que también es muy cierto:

No es fácil encontrar un comportamiento más repugnante que la vil revancha llevada a cabo mediante el incendio, la tortura o el asesinato. Una exhibición de odio que suele estar amparada en el cobarde anonimato de las masas.

De cualquier manera, esos “piadosos inventores” de dioses, y aunque ellos siempre han preferido aplicar la tortura y el asesinato, en este caso tendrán que conformarse con recibir mi burla, junto con el más generoso de mis desprecios.

Agradeciendo la tolerancia del lector, cierro este quejumbroso paréntesis.


EL EFOD Y EL PECTORAL (23*5)


Para iniciar este estudio nos detendremos en cuatro de los reseñados artículos: El efod, el pectoral, la sobretúnica y la tiara (tiara-lámina-diadema). ¡No he dicho nada!; es asombroso lo que pueden ocultar o disfrazar cuatro palabras.

Y para enfrascarse en estos cuatro utensilios, es preciso leer los correspondientes versículos del capítulo veintiocho del Éxodo. Y también, para una mejor comprensión, creo que debemos realizar una casi inexcusable subdivisión y abordarlos en dos tandas: primero efod y pectoral ––que siempre, y a todos los efectos deben estar juntos––; después estudiaremos la sobretúnica y la tiara (con su diadema-lámina).

Veamos lo que dice el texto bíblico sobre el efod y el pectoral; luego, ya me dirán si no estoy sobrado de razón cuando afirmo que estos versículos resultan una tediosa maraña. Pero de todas formas, y por muy fastidiosa y aburrida que pueda resultar su lectura, háganse un favor y propónganse un interesante desafío: lean detenidamente estos párrafos. Y deberían leerlos con mucha atención, porque camuflada entre su confuso mensaje se encuentra oculta la palabra de Yavé. Y ahora, por segunda vez, reitero mi sugerencia:

Sustituyan en su mente las palabras vestimentas sagradas por equipamiento necesario.

Los primeros cinco versos de Éxodo veintiocho dicen así:

(1) Y tú (Yavé habla con Moisés) haz que se acerque Arón, tu hermano con sus hijos, de en medio de los hijos de Israel, para que sean mis sacerdotes: Arón y Nadab, Abiú, Eleazar, e Itamar, hijos de Arón.

(2) Harás a Arón, tu hermano, vestiduras sagradas, para gloria y ornamento (según los levitas, Yavé se preocupa del look sacerdotal). (3) Te servirás para ello de los hombres diestros que ha llenado el espíritu de sabiduría, y ellos harán las vestiduras de Arón, para consagrarle, y que ejerza mi sacerdocio (sacerdocio era la capacitación para desempeñar una profesión importante). (4) He aquí lo que han de hacer: un pectoral, un efod, una sobretúnica, una túnica a cuadros (esto de la túnica a cuadros tiene premio especial a la traducción), una tiara y un ceñidor.

Nota. Adviértase que no se cita a los enigmáticos urim-tummim, que sólo hacen su breve, fugitiva y “milagrosa” aparición, en el versículo treinta.
Y eso, ¿por qué?; ¿por qué no se ordena la fabricación de los misteriosos y ocultos urim-tummim? —podrían preguntarse algunos lectores.
Pues, no se menciona a urim-tummim, sencillamente, porque Yavé no daba órdenes de imposible cumplimiento. Y resulta, que ni Moisés ni Arón, ni aquellos artesanos llenos del espíritu de sabiduría, podrían “hacer” los urim-tummim. Eran listos, pero no tanto.

También es muy conveniente señalar, que donde dice pectoral deberá entenderse contenedor pectoral puesto que es eso lo que se describe: un receptáculo, una especie de bolsa-funda, que bien sujeta al efod, se colocaba sobre el pecho del sumo sacerdote para ser utilizado como una talega racional.

(5) Se emplearán para ellas oro y telas tejidas en jacinto, púrpura y carmesí, y lino fino.

También considero conveniente concretar un poco este último versículo en el que se indican los materiales a emplear:

Si bien es muy cierto que se usaron todos los tejidos y materiales anunciados, también es verdad que no fueron utilizados en todas las vestiduras, y que su distribución y empleo es, como mínimo, caprichosa. Porque, veamos: En el efod, en el pectoral (contenedor del pectoral) y en el ceñidor, es utilizado el hilo de oro entretejido con lino; sin embargo, en la sobretúnica, en la túnica, en la tiara, y por supuesto, en los calzones, no se emplea el oro. Es cierto que en la sobretúnica se usa el oro para las campanillas, pero no es utilizado para el entretejido.

Y ¿qué conclusión se debe obtener de esto?

Pues, los no iluminados, sólo podemos aportar dos; pero ambas muy interesantes:

Primera: Que al contrario de lo que podríamos suponer en unas vestiduras de lujo, el cordoncillo de oro no se emplea para elaborar el tejido de las ropas; y, si consideramos que tienen por finalidad la gloria y el ornamento (majestad y esplendor), resulta muy extraño que la magnífica sobretúnica, que se supone el ropón más destacado y aparente, no contenga hilos de oro –así consta en el versículo treinta y uno que dice: “Tejerás el manto del efod todo él de púrpura violeta”−.

Segunda conclusión: Que el oro, si exceptuamos las risueñas campanillas, es utilizado solamente para el entretejido de aquellos artículos en los que se precisa un componente metálico.

Sí, eso he dicho: entretejido con un componente metálico.


EL EFOD (23*6)


(6) El efod lo harás de oro e hilo torzal de lino, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí, artísticamente entretejidos. (7) Tendrá dos hombreras para unirse la una con la otra banda, dos por extremo, y así se unirán. (8) El cinturón que llevará para ceñírselo será del mismo tejido que él, de lino torzal, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. (9) Toma (busca, obtén, coge) dos piedras de ónice [advertir que dice toma dos piedras de ónice] y graba en ellas los nombres de los hijos de Israel, (10) seis de ellos en una y seis en la otra, por el orden de su generación. (11) Las tallarás como se tallan las piedras preciosas [advertir que dice “las tallarás”], y grabarás los nombres de los hijos de Israel, como se graban los sellos y las engarzarás en oro, (12) y las pondrás en las hombreras del efod, una en cada una, para memoria de los hijos de Israel; y así llevará Arón sus nombres sobre los hombros ante Yavé, para memoria. (13) Harás también engarces de oro (14) y dos cadenillas de oro puro, a modo de cordón y las fijarás en los engarces.


EL PECTORAL DEL JUICIO (23*7)


(15) Harás un pectoral del juicio artísticamente trabajado, del mismo tejido del efod, hilo torzal de lino, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. (16) Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y uno de ancho, (17) Lo guarnecerás de pedrería en cuatro filas [advertir que no dice toma doce piedras]. En la primera fila pondrás una sardónica, un topacio y una esmeralda; (18) en la segunda, un rubí, un zafiro y un diamante; (19) en la tercera, un ópalo, un ágata y una amatista; (20) y en la cuarta, un crisólito, un ónice y un jaspe. (21) Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabarán en cada una el nombre de una de las doce tribus [advertir que aquí no dice “tallarás” y, por supuesto, no hace referencia al nombre que se cincelará en cada piedra]. (22) Harás para el pectoral cadenillas de oro puro, retorcidas a modo de cordón, (23) y dos anillos de oro, que pondrás a dos de los extremos del pectoral; (24) pasarán los dos cordones de oro por los dos anillos fijados en los extremos del pectoral; (25) y las otras dos extremidades las unes a los engarces de la parte anterior de las dos piedras de los hombros del efod. (26) Harás otros dos anillos de oro, que pondrás a los dos extremos inferiores del pectoral, en el borde interior que se aplica al efod, (27) y dos anillos de oro que pondrás en la parte superior de las hombreras del efod, por delante, cerca de la unión, y por encima del cinturón del efod. (28) Se unirá el pectoral por sus anillos a los anillos del efod con una cinta de jacinto, para que quede el pectoral por encima del cinturón del efod, sin poder separarse de él. (29) Así, cuando entre Arón en el santuario, llevará sobre su corazón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio, en memoria perpetua ante Yavé. (30) Pondrás también en el pectoral del juicio los urim y tummim [¿De dónde han salido esos urim y tummim?; ¿Quién los ha aportado o fabricado], para que estén sobre el corazón de Arón cuando se presente ante Yavé, y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yavé el juicio de los hijos de Israel.

Nota muy importante. Ésta es una llamada de atención para hacer notar que Urim-Tummim, que resulta un utensilio de extraordinaria trascendencia, únicamente es mencionado en este versículo 30. Ni siquiera en el capítulo 39, que es una reiteración de las vestiduras sacerdotales, es citado nuevamente. Se conoce que los levitas se dijeron: Lo bueno, si breve…

Como habrá podido comprobar cualquier sufrido lector que en un alarde de paciencia y buena voluntad haya leído, palabra por palabra, los treinta primeros versículos de este capítulo veintiocho del Éxodo, yo tenía mucha razón cuando aludía a una verdadera maraña. E incluso, algunos me dirán: ¡Y te quedabas muy corto!

Pues bien, admitido el reproche, creo estar en la obligación de informar a ese sufrido y crítico lector, que estos versículos que acaba de leer, resultan absolutamente reveladores; sobre todo, si atendemos a su “absurdo” contenido. Porque: ¿a quién no llama la atención tantas anillas, cadenillas trenzadas, cintas de jacinto y cinturones, que sólo tienen la misión de colgar del pecho una especie de saquito en el que, según “ellos”, se han cosido doce piedras? ¿Sería para que no se perdiera el taleguillo?, ¿sería para que no lo robaran?, ¿tan descuidado era el sumo sacerdote?, ¿tanto “chorizo” había entre aquella gente?; o tal vez, ¿sería otro y muy diferente el motivo por el que se precisara que aquel utensilio, dotado de componentes metálicos, estuviera bien comprimido contra el tórax?



Nota. Debemos comparar entre sí los textos de los versículos 9, 11, 21 y 30:
En el 9, refiriéndose a las dos piedras del efod, se dice: “Tomarás dos piedras”; o sea, que esas piedras son aportadas por los hijos de Israel.
En el 11, aludiendo también a las dos piedras del efod, se dice: “las tallarás”. O sea, que esas piedras están sin pulir y que son talladas por los hijos de Israel.
En el 21, ya no está refiriéndose las dos piedras del efod, sino que está reseñando las doce “piedras” del pectoral. Y aquí, además de no decir: Tomarás doce piedras, no se realiza ninguna mención del tallado o pulido; por lo tanto, debemos entender que ya estaban talladas; o algo todavía más sugerente, que no precisaban de ningún tallado. Sólo se dice que en cada una se grabará un nombre.
Y por fin, en el 30, sin saber quién los ha hecho; sin saber de qué material están elaborados; sin saber si están tallados y grabados; sin saber cuántos son; sin saber para que puedan servir, milagrosamente, aparecen los urim tummim.
Recapitulando:
Uno. El cuadrado y doble pectoral, el cinturón, las cadenas de cordoncillo y las anillas, son aportados y confeccionados por los hijos de Israel.
Dos. Las dos piedras del efod, sobre las que se grabarán los nombres de las tribus hebreas, también deben ser aportadas y talladas por los hijos de Israel. Sin embargo, las doce “piedras” del pectoral, sobre las que también se grabarán los nombres de los hijos de Jacob, no son aportadas ni talladas por los hijos de Israel; solamente son grabadas. Y convendría conocer la diferencia entre tallar una piedra y grabar sobre ella.
Tres. En último lugar, y como un auténtico enigma, hace su aparición urim tummim; un utensilio del que no se facilita la mínima información, y del cual no se volverá a efectuar mención alguna en todo el Éxodo.

Asumiendo que toda la utilidad del pectoral es la de contener urim-tummim, debemos preguntarnos:

¿Para qué puede servir un utensilio de esas características?

Que es una “bolsa” cuadrada de unos veinte por veinte centímetros.

Que está elaborada en un tejido semimetálico (hilo de oro e hilo de lino).

Que estará colocada sobre el pecho del Sumo Sacerdote.

Que jamás debe ser separada del efod.

Que dispone de unos cordones de oro que la unen con las hombreras del efod.

Que también dispone de unos cordones de oro que la unen con la parte inferior del efod.

Que está dotada de una cinta para quedar oprimida contra el efod.

Y por último, y lo más llamativo: que según los sacerdotes, tiene engarzadas doce “piedras” de colores que están colocadas en cuatro filas de tres. Y que, sin indicar ningún orden, en cada una se debe grabar el nombre de una de las tribus. ¿…?

Todo el oscuro y confuso contenido del capítulo 28 del libro del Éxodo, puede tener su explicación en alguno de estos dos posibles motivos:

Primer posible. Que aquellos imaginativos cronistas no hubiesen visto jamás el efod, ni el pectoral ni, por supuesto, urim-tummim; y que solamente tenían noticias de ellos a través de relatos orales; y por lo tanto, no tenían una idea precisa de lo que estaban describiendo.

Segundo posible. Que el tío fuese un experto, lo que se dice un ‘figura’, en eso de liar las descripciones. ¡Que todo puede ser!

Nosotros, aceptando la sugerencia de Ockhan, intentaremos desliar este enredo y, con la mejor voluntad comenzaremos con el efod.

Nota. W. Ockhan formuló un principio filosófico que en esencia dice: En iguales condiciones y circunstancias, la explicación más sencilla suele ser la correcta.

Así pues, siguiendo el consejo del pensador inglés, y, aunque con los sacerdotes nunca debes confiarte, desestimaremos el segundo posible.

Seguidamente, lo primero que haremos para ir aclarando este asunto, será intentar explicar que pudo ser aquel misterioso efod. Para ello, debemos empezar haciendo constar algo que ahora mismo, en el momento en que iniciamos su estudio, puede resultar insólito y desconcertante:

El efod, por sí mismo y como tal efod, no servía para nada en absoluto y resultaba completamente inútil.

¡Toma ya! ¡Anda que empezamos bien!

Pues esa es la verdad. De ahí, de esa triste condición, deriva el hecho de que nunca se ha sabido con precisión qué tipo de objeto era exactamente, y para que pudiera emplearse. Sin embargo, y en una aparente contradicción, que nadie se engañe:

Aquel utensilio, con las dos piedras de ónice sobre sus hombreras, era muy importante y absolutamente imprescindible. El efod es una parte de un conjunto que tiene su razón de ser en función de la existencia del pectoral. De la misma manera que el pectoral tiene justificación y utilidad por dar cobijo a urim-tummim.

Ejemplo al canto: La cadena o correa de un reloj de pulsera sólo tiene utilidad y resulta justificable por la existencia del reloj. Si no hay reloj, ¿para qué nos sirve esa correa? A menos que…, a menos que esa correa de reloj tenga engarzadas dos piedras de ónice con las características reseñadas en el misterioso efod. Como luego podrán comprobar, este símil no es malo del todo.

Lo segundo que haremos para seguir intentando dar precisión a este asunto, es resaltar que el pectoral (su contenido) y no el efod, es el utensilio más importante de todo ese muestrario de vestiduras sacerdotales —le recuerdo por tercera vez: equipamiento necesario—, y que, por ser el objeto principal de todo el conjunto, es por lo que fue citado en primer lugar en la relación. Éx. 28, 4: He aquí lo que han de hacer: un pectoral, un efod, una sobre túnica… Después, con una lógica muy comprensible, se describe primero el efod y a continuación el pectoral.

Insisto y reitero:

El pectoral, mejor dicho, EL CONTENIDO DEL PECTORAL, O SEA, URIM-TUMMIM, es el utensilio más importante de todas las vestiduras sacerdotales, y comparte con el TESTIMONIO lo más valioso del legado de Yavé.

Sin embargo, y por eso insisto tanto, sucede algo casi imposible de creer, pero que al mismo tiempo resulta de una excepcional significación:

En la totalidad del libro del Éxodo, el importantísimo contenido del pectoral es mencionado solamente una vez (capítulo 28, versículo 30).

Es, como mínimo sospechosa, la mezquina parquedad con la que se hace mención de un utensilio de tan extraordinaria importancia; un utensilio, del cual, ni siquiera se hace alusión en ninguno de los catorce versículos que duplican toda la información del pectoral en Éxodo 39. Podrán decir lo que quieran, pero todo esto resulta muy extraño y da la sensación de que existe una evidente intención de ocultar.

Lo tercero que haremos es llamar la atención para que tengamos en cuenta algo que resulta también de extraordinaria importancia:

Según Éx. 28, 25-28:

El efod y el pectoral deben estar siempre en contacto el uno con el otro.

Y reparen en esta particularidad que también intento resaltar, y que en mi enojosa insistencia, reiteraré más adelante:

Los dos (efod y pectoral) están trenzados y entremezclados en un torzal (en una trenza, en un cordoncillo) de hilos de oro y lino y que, por lo tanto, son semimetálicos.

Y esto es así, porque de esta manera está ordenado expresamente por Yavé en Éx. 28: (15) Harás un pectoral... del mismo tejido del efod...

Como cuarta llamada de atención deseo destacar que, habida cuenta que el efod y el pectoral deben estar siempre unidos, es muy práctico, como luego se verá, que las dos piedras de ónice con los nombres por orden de edad de los hijos de Jacob ––para memoria––, queden engastadas en las hombreras del efod.

Y en quinto y último lugar, una cuestión a resaltar:

Encontraremos una interesante correlación entre las dos piedras de ónice del efod y las doce “piedras” del pectoral: Tanto las primeras como las segundas, según dicen los versículos 12 y 29, tienen una finalidad común:

Para memoria (para recuerdo) de los hijos de Israel.

Teniendo estas cinco consideraciones muy presentes, veamos si podemos ir definiendo cada uno de estos dos “complementos”. Y para eso, vamos a estudiarlos en el orden en que están descritos en el texto bíblico.


EL EFOD Y EL JUEGO DE LAS ADIVINANZAS (23*8)


En hebreo, efod es una palabra enigmática; pero por muy enigmática que resulte la palabreja –que según parece, tiene su significado y raíz en el verbo atar, sujetar, asir−, no es más esotérica que el objeto que designa, y del cual nunca se ha sabido con certeza que pudiera ser.

Por supuesto, cuando afirmo que no sabían con seguridad que divino utensilio podía ser el efod, no pretendo decir que aquellos ocurrentes sacerdotes no se inventasen alguna utilidad para el cachivache. Y, si bien puede ser disculpable la ignorancia para identificar ese objeto, lo ya no resulta tan disculpable es que recurran a la invención de su utilidad. Pero créanme, el torpe ingenio de aquellos antiguos sacerdotes era como para escribir un libro; y por cierto, en eso estamos.

Así pues, haciendo ostentación de una ignorancia muy digna y justificada, jamás conocieron y ni siquiera sospecharon su posible utilización.

— ¿Y cuál fue la consecuencia de esa muy digna y muy justificada ignorancia?

Pues muy sencillo; al no saber para que pudiera servir todo aquello, procedieron, como acabo de afirmar, a inventarse una utilidad. Para ello, unieron el efod con el pectoral, y ambos, con los misteriosos urim y tummim; después, se dijeron llenos de un piadoso contento y alborozo:

Vamos a jugar a las adivinanzas. Metemos urim-tummim en un saquito que llamaremos pectoral, lo colgamos del efod, y con todo ello jugamos a los oráculos y hacemos preguntas a Dios.

¡Es que son como niños! Y ruego a los niños su generoso perdón.

Siempre se ha afirmado que el efod es una pieza más del culto; que pudiera ser una especie de peto, una pechera o un delantal rígido y consistente con el que se revestía el sumo sacerdote en el momento de penetrar en el Santuario. Como pronto veremos, con esta divina revelación aquella gente sólo continuaba en su más acreditada línea de fracasos y, obviamente, no acertaron en nada, porque:

El efod no era una pechera, ni un peto, ni un delantal rígido; sobre todo, si esos atavíos los entendemos como prenda de protección. Y además, para poder entrar en el santuario no era preciso portar el efod ni el pectoral; de igual manera que no eran necesarias la sobretúnica, la tiara con su diadema-lámina.

Aclaremos este comentario:

Cando, por ejemplo, el sacerdote accedía todas las mañanas y todas las tardes al tabernáculo para quemar el incienso y acondicionar el candelabro, no era necesario que estuviese revestido con la sobretúnica, ni precisaba en absoluto portar el efod ni el pectoral; y tampoco necesitaba de la tiara con la diadema. Sin embargo, para lo que resultaba completamente imprescindible e inexcusable el efod, y por supuesto el pectoral con su contenido, era para acercarse al arca y escuchar la voz de Yavé. En esos momentos, cuando el sumo sacerdote se aproximaba al tabernáculo para oír la palabra de Yavé, debía ataviarse con la tiara-lámina, el efod, el pectoral y los urim. Además, para ese rito, debía acceder al santo recinto revestido con la sobretúnica o manto. Ésta es la razón por la cual, a ese manto se le conoce como la sobretúnica del efod.

Todo esto puede parecer complicado, pero en realidad, y como pronto entenderemos con un poco de buena voluntad por ambas partes, no lo es tanto. Sobre todo si recordamos lo que ya he sugerido en otras tres ocasiones anteriores y que nuevamente repito machaconamente:

No son vestiduras sacerdotales, son equipamiento necesario.

Y siendo cierto que no resultará demasiado complicado de entender, no es menos indudable que lo encontraremos muy, muy interesante.

A diferencia de lo que ocurre con el Arca que es citada con bastante frecuencia, el efod sólo es mencionado en el momento de su manufactura. Y esto también es muy lógico. De la utilidad del arca, si bien no tenían una idea exacta, al menos sabían que era un cofre que servía de contenedor del Testimonio; y también sabían, que entre los dos querubines de la tapa propiciatoria, Yavé hablaba a los sumos sacerdotes. Sin embargo, del efod, además de no saber para qué podría servir, se encontraban que ni siquiera sabían con exactitud cómo era.

Y algún lector podría preguntarme con respeto y devoción:

— Y, ¿cuál es la razón, según tu culta opinión, por la que aquella gente no sabía cómo era el efod? ¿Acaso, según tu docto entender, nadie veía al sumo sacerdote cuando se presentaba investido con las ropas sacerdotales?

Pues sí, al sumo sacerdote sí que le veían, pero lo que no veían era el efod y el pectoral. Y esto es así, según “mi sabio y docto razonar”, porque una de las cosas que tampoco se ha interpretado correctamente es el orden en la colocación de esas ropas. En su momento “vestiremos” al sumo sacerdote y se dará la explicación.

Como digo, después de su confección se alude muy escasamente al efod, y por supuesto, en ningún momento se hace aclaración acerca de su posible utilidad. Sin embargo, esto no quiere decir que desaparezca de los textos, puesto se menciona en varias ocasiones. Naturalmente, este cicatero silencio en la mención de aquel artefacto es muy significativo, y nos está hablando muy clarito y muy altito de lo que sucedió:

Al no entender su utilidad, no se había concedido al efod la importancia que sin duda merecía.

De todas formas, dentro de su divina confusión, aquellas gentes sí advirtieron una innegable relación entre el arca, el pectoral y el efod.

Hasta tal punto es estrecha la relación existente entre arca y efod, que en algún momento, como sucede en el libro I de Samuel, (14, 3 y 18; 21, 9-10; 23, 6-9), produce la sensación de que se confunden arca y efod, y, a primera vista, da la impresión de que el autor sagrado, como es muy habitual en ellos, se encuentra enfangado en un charco de confusión, y que, para él, efod y arca ––que era el verdadero oráculo––, son palabras que denominan al mismo objeto. Pero eso no es así. Y además, sería muy difícil entender o intentar justificar ese error, puesto que, en el Éxodo, que todos conocían perfectamente, no existe la menor posibilidad de confundir el arca con el efod, de igual manera que no se puede confundir el candelabro con el propiciatorio. El libro del Éxodo lo interpretaron y entendieron pésimamente, pero sabérselo, se lo sabían de memoria. Y por otra parte, el rey David, que había estado en varias ocasiones en Silo ––ciudad en la que se custodiaba el tabernáculo––, y que fue el rey que después transportaría el arca desde allí hasta su Ciudadela, sabía perfectamente qué y cómo era el arca; y por lo tanto, no podía confundirlo con el efod. Así pues, debe existir otra explicación.

Y, por supuesto, claro que existe.

Es muy lógico que, a través del arca, David pretendiese hablar con Yavé. Pero resultó que ese arcón, desde que fuera capturado por los filisteos, había quedado inservible para su misión de hacer llegar hasta los hijos del hombre la voz de Yavé y, por lo tanto, el rey, al no recibir contestación alguna, se ve en la necesidad de ponerse a jugar a las adivinanzas con el efod.


EL FINAL DEL ARCA DEL SINAÍ (23*9)


Acabo de afirmar que el arca estaba inservible para su misión de hacer llagar a los hombres la voz de Yavé. Pues bien, ahora es la ocasión de dar cumplimiento a la promesa realizada en el capítulo titulado El Arca del Testimonio. Para ello, dentro del tema de las “Vestiduras”, estoy obligado a la apertura de un amplio paréntesis donde intentaré explicar esa afirmación.

Casi todos recordamos que el arca tenía dos cometidos distintos: guardar el Testimonio y hacer llegar la voz de Yavé hasta los hombres. Esta segunda función es la que había quedado inutilizada.

Poco más o menos sucedió así:

Consta en los capítulos cuatro, cinco, seis y siete del Primer Libro de Samuel, que el enemigo filisteo está acosando a los hebreos. Éstos, viendo muy mal el asunto, y para gozar de la protección divina de una forma más directa, deciden traer al campamento el arca que se encontraba en el Tabernáculo de Silo. Y, ni cortos ni perezosos, así lo hacen; pero el arca, como era de suponer, no aporta ninguna solución a las luchas entre los hijos del hombre, y para colmo, es apresada por los filisteos.

Según la única versión de que disponemos ––que lógicamente es la hebrea––, siete meses después de ser aprehendida, y a causa de las muchas desgracias que al parecer ha causado entre los captores, y, puesto que nadie desea hacerse cargo de ese conflictivo mueble, el arca es devuelta a los israelitas. También consta en el texto bíblico, que con la pretendida intención de que los irritados hebreos aceptasen una disculpa, la devolución fue acompañada de unos obsequios consistentes en varias piezas de oro. Como una prueba del buen gusto que me caracteriza, no hago detalle de esos regalos.

Nota: Posiblemente, el peso en oro de esos “obsequios”, fuese exactamente el mismo que el peso del oro del arca.

Y ahora llegamos a la interpretación de las consecuencias de aquellos sucesos:

Puede ser, aunque yo albergo las más razonables dudas, que ese arcón que han devuelto los filisteos sea el mismo que capturaron. Y afirmo que lo dudo, porque si tenemos en cuenta que aquel precioso cofre es un botín de guerra; que está revestido de oro por dentro y por fuera y que representa al dios de sus enemigos, es muy sensato admitir, e incluso apostar por ello, que posiblemente aquel arcón, el auténtico Arca del Sinaí, fuese desguazado.

Naturalmente, y prescindiendo de otras soluciones milagrosamente deducidas y razonadas, siempre se podrá esgrimir como argumento que no sucedió así. Y no sucedió así, porque además de no ser de oro sino de bronce, los filisteos cuidaron muy bien del arca para obtener por él un buen rescate. Yo no lo creo, pero como uno es tolerante –afiliado a la exquisita tolerancia diez o más–, no tengo ningún inconveniente en aceptar que pudiera haber sucedido de esa forma, y que, desde el primer momento y haciendo una demostración de auténtica previsión, los filisteos, olvidando y enterrando el odio que sin la menor duda sentían por la representación del dios de sus enemigos hebreos, cuidaron con esmero del arca de Israel con la ilusa intención de reintegrarlo después a sus legítimos dueños, a cambio de unas teóricas y ventajosas compensaciones.

Pero incluso admitiendo que ese arca devuelto fuese el original que había sido construido unos doscientos años antes en el taller-tabernáculo en el desierto del Sinaí, resulta que ya no posee las cualidades y propiedades para las que fue fabricado.

— ¿Y eso? ¡Cuéntanos, cuéntanos!

Sencillamente, porque, si haciendo notoria ostentación de mi generosa tolerancia, puedo admitir que el arcón fuese conservado en las mejores condiciones posibles con vista a ese hipotético rescate, lo que ya no podría conceder, por resultar absolutamente ilógico e incluso disparatado, es que los filisteos, después de tener el arca en su poder durante siete meses, la reintegrasen a Israel sin haber siquiera levantado su tapa e inspeccionado el contenido de su interior. Y, si con toda lógica, yo afirmo que los filisteos levantaron la tapa del arca, no lo hago sin fundamento: I Libro de Samuel 6, 19: Entonces Yavé hizo morir a los hombres de Bet-Semes por haber mirado dentro del arca de Yavé. Y resulta, que mediante esta simple operación de apertura, además de lograr atraer sobre sí un buen número de enfermedades e incomprensibles accidentes, al interrumpir el contacto de la moldura, habían inutilizado el oráculo del arca.

Nota: Este versículo en el que se castiga por la apertura del arca, es una evidencia de la manipulación que los sacerdotes hicieron de los mandatos de Yavé. Es indudable que los Señores del Cosmos habían prohibido mirar dentro del arca; sin embargo, los levitas se ocuparon de que esa disposición no constase en las escrituras.

Y me parece que no existe mejor momento que éste para efectuar otra aclaración respecto a esas enfermedades, que según el Libro de Samuel, originó el arca entre los filisteos y que motivó su devolución a Israel.

Yo no creo de ninguna manera, que el arca pudiera ocasionar epidemias. Ese no es, ni mucho menos, el estilo de Yavé. Y esta opinión mía, se ve reforzada por el contenido I Sam. 6, 9 donde, los mismos filisteos exponen sus serias dudas acerca de la autoría de aquellas desgracias. Pero además, todos somos conocedores del poder de la sugestión: si los hebreos se dedicaron a pregonar ante aquellas supersticiosas gentes, la multitud de calamidades que podía ocasionar el arca cuando era retenido contra su voluntad, ya tenemos una posible explicación para cualquier daño. Sin embargo, lo más probable es que Israel, mediante pago, trueque o entrega de prisioneros, lograse que el arca le fuese devuelta. No importaba que estuviese desguazada o simplemente abierta. Y posiblemente, con el arca también recibiría las Tablas del Testimonio. Al fin y al cabo, ¿qué utilidad proporcionaban a los filisteos aquellas dos piedras? Pero, fuese como fuese, abierta o desguazada, el arca ya no funcionaba como oráculo de Yavé.

Años después de estos episodios, primero David (I Sam. 23) y después Salomón (II Crónicas 1,3), pretendiendo obtener la misma utilidad de oráculo que sabían que había tenido el arca y, como si se tratasen de artilugios adivinatorios, se ven obligados a recurrir al pectoral que lógicamente seguía unido al efod. Y aquí es donde, por supuesto aparentemente, sí que parece que ambos reyes, de una forma u otra, encuentran una respuesta.

El sistema adivinatorio era el siguiente:

Demostrando que el bingo es un juego muy antiguo, introducían lo que ellos llaman urim-tummim en una bolsa, y según se extrajeran unos u otros, así “cantaban” la línea y el bingo de respuesta. Esto no debía resultar demasiado difícil, puesto que si lanzas una moneda al aire, y por un verdadero milagro no hay por allí un sacerdote que impida que esa calderilla llegue al suelo, y si la moneda no cae de canto, o es cara o es cruz. En el caso que nos ocupa en este momento, no es la palabra de Yavé, que tal y como David había oído contar, se escuchaba entre los querubines del propiciatorio, pero sí que puede ser la escueta respuesta de un oráculo a una pregunta concreta: ¿Bajará o no bajará? ¿Sí o no? ¿Cara o cruz? Cara. Sí. ¡Bingo!

El rey David, que recordemos era pastor, y por lo tanto, es de suponer que no fuese un erudito como lo fue después su hijo Salomón, había sido pésimamente informado por sus consejeros, los poderosos sacerdotes levitas. Y digo que había recibido una óptima desinformación, puesto que el efod, el pectoral y urim-tummim tenían otras misiones y fueron diseñados para una utilidad muy distinta a la de simples instrumentos al servicio del arte adivinatorio al estilo de los equívocos oráculos −mágica artimaña de muy frecuente uso para timo de las crédulas gentes de aquellas épocas.

Nota. Ni el más ingenuo puede pensar, que el lastrado o “cargado” de dados se inventó el las calle de Nueva York.

A propósito de estas últimas afirmaciones, quiero recordar a quienes pueda interesar, que en aquellas incultas edades ya existían y estaban muy de moda los oráculos. Por supuesto, nuestros antepasados no se deleitaban en la enorme proliferación de ridículos brujos, ignorantes y farsantes astrólogos intérpretes de los más ambiguos horóscopos, “carteristas” del tarot y despistadas pitonisas, que en la actualidad se aprovechan de la ignorancia y de la superstición de la gente de nuestros días. Y afirmo que no existía la asombrosa sobreabundancia de la que disfrutamos en estos tiempos, porque entonces, aquellos profesionales del fraude de la adivinación, no disponían de licencia para el ejercicio libre de la profesión. Eran exclusivamente los sacerdotes levitas. los únicos autorizados para jugar a las adivinanzas, pues, al estar afiliados a un poderoso Colegio Profesional, mediante un contundente decretazo se habían apresurado a suprimir toda posible competencia: No dejarás con vida a la hechicera (Éx. 22, 17). Los taimados sacerdotes levitas eran fieles a su divisa: Aquí no tima nadie que no esté ungido. Y, con el permiso o sin el permiso del “diáfano” Miguelito de Nuestra Señora, deberemos reconocer que los sacerdotes levitas, al menos sirvieron para algo.

Como hemos podido observar en el Libro Primero de Samuel, pocos siglos después del Éxodo, y suponiendo que alguna vez hubieran sabido para qué servían, ahora ya no se tenía ni la menor idea de la utilidad del arca, del efod, del pectoral y de urim-tummim. Y esta divina ignorancia fue asentándose y arraigando con fuerza en el transcurso de los años, de los siglos y de los milenios.

Y ya que estamos hablando del final del arca, no puedo cerrar este amplísimo paréntesis sin dar mi opinión sobre un tema que, desde siempre, ha interesado a millones de personas:

¿Qué ocurrió con el arca?

Sólo quiero hacer constar tres incuestionables realidades.

La primera es una llamada de atención: Todos los utensilios que Yavé dejó a los hijos del hombre —urim-tummim, efod, pectoral, tabla del testimonio, arca, propiciatorio, mesa de los panes, candelabro y vestiduras sacerdotales—, con mayor o menor celeridad, fueron retirados de la circulación.

Segunda. El arca del Sinaí, el auténtico y original Arca de la Alianza, estuvo varios siglos en el Tabernáculo que se instaló en Silo, hasta que fue capturado por los filisteos en Eben-Ezer, y desguazado en Ozoto. (I Sam. 5, 1)

Tercera. Aquel otro arcón, que después de reconstruido se dejó depositado en casa de Abinadab en Quiriat-Jearim (I Sam. 7, 1) y que, transcurrido algún tiempo, −y después de una breve estancia en casa de Obededom−, fue recogido por David y llevado a la Ciudadela, desde donde su hijo Salomón le transportó a la Casa del Arca en Jerusalén, al no ser el arca del Sinaí –al no ser el original arca de Yavé−, servía para poco, para muy, muy poco. (II Sam. 6, 1-19; I Rey. 8, 6-9; II Cró. 1,3)

Partiendo de esta segunda realidad y, reconociendo ser muy cierto que ese arcón ya no tenía ninguna utilidad para escuchar a Yavé, no es menos cierto que tenía un valor incalculable y un enorme simbolismo para los hebreos. Por esa razón, cuando se estaban acercando las tropas enemigas que destruirían el templo de Salomón y llevarían cautivo al pueblo hebreo a Babilonia, el profeta Jeremías escondió el arca, según cuentan, en una cueva del Monte Nebo. (II Mac. 2, 1-8).

Y podemos tener la absoluta certeza, de que una maniobra de ocultación no resultaba totalmente descabellada. Aquel que dude de esta afirmación, sólo tiene que leer las Escrituras para comprobar, con qué gran frecuencia, el tesoro del Templo fue empleado para garantizar armisticios, sufragar ejércitos, pagar rescates, etcétera, etcétera. Con muy buen criterio, Jeremías, al parecer, lo escondió en la cordillera montañosa de la margen oriental del mar Muerto. Y miren ustedes lo que son las cosas, el profeta, según cuentan los más viejos del lugar, lo sepultó, precisamente, frente a las famosas cuevas de Qumram. Y en ese lugar, al parecer, se encuentra todavía. Inservible, pero allí está.

¿Inservible?

Bueno, si en su interior aún contiene las dos maravillosas piedras del Testimonio del Sinaí, desde luego, yo no diría que está inservible. ¡Ni mucho menos!

Así, pues, la ocultación en una cueva del monte Nebo, es la posibilidad más posible según los cronistas de las Escrituras.

Sin embargo, y como no podía ser de otra forma, yo también tengo un par de teorías que me inclinan por otras posibilidades muy posibles:

Primera teoría:

Nadie, en este codicioso mundo, esconde un tesoro e informa del lugar aproximado en el que se encuentra. Si resultase que hay algo de cierto en el relato de Jeremías y el pozo del Monte Nebo, sólo sería debido a un lógico intento por parte del profeta, para confundir y despistar a los posibles buscadores de tesoros, y por lo tanto, ese es uno de los pocos sitios en los que se debería desestimar la búsqueda. A menos que recordemos el conocido cuento de aquel judío que dice a sus amigos que se va a Las Vegas.

En mi opinión, el tesoro que reúne el reconstruido arcón y las tablas del testimonio, fue ocultado en otro lugar. Un tesoro que, en principio, es propiedad de los hebreos que fueron sus receptores y depositarios, pero que, en definitiva, es un legado para la totalidad de los hijos del hombre.

Y aquí, relacionado con el Arca del Testimonio, me hubiera gustado referirme a unos sucesos ocurridos en los primeros años del siglo XII. Pero a estas alturas de la historia de esa reliquia, no creo que sea necesario, pues, tal y como consta en el libro de Jeremías (3,16), aludiendo al arca se dice: ...no se acordarán de ella, se les irá de la memoria, la olvidarán y no harán otra.

Segunda teoría:

El Arca del Testimonio, o al menos su valiosísimo contenido en dos tablas de piedra, quedaron ocultos muy cerca de Jerusalén. Por esta razón insinúo, que se debería considerar la posibilidad de buscar en la Ciudad de David y en otros lugares próximos a la ciudad santa.

Pero este tema ya lo trataremos más adelante en el segundo complemento.

Y antes de dar fin a este paréntesis, deseo alentar a los más piadosos ungidos que, “con la mejor voluntad y el más fervoroso afán”, se dedicarán a resaltar las innumerables y absurdas elucubraciones y fantasías que, la muy distorsionada mente del autor ha dejado en este trabajo. ¡Ánimo, muchachos!

Y ahora sí; ahora lo dejo. Aquí se cierra este largo paréntesis, en el que hemos reflexionado sobre el oculto destino del añorado Arca de Yavé y, sobre todo, de las anheladas Tablas del Testimonio, que, como digo, son las Piedras Filosofales (LAS PIEDRAS DE LA SABIDURÍA) y que, sin duda, son los objetos más importantes del mundo.

Nota. Todo este tema del Arca y de las Tablas de Piedra, está ampliado y a disposición del lector, en el segundo complemento de este trabajo: Las Tablas del rey Salomón.


¿QUÉ ES EL EFOD? (23*10)


Veamos, por fin, que es el efod.

El efod es un arnés; y un arnés es un cincho. Y ambos, cincho y arnés, son, poco más o menos, un conjunto de piezas metálicas o semimetálicas que se adaptan a un cuerpo mediante correas y hebillas, y cuya utilidad suele ser la de atar o sujetar algo. ¿Recuerdan que la raíz de la palabra efod es sujetar?, pues ahí lo tienen; y, ¿recuerdan el ejemplo de la correa del reloj?, pues tal cual. El efod es algo muy semejante a un correaje de malla semimetálica, con hechura de chaleco sin mangas. Y afirmo que es semimetálico, puesto que estaba confeccionado con hilos de oro y de lino, y como todo el mundo sabe —y "ellos" los primeros—, el oro es un metal. Recordemos esto: El efod, el pectoral (el contenedor del pectoral) y el cinturón son semimetálicos.

Las dos partes de este arnés-correaje, de ese chaleco semimetálico, o sea, las partes delantera y trasera, o lo que es lo mismo, el pecho y la espalda, estaban unidas por unas hombreras que, por supuesto, eran del mismo tejido. Este arnés se sujeta, se ajusta, se cincha y se comprime contra el cuerpo del sumo sacerdote por medio de un cinturón o ceñidor confeccionado también con los mismos materiales.

En cada una de las dos hombreras de este efod, ––y aquí está la segunda utilidad del efod––, para recuerdo y memoria, se acopla, mediante un engaste en oro, una piedra de ónice. En cada una de esas dos piedras de ónice se graban seis de los nombres de los hijos de Israel. Así pues, son dos hombreras, son dos piedras de ónice, y por consiguiente son doce nombres. Y ahora deseo resaltar algo que nos resultará de suma importancia: Los nombres están cincelados siguiendo el orden de su generación.

Según consta en Génesis 29, 30 y 35, si desestimamos que sean hijos de esposas o hijos de siervas, éste es el estricto orden de nacimiento: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Por lo tanto, así se grabarán en las piedras de ónice del efod:

En la primera piedra: (1) Rubén; (2) Simeón; (3) Leví; (4) Judá; (5) Dan; (6) Neftalí.

En la segunda piedra: (7) Gad; (8) Aser; (9) Isacar; (10) Zabulón; (11) José; (12) Benjamín.

Nota. A este respecto se debe tener muy en cuenta, que en diferentes relaciones de los nombres de los hijos de Jacob se dan distintos órdenes de colocación. Pero, sea de la forma que fuere, y reconociendo que no tengo a mano las partidas de nacimiento de los hijos de Jacob, he utilizado la que me ha parecido más correcta.

Estas dos piedras del efod tienen la misión de recordar los nombres de los doce hijos de Israel, así como su posición por nacimiento de mayor a menor, o lo que es lo mismo, su número de orden. En conclusión: A cada nombre corresponde un número.

Quedémonos de momento con las cuatro deducciones siguientes:

Primera. El efod es un arnés, un correaje, un cinto-tirante, un cincho de malla semimetálica elaborada con cordones de oro, lana y lino.

Segunda. Mediante un cinturón del mismo entretejido, se ajusta y se comprime al pecho del sumo sacerdote.

Tercera. Como anotaciones para memoria y recuerdo, o sea, como “chuletas”, y con el objeto de ser consultadas, sobre las hombreras de este arnés se han colocado dos piedras de ónice que contienen los nombres de las doce tribus en orden de nacimiento.

Cuarta. Esas dos piedras de ónice nos facilitan una relación de correspondencia entre un nombre y un número.

Bueno, pues ya está. Después de algunos siglos, ya sabemos que es el efod. Y también sabemos que ese cinto-correaje de malla daba muy pocas respuestas, aunque la pregunta procediera del mismísimo rey David. Y si ya sabemos que es el efod, en breve sabremos su doble utilidad. Pero antes de eso, debemos conocer el componente verdaderamente fundamental de todo el asombroso proyecto tabernáculo. Un enigmático artilugio, del cual el efod es complemento. Un sobrevalorado utensilio que ha llegado hasta nosotros bajo la denominación de PECTORAL DEL JUICIO O RACIONAL. ¿Racional? Sí, sí, racional.

Nota: El efod es importantísimo por dos razones: 1) Llevar engarzado las dos piedras de ónice; 2) Sujetar contra el pecho del sumo sacerdote un utensilio llamado pectoral, que tiene la función de contener a Urim-Tummim.


¿QUÉ ES EL PECTORAL? (23*11)


Pues, si al empezar a desentrañar la función del efod dijimos que nunca se supo su utilidad, ahora, lo primero que debemos hacer es comentar que este otro utensilio, fue denominado como pectoral por la única y sencilla razón de que va sobre el pecho y colgado del cuello. Pero claro, deberíamos tener en cuenta que todos los objetos que suelen colocarse sobre el pecho ––collares, colgantes, insignias, condecoraciones, medallas, e incluso escapularios––, no son pectorales. Dentro del ajuar funerario de Tut Ank Amón encontramos al menos tres pectorales: el del escarabajo, el de la diosa Nut y el de los cartuchos. De igual manera, en otras culturas también hallaremos objetos muy semejantes. Esos sí que son pectorales, pero lo que Yavé diseñó en el Sinaí no era un pectoral propiamente dicho.

Se dice que aquel objeto, el pectoral del juicio, estaba adornado con un llamativo conjunto de doce “piedras” de colores, colocadas en cuatro filas de tres “piedras” cada una. Pues bien, eso que se dice es mentira. Ciertamente, no es mentira dolosa, pero sí que es una mentira nacida del error. Lo correcto, en mi humilde y herética opinión, es que:

El pectoral, como tal pectoral, no estaba guarnecido; no estaba adornado ni tenía ensamblada o engastada una sola piedra.

También se dice que el pectoral estaba sujeto al efod que lo comprimía contra el pecho del sumo sacerdote. Pues bien, sintiéndolo mucho, en esta ocasión y sin que sirva de precedente ni siente jurisprudencia, me veo en la obligación de admitir que lo que dicen los levitas es muy cierto.

Ahora, con mucha atención, reparemos en el siguiente detalle:

Teniendo en cuenta que el pectoral se ajustaba sobre el pecho, a la altura del corazón del sumo sacerdote, y reconociendo que todos los sumos sacerdotes no están obligados a tener la misma altura ni idéntica corpulencia, el pectoral, además de ser de unas notables medidas (20 cm x 20 cm), debería ser regulable en sus amarres. Y efectivamente, así es: los cordones o cadenillas de oro, a través de unas anillas, facilitaban el ajuste necesario a la altura adecuada; así consta en Éx. 28, 28.

Nota: Para dar cobijo a un utensilio que contenga doce “piedras preciosas”, no se precisa que la bolsa mida 20 x 20. Sin embargo, esas dimensiones serían muy aconsejables, si debiera abarcar un espacio suficiente del centro del pecho. Recordemos que el corazón no está situado exactamente en el centro.

Hechas estas precisiones, alguien puede preguntar:

— Entonces, según tú sabiduría: ¿qué es el pectoral?, ¿para qué sirve?

Las primeras palabras de mi agradecida respuesta a esas preguntas, serán una imitación de aquella frase que manejan los profesionales de la política, cuando plagian descaradamente a los más “honrados peristas” al ser interrogados por la procedencia de la mercancía:

Me alegro mucho que me haga usted esa pregunta.

Vamos a por la respuesta.


EL CONTENEDOR DEL PECTORAL (23*12)


El pectoral constaba de dos partes: el contenedor y el contenido. Por supuesto, lo más interesante, en realidad lo único interesante, es el contenido. No obstante, en primer lugar vamos a tratar del contenedor. Pero antes que nada, debemos plantearnos dos preguntas y, por supuesto, facilitar dos respuestas:

Primera pregunta: Pudiendo hacerse una bolsa de piel, de lienzo o de paño, ¿por qué se confecciona una bolsa de red o malla?

Primera respuesta: Pues, posiblemente, para introducir en ella algo que haga necesario, o al menos recomendable, que esa bolsa sea de red o malla.

Segunda pregunta: Y, ¿para qué se confecciona una bolsa de red o malla, que además está dotada de unos componentes metálicos; que estará siempre unida al efod, que a su vez también goza de componentes metálicos, y que debe quedar comprimida contra el corazón?

Pues, la respuesta a esta segunda pregunta, también puede calificarse como muy simple: Sería confeccionada así, para contener algo que precise que esa bolsa no sea tupida e impenetrable a la vista; y que al mismo tiempo, pueda hacer contacto metálico con el efod y quedar presionada contra el corazón.

Éx. 28 15-16 dice: (15) Harás un pectoral del juicio artísticamente trabajado, del mismo tejido del efod, hilo torzal de lino, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. (16) Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y uno de ancho,...

Así era el contenedor del pectoral: Cuadrado y doble. O, lo que es lo mismo, un entretejido de malla con una longitud que duplicaba su anchura y que al plegarlo resultaba un cuadrado. Aunque el texto bíblico no aluda a ello, también es posible fuese una bolsita-taleguilla como las usadas como ‘racionales’. Para quien lo ignore, más adelante se explicará que era una bolsa racional. Pero, sea una bolsa racional de malla o sea una red simplemente doblada en dos mitades iguales, lo importante y lo práctico es:

Uno. Que el contenedor-pectoral sea una malla o red, entretejida de hilo de lino y cordón de oro; del mismo tejido que el efod.

Dos. Que esa malla sea capaz de contener y resguardar un utensilio donde estén encajadas o encapsuladas una serie de “piedras”. Una serie de “piedras” de colores que gozaban de luz propia, o sea, que se iluminaban. O, lo que es lo mismo, que esa malla diera cobijo a un utensilio conocido como TUMMIM (en hebreo arcaico tummim significa recipiente o receptáculo); y que en ese Tummim estuviesen encajadas o encapsuladas doce “piedras” luminosas conocidas como URIM (en hebreo arcaico urim significa luz o luces).

Tres. Que esa malla sea poco tupida y presente una transparencia que permita distinguir ese utensilio portador de las “piedras-luz” de colores.

Cuatro. Que esa malla esté sujeta a la altura del corazón.

Nota: Si el mismo nombre de su Dios –YAVÉ, YAHVEH, JEHOVÁ, JEHOVAH, ELOHIM, El, etc.−, resulta de tan dudosa precisión que incluso ha dado origen al Tetragramaton (YHWH), las palabras urim-tummim posiblemente gocen todavía de una mayor confusión. Admitida esta posibilidad, costará poco esfuerzo conceder que URIM-TUMMIM puedan ensamblarse en una sola palabra: “URIMIM”; o sea, LUCES. Con lo cual, nos encontramos con que dentro del contenedor-pectoral se introducía un estuche, cajita o recipiente de luces.

A continuación, y para subir nota, intentemos responder a estas tres preguntas:

Primera pregunta. Si, como se apuntaba unas líneas más arriba, resulta que no era una bolsita, ¿cómo quedaba retenido y protegido ese utensilio conocido como tummim que contenía engastadas esas “piedras” luminosas llamadas urim?

Primera respuesta. Pues, sencillamente, porque el contenedor-pectoral está firmemente sujeto por el efod y comprimido contra el pecho. De esta elemental manera, la seguridad y protección del contenido está a garantizada. Por eso afirmo que no resulta indispensable que sea una bolsita.

Segunda pregunta. ¿Qué es ese utensilio llamado tummim en el que se engastaban las “piedras” luminosas?

Segunda respuesta. Pues, imitando nuevamente a los profesionales de la política, responderé que también agradezco mucho que se me haga esta pregunta pero, que si me lo permiten, la contestaré más adelante. Esto es una promesa.

Tercera pregunta. ¿Qué eran esas “piedras” de luz llamadas urim?

Tercera respuesta. Pues, aunque se tratará con más extensión en el momento adecuado, haremos ahora una breve incursión en el mundo de los urim colocados en tummim.

Primer acercamiento a Tummim-Urim:

Como ya he dicho, es sumamente escasa la referencia del texto bíblico a tummim-urim. Y más que escasa, se puede calificar como mezquina y ruin. Además de no decirnos de dónde han salido, no explica lo que eran; ni para qué servían; ni qué forma presentaban; ni qué tamaño tenían y −si aceptamos la versión sacerdotal, que los diferencia de las “piedras” del pectoral−, ni siquiera se nos dice cuántos eran. Por esta ‘sobreabundancia’ de ausencias empezamos a entrever, y así se puede afirmar sin mentir demasiado, que todo este asunto del pectoral, en principio, muy sencillo, muy sencillo, no es. Pero de todas formas, de momento intentaremos subir nota y efectuaremos, sino una descripción completa y absoluta de su funcionalidad, al menos mostraremos un uso que justifique su colocación dentro de ese contenedor del pectoral. Y deseo advertir y recordar que todo este asunto no es sencillo porque, como también he dicho, Moisés no fue muy exhaustivo en sus explicaciones, y el cronista de este capítulo, cuando se refiere exactamente al efod y al pectoral, y sobre todo a tummim-urim, está tratando de describir algo que nunca ha visto, y sobre lo que ha recibido una información muy limitada y más que confusa.

Y, ¿por qué Moisés no fue muy exhaustivo en sus explicaciones?

Pues, porque así lo decidió Yavé. Unas páginas más adelante, en el apartado LAS COMBINACIONES, se facilitará una explicación.

Ese utensilio, el enigmático tummim-urim, tal y como afirma el versículo treinta, quedaba dentro del cuadrado y doble contenedor del pectoral, que a su vez, se sujetaba y comprimía contra el pecho (corazón) del sumo sacerdote mediante el efod y el cinturón. Así es como consta en las Escrituras cuando dice en Éx. 28, 30: Pondrás también en el pectoral del juicio los urim y tummim, para que estén sobre el corazón de Arón cuando se presente ante Yavé, y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yavé el juicio de los hijos de Israel.

Y ahora, si releemos con atención este versículo treinta, no sólo subiremos nota sino que iremos a por matrícula.

¿Qué es lo que debe estar sobre el corazón de Arón? ¿El pectoral o tummim-urim? Haga el favor de leer una vez más los versos anteriores.

Sin la menor duda, el contenedor del pectoral debe estar sobre el pecho, pero son tummim-urim los que tienen que estar sobre el corazón. Para que estén sobre el corazón. Estén, así, en plural. Y también hemos advertido, que en ese versículo son dos las veces en que se ordena que esos artilugios estén sobre el corazón. Recordemos esto, que como he dicho tiene su recompensa.

Y, de momento, aquí dejaremos a los enigmáticos urim-tummim (URIMIM). Pero tienen mi promesa, o si lo prefieren, tienen mi amenaza, de que volveremos a encontrarlos más adelante.

Indulgente lector:

Si he aludido a una amenaza ha sido porque, como ya he dicho en otras dos ocasiones −y lo he pensado en muchas más−, yo sé que todo esto, debido principalmente a la reiteración, es bastante aburrido; pero créame, la culpa no es mía. De esta misma manera ha sido y ha permanecido desde hace más de tres mil años; y tal vez sea éste el motivo por el cual estos tediosos textos todavía permanecen desconocidos. Además, los trabajos de investigación y deducción, aunque en las novelas y películas de intriga pueda parecer lo contrario, suelen ser bastante tediosos. Sin duda resultan apasionantes, pero al mismo tiempo muy necesitados de una irritante meticulosidad y, con frecuencia, producen la sensación de ser una burla para el investigador. Supongan ustedes que una persona cualquiera, pretendiendo alcanzar la comprensión de algunos de los infinitos misterios de la vida y, como una opción más, ha decidido leer la Biblia. La abre al azar y se encuentra con este capítulo veintiocho del Éxodo. El más paciente, el más moderado, el más comprensivo de los hombres sólo puede exclamar: ¡están locos!; estoy buscando algún indicio de explicación para todas estas incógnitas y me meten en una boutique. Y menos mal, que no ha pasado al siguiente capítulo, allí se encontraría inmerso en un matadero de reses, con su sala de despiece de carnes y finalizaría en un restaurante-parrilla.

Ante esa justificada indignación sólo puedo sugerir: ¿Por qué no tenemos un poco de paciencia? Las respuestas, además de estar escritas en el viento ––como dice Dylan––, pueden encontrase en muchos sitios; por ejemplo, en una boutique para sacerdotes o en una cajita de luces.

He considerado apropiado hacer esta amarga aunque esperanzadora reflexión, solamente para advertir que las siguientes páginas en las que vamos a tratar sobre las “piedras” del pectoral, son todavía más tediosas. ¡Ánimo!


LAS “PIEDRAS” DE ENGASTE DEL PECTORAL (23*13)


Procurando que los más críticos de entre los lectores tengan suficiente testimonio sobre una investigación, que desde el primer momento estaba condenada al fracaso; para que esos minuciosos lectores puedan percatarse de que se ha reflexionado sobre este asunto; para que esos puntillosos y doloridos sacerdotes adviertan que esta cuestión de las “piedras” del pectoral no se ha desestimado a la ligera sin ser sometida a un casi exhaustivo análisis, estoy obligado a tratar con el mayor rigor todo este tema de los rubíes, zafiros, esmeraldas y diamantes de diferentes colores. Pero al mismo tiempo, ahora, cuando se inicia la descripción del estudio de este muestrario de joyería y bisutería, deberían tener muy presente aquella Regla de Oro que, junto a la Verdad y la Mentira, quedó señalada en la Introducción. Si lo hacen así, podrán comprender que todo este asunto de las “piedras preciosas” con sus diferentes colores, es sólo la consecuencia de un desastroso, y sobre todo, de un interesado tratamiento de la auténtica realidad.

Y ahora nuevamente debo insistir:

El pectoral, lo que en Éx. 28 se describe como pectoral, al contrario de lo que allí se afirma, no tenía engastada ninguna piedra y, como ya he afirmado “sutilmente”, eso es una mentira. No obstante, lo que sí es cierto, y además muy cierto, es que ese pectoral mostraba doce “piedras” de luz” de diferentes colores.

— Bueno; pero, ¿hay piedras o no? ¿Quieres quedarte con nosotros?

Sí, sí que hay piedras; y no, no pretendo quedarme con nadie. Al final todo resultará muy comprensible; pero ahora propondré un simple ejemplo:

Supongamos que usted, amable lector, está mirando a través de la luna del escaparate de una joyería; ¿podría decir que esa magnífica pieza engarzada de pedrería que está viendo, forma parte del cristal del escaparate?

Usted, por supuesto, no haría esa afirmación. Pero los sacerdotes levitas sí. Los piadosos ungidos, asegurarían sin pestañear, que esa alhaja está insertada o incrustada en la vidriera.

Nota: En alguna traducción de Éx. 28, 17, refiriéndose al pectoral, dice: y lo llenarás de pedrería… No se burlen del texto, ríanse de los sacerdotes que ansían llenar un saquito con piedras preciosas.

De cualquier forma, y puesto que en las Escrituras se describen doce “piedras” de colores –con independencia de la situación que pudieran ocupar en el pectoral o en su interior−, es absolutamente necesario referirnos a ellas.

Este asunto de las “piedras” es sumamente complejo y, por supuesto, tampoco resulta nada fácil de interpretar. Y no es fácil de interpretar, porque durante mucho tiempo lo han liado tanto, que así, de entrada, hasta da miedo mirar la enredada madeja. Naturalmente, para aquellos que creen que Yavé ordenó que el pueblo hebreo regalase al Sumo Sacerdote una joya de oro y “piedras” preciosas, para que éste se la colgase del cuello los días de fiesta, para esas personas, no existe liada madeja.

Por ceñirme a una sola enumeración de “piedras”, y puesto que existen algunas diferencias entre las distintas traducciones de las escrituras, he decidido utilizar la relación de la Torah, que es la siguiente:

Éxodo (Shemot) 28, 17-21: (17)... y lo engastarás con un engaste de pedrería, o sea, cuatro órdenes de piedras. Una hilera será: rubí, (sardónica, cornalina) topacio y esmeralda; esta será la hilera primera. (18) Y la hilera segunda: carbunclo (rubí, rubí,), zafiro y diamante. (19) Y la hilera tercera: ópalo, ágata y amatista. (20) Y la hilera cuarta: crisólito, ónice y jaspe. Engastadas en oro estarán en sus engastes. (21) Y las piedras estarán arregladas conforme a los nombres de los hijos de Israel: doce, según los nombres de ellos; con grabados como de sello, cada una con su nombre, corresponderán a las doce tribus.

Nota. Entre paréntesis he incluido las piedras descritas en otros textos bíblicos puesto que los distintos traductores muestran sus discrepancias en las piedras citadas en el número uno: Rubí, Sardónica, Cornalina, y en las mencionadas en el número cuatro: Carbunclo, Rubí, Rubí. No obstante, se aprecia inmediatamente, que todas las piedras de esos dos engastes (uno y cuatro), tienen en común el color rojo más o menos intenso. En algunas otras versiones de las Escrituras, además de reseñar las aquí mencionadas, se citan “piedras” distintas: feldespato verde, circón naranja, sardio-berilo, jacinto y turquesa.

Como se puede advertir en el texto bíblico, en cada una de las cuatro hileras o filas encontramos tres “piedras” iluminadas; o sea: tres, tres, tres y tres. ¿Ven ustedes la imagen? Por favor, búsquela en su mente. Posiblemente, hoy mismo la ha visto varias veces.

¡Efectivamente! Le felicito.

Pero ahora se nos presentan otras incógnitas.

La sumamente ambigua redacción del texto bíblico, nos permite, sin resultar exhaustivos, muy diferentes interpretaciones, dependiendo de que su descripción se inicie por arriba o por abajo; o por su dirección de derecha-izquierda o izquierda-derecha. Éstas son unas variantes muy dignas de ser tenidas en cuenta, puesto que en aquellas culturas nos encontramos con reseñas trazadas indistintamente, de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.

Pero esto no es todo porque estas variantes se ven incrementadas con algunas más, si consideramos la posibilidad de una distinta secuencia o sucesión de las hileras y columnas en la modalidad de bustrofedon o surco de arado. Un sistema de escritura, que si se piensa bien, y para relacionar o reseñar colores u objetos independientes entre sí, es el más lógico. ¿Acaso no es más sensato comenzar una línea donde acabó la otra?

Por lo tanto, así de primeras, nos encontramos con un montón de posibles interpretaciones para el orden en la disposición de las “piedras” del pectoral.

— ¿Y entonces?

Todo a su debido tiempo. De momento, sólo he pretendido destacar que por la descripción de hilera no llegamos a ningún sitio. Posiblemente, la respuesta esté en otro lado.

Pero, antes de continuar, y con independencia del orden en su colocación, podríamos preguntarnos, ¿para qué sirven esas piedras?

Como era de esperar, y como ha sucedido en el transcurso de los siglos, “ellos” responden:

¿Qué pregunta es esa? ¿Acaso no lo dice bien claro el texto bíblico? ¿Para qué va a servir la pedrería de una joya? Pues, sencillamente, para proporcionar belleza al pectoral que el sumo sacerdote lucirá sobre su pecho en las grandes ceremonias. Ese utensilio ha sido creado con la evidente intención de que esas piedras preciosas sirvan para adorno. En realidad, todo el conjunto de vestiduras, tal y como consta en el versículo dos de ese capítulo veintiocho, tienen esa misma finalidad: Harás a Arón, tu hermano, vestiduras sagradas, para gloria y ornamento.

Pues ya lo ven ustedes, aquí tenemos la sacerdotal respuesta:

Todo el conjunto estaba destinado a que el sumo sacerdote apareciese guapo y elegante.

Y además es muy lógico; nadie ha dudado jamás, y todos podríamos jurar o prometer, que la intención de Yavé, al descender de los cielos que están sobre los cielos, no era otra que tener la posibilidad de diseñar arcones, mesas, lámparas, cocinas, ropas, complementos, joyas y bisutería para los levitas. Y por otra parte, todo el mundo sabe de sobra, Petronio, Brummell y Byrón los primeros, que no existe nada más elegante que un cincho o un arnés; tú te pones un arnés bien sujeto al pecho, y fijo que vas de rompedor.

No obstante, por si diera la pequeña casualidad de que esa sacerdotal respuesta no fuese la más correcta, yo he buscado otras explicaciones. Y para ello, intenté establecer:


¿QUE RELACIÓN EXISTE ENTRE LAS “PIEDRAS” Y LAS TRIBUS DE ISRAEL? (23*14)


Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabará en cada una el nombre de una de las doce tribus. (Éx. 28, 21)

Pues bien, si con las hileras nos enfrentamos con unas incógnitas; si después, con la utilidad de las “piedras” se nos presentaron unos interrogantes; ahora, con la correspondencia entre piedra y tribu ya tenemos el lío. Nos encontramos, sino con el mayor enredo, sí con una más de las obscuras interpretaciones que acompañan al pectoral y, por supuesto, con la cuestión que ha propiciado la, tal vez más imponente de las confusiones, cuando dice: …se grabará en cada una (se está refiriendo a las “piedras” del pectoral) el nombre de una de las doce tribus.

Porque veamos:

En Éx. 28, 9-10 consta: (9) Toma dos piedras de ónice y graba en ellas los nombres de los hijos de Israel, (10) seis de ellos en una y seis en la otra, por el orden de su generación. Aquí está bastante claro: los nombres se grabaran de mayor a menor, o sea, se comenzará por Rubén y finalizará en Benjamín; o lo que es lo mismo pero mucho más significativo, a Rubén se le adjudicará el número 1 y a Benjamín el 12.

Pero claro, resulta que en esos versículos 9 y 10, Yavé se está refiriendo a las piedras de ónice colocada en las hombreras del efod, y esas piedras no son las del pectoral. Y nos encontramos, que refiriéndose al pectoral, en Éx. 28, 21 solamente se dice: Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabará en cada una el nombre de una de las doce tribus. Como se puede apreciar, al contrario de lo que se dispone para las dos piedras de ónice del efod, aquí no se menciona ningún orden de numeración en los doce nombres. Y como diría un aficionado al futbol: El ‘listo’ del entrenador ha nombrado a toda la plantilla, pero no ha facilitado la alineación. Y no olvidemos que en este equipo cada jugador puede jugar en cualquier posición.

En el pectoral nos encontramos con doce “piedras” preciosas o semipreciosas, doce colores y doce nombres de tribus. Al mismo tiempo, en las dos piedras de ónice que se colocan en las hombreras del efod, reencontramos los doce nombres de las tribus que, por estar colocados por orden de nacimiento, nos facilitan doce números. Seis nombres y seis números en cada una de las dos piedras. La tentación es evidente: Adjudicar a la primera piedra del pectoral el primer nombre de los hijos de Israel; y así sucesivamente, hasta la piedra doce y el último nombre. Pero no; no se dejen seducir.

Y no deben dejarse embaucar, porque si esa hubiese sido la intención de Yavé, Moisés lo habría dejado convenientemente anotado. Y, por supuesto, porque también existen otras razones que desaconsejan esa ordenación de “piedras” y nombres.

Doce en número según el número de los hijos de Israel.

La insuperable dificultad surge cuando intentas encontrar una concordancia entre las doce “piedras” y las doce tribus de Israel; cuando, como un iluso despistado, tienes la pretensión de hallar alguna correspondencia entre unas y otras con el propósito de adjudicar a cada una de las gemas el nombre de una de las tribus hebreas.

Y, he dicho bien: insuperable dificultad.

Como un ingenuo más, en primero lugar intenté encontrar alguna relación entre los nombres de las piedras y los nombres de los hijos de Israel. Y claro, no encontré ninguna. A continuación, me afané en buscar alguna correlación entre el color básico de las “piedras” y algo que se identificara o coincidiese de alguna manera con los significados, con las bendiciones, con los territorios, etcétera, de cada una de las doce tribus. En esta otra tentativa tampoco pude hallar esa pretendida reciprocidad. Y debo admitir que resultó bastante desalentador, porque dediqué mucho tiempo y no escatimé esfuerzos ni consultas en libros de gemología e incluso de joyería arcaica. Después, en realidad mucho después, advertí que cualquier iniciativa estaba condenada a resultar fallida.

Y eso por tres razones.

La primera, porque si exceptuamos el innegable parecido gráfico y fonético que en castellano encontramos entre Rubén y Rubí, y que, como comprenderá el lector, no es más que una disparatada, burlona y “milagrosa” coincidencia, no existe ni la menor posibilidad de relacionar los nombres hebreos de las “piedras” con los nombres hebreos de los hijos de Israel. Y créanme, no es que yo no haya podido encontrar esa relación, es que no existe. Y además, y para mayor guasa, nos encontramos con la realidad de que no hace ni la menor falta que exista coincidencia alguna. Ya lo verán.

La segunda razón concluye en el mismo desalentador y al mismo tiempo esperanzador resultado:

Aprendí, que cada una de las piedras preciosas existentes en el mundo, presenta tan gran variedad de colores y tonalidades, que resulta prácticamente imposible asegurar, salvo muy señaladas excepciones, que una gema se corresponda e identifique con un color determinado. Fue entonces cuando me enteré, que además de los típicos azules, hay zafiros rosas, zafiros violetas, zafiros amarillos, verdes e incluso incoloros. Los mismos diamantes, las gemas por excelencia, además de los incoloros –que son los más frecuentes-, muestran una enorme variedad en amarillos, azules, verdes, rosados; y los más famosos del mundo, desde la Estrella del Sur, el Hope, el Gran Mogol o el Hortensia -que es de color melocotón-, son una auténtica exhibición de las más diferentes tonalidades cromáticas. Y muy parecido, y a veces más llamativo, es lo que sucede con el resto de las piedras. Por eso, insisto que es casi absurdo pretender identificar o relacionar una gema con un color.

NOTA: Antes de seguir adelante con esta ’joya’ de tema, debo hacer notar que, como todo el mundo sabe, una gema no es una piedra preciosa. Gema es todo mineral o material fósil que, una vez pulido se puede usar en joyería. En realidad, las piedras preciosas, mejor dicho, las gemas preciosas, según muchos expertos, sólo son cinco: diamante, rubí, esmeralda, zafiro y aguamarina.

La tercera razón que justifica la imposibilidad del intento, se deriva de otra realidad incuestionable: los nombres de las piedras, su identificación y clasificación ha variado enormemente en el transcurso de los siglos, resultando, por ejemplo, que el crisolito, piedra número diez del pectoral, era conocida en la antigüedad como topacio, piedra número dos, y que, en algunos lugares, denominan granate al rubí, topacio azul al aguamarina y lapislázuli al ópalo. Así pues, mi fracaso en hallar una concordancia entre piedras preciosas y los hijos de Israel tenía una triple justificación.

También entonces advertí otra cuestión que llamó mucho mi atención. Me refiero a la ausencia en el pectoral de una gema tan característica y conocida en esa zona como es la turquesa. La turquesa es una piedra azul o verde azulada muy apreciada en la antigüedad. Y resulta que se extrae en Egipto, y muy concretamente, en la península del Sinaí. Lo llamativo del asunto, es que deben colocarse doce piedras, y la más conocida por todos, la más abundante en esa zona, esa se desestima. Otra omisión de gemas muy frecuentes y conocidas en aquellos parajes se advierte con el lapislázuli, que también aparece en la máscara de Tut Ankh Amón; con la comunicativa galena –muy utilizada en Egipto para cosmética−, con los berilo incoloro, rosa o azul (aguamarina), con la malaquita, que bien pulida y con un color verde intenso se utiliza como gema. Cada una de estas piedras es relativamente corriente en aquella zona.

Todo esto me hizo pensar que resultaba bastante extraño que entre las “piedras” del pectoral no encontrásemos algunas de las gemas más populares y apreciadas por aquellos hebreos-egipcios. En realidad, casi ocurre lo contrario, las piedras más conocidas no están incluidas en la relación.

Este cúmulo de pruebas evidentes, y los no menos evidentes fracasos en mi intención de prosperar en la investigación, fueron los que me proporcionaron el camino de la solución. Y como siempre sucede en estos maravillosos textos del Éxodo, la explicación estaba allí. No había que buscarla en otro lugar, se encontraba allí mismo. Y sólo era yo quien, confundido por la ignorancia levítica, andaba buscando por un lado y por otro. Claro, que estoy seguro de no haber sido el primer individuo que en estos últimos tres mil años, ha intentado encontrar una relación entre los nombres de las doce tribus y las doce “piedras” del pectoral.

Pero lo cierto, la auténtica realidad, es que no se debe buscar conexión alguna entre el color o el nombre de las “piedras” preciosas y los nombres de las doce tribus. Y no se debe buscar, porque no existe. Y no existe, porque todo es mucho más fácil:

La única relación existente entre las “piedras” y los hijos de Israel es que, tanto las primeras como los segundos, son doce.

Eso es todo. Así de simple, así de elemental y así de sencillo.

Yo había insistido durante años –y cuando digo años, debe entenderse años−, cavilando, estudiando y consultando libros; y, si bien es cierto que no he llegado a ser un experto en gemología, sí que conseguí alcanzar el grado de ‘enterao’ en piedras y pedruscos. Pero al final resultó que todo había sido absolutamente innecesario, y que yo solito me había complicado la vida con mis interpretaciones. Con una frecuencia diaria yo tenía bien presente que: Yavé no engaña; Yavé, en contra de los que aseguran los sacerdotes, no es inaccesible; Yavé hace las casas muy comprensibles y fáciles para la razón, y por supuesto, los caminos de Yavé no son inescrutables. Pero nada, yo me había obcecado en encontrar una relación entre “piedras” y nombre de los hijos de Jacob y no me apeaba del burro.

Claro que, siendo muy cierto que Yavé no engaña, también es muy cierto que los sacerdotes se habían ocupado de liar el asunto.

Leyendo y releyendo, percibí la solución:

Éx. 20, 9: Seis días trabajarás... pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra...

Núm. 14, 34: Tantos como fueron los días de la exploración de la tierra, cuarenta, tantos serán los años que llevaréis sobre vosotros vuestras rebeldías: cuarenta años, año por día;

Y por último, una cita muy significativa que nos aporta Éx. 24,4 cuando Moisés coloca doce pedruscos: ... y alzó al pie de la montaña un altar y doce “piedras”, por las doce tribus de Israel.

Fue entonces cuando lo comprendí. Aquella era, simplemente, una manera de hablar; una costumbre; una forma de relacionar dos números o dos sucesos; una especie de regla nemotécnica. Seis días trabajarás... pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra. Cuarenta días…, cuarenta años. ...doce en número, según el número de los hijos de Israel…

Pero, de todas formas, esta conclusión seguía dejando sin respuesta la pregunta:

¿Qué nombre se grabó en cada una de las doce “piedras”?

Esta incógnita, que más que importante es importantísima, no quedará sin desvelar; pero ahora no es el momento.

Después de establecer que la única afinidad entre “piedras” y nombres, es que ambos eran doce, realicé una concisa síntesis y me encontré con:

Doce “piedras” de distintos colores, doce nombres y doce números.


LAS DOCE “PIEDRAS PRECIOSAS” (23*15)


Yo había comprendido y admitido que no existía ninguna razonable relación entre las “piedras” y los nombres de los hijos de Israel, pero todavía seguía caminando por el descaminado camino señalizado por los sacerdotes. Por otra parte, seguía manteniendo el convencimiento de que este asunto de las doce “piedras” era determinante. Fue una triste equivocación de la que tardé años en salir. Y fue un triste y tremendo error, porque todo este asunto de las doce “piedras” del pectoral es una gran mentira. Entiéndanme: ahora no estoy refiriéndome ni a los colores ni a los nombres ni a los números, estoy aludiendo directamente a las doce “piedras preciosas”.

Todavía confundido por el embuste sacerdotal de las piedras del pectoral y, como un niño en la playa, me puse a buscar piedrecitas de colores. Y lo hice así, porque si queremos complicarnos la vida, buscaremos piedras preciosas y semipreciosas de todos los colores, pero si somos prácticos y lógicos, utilizaremos cualquier tipo de piedra.

Pero, ¿por qué utilizar cualquier tipo de piedra?

Pues, porque en ninguna parte se especifica que deben ser “piedras preciosas”. El versículo diecisiete dice únicamente: lo engastarás con engastes de pedrería (de piedras), o sea, cuatro órdenes de piedras...

¿Dónde consta que engastes de pedrería deben ser piedras preciosas?

En ningún sitio.

Pero es que además, y para remate, ¿en qué obra especializada, en que tratado de gemología, figura el jaspe, el ónice o la amatista como piedras preciosas? Si acaso, como piedras bonitas.

Pero hay algo más. Si razonamos un poco, tendremos que admitir que en una comunidad tan elemental como era aquella del Sinaí, posiblemente ni siquiera los sacerdotes, que según ellos mismos afirman son los más listos, sabrían identificar los nombres de unas piedras preciosas o semipreciosas.

Estas premisas me condujeron directamente al Teorema de los Guijarros Preciosos:

Si por una parte no se dice que deban ser piedras preciosas; si por otro lado se hace constar que en ese pectoral hay piedras que no son preciosas, y si por último, resulta que no se necesita para nada que sean piedras preciosas, ¿de dónde hemos sacado que debemos identificar piedras preciosas?

Claro que, contra este Teorema de los Guijarros, siempre cabe afirmar que junto con rubíes, zafiros, diamantes y esmeraldas, se habían engarzado en oro unos cuantos cascajos. ¿Por qué no? Sólo sería otro misterioso misterio. Y además, nadie pone en duda que el ansia de rapiña y la codicia por la acumulación de tesoros, son la enseña y pendón de los sacerdotes.

Según yo lo veo, la “cosa” sucedió de esta manera:

Tengamos en cuenta que Tummim-Urim ya está desaparecido desde hace varios siglos. Aquellos cronistas levitas que deciden describir el pectoral, en algunos aspectos eran personas muy semejantes a los sacerdotes cronistas de hoy y se expresaban de una manera semejante. Entonces se encuentran que les ha sido facilitada la descripción de un utensilio que contenía doce piedras de diferentes colores y optan por describirlas de esta manera: Rojo, rubí; amarillo, topacio; verde, esmeralda; azul, zafiro, y así, hasta los doce colores o combinación de matices cromáticos. Nuevamente habían utilizado una regla nemotécnica. Después, con el transcurso del tiempo, “alguienes”, con toda seguridad los hijos más o menos legítimos de aquellos codiciosos sacerdotes, decidieron omitir los colores y dejar únicamente los nombres de las piedras. Observaron que había doce piedras de colores” y se dijeron en voz bien alta para que todo el mundo pudiera oírles:

Sin la menor duda son rubíes, topacios, esmeraldas, diamantes, zafiros y ópalos.

Y dicho y hecho. Como el auténtico contenido del pectoral ya no era accesible para nadie, desde ese mismo instante y valiéndose de los milagrosos milagros, la bisutería quedó transformada en joyería. Y, naturalmente, en una piadosa colecta y postulación se ocuparon de que los fieles creyentes hicieran la necesaria y generosa aportación de piedras.

Estas elucubraciones, porque solo son eso, elucubraciones, me llevaron a las:


TRES OPCIONES (23*16)


Desechada la posibilidad de que Yavé hubiese ordenado a Moisés que en aquel saquito fuesen incrustadas doce piedras más o menos bonitas, me centré en el interior del pectoral. Y aquí se me presentaron estas tres opciones:

Primera opción. Que en el interior del pectoral se encontraba un utensilio que presentaba doce piedras, posiblemente turmalinas o cuarzos, de diferentes colores y talladas en cabujón.

Nota: Tanto las turmalinas como los cuarzos ofrecen toda la variedad cromática del contenido del pectoral.

Segunda opción. Que en el interior del pectoral se encontraban, efectivamente, las doce piedras reseñadas en las Escrituras.

Tercera opción. Que en el interior del pectoral se depositó un utensilio en el que no había ni una sola piedra, pero que presentaba doce botones o pulsadores de colores.

La primera de las tres opciones tiene su justificación en el hecho de que el cuarzo –también la turmalina−, es un mineral muy interesante y que, posiblemente debido a su gran abundancia en la naturaleza, presenta en sus múltiples variedades todos los colores y algunos más de los matices que muestran las piedras descritas en el pectoral, y por supuesto, con unos tonos vivos y limpios. Son cuarzo, por ejemplo, la cornalina, la sardónica, el falso topacio, el ágata, la amatista, el ónice y el jaspe; siete de las piedras reseñadas en el pectoral. Y, si por una pequeña casualidad, las otras piedras señaladas como rubíes, esmeraldas, zafiros, etcétera, resultase que no eran tales piedras preciosas, nos encontraríamos también por casualidad, que el cuarzo presenta las mismas tonalidades cromáticas; y además, como ya he dicho, no serán preciosas, pero sí que son bonitas.

Sin embargo, esta primera opción relacionada con los cuarzos y turmalinas, únicamente se ha expuesto como una posibilidad que va más allá de mi escasísima competencia y, por lo tanto, sólo dejaré constancia de una certeza absolutamente científica:

El cuarzo, por su característica piezoeléctrica, se comporta de una manera muy llamativa:

Si le es aplicado un voltaje entre sus caras, ese mineral se comprime. Y viceversa, si es comprimido, genera una tensión eléctrica bastante notable.

Y, aunque esta particularidad es algo excepcionalmente útil para regular las frecuencias de radio, no se va a insistir sobre ella; y sólo por rematar la faena, haré dos mínimas puntualizaciones:

Una. En tummim-urim podríamos encontrar un oscilador de doce cuarzos, con una formidable capacidad para conseguir doce frecuencias muy exactas con unas longitudes de onda muy precisas.

Dos: Esas “piedras” (urim), eran conocidas como piedras de luz; y existe un fenómeno conocido como termoluminiscencia.

A la segunda de las opciones –la que admite la posibilidad de existencia de un utensilio en el interior del pectoral con las doce piedras (preciosas o bonitas) reseñadas en Éx. 28−, sólo haré una referencia que está basada en una “curiosa curiosidad” muy notable, o al menos bastante llamativa:

Es posible, que en cada color, de una manera totalmente aleatoria, y por lo tanto sin mantener ningún método o sistema, se grabase uno de los doce nombres. Pero también es posible que se desestimase el azar, y que se utilizase algún método de clasificación. Recordemos que estamos hablando de minerales, y que los minerales se identifican, se clasifican y se ordenan.

Es indudable, que aquellos viajeros desconocían la clasificación por dureza de minerales que organizaría tres mil años después don Federico Mohs. Claro que, también es indudable, que Yavé conocía perfectamente la dureza de cada una de las piedras. Y entonces, cabe la pregunta: ¿Organizó Yavé los urim aplicándoles una escala de resistencia a ser rayados, y por lo tanto otorgó al diamante el valor máximo y al jaspe el valor mínimo?

Yo planteo esta cuestión, por tener cierto fundamento en lo que he calificado como una “curiosa curiosidad”:

Dividamos ese grupo de doce piedras del pectoral en dos subgrupos de seis; después iniciamos su relación desde el sexto lugar hasta el primero y desde el séptimo hasta el duodécimo.

Si lo hacemos así, tendríamos Rubén-Diamante (dureza 10) en el lugar sexto; Simeón-Zafiro (dureza 9) en el lugar quinto; Leví-Rubí (dureza 8,9) en el lugar cuarto; Judá-Esmeralda (dureza 8) en el lugar tercero; Isacar-Topacio (dureza 7,9) en el lugar segundo; Zabulón-Sardónica (dureza 7,5) en el lugar primero. Hasta aquí se ha utilizado una escala de posiciones (6, 5, 4, 3, 2, 1). A continuación, desde la piedra siguiente se invierte el orden: Dan-Amatista (dureza 7) en el lugar séptimo; Neftalí-Ágata (dureza 6,9) en el lugar octavo; Gad-Ópalo (dureza 6,8) en el lugar noveno; Aser-Crisólito (dureza 6,7) en el lugar décimo; José-Ónice (dureza 6,6) en el lugar undécimo; Benjamín-Jaspe (dureza 6,5) en el lugar duodécimo. Ahora la sucesión ha sido 7-8-9-10-11-12.

NOTA: Igual que en las primeras seis gemas se pueden aprecian ligeras variaciones en su dureza, en estas últimas seis piedras ocurre algo similar y se pueden clasificar en dureza siete.

Yo no sé si Yavé sería tan listo como para conocer una escala en base a la dureza, pero de cualquier manera, el más escéptico de los lectores reconocerá una evidente relación en el orden de colocación de las “piedras” en función de su resistencia a ser rayada. Pero, sea como sea, esta segunda opción quedará aquí archivada junto a la primera. En una decisión muy poco frecuente en mi osado e insistente propósito −léase tozudo comportamiento−, no tengo deseos de seguir adelante con este tema de las piedras de cuarzo o de las piedras preciosas y, por lo tanto, ya es el momento de ocuparnos de la tercera opción que, para mí, es la única válida:


EL CONTENIDO DEL PECTORAL (TUMMIM-URIM), ES UN UTENSILIO QUE MUESTRA DOCE PULSADORES DE COLORES QUE GOZAN DE LUZ PROPIA; ESTABAN CONSTRUIDOS CON UN MATERIAL TAN DURO COMO LA PIEDRA (CRISTAL O PLASTICO IRROMPIBLE TALLADOS EN CABUJÓN). (23*17)


Ahora, antes de nada, sería muy conveniente insistir recordando que a esas misteriosas “piedras” del pectoral se les aplicaba en nombre de “piedras” de Fuego o “piedras” de Luz. Y tampoco estaría de más hacer notar que, para aquellas primitivas culturas, fuego y luz tenían casi el mismo significado, y que si las “piedras” gozaban de algún tipo de luminosidad o luminiscencia, podían ser calificadas como piedras de luz o fuego. Aquel que desee profundizar un poco más en el tema de la luz de las “piedras”, puede hacer una breve incursión en la termoluminiscencia. Y hecha esta llamada de atención, seguimos con el tema.

Tengamos en cuenta, que con la excepción que suponen algunas patologías como el daltonismo, todos los hombres somos capaces de distinguir y diferenciar los colores. Pues bien, si una persona cualquiera −y me estoy refiriendo naturalmente, a un individuo que no sea un lúcido sacerdote levita−, desea, por la razón que fuere, adjudicar un color a cada uno de los diez signos numéricos del 1 al 0, posiblemente, repito, posiblemente, procederá así:

Para los primeros siete números elegirá cada uno de los siete colores del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violeta.

Para los tres números restantes disponemos de múltiples opciones y una de ellas sería: el ágata (combinación entre rojo y blanco), el ópalo (blanco o translúcido) y el crisólito (verde claro).

Y ya tenemos los diez.

Pero si resulta que, en vez de diez, los números deben ser doce, para las dos tonalidades restantes usaremos el ónice (negro) y una combinación de colores rojos y negros del Jaspe.

Y ya tenemos las doce tonalidades y los doce números.

Y, ¡Oh, casualidad!, o como ellos dirían: ¡Oh, milagroso milagro!

Todos y cada uno de estos colores y combinaciones cromáticas las encontramos en el pectoral.

Y ahora, recapitulemos:

Si no se dice que deban ser piedras preciosas; si en el pectoral nos describen piedras que son puras rocas; si no sabemos ni siquiera a que piedra se refieren; si de todos los colores encontramos un amplio muestrario entre los cuarzos; que varios (siete) de los cristales expresamente citados en Éx. 28 son cuarzos; si además, el cuarzo nos resulta mucho más útil que los otros minerales, parece que lo más sensato sería olvidarse de las otras piedras y admitir el cuarzo. A menos que…

A menos que…, como ya he dicho, en aquel pectoral no hubiese ni una sola “piedra” y, simplemente, constara de unos botones o pulsadores de doce colores diferentes, más o menos luminosos o reflectantes, fabricados en cristal o plástico, y que al ser pulsados activasen un oscilador de doce invisibles cristales de cuarzo.

Nota. Cualquiera de los lectores, incluso aquel que se durmió en el primer capítulo, habrá advertido que el autor de este trabajo está abriendo muchas puertas ¡tal vez demasiadas! Pero eso, justamente eso, es lo que se pretende: abrir puertas y ventanas, alzar rastrillos y tender puentes; en definitiva, después de invitar a la lectura de un libro, aconsejar a pasar sus páginas y meditar sobre ellas.


LA CLAVE (23*18)


Leamos con detenimiento el versículo 21 de Éx. 28: Las “piedras” estarán arregladas conforme a los nombres de los hijos de Israel: doce, según los nombres de ellos; con grabados como de sello, cada una con su nombre, corresponderán a las doce tribus.

Insisto y pregunto: ¿dónde consta el orden de adjudicación?

La ausencia de una adjudicación ordenada de nombres es todavía más evidente en otra redacción de ese mismo versículo: Todas estas “piedras” irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabarán en cada una el nombre de una de las doce tribus. Adviértase: doce en número, según el número. En cada una el nombre de una de las doce tribus. Y nada más.

Admitiremos, que si se piensa bien, tampoco era tan difícil de entender:

Hay doce “piedras” o doce cristales o doce pulsadores iluminados, en los que se deben esculpir doce nombres.

Una vez ordenados los pulsadores, y con independencia de cualquier circunstancia que pretenda ligar nombre-color, desestimando el orden de generación de las tribus o de la dureza de las piedras:

En el más absoluto secreto y sin mantener ningún método o sistema, a cada uno de los cristales, o mejor dicho, a cada uno de los botones de iluminado color, se le debe asignar y grabar el nombre de uno de los hijos de Jacob.

Por lo tanto, la sola pretensión de adjudicar los nombres de las tribus por orden de su generación, a cada una de las piedras en la disposición en que son reseñadas en el texto bíblico, carece del menor fundamente. Más bien podemos asegurar, que de la enorme cantidad de combinaciones posibles, una colocación ordenada es la única desechable.

Sea por la razón que fuere, al parecer, Yavé decidió poner alguna dificultad. Ellos, los levitas, dirían que decidió someternos a una PRUEBA. Yo, “como siempre”, estoy de acuerdo con ellos; efectivamente era una PRUEBA, pero una PRUEBA… IDENTIFICATIVA. Y debemos tener bien presente que esa prueba identificativa, que esa dificultad que al final deriva en una auténtica imposibilidad, está ahí porque esa fue la voluntad y decisión de Yavé. Y precisamente, en razón de esa adjudicación del nombre el puro azar o con un orden ignorado y en riguroso secreto, nosotros no tenemos posibilidad de saber qué relación se estableció entre nombre y color y, por lo tanto, nos es de todo punto imposible saber que patronímico se esculpió en cada botón-pulsador.

Sin embargo…, sin embargo eso no es así. O al menos, no es total y exactamente así. Es muy cierto que Yavé lo dejó así ordenado, pero también es muy cierto que los hijos del hombre no nos caracterizamos por nuestra excesiva sumisión, y que además estamos dotados de un instinto fraternal −si se prefiere, un sentimiento corporativo-gremial−, muy sólido. Por estos motivos, “alguien”, siguiendo el ejemplo del mítico titán Prometeo, se las apañó para escamotear el secreto de los dioses y darnos la clave de la colocación de los nombres en los cristales-botones de iluminados colores. Pero yo, a pesar de mi mucha osadía, no me he decido a compartir esa clave con ustedes. No obstante, como es lógico, ustedes mismos, si aceptan la recomendación que se hace en Dt. 4, 29, pueden conseguir esa clave. No es difícil; está ahí, en las Escrituras.

Entre tanto, y mientras uno o dos de los hijos del hombre se interesan por la clave, nosotros, aquí, sin utilizar sistema alguno, o sea, “de una manera puramente aleatoria”, vamos a grabar en cada pulsador el nombre de uno de los hijos de Israel.

RUBÉN.- Nombre número 1 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número SIETE.

SIMEÓN.- Nombre número 2 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número UNO.

LEVÍ.- Nombre número 3 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número DOS.

JUDÁ.- Nombre número 4 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número TRES.

DAN.- Nombre número 5 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número ONCE.

NEFTALÍ.- Nombre número 6 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número DOCE.

GAD.- Nombre número 7 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número OCHO.

ASER.- Nombre número 8 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número NUEVE.

ISACAR.- Nombre número 9 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número CUATRO.

ZABULÓN.- Nombre número 10 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número DIEZ (0).

JOSÉ.- Nombre número 11 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número CINCO

BENJAMÍN.- Nombre número 12 de las piedras del efod, queda grabado en el botón-urim número SEIS.

Pues bien, ahora es el momento de enfrentarse a una cuestión determinante; a una pregunta muy lógica y, por supuesto, ineludible:

¿Qué hemos conseguido con esta adjudicación al azar entre nombres y número en pulsadores?

Pues, si releemos los versículos del nueve al doce de ese capítulo veintiocho transcritos más arriba, nos encontraremos que algo sí que hemos conseguido.


LAS COMBINACIONES. EL PIN (23*19)


Número-Nombre en las dos piedras de ónice del efod.

Nombre-Número en pulsador en los doce botones de luz del objeto-utensilio contenido dentro del pectoral y que conocemos como Tummim- Urim.

O sea:

NÚMERO-NOMBRE que se convierte en NOMBRE-NÚMERO

Los NUMEROS-NOMBRES de las piedras de ónice del efod están perfectamente identificados por el orden de su generación. Sin embargo, los NOMBRES-NUMEROS de urim, por estar colocados al azar, solamente pueden ser localizados después de pasar por el efod.

NOTA. Conviene que recordemos una vez más, que los versículos referidos a las piedras de ónice que aparecen en la descripción del efod nos dicen dos veces: de recuerdo y por memoria; y también tengamos presente, que cuando en el Éxodo un texto se refuerza con una reiteración, no es por un mero capricho. De hecho, y como evidente declaración de intenciones, cada uno de los capítulos dedicados a este tema del Tabernáculo está duplicado. Es de todos sabido que en el libro del Éxodo, los seis últimos capítulos, los comprendidos entre el treinta y cinco y el cuarenta, sólo son una reiteración de los otro seis que van desde el veinticinco al treinta. Tan importantes son los asuntos tratados en esos doce capítulos, que con independencia de su enorme tedio, Yavé y Moisés entendieron como imprescindible que los segundos fuesen la reproducción casi exacta de los primeros. No se duplicaron los capítulos de la zarza, ni las plagas, ni la travesía del mar Rojo, ni del maná, ni los Diez Mandamientos, ni siquiera la apoteósica presentación de la Gloria en la cumbre de la montaña de Horeb; sin embargo, Yavé o Moisés ––eso sólo Dios lo sabe––, dispuso una obligada repetición de todos estos capítulos del Tabernáculo del Ángel.

Incluso los sacerdotes tendrán que admitir que el número de combinaciones posibles entre los doce nombres-números del efod y los doce números-nombres de Tummim-Urim resulta bastante elevado. Claro, que precisamente eso, es lo que deseaba y decidió Yavé. Si hubiese pretendido algo más simple, en lugar de recordar a los doce hijos de Jacob, hubiera citado a los tres hijos de Noé o a los dos hijos de Isaac. De todas formas, si hablamos de doce, nunca sabremos porque no se decidió por los meses del año o por los signos del zodiaco, que por cierto, ya eran muy conocidos en aquellas fechas.

Nosotros, ahora, por hacer una combinación, vamos a tomar un conjunto de, por ejemplo, cuatro números. Yavé ha indicado estos cuatro:

3-4-7-2

Estos cuatro números, consultadas las dos piedras del efod, nos proporcionan cuatro nombres:

Leví-Judá-Gad-Simeón

Después, estos nombres, localizados en los botones de luz de Tummim Urim, y según nuestra adjudicación al puro azar, nos proporcionan estos otros números:

2-3-8-1

Así pues, los números 3-4-7-2, se han transformado en 2-3-8-1

Éste, y en este orden, es la sucesión de nombres-números de los botones que se deben pulsar en Tummim-Urim.

Como se ve, de cuatro números hemos logrado cuatro nombres; estos, a su vez, nos han proporcionado otros cuatro números distintos.

Ahora, algún lector se preguntará:

Muy bien, majete; y todo este rollo, ¿para qué?

Pues, esa pregunta se la haces a Moisés. Pero, de todas formas te responderé: Como ya he mencionado al inicio del presente capítulo, en los comentarios a Levítico VIII de la Torah, al tratar sobre este tema del pectoral consta textualmente “La tradición dice que estas cosas constituyeron un secreto revelado solamente a Moisés”. Y resulta que, después de reconocer que este tema es un grandísimo rollo, también debo admitir que yo estoy completamente de acuerdo con esa afirmación. Yavé sólo facilitó la clave a su amigo Moisés. Esa fue su voluntad…, y punto.

Y esa voluntad, posiblemente, obedecía a una doble intención:

Yavé sólo se comunicaba con Moisés o con la persona por éste designada y autorizada, y para ello proporcionó un PIN (número de identificación personal). Un número contenido en el nombre de Yavé, en el TETRAGRAMATON.

A través de esa clave, Yavé había obtenido:

1º La imprescindible identificación del receptor.

2º Después de consultar las tablas del efod, esa clave proporcionaba una combinación de números que permitía lograr una exacta frecuencia de radio con la que se podía conseguir la más estable resonancia.

Esa, al parecer, fue la decisión de nuestros visitantes para comunicarse con Moisés; y nosotros, el resto de los hijos de hombre, si no hubiese existido un “Prometeo”, posiblemente no hubiésemos tenido la opción de conocer esa prueba identificativa.

Pero, con independencia de que alguien nos facilitase la clave, lo que también resulta muy cierto es que: desde unos números, hemos identificado unos nombres y que, desde estos nombres hemos obtenido otros números en unos botones iluminados.

Tal vez alguien desee preguntar: Y, ¿por qué esta secuencia de número a nombre, desestimando la inversa de nombre a número?

En ningún momento se debe excluir la posibilidad de nombre-número, pero, si una persona cualquiera se viese en la necesidad de comunicarse con un individuo que hablase un idioma desconocido, y tuviese necesidad de mencionar un nombre, un color, un árbol, una estrella o un número, previamente relacionados entre sí, ¿qué elegiría?

Con toda seguridad, optaría por el número.

¿Por qué?

Porque, si por ejemplo, quiere indicar el número cinco, le bastaría, utilizando el más rudimentario “alfabeto Morse”, dar cinco golpes. Todo aquel que le escuchase, sabría lo que estaba señalando. Ese número le mostraría el nombre o el color o el árbol o la estrella correspondiente. Sin embargo, ¿cómo comunicar e identificar un nombre o un color o un árbol o una estrella?

Yavé, con las pausas y los tiempos bien señalados, marcaba los números. Con esos números, el sumo sacerdote consultaba las piedras de ónice del efod, y por el número de orden de generación (del 1 al 12) obtenía los nombres. De esta forma quedaba terminada la primera fase. A continuación, buscaba esos nombres en los botones de urim-tummim y obtenía un nuevo número.

Con este sistema numérico-nominal—nominal-numérico, se había superado la prueba de identificación; se había establecido la comunicación y se había conseguido la frecuencia adecuada.

El método para gozar de una clave es sencillo y práctico:

Un número, al pasar por un nombre, se convierte en otro número diferente.

Y ahora, una nueva “coincidencia”:

Los cinco libros de Moisés –admitiendo que sean de Moisés−, son Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Pues bien, los títulos de esos libros en hebreo tienen su fundamento en las palabras con que comienzan cada uno de ellos. Y esas palabras de inicio son:

Génesis: En el principio…, al comienzo.

Éxodo: Nombres.

Levítico: Llamó a Moisés.

Números: Números, cifras, cantidades.

Deuteronomio: Palabras.

Pues bien, nuevamente voy a invocar a los espíritus de los masoretas. La adecuada organización, traducción y correcta interpretación de los títulos de esos cinco libros nos está diciendo:

EN EL PRINCIPIO, CON NOMBRES Y NÚMEROS, LLAMÓ YAVÉ A MOISÉS PARA DARLE SU PALABRA.

O, en lo que sólo sería una variación sobre un mismo tema:

ESTAS SON LAS PALABRAS QUE, AL PRINCIPIO, YAVÉ DIRIGIÓ A MOISÉS, A TRAVÉS DE NÚMEROS Y NOMBRES.

Como habrán observado, se habla de números y de nombres, pero no se efectúa ninguna mención de colores.

Y, ¿saben la razón?

Pues, porque en el pectoral: Los colores no son necesarios.

Cuando una persona conecta su móvil o su tablet, la pantalla se ilumina con una generosa manifestación de distintos colores; sin embargo, esos colores no son determinantes para ninguna de las prestaciones o aplicaciones que nos ofrece ese utensilio.

Y ahora quiero reseñar que ese número que he señalado en el ejemplo, no ha sido escogido al azar. Ese número, el 2381, (126 mm de longitud de onda), es en Megahercios, la frecuencia de radio elegida el 16 de Noviembre de 1974, para emitir el famoso mensaje de Arecibo. Un mensaje, que desde aquel día, en un viaje de 25.000 años, se dirige hacia la constelación de Hércules.

Y ya puestos, y si el lector lo desea, a continuación podrá observar algo que también es muy curioso:

Estábamos refiriéndonos a una transmisión de radio, a sus frecuencias y a la longitud de sus ondas, y resulta, que nos encontramos con un precioso conjunto de pulsadores de diferentes nombres. Vamos a contemplar una vez más ese tummim que contiene esos doce urim. Doce pulsadores, que al parecer, han sido colocados horizontalmente en cuatro hileras de tres. Sabemos que cada uno de ellos es una piedra-cristal-botón-color con un nombre; que por otra parte, cada uno de esos nombres, según el efod, tiene adjudicado un número. Y, ¿qué es lo que se presenta ante nuestros ojos?

Pues nos encontramos, sencillamente, que esa especie de adorno de pedrería colocado en el Pectoral (tummim-urim), se parece sorprendentemente, a un mando a distancia, a un control remoto de un aparato electrónico, de un transmisor-receptor de radio, y también, por supuesto, al dial de un teclado numérico de un teléfono. Cierren los ojos y “dibújenlo” en su mente:

01-02-03
04-05-06
07-08-09
# 0 *      

Un perfecto teclado alfanumérico, donde cada número-nombre de las piedras de ónice del efod, tiene su correspondencia con el nombre-número de cada uno de los botones luminosos de Urim-Tummim.

Por supuesto, tal y como yo he hecho, podemos sustituir los tres últimos números (10, 11 y 12), de incierta utilidad, por los pulsadores: ON (inicio de contacto); número CERO; OF (fin de contacto).

Así pues, resulta que estamos hablando de una radio y nos aparece un dial —un dispositivo que regula las distintas ondas de sintonía y las diferentes frecuencias—; que estamos hablando de un radioteléfono y se nos ofrece un teclado numérico; que estamos hablando de un teléfono móvil y nos encontramos con un PIN. En definitiva, estamos hablando de telefonía y nos encontramos un fabuloso y exacto oscilador-sintonizador de cuarzo (urim) que es la parte más visible de un teléfono (tummim).

Curioso, ¿verdad?

Por enésima vez, se lo repito a usted, señor sacerdote:

Yavé da una clave en números; cada uno de esos números tiene adjudicado un nombre en las piedras del efod; cada uno de esos nombres tiene asignado un número-lugar en los pulsadores del Tummim.

¿Dónde está el problema?

En el mundo de Yavé, igual que en los tiempos actuales en nuestro planeta, debía estar de moda regalar móviles. El Señor de los Cielos nos obsequió uno — ¿acaso no es móvil un teléfono instalado sobre el pecho del sumo sacerdote?—. Para su manejo sólo está autorizado Moisés. Solamente él, y valiéndose de una sencillo método, puede establecer la conexión.

Nota: Las medidas del pectoral (20X20 CÉNTÍMETROS), nos invitan a contemplar la posibilidad de que ese teléfono fuera una TABLET.

Parece mentira que en estos primeros años del siglo XXI, cuando cada hijo y cada hija de los hombres llevan en el bolsillo un móvil, nos sea todavía difícil aceptar que Yavé regaló uno a Moisés.

De todas formas, yo no puedo asegurar que la utilidad del pectoral sea exactamente esa que yo acabo de describir. Pudiera suceder que la versión buena sea la otra; que la verdadera, cierta y correcta interpretación, sea esa explicación que dice, poco más o menos, que Yavé descendió de los cielos y se dedicó a diseñar las ropas y las joyas de los sacerdotes levitas. Y que lo hizo, con la decidida intención de que el sumo sacerdote se presentase guapo, elegante y muy “aparente” ante el resto del pueblo. Esta es la “iluminada” explicación que nos han proporcionado durante milenios.

¡Alabado sea el Se…, alabado sea quien sea alabado!

Después de localizar en el Tabernáculo del Sinaí unos altavoces o bocinas, unas antenas y un generador de energía, hemos encontrado además un utensilio que, aparentemente, tiene una cierta semejanza con un teclado de doce nombres y doce números. Un Utensilio que quedó semioculto, pero a la vista, en una labor de malla de lino y oro.

Claro que, en piadosa “expiación” por este hallazgo, y puesto que en esta vida todo tiene un precio, hemos perdido un hermoso baúl con sus angelotes en la tapa; una preciosa farola; una mesa muy bien surtida de panes, de aceites de oliva, de vinos y dotada de una fastuosa guirnalda; una formidable barbacoa donde asar buenas carnes –respetando las grasas para Yavé− y, por fin, un colgante de pedrería. Posiblemente, los triperos ungidos tendrán la sensación de que hemos salido perdiendo en el trueque, pero yo no pienso así; yo creo que hemos salido muy beneficiados. Pero, de todas formas, en una muestra más de mi respeto por ellos les recuerdo, que si bien han perdido el pan, el vino y el aceite, siempre les quedarán ajo y agua.


LAS PILAS (23*20)


Ahora, cumpliendo una promesa efectuada, y mientras los sacerdotes se deleitan con un estimulante refresco hidroliliáceo, retomamos el asunto de los Urim y Tummim, que a estas alturas es absolutamente evidente.

Puesto que, tanto un aparato transmisor-receptor de radio con su oscilador de cristales de cuarzo, como un teléfono-tablet necesitan una fuente de energía, vamos a intentar encontrar algo que nos sirva.

Sabemos que el pectoral no puede separarse del efod, al que debe estar unido en todo momento.

Sabemos que el efod llevaba sobre los hombros dos piedras de ónice donde, por orden de generación, se han grabado los nombres de las doce tribus para recuerdo y memoria.

Sabemos que el pectoral (con más exactitud el contenido del pectoral, o sea, tummim), y grabado en cada una de las piedra de luz (urim), lleva uno de esos mismos nombres.

Sabemos, que ese conjunto de tummim y urim debe estar sobre el corazón.

Insisto: sobre el corazón.

Y ¿cuántas veces se hace constar?

Efectivamente, dos veces. Éx. 28, 30: Pondrás también en el pectoral del juicio los Urim y los Tummim, para que estén sobre el corazón de Arón cuando se presente ante Yavé, y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yavé el juicio de los hijos de Israel.

Yavé conoció a los hombres y “comprendió” que lo más aconsejable era repetirles las cosas, por lo menos dos veces.

Nota: De él he aprendido yo a ser tan reiterante. Él, insistente; yo, pesado.

Sabemos que el efod, su cinturón y el pectoral son confeccionados con los mismos materiales: cordón de hilo de oro entretejido y trenzado con cordones de lino.

Sabemos que el pectoral va sujeto al efod mediante cadenillas de oro que se enganchan en anillas; pero además, pectoral y efod se ciñen el uno contra el otro mediante un cinturón también confeccionado con un entramado de hilos de oro y de lino.

Sabemos que el hilo de oro trenzado con lino, con lana o con otro tejido cualquiera, resulta un excelente conductor de la electricidad.

Sabemos que el pectoral contiene los tummim-urim que se colocan sobre el corazón.

Sabemos que el corazón produce energía eléctrica.

Sabemos que existen electrodos capaces de extraer la energía eléctrica del corazón.

Nota. El corazón genera, por sí mismo, una actividad eléctrica que se transmite por todo el órgano produciendo la contracción del mismo. Para que el corazón pueda contraerse y bombear la sangre tiene un circuito de nervios que permiten el flujo de electricidad en todo el órgano.
La estructura que origina los impulsos nerviosos en el corazón es el NÓDULO SINOAURICULAR, que está ubicado en la parte superior de la aurícula derecha.
Los NÓDULOS, por sí solos, generan electricidad independientemente del cerebro. Esto permite que el corazón no dependa de la sesera, y siga contrayéndose aún después de la muerte cerebral. Esto se conoce como AUTOMATISMO CARDIACO.
Los electrodos son los dispositivos que ponen en contacto al paciente con el electrocardiógrafo. A través de ellos se obtiene la información eléctrica del corazón.
En la actualidad, un chip permite extraer electricidad del corazón.
Si algún sacerdote no ha conseguido el título de Licenciado en Cirugía y Medicina y sólo alcanzó el grado de brujo-mago-chamán, puede preguntarme. Si tengo tiempo, le informaré.

Bueno, pues después de toda esta cháchara, reconoceremos que sabemos muchas cosas. Y, como además de listos somos rumbosos:

Admitimos que Yavé que era bastante listo y que también sabía muchas cosas.

Admitimos que su sabiduría y su generosidad nos dejaron pequeño teléfono o transmisor de radio que se alimentaba de la energía producida por el corazón.

Admitimos que, como medida de seguridad, Yavé decidiese dotar al aparato de radio de un sistema autónomo e independiente para hacerlo funcionar. La radio, con su luminoso teclado de colores, estaba siempre sobre el pecho del sumo sacerdote y junto a su corazón. Y además, sólo él conocía el PIN.

Y ahora, no tenemos más remedio que aceptar algo evidente:

El asunto no estaba mal pensado.

Las pilas.

La energía necesaria para el funcionamiento del pectoral como radioteléfono y “control remoto”, era suministrada por la electricidad generada por el corazón.

Al inicio de este capítulo efectué una breve reflexión, reconociendo que algunas de las técnicas utilizadas por los Señores del Cosmos, o no existían todavía, o eran novísimas. Ahora pregunto: ¿alguien puede dudar que en el futuro, tal vez ya, en la actualidad, la corriente eléctrica que se genera en el corazón, pueda ser utilizada para accionar una célula electrónica?

Esa energía eléctrica era captada por unos "electrodos-pilas", que se recargaban mediante la electricidad del corazón y que estaban contenidos en tummim-urim. Y, por favor, recordemos que tummim significa recipiente y urim significa luces; y que si unimos estas dos palabras encontramos una maravillosa CAJITA DE LUCES.

Salvando las distancias, el funcionamiento de recarga de los urim, posiblemente tuviese alguna semejanza con los electrodos de esos aparatos utilizados en electromedicina que, colocados sobre el pecho y mediante un cincho ––recordemos el efod––, y bien ceñidos contra el corazón, recogen sus impulsos eléctricos en el Test de Esfuerzo y, por supuesto, en los electrocardiogramas. Por otra parte, estos electrodos, que estaban acoplados en el tummim, tienen también una gran analogía con nuestros actuales marcapasos, que son unos aparatos o dispositivos —unos utensilios, diría Yavé—, emisores de impulsos eléctricos destinados a regular el ritmo cardíaco.

Los urim estaban dotados de unos electrodos, unos componentes electrónicos, que en lugar de ser emisores, mejor dicho, que antes de ser emisores, eran captadores y amplificadores de los impulsos eléctricos producidos por el ritmo del corazón, y que realizaban la misma o parecida función que ahora tienen las “pilas” de un teléfono celular. Claro que gozaban de una ventaja: aquellas pilas estaban muy logradas y no se descargaban nunca mientras permaneciese junto a un corazón y comprimido contra él. Un corazón que estuviese latiendo, por supuesto.

Ahora, al final, y dedicado a ese lector que se ha perdido, o que, con más probabilidad, acaba de despertarse tras haber quedado traspuesto, le recuerdo que nos hemos encontrado con un invento llamado urim-tummim, que está situado dentro del pectoral, y que está dotado, REPITO, de las siguientes particularidades:

Que hace contacto metálico con un cincho-arnés conocido como efod, que en cada hombrera tiene dos piedras de ónice con los nombres por orden de nacimiento de los doce hijos de Jacob.

Que el pectoral y el efod, que están elaborados con un entretejido de hilos de oro y de lino, y que, además de estar unidos por cadenillas de oro, están comprimidos contra el corazón mediante un cinturón-ceñidor, también de hilos de oro y lino.

Que TUMMIM (cajita-estuche), tiene encajadas doce URIM (luces) de colores.

Que el tummim porta unos electrodos.

Que tummim debe presionar contra el corazón.

Que a través de sus electrodos, tummim-urim recibe los impulsos eléctricos del corazón.

Que tummim-urim presenta doce sectores; que esos doce sectores están distribuidos en cuatro filas; que cada fila contiene tres cristales o botones de luz.

Que cada uno de esos cristales de luz tiene grabado el nombre de uno de los hijos de Jacob.

Que para recuerdo y memoria, a cada uno de esos nombres, puestos en relación con las piedras de ónice del efod, le corresponde un número diferente del uno al doce.

Por todo esto, una persona cualquiera, por muy sacerdote que sea, ya no podrá preguntarse:

¿Para qué puede necesitar Yavé una urdimbre semimetálica que contiene un aparato, Tummim, donde, en sus cápsulas —ésta es la palabra exacta que se utiliza en Éx. 39, 14 de Sagrada Biblia de Nacar-Colunga—, están engarzados doce cristales de luz que son denominados Urim, y que reciben energía eléctrica del corazón?

No te calientes la sesera piadoso sacerdote. Tú no tienes capacidad.

Y ahora, para dar fin a este engorroso, pero también curioso asunto del pectoral, creo que debemos hacer una breve observación sobre sus dos nombres: Pectoral del Juicio o Racional.

Sobre la palabra pectoral, ya se dijo en su momento, que en realidad, aquel objeto no era un pectoral tal y como se entendía en Egipto (metálico, rígido y cincelado), sino que era un entretejido en forma de red y semimetálico que estaba situado sobre el pecho. Veamos ahora la otra palabra: Juicio.

Tenemos dos opciones.

La primera está ligada a la tiara con su lámina-diadema. En Éx. 28, 38 y refiriéndose a la “diadema” consta: Arón llevará las faltas cometidas. Y según yo entiendo la cuestión, para determinar y calificar esas faltas, es indudable que debía de existir un juicio previo.

Como siempre han hecho en sus piadosas interpretaciones, los contritos y apesadumbrados ungidos transubstanciaron la relación entre Yavé y los hombres. Modificando aquellas conversaciones, las convirtieron en una especie de confesión y reconocimiento de pecados, delitos y faltas. Esa gente, siempre con su complejo de culpabilidad; muy justificado, por cierto.

La segunda opción para que ese pectoral fuera denominado del juicio, es de otra índole —se debe prestar mucha atención a las traducciones, y sobre todo a la semántica, a los diferentes y a veces muy distintos significados de una misma palabra (homonimia) —. Y resulta, que la palabra juicio tiene un buen número de sinónimos y homónimos tales como opinión, decisión y resolución. Si, por ejemplo, escuchamos que alguien ha emitido un juicio, con toda lógica podemos entender que ha dado una opinión, que ha juzgado como más conveniente o que se ha decidido por una opción. Para mí, personalmente, pectoral del juicio no significa nada, pero Pectoral de la Decisión o Pectoral de la Opción, que es lo mismo que Pectoral del Juicio, sí que puede tener una perfecta adaptación para ese enigmático complemento; un complemento, en el que cada combinación de nombres, “cristales”, “piedras”, “colores” o números, suponía una opción.

Pero es que, además, este utensilio es conocido por otro nombre: el racional.

¿El racional?

Efectivamente: el racional. O sea, perteneciente o relativo a la ración. Con esa denominación, y desde la más remota antigüedad, se nombraba a una especie de bolsa, comúnmente de red —para que fuese más liviana—, que se llevaba pendiente de la cintura o colgada del cuello, y que solía contener la ración diaria de alimento. Era un pequeño zurrón que se colgaba del cuello.

De cualquier manera, es obvio que el nombre carece de importancia, y que lo esencial no era la denominación, sino su función. Al teléfono móvil o al mando a distancia de tu “tele” familiar llámalo como quieras, pero procura hacerte con él.

Y sabiendo en qué consistía y para que se utilizaba el enigmático y prodigioso pectoral, que sujeto por un arnés conocido como efod, contenía Tummim-Urim ajustados contra el corazón de Moisés, pasamos a otra prenda:

Nota. Dicen que el pectoral lo portaba el Sumo Sacerdote. Vamos a entendernos: Mientras Moisés vivió, el Sumo Sacerdote (Arón o sus hijos), no se colgaron el pectoral ni una sola vez.


EL MANTO O SOBRETÚNICA DEL EFOD (23*21)


Éx. 28, 31-35: (31) Tejerás el manto del efod todo él de púrpura violeta. (32) Habrá en su centro una abertura para la cabeza; esta abertura llevará en derredor una orla, tejida como el cuello de una cota, para que no se rompa. (33) En todo su ruedo inferior, harás granadas de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y de lino fino torzal; y entre ellas, también alrededor, pondrás campanillas de oro: (34) una campanilla de oro y una granada; otra campanilla de oro y otra granada; así todo el ruedo inferior del manto. (35) Arón lo llevará en su ministerio y se oirá el tintineo cuando entre en el Santuario, ante Yavé, y cuando salga; así no morirá.

Éx. 39, 22-23: Se hizo la sobretúnica del efod, toda de una pieza, tenía en medio una abertura semejante a la de una cota y con un reborde todo en torno para que no se rasgase.

Puesto que en el libro del Éxodo cada palabra tiene su especial importancia, y pretendiendo resaltar el sobrenombre de esta prenda, nos preguntamos:

— ¿Cómo es denominado ese manto o sobretúnica?

Pues a la vista está; ese mantón es nombrado como manto o sobretúnica del efod. Con este apelativo, el cronista pretendió resaltar la evidente relación entre el manto o sobretúnica y el efod. Y recordemos que en aquellos tiempos y para aquellas gentes, efod y pectoral significaban prácticamente lo mismo.

Además del nombre de la prenda, manto o sobretúnica del efod, a continuación debemos reparar en el hecho de que en su urdimbre no hay hilos de oro, sino que está tejido en púrpura violeta y escarlata,... de carmesí y de lino fino torzal.

— ¿Y a que puede ser debido?

Pues se debe, sencillamente, a que este manto no precisaba entramado semimetálico porque no estaba diseñado para mantener ningún contacto eléctrico.

Nota. Como a estas alturas ya nadie va a ser tan tolerante como para tildarme simplemente como un poco pesado, recordaré nuevamente que se debe sustituir vestiduras sacerdotales o sagradas por equipamiento necesario.

Después del nombre y del tejido, dos cosas llamaron mi atención cuando estudié esta cuestión: la forma o hechura de ese ropaje y las campanillas en alternancia con las granadas. Hechura y campanillas tienen su justificación.

Veamos primero la hechura, la forma de confección de esa prenda.

De la redacción del texto se desprende que la sobretúnica era muy semejante a una casulla, a un capote-poncho, o sea, una prenda del tipo sobretodo que se introducía por la cabeza.

Y podríamos preguntarnos: ¿por qué?, ¿por qué legislar también sobre le hechura y la apariencia de la ropa?, ¿qué pretendía Yavé al ordenar esa forma para el manto?

Puesto que era una orden de Yavé, el asunto debía tener una explicación.

Y, por supuesto, la tenía.

Por dos veces repite el texto la palabra abertura; por lo tanto, no puede existir la menor duda: la sobretúnica debía tener una abertura para la cabeza. Y, lógicamente, tenía que ser una abertura reforzada para que no se desgarre. Lo único, o casi lo único que puede justificar esa especial hechura del manto del efod, es la posible intención de Yavé de que el efod y, por supuesto, el pectoral, permaneciesen ocultos. Y para conseguir eso, el pecho del sumo sacerdote debía quedar vedado a la vista del pueblo; y resulta, que una túnica corriente, abierta por la parte delantera, no servía para el caso. Sin embargo, la túnica del efod con esa característica hechura, era ideal.

— Que yo me entere: Yavé ordena que se monte una preciosa joya, y luego pone los medios para que quede oculta. ¿Es eso lo que dice el autor?

Tal cual.

Esta deducción nos conduce a una conclusión: El efod y el pectoral no se colocaban sobre el manto o túnica, sino que, lógicamente, se encontraban debajo de él, tapados y cubiertos por él. Con esta interpretación se da respuesta a una pregunta planteada cuando se inició el tema del efod. Ahora ya sabemos la razón por la cual, nadie sabía cómo era el efod-pectoral. Siempre que el sumo sacerdote lo llevaba puesto, permanecía oculto bajo la sobretúnica o manto del efod. De todas formas, al final de este capítulo, tal y como también se prometió, vestiremos al sumo sacerdote.

Veamos ahora el asunto de las campanillas.

Aquellos lectores que hayan contado las veces que en los versículos 33 y 34 se repite la palabra campanilla, habrán podido pensar dos cosas: o que estaba leyendo Peter Pan, o que este asunto de las esquilillas de oro de la sobretúnica tenía cierta importancia.

Esos cencerrillos de la sobretúnica, según se ha dicho en comentarios a los textos bíblicos, son la reminiscencia de una antigua superstición, por la cual, aquellas gentes creían que las campanillas espantaban a los malos espíritus. Según esto, y teniendo en cuenta que fueron ordenadas por Yavé, deberíamos entender que el Señor de la Gloria era supersticioso. Y como eso no es ni serio, debemos suponer que tenían otra significación, o sea, una distinta utilización.

Y como siempre, el proceder de Yavé tiene una sensata explicación.

Para mí, la sobretúnica, además de un “sobretodo” que oculta el efod, el pectoral y, por supuesto a Tummim, es sencillamente un avisador acústico; si se prefiere, una especie de “chivato”. Y se oirá el tintineo.

— ¿Y eso? ¿Acaso también pretendes afirmar que Arón era portador de una sirena? –pregunta el sabio sacerdote−.

Lo cierto es que a mí no me parece importante si Arón se viste de torero, se pone unas campanillas en el manto o entra en el santuario tocando una pandereta. ¿A mí qué más me da? Pero no nos engañemos, en estos textos de las escrituras no hay nada que carezca de importancia; y si realmente resulta una simpleza es, o porque no hemos sabido interpretarlo o porque no es obra de Yavé, y solamente es la consecuencia de una sabia y reflexiva congregación de ignorantes sacerdotes, que no sabían ni lo que decían.

El asunto era así:

Puesto que Yavé había aconsejado la máxima discreción en lo que se refiere al efod, al pectoral y tummim — y ésta no es una interpretación mía, sino que tal y como ya he citado un par de veces una páginas atrás, así consta en los comentarios al capítulo octavo del Levítico—, cuando el sumo sacerdote salía de su tienda y se encaminaba al tabernáculo revestido con los atuendos sagrados ––con el equipamiento necesario––, debía ir advirtiendo de su presencia. Las campanillas informaban que el sumo sacerdote, revestido de ceremonial, se dirigía al santo recinto. Posiblemente, en esas circunstancias, el pueblo debería permanecer postrado y sin levantar los ojos.

Por otra parte, además de Moisés, de Arón y de los hijos de Arón, a la Tienda de la Reunión —no al Santísimo—, también tenía acceso Josué, los príncipes de las tribus, los ancianos, los jefes de millar e incluso otras personas requeridas por Moisés. Pues bien, nadie excepto Moisés, podía estar presente cuando el Sumo Sacerdote, en el ejercicio de su importantísimo cometido y revestido con la sobretúnica, penetraba en el tabernáculo. Arón avisaba con las campanillas de su capa y el recinto quedaba despejado.

Nota: Recordemos que mientras vivía Moisés, nadie excepto él usó el equipo adecuado.

Por último, y como refuerzo y apoyo al motivo que justifica esos cascabeles en el manto del sumo sacerdote, sólo debemos recordar el triste suceso que ocasionó la muerte de Nadab y Abiú. El acceso al tabernáculo era una cosa muy seria. Y, en lo que se refiere a esas granadas que alternan con las campanillas, al no haber logrado obtener deducción alguna, he decidido quedar en espera de sacerdotal información.


LA DIADEMA (23*22)


Éx. 28 (36) Harás una lámina de oro puro, y grabarás en ella como se graban los sellos: “Santidad a Yavé”. (37) La sujetarás con una cinta de jacinto a la tiara por delante. (38) Estará sobre la frente de Arón, y Arón llevará las faltas cometidas en todo lo santo que consagren los hijos de Israel en toda suerte de santas ofrendas; estará constantemente sobre la frente de Arón ante Yavé, para que hallen gracia ante él.

En primer lugar deseo efectuar dos puntualizaciones:

1ª.- El textos de las Escrituras no habla de diadema, sólo dice lámina. Y el menos “espabilao” sabe distinguir perfectamente la diferencia existente entre una lámina metálica de oro o cobre y una diadema o corona.

2ª.- Esa lámina tenía grabadas estas palabras: Santidad a Yavé.

Bueno, ¿por qué no?; nadie va a discutir la importancia de la palabra santidad. No obstante, y después de reconocer la excelencia de la palabra santidad, lo que debemos hacer es destacar su verdadera acepción. Santidad significa limpieza, decencia, honradez e integridad. Esa inscripción en la chapita estaba aconsejando: juega limpio con Yavé; o lo que es lo mismo, Yavé reconoce e identifica tu integridad; o lo que también y en definitiva significa: no intentes mentir a Yavé y, aunque seas sacerdote, no mientas.

Se afirma, y así está reseñado en comentarios a las Sagradas Escrituras, que esta diadema es un añadido muy posterior a la época del Sinaí, y que constituye una clara referencia y sintonía con la corona real. Bien, eso es lo que se dice, pero también es cierto que se han dicho muchas cosas, y que según se iba asentando el poder del clero levita, eran cada vez más absurdas y disparatadas. Y posiblemente, en este caso, alguna Casa Reinante quiso arrimar el ascua a su sardina para engalanar a su reina o reinona –admitamos que los reyes, por muy afeminados que sean, utilizan coronas y no ponen diademas en sus frentes−.

Sea como fuere, lo indiscutible es que en el Éxodo consta que esa lámina se fabricó porque Yavé así se lo ordenó a Moisés en la montaña del Sinaí. Y yo así lo creo; y además tengo mis razones. Y no debemos olvidar que aquellos pastores, y por aquellos tiempos, no tenían ningún rey; y que, para colmo, tuvieron que sufrir más de doscientos años antes de poder disfrutar de los beneficios que les reportaría la monarquía. Así pues, de referencia y sintonía con la realeza, nada de nada.

Lo siguiente que se debe resaltar es el hecho de que esa lámina-diadema no es citada en Éx. 28, 4, cuando se hace relación de las vestiduras y complementos que se han de fabricar.

— ¿Y eso?

Pues, sencillamente, porque la lámina-diadema formaba parte de la tiara.

A continuación, recordemos el ya muy citado versículo dos del capítulo veintiocho del Éxodo, donde, refiriéndose a las vestiduras de los sacerdotes, y según las distintas versiones o traducciones, se hace constar que fueron creadas para honra y hermosura, o para gloria y ornamento o para majestad y esplendor. Como se puede apreciar, aquellos sacerdotes levitas seguían haciendo uso de vocablos inspirados por la más honrosa, hermosa, gloriosa, ornamental, majestuosa y esplendorosa ignorancia. Según ese versículo, y tal y como ya se ha mencionado, la intención del Señor de los Cielos no era otra sino adornar y acicalar al sumo sacerdote. Y no me digan que el asunto no presenta una gran vis cómica: un “dios” desciende a la Tierra y se entretiene vistiendo y adornando un pastor. Desde luego, la interpretación levítica tiene delito. Precisamente por esta razón, entre otras, es muy comprensible e incluso justificable, su sentimiento de culpabilidad. Además, si ése hubiese sido el propósito de Yavé; si la pretendida intención del Señor del Cosmos era adornar al Sumo Sacerdote, cabe preguntarse: ¿Por qué no ordenó que se hiciesen otras joyas?; ¿por qué no encargó al joyero Besalel que fabricase un báculo, un abanico de oro y pedrería, unos brazaletes, unas pulseras, un broche, unas ajorcas para los tobillos, un collar, una gargantilla, unas sortijas, unos pendientes o unas narigueras? ¿Por qué no? Hubiera quedado muy propio. Sin embargo, no sucedió así. Después del pectoral –que por cierto, luego oculta bajo la Túnica del Efod−, Yavé únicamente ordena que, como complemento de la tiara, se fabrique la famosa diadema-lámina de oro. Seguramente, los levitas pretendieron que el sumo sacerdote apareciese imponente e impresionante ante el pueblo. Seguro que sí. Pero eso a Yavé le importaba muy poco. El Señor de la Gloria, únicamente se preocupaba de que el sumo sacerdote, para su función como operador de radio, se presentase en el tabernáculo, limpio, santo y con el “equipamiento necesario”; con unos utensilios adecuados para el cumplimiento de su misión.

Con estos comentarios, únicamente he pretendido resaltar que esta “diadema” tiene muy poca relación con adornos, hermosuras, ornamentos o esplendores, y menos todavía con una corona real. Esa “joya” es, sencillamente, una lámina de oro (cobre) con una inscripción muy precisa: SANTIDAD A YAVÉ. O, lo que es lo mismo: SINCERIDAD CON YAVÉ.

Por otra parte debemos preguntarnos: Y, ¿debe ponerse en la cabeza como una diadema? Porque lo que resulta indudable es que una diadema se coloca en la cabeza.

En ningún sitio consta que debía colocarse en la cabeza.

— ¡Ah!, ¿no? Entonces, ¿dónde debe colocarse esa lámina de oro?

Pues, esa lámina de oro debe colocarse en la frente.

— Y, ¿la frente no es la cabeza?

No nos liemos. La frente, lo mismo que los ojos, la nariz y la boca, está en la cara. Naturalmente, que la cara está en la cabeza, de la misma forma que la cabeza está en el individuo. Pero, si por ejemplo, colocas unos pendientes en las orejas, nunca se debe decir: tenía unos pendientes en la cabeza; y si nos referimos a alguien que necesita gafas, nunca diremos: usa gafas en la cabeza. En la frente, allí se debe situar esa lámina de oro. En ningún versículo consta que se coloque en la cabeza. En la cabeza se colocará la tiara.

— ¿Y cuántas veces se dice que es en la frente donde debe colocarse esa lámina?

Pues, dos veces. Y las dos veces en el versículo treinta y ocho.

Recapitulemos: Las piedras de ónice del efod sirven para memoria y recuerdo; los urim y tummim del pectoral deben ser colocados sobre el corazón y sobre su corazón; la sobretúnica tendrá en medio una abertura, y esta abertura; la diadema-lámina debe situarse sobre la frente y sobre su frente. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio; y además, señalado por duplicado. No sé si sería una orden de Yavé o iniciativa de Moisés, pero el asunto quedaba bastante claro.

— ¿Es posible que durante siglos nos hayan estado vendiendo, que aquella sorprendente indumentaria la diseñó Yavé para el adorno del sumo sacerdote?

Pues sí, es muy, muy posible que nos hayan vendido esa patraña. Y también es muy posible que los hombres, en nuestra consentidora inocencia, hayamos estado comprando esa absurda interpretación.

Nota: Sin ser un absoluto pacifista −que no lo soy−, es como pretender identificar un colorido y preventivo desfile militar, con los horrores y atrocidades de una guerra. Y digo preventivo, porque entre depredadores –y los humanos lo somos−, es muy útil mostrar los dientes a nuestros potenciales enemigos.

Ciertamente, hemos comprado otra de las desastrosas interpretaciones levíticas. Y por eso mismo, ahora no puedo ni quiero resistirme a transcribir uno de los comentarios que constan en la Torah en relación con las vestiduras sagradas y la consagración de los sacerdotes. Dice así:

“Había tres clases de vestimentas del sacerdote. El cohen común vestía túnica, calzones, mitra y cinto. El sumo sacerdote vestía a más de las cuatro prendas citadas, manto, efod, pectoral y lámina de oro...”

Si exceptuamos la omisión que se hace de Tummim, hasta aquí, el comentario se presenta bastante acertado. Pero si seguimos leyendo, podremos disfrutar de una genial ocurrencia. El comentarista dice:

“Las vestimentas de los sacerdotes hacían perdonar los pecados del pueblo: El pectoral, el pecado de injusticia; la capa –– ¿desde cuándo el efod es una capa?––, el de idolatría; el manto, en cuyo borde había setenta y dos campanillas, el pecado de maledicencia; la túnica, los crímenes sanguinarios; la tiara, el orgullo; el cinto, los pensamientos malos; la lámina, la impertinencia; los calzones, los pecados sexuales”.

¿Es o no es una genial ocurrencia? ¿Qué les ha parecido el parrafito de expiación? Dependiendo de la ropa que se pusiese el sacerdote, su dios perdonaba los pecados del pueblo. Es de suponer que otros pecados que no son mencionados, tales como la avaricia, la envidia, el robo, la pereza, etcétera, quedaban pendiente de la invención de corbatas, calcetines, guantes, bufandas; y por supuesto, contra la soberbia, la humilde boina. Lo cierto es que los levitas tenían su ingenio, y también es innegable que lo usaban para aprovecharse de sus paisanos. Pero a estas alturas ya no cabe el asombro. Siempre han hecho lo mismo: inventarse “pecados”, para que el individuo, sintiéndose pesadumbre por su vergonzoso comportamiento, buscase el divino perdón de su dios. Una redentora clemencia que, naturalmente, se debía conseguir a través de la intercesión del bondadoso sacerdote y, por supuesto, mediante un generoso donativo y piadosa ofrenda.


¿PARA QUÉ SERVÍA ESA LÁMINA-DIADEMA? (23*23)


Si releemos Éx. 28, 12, veremos que aquel versículo anunciaba la misión de aquellas dos piedras de ónice de las hombreras del efod: Servían para recuerdo y memoria. Pues bien, estos versículos de la lámina-diadema con su lema grabado también suponen un recordatorio para el sumo sacerdote.

La primera utilidad de la lámina es:

ACONSEJAR AL SUMO SACERDOTE QUE NO PRETENDIERA MENTIR A YAVÉ.-

Cuando el sumo sacerdote, revestido con atuendos y atributos para representar a los hijos del hombre, se presentaba ante los querubines del arca, no debía pronunciar una sola palabra para hablar con Yavé. Lo único que se le pedía y aconsejaba, es que su mente no albergara la pretensión de mentir a Yavé.

La segunda finalidad de la lámina es:

SUJETAR LA TIARA DE LINO PARA CUBRIR EL GORRO-CASCO-SCALP DE ELECTRODOS.

Esa lámina con su cordón de jacinto, hace la función del agal que sujeta el lienzo de lino de la kufiyya o sudra.

Ésta es la doble utilidad de la Lámina de Oro. Ésta es la doble misión de esa pretendida diadema.


LA TIARA (23*24)


Aunque las comparaciones siempre son odiosas, efectuaremos un cotejo entre la profusión de detalles que el cronista utiliza cuando describe el efod-pectoral, en oposición a la que realiza cuando nos habla de la tiara. La discriminación no puede ser mayor. La descripción de la tiara no puede ser más lacónica. Y permítanme hacer constar que, en mi opinión, la tiara es un componente del equipamiento necesario, de tal magnitud, que si no estuviese amparado por la ignorancia, me parecería indecente ese cicatero comportamiento de los escribas levitas.

Nota: Es llamativo el tratamiento tan mezquino que los sacerdotes hacen de la tiara y los urim; los dos componentes más importantes de las vestidu…, del equipamiento necesario.

Éx. 28, 39: …de lino también harás la tiara… Eso es todo. Se puede ser tacaño, pero resultaría difícil ser más avaro en una reseña.

Y, ¿saben la razón?

Pues la razón es muy sencilla: Cuando estás obligado a citar un objeto del que no deseas hacer mención alguna, lo mejor es que te refieras a él con las menos palabras posibles.

No obstante, y como he dicho, la tiara es un complemento tan importante del equipamiento necesario del sumo sacerdote (del operador de radio), que, aunque sólo fuera por esta ocultación, aunque éste fuese el único escamoteo que aquellos individuos efectuaron con el legado de Yavé, yo no podría ni querría perdonarles nunca.

La interpretación que se puede efectuar de este asunto de la tiara del sumo sacerdote es la siguiente:

Posiblemente, para conocer todos nuestros pensamientos, o lo que sería lo mismo, para escuchar la “verdad” de los hombres, Yavé se servía del sumo sacerdote.

Nota. Recordemos el lema grabado en esa lámina: Santidad a Yavé. Y recordemos también, que santidad es limpieza, integridad, sinceridad.

Debemos reparar en el plural: ... para que hallen gracia...

¿Quiénes deben hallar gracia y ante quien?

Por supuesto, los hijos de Israel −en definitiva, los hombres; todos los hijos del hombre− y, ante Yavé.

Sin la menor duda, Yavé quería saber la verdad. Y resulta bastante evidente, que toda palabra que sale por la boca del hombre no tiene por fuerza que ser la verdad. No obstante, aquello que con limpieza y sinceridad pensamos, puede que sea un error −y posiblemente lo sea−, pero es la verdad; al menos, es nuestra verdad. Y esa verdad, precisamente esa sinceridad de su interlocutor, acertada o errónea, es la que Yavé deseaba conocer.

Reverendos padres: Yavé quería escuchar al hijo del hombre para facilitarle su consejo; pero Yavé no condena ni perdona; Yavé “sólo” ayuda.

Nota. Todo el mundo sabe que el cerebro genera electricidad. Por lo tanto, se abre la probabilidad de que esa electricidad pueda ser captada. Y, si también admitimos la posibilidad de que Yavé fuese tan inteligente como los hombres, nos será fácil deducir que esa lámina diseñada por él, tuviese adaptados varios electrodos captadores de la electricidad cerebral.

Siendo esto así, ¿cuál sería la dificultad para admitir que esas ondas cerebrales fuesen amplificadas, remitidas a un receptor e interpretadas para conocer el pensamiento de ese cerebro?

Yavé, para conocer nuestros pensamientos, o lo que es lo mismo, para escuchar nuestra verdad, se procuró una forma de contacto que presenta algún parecido con un electroencefalógrafo.

Que nos entendamos; sólo he dicho que muestra algún parecido con el electroencefalógrafo. Y, ciertamente, no tengo inconveniente en reconocer que esto se está semejando mucho a un hospital; antes hablábamos del electrocardiograma y del marcapasos y ahora del electroencefalógrafo. Pero, ¿qué quieren?; mientras que no se invente una palabra como "antenofrenia", o alguna otra idiotez semejante, que nos facilite la identificación de esa tiara que captaba los pensamientos, tendremos que apañarnos así.

Como un polígrafo de última generación, no hacía ninguna falta que el Sumo Sacerdote de guardia, pronunciase ni una sola palabra, ni el más leve sonido. Registrado y amplificando los impulsos eléctricos emitidos por sus ondas cerebrales ––que no debían de ser muchas debido a su escasez de neuronas––, Yavé podía interpretar el pensamiento del sacerdote. Eso sí, la tiara debía estar colocada sobre su cabeza cuando se presentase ante Yavé.

La pregunta: ¿Alguien ha oído hablar de los cascos para encefalografía?

Pues, ahí está.

Por supuesto, esos electrodos, esas células captadoras que se instalaron en el interior de ese casco-tiara, debían ser alimentadas eléctricamente. Y aquí nuevamente me remito a lo expuesto acerca de los urim y su funcionamiento a través de la energía generada por el corazón. Y, ¿alguien duda, que muy pronto, tal vez ahora mismo, se puedan traducir, interpretar y amplificar los impulsos eléctricos del cerebro y, de esta manera, sin que el sujeto articule una sola palabra, sin que abra la boca, se consiga comprender lo que una persona desea decir? Y, una vez conseguido esto, ¿alguien puede dudar que esa interpretación y traducción, suficientemente amplificada, pueda ser recibida a millones de kilómetros de distancia? De todas formas, por el hecho de que el hombre todavía no posea la técnica que lo permita, no debemos negar esos conocimientos a Yavé.

Según yo interpreto este asunto, resulta que Yavé, a través del sumo sacerdote, percibía y recibía nuestros pensamientos, o lo que es lo mismo, “escuchaba nuestra voz” sirviéndose de la tiara que debía estar colocada sobre la cabeza del sumo sacerdote. Y me gustaría añadir, y esto tampoco es ciencia-ficción, que desde hace ya bastantes años se ha estado investigando sobre la posibilidad de utilizar una versión modificada del electroencefalógrafo, que además de registrar las ondas eléctricas cerebrales, permita, anulando la voluntad del individuo, influir sobre su conducta o al menos imposibilite su capacidad para ocultar la verdad.

Y ahora, en otro pequeño paréntesis, una precisión que pretende reforzar mi hipótesis sobre la tiara:

Resulta que Yavé, además de permanecer un considerable periodo de tiempo con los hebreos, también estableció contacto con otros pueblos y civilizaciones. Nadie, excepto los ungidos sacerdotes levitas, puede afirmar que Yavé, cuando visitó a los hombres, solamente habló con unos pastores hebreos en la península del Sinaí, y que no visitó otros lugares del mundo. Basta recrearse con las innumerables tradiciones y leyendas que muchas civilizaciones han conservado desde su más remota antigüedad, en las que hacen mención de dioses que descienden de los cielos. Para poder “entenderse” con las muy diferentes gentes que hablaban muy distintas lenguas, posiblemente, Yavé utilizaba una especie de casco para electroencefalogramas, que los hijos de los hombres debían colocar sobre su cabeza; desde la nave Gloria interpretaban y traducían “el santo y limpio pensamiento” del interlocutor.

Y, aunque estos temas se escapan de aquello que se pretende tratar en este trabajo, de todas formas, y haciendo otra pequeña excepción, cabe preguntarse:

Si Yavé visitó otros lugares del planeta, lo cual es una absoluta certeza para mí, ¿por qué razón no tenemos constancia cierta de su presencia entre esas gentes?

Solamente dispongo de una respuesta que lo explique y justifique:

Además de que son muchos los grupos étnicos desaparecidos en los últimos tres mil años, resulta, que en innumerables lugares del mundo tienen todavía la memoria de la visita de los dioses, y continúan aguardando su retorno. Pero, por encima de eso, sucedió, que en ningún otro sitio encontró Yavé a un hombre como Moisés. Un hombre asombroso que comprendió lo que estaba ocurriendo en aquel momento; que fue capaz de conseguir la amistad de un “dios”; y que se preocupó, atendiendo a la orden de Yavé de Éx. 34, 27, −a la que se hará referencia en el capítulo dedicado a Yavé−, de que las nuevas generaciones de hebreos, desde su largo aislamiento del Sinaí, memorizasen los sucesos ocurridos. Por esa razón, sabemos de la presencia de Yavé entre los israelitas y no tenemos noticias ciertas de su “visita” a otros pueblos del planeta. Pero, sin la menor duda, y como es absolutamente lógico, Yavé recorrió toda la Tierra. Y además, deberemos admitir que, posiblemente, no fuese “el mismo Yavé”, pues, con toda probabilidad, aquellos visitantes estarían agrupados en varios “equipos de expedicionarios”.

Por supuesto, y pretendiendo la máxima discreción, Yavé ordenó la confección de una especie de funda, que cubriese ese casco de electrodos. Esa es la tiara de lino.

Nota: La tiara a la que tan escuetamente se refiere el texto bíblico, no es una tiara. Es, simplemente, un pañuelo, un turbante, una ghutra, una kufiyya de lino con su agal (lámina y cordón), que el sumo sacerdote debe colocar sobre su cabeza cubriendo y ocultando la auténtica tiara (el casco de electrodos). Esta “tiara postiza” de lino debe quedar bien sujeta por la lámina y su cinta de jacinto.

Aquí se cierra este apartado. Y, dando por finalizado el tema de la tiara, de aquel mismo sorprendente armario de la Pasarela Sinaí, extraemos otro complemento:


LA TÚNICA BORDADA (23*25)


En Éx. 28, 4 se dice: Harán las vestiduras siguientes: Un pectoral, un efod, un manto o sobretúnica, una túnica bordada, una tiara y una faja o un cinturón.

Ya hemos tratado sobre el pectoral, el efod, el manto o sobretúnica del efod, la tiara y la diadema o lámina como accesorio de la tiara. Ahora estudiaremos la túnica bordada. Y es ésta una prenda que, por lo que nos está indicando su diseño, resulta francamente interesante.

Estas son distintas y brevísimas redacciones que, de un mismo versículo relacionado con ésta túnica, he obtenido de diferentes traducciones de los textos bíblicos. Éx. 28, versículo 39:
La túnica la harás de lino.
Tejerás la túnica con lino fino.Harás la túnica de cavidades con lino.Tejerás a cuadros la túnica.
Cualquier persona que lea en el Éxodo, que Arón tenía una túnica a cuadros, puede, con toda la razón del mundo, hacer dos interpretaciones: entender que Moisés iba vestido de escocés o de príncipe de Gales, o también, suponer que el Sumo Sacerdote hebreo llevaba una vestidura confeccionada con trozos cuadrados de lino, cosidos unos con otros. ¿Acaso no es cuadrado el pectoral? Pues lo mismo. Y además, es muy lógico interpretarlo así. Si a un tejedor o a un sastre, le encargas una túnica a cuadros, te va a confeccionar una túnica con distintos trozos de tela o, al menos, con un tejido que presente dibujos en cuadro.

Alguien podría pensar que esto de los cuadros no es importante. Y ese alguien acertaría, porque no es importante. Y no es importante, por la sencilla razón de que es importantísimo. No es lo mismo una túnica confeccionada con trozos de lino bordado, cosidos unos con otros, que aquella túnica que Yavé ordenó que se tejiese.

Según las distintas versiones, tenemos una túnica tejida de lino fino (transparente o al menos traslúcido), bordada, en cavidades y a cuadros.

Y todo esto, ¿saben para qué?

Pues para hacernos saber, simplemente, que aquella era una túnica de encajes de lino, de calados o de puntillas. En aquel momento se acababan de inventar las transparencias; al menos, para los sacerdotes. Ya les anuncié al principio de este capítulo, que en esta pasarela tendríamos transparencias.

Y, ¿para qué esa transparencia?, ¿era la moda?, ¿acaso era muy sexy?

Aunque resulte un tema muy atractivo, no vamos a entrar en la erótica de las transparencias. Es verdad que en el Egipto antiguo eran bastante frecuentes las labores de lino tenue o sutil, calado, deshilado o cortado, pero, obviamente, esas no fueron las razones para que Yavé ordenase la confección de una túnica de encajes.

La causa que obligó a diseñar esa vestidura es la siguiente:

Evidentemente, el sacerdote tiene que ir vestido. Yo creo que muchos estaremos de acuerdo al menos en esto: el sumo sacerdote no debe ir desnudo. Sin embargo, cualquier ropa confeccionada con un tejido más o menos tupido, impediría, o al menos limitaría y dificultaría el adecuado y deseado contacto entre el corazón y los urim y tummim del pectoral. Por esa razón, una túnica de encajes o de calados cubriría su desnudez, y al mismo tiempo facilitaría el conveniente contacto eléctrico de las pilas-electrodos.

Aquel que sienta curiosidad y quiera ver una especie de túnica de calados, sólo tiene que asistir, en directo o por televisión, a cualquier centro médico donde se esté practicando una prueba de resistencia, o un test de esfuerzo a un deportista. Entonces observará, que el torso del ídolo de las multitudes ha sido enfundado con una especie de red-camiseta que sujeta los electrodos del electrocardiógrafo. Ese, o parecido, es el cometido de la famosa túnica de lino bordada en cavidades a cuadros.

Y, dígame usted doña Levitesa: ¿es fácil y lógica la utilización que aquí se propone para esa túnica de calados? Claro, que si usted continúa prefiriendo la exquisitez de las delicadas transparencias, está equivocada; y además, por la anatomía que se barrunta de los sacerdotes, tampoco lo pasará mejor.


LOS CALZONCILLOS (23*26)


Éx. 28, 42: Hazles también calzones de lino, para cubrir su desnudez desde la cintura hasta los muslos.

Con una túnica de encaje o calados, sí que tiene una absoluta justificación la existencia de los calzoncillos. Como también señalé al principio de este capítulo, es muy lógico que Moisés se ocupase de que al Sumo Sacerdote le fuese proporcionada ropa interior. Como se puede apreciar fácilmente, todo se complementa y tiende al logro de un fin muy determinado y decidido por Yavé.

Nota: En el hipotético caso de que sea leído —algo que sobrepasaría mi capacidad de asombro—, una de las críticas que recibirá este ensayo, intentará relacionar el pensamiento preconcebido del autor con los supuestos hallazgos de sus teorías e interpretaciones. Lo acepto; en ocasiones me encanta poder mostrarme tolerante. No obstante, confío en que esos críticos no se limitarán a censurar. Supongo, que además de sus muy milagrosas, iluminadas y “empíricas” revelaciones, podrán aportar algún otro pensamiento preconcebido que disfrute de una mínima lógica. ¡Adelante con él!


EL GRAN SACERDOTE SE PRESENTA (23*27)


Ahora, tal y como se prometió, creo que es el momento de vestir al Sumo Sacerdote; y nosotros, por respeto y pudor, no volvemos de espaldas mientras se coloca los calzoncillos. Una vez con los calzones en su sitio, el Sumo se pone la túnica de encajes o puntillas y se ciñe con un cinturón —es ese cíngulo que no lleva oro (Éx. 28, 39 y Éx. 39, 29) —. A continuación, lo verdaderamente importante de todo este conjunto de adornos y utensilios; aquello que da entidad y explicación a todos los capítulos olvidados: sobre esa túnica de puntillas se coloca el efod, y unido al efod, el asombroso pectoral que contiene el maravilloso TUMMIM en el que está engastados los doce URIM. Todo bien ajustado contra el corazón valiéndose del cinturón o ceñidor del efod —ese otro cinturón, que sí que lleva oro en su confección (Éx. 28, 8 y Éx. 39, 5) —; luego, en la cabeza se coloca la tiara; y por último, en la frente, la lámina de oro, que mediante el cordón de jacinto se sujeta a la tiara.

Y, ¿qué hacemos con la sobretúnica o manto del efod?

El manto o sobretúnica, como ya se ha dicho, sólo servía para entrar o salir del tabernáculo. Arón lo llevará en su ministerio y se oirá el tintineo cuando entre en el Santuario, ante Yavé, y cuando salga; así no morirá. Era una especie de abrigo o manto sin mangas y con campanillas, que tenía una hechura y un sistema de colocación semejante al de los ponchos. Y que, siendo su utilidad ocultar el efod y el pectoral, así como advertir de la presencia del sumo sacerdote revestido de todos sus distintivos, después, en el interior del tabernáculo y ante al arca, ya no tenía ninguna función y, por lo tanto, se podía prescindir de él. Es más, ante el arca resultaba absolutamente inconveniente.

Yo no sé, si al sumo sacerdote ataviado con sus vestiduras sagradas se le vería con gloria y ornamento, pero sin la menor duda hemos de reconocer, que se presentaba ante el pueblo muy compuesto y aparente. Y, sobre todo, y esto es lo verdaderamente importante, dotado del equipamiento necesario para su misión.


CONCLUSIONES (23*28)


Con excepción de la tiara que se ponía en la cabeza y de la lámina de oro que, como una parte de la tiara, se colocaba en la frente, todas las demás vestiduras y complementos estaban diseñados para la utilización del pectoral sujeto por el efod.

El pectoral −el contenedor del pectoral−, era una pieza transparente, tejida de fino lino y hilos de oro que contenía un teléfono-tablet –TUMMIM-URIM−, dotado de doce pulsadores luminosos de distintos colores que tenían la misión de poner en funcionamiento el aparato y modificar las frecuencias de radio, adaptándolas a la longitud de onda precisa. Cada botón-pulsador de colores tenía grabado el nombre de una de las doce tribus, y cada tribu, a través de las dos piedras de ónice del efod, tenía adjudicado un número.

Ese tummim-urim estaba dotado de electrodos-pilas, que para “alimentarse” energéticamente, captaban y amplificaban la electricidad producida por el corazón.

El efod y su cinturón tenían la triple misión de:

Sujetar el pectoral.

Presionar al tummim con los urim contra el corazón.

Contener en sus hombreras las dos piedras de ónice, en cada una de las cuales estaban grabados seis de los nombres de las tribus hebreas que, además, al estar escritos por orden de nacimiento, relacionaban nombre con número.

La túnica de calados o encajes o puntillas permitía un óptimo contacto entre el tummim y el corazón.

La sobretúnica tenía la doble misión de ocultar a la vista de extraños ese conjunto de efod y pectoral y, al mismo tiempo, y valiéndose de las campanillas, avisar de la proximidad del sumo sacerdote.

Por último, y deplorando no disponer de más datos que me permitan fundamentar la oculta, pero importantísima utilidad de la tiara como captador de las ondas eléctricas cerebrales, sólo deseo recordar que la lámina de oro o “diadema”, era únicamente un complemento de la tiara.

Con esto hemos llegado al final del capítulo veintiocho del Éxodo, con el cual damos término a esos capítulos olvidados, que yo he definido como los grandes desconocidos.

Y ahora es cuando, "en contra de mi voluntad", me veo obligado a dirigirme a los ungidos levitas para hacerles llegar:


UNOS CARIÑOSOS REPROCHES (23*29)


Muy mal hecho mis queridos, admirados y respetados sacerdotes levitas. Muy, muy mal. ¡Y no habrá sido por precipitación o falta de tiempo!

Y digo que lo hicisteis muy mal, porque:

El tabernáculo no era ni un templo, ni una morada de Yavé. El tabernáculo era la Casa del Arca.

El arca no era el baúl de los recuerdos. Allí no se podía guardar otra cosa más que las dos tablas del Testimonio de Yavé.

El candelabro no era una lamparilla para iluminar a nadie; era un generador de energía fotovoltaica.

La mesa de los panes no era una mesa, ni se diseñó para comer y beber; era una antena.

El altar de los holocaustos no era una barbacoa; sobre él no se debía ofrecer ningún holocausto; era una antena de gran potencia.

El altar de los perfumes no era un altar, era un incensario.

Los óleos no estaban elaborados para perfumar los virtuosos cuerpos de los levitas. Sus componentes secretos potenciaban la utilidad de los utensilios.

Las vestiduras sacerdotales no servían para que “el sumo” apareciese chachi y molón, como un paleto estrenando coche en las fiestas de su pueblo. Eran el equipamiento necesario para la utilización de Tummim-Urim.

Por todo esto, y después de hacer llegar hasta vosotros mi amable y constructiva crítica, admito y reconozco humildemente que tenéis el mérito del récord:

Se puede acertar poco, pero no se puede acertar menos.


RESUMEN DEL CAPÍTULO XXIII

Las vestiduras sacerdotales constituyen el equipamiento necesario para el operador del radio-teléfono. Todos sus componentes se complementan para el logro de un único propósito. Túnica calada, sobretúnica, ceñidores y, sobre todo el efod, están al servicio del pectoral. El pectoral ––con más propiedad se debe entender como el contenedor del pectoral––, era una taleguilla de malla o red unida al efod, y que se oprimía contra el pecho del sumo sacerdote (operador de radio). En el interior de ese contenedor, Tummim-Urim constituía el elemento clave del radioteléfono que ponía en comunicación a Yavé con los hijos del hombre. Tummim (caja-estuche), que contenía los doce Urim (luces), se alimentaba electrónicamente de la energía generada por el corazón. La Tiara de lino, cubría un casco de electrodos que captaba y ampliaba las ondas cerebrales del sumo sacerdote facilitando la interpretación de los pensamientos. La lámina de oro tenía la doble misión de recomendar al sacerdote la limpieza de pensamiento y, al mismo tiempo, sujetaba la tiara de lino.

Todo esto de las vestiduras lo organizó Yavé para que resultase fácil y comprensible; los sacerdotes levitas, durante tres mil años, se ocuparon de liarlo, pero al final, la verdad nos muestra su tenaz evidencia.

De todas formas he de reconocer, que por culpa de los fanáticos profesionales de la religión y de sus iluminados, a quienes Dios bendiga:

No ha sido nada fácil.

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