INTRODUCCIÓN A LA TERCERA PARTE


EL ÁNGEL DE YAVÉ

LOS HEBREOS EN EGIPTO, LOS HEBREOS EN EL DESIERTO Y EL ÁNGEL DE YAVÉ son las tres partes de este ensayo.

Se ha dicho con frecuencia, que nunca segundas partes fueron buenas, y menos todavía, una tercera.

¡Puede ser!

Sin embargo, en el presente caso ocurre algo que resulta bastante curioso:

Las dos primeras partes −que no digo yo que sean buenas−, son más interesantes que la tercera. Pero esta tercera parte −que sí que digo yo que resulta menos interesante− es mejor que las dos primeras.

Y esta alegación tiene un sencillo pero sólido fundamento:

La auténtica prueba-demostración-testimonio del significado de aquella Gran Visita que se relata en las dos primeras partes, se encuentra en la fabricación del exótico tabernáculo, su extraño mobiliario y sus utensilios, o sea, en l tercera parte de este trabajo.

Si usted lo desea, podemos comprobar juntos qué es lo que puede haber de cierto en esta afirmación o manifiesto o testimonio.

¡Ánimo!


INTRODUCCIÓN A LA TERCERA PARTE

Las tres primeras partes del libro del Éxodo, aquellas que son conocidas como LUCHA POR LA LIBERTAD, CAMINO DEL SINAÍ y EN EL SINAÍ, –que en este ensayo se condensan en dos: LOS HEBREOS EN EGIPTO Y LOS HEBREOS EN EL DESIERTO−, ciertamente no resultan un modelo a imitar en cuanto al orden en la colocación de los capítulos. Sin embargo, tal vez para reparar la chapuza a la manera sacerdotal –deléitese en esta ironía−, en su cuarta y última parte, o sea, en la sección que ellos denominaron como EL CULTO −y que en este trabajo constituye la tercera parte y se identifica como EL ÁNGEL DE YAVÉ−, el método es todavía más anárquico, y no existe ni la menor organización lógica ni cronológica en la disposición de sus secciones. Al parecer, los encargados de tal menester, mis admirados sacerdotes levitas, siguieron al pie de la letra el acreditado y contrastado sistema de planificación y estudio de proyectos conocido como: A la buena de Dios.

Aquí, en este trabajo, una vez que finalice esta introducción, se tratarán únicamente los trece capítulos que se reseñan a continuación: 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 35, 36, 37, 38, 39 y 40, y que son los que están dedicados al Tabernáculo y su mobiliario, o lo que es lo mismo, al ÁNGEL DE YAVÉ. Como se puede apreciar, y por no incidir directamente en el tema, se han suprimido los interesantísimos capítulos 32, 33 y 34.

En la primera y segunda parte de este ensayo he pretendido ofrecer mi particular y muy personal interpretación acerca de unos fascinantes sucesos ocurridos hace más de tres mil años; unos acontecimientos que fueron descritos en el segundo libro del Pentateuco. Calificar aquellas historias vividas en el Sinaí, solamente como muy interesantes, sería la más evidente demostración de una absoluta mezquindad y de una completa cicatería. Sólo en cuatro de esos relatos, aquellos que fueron incluidos por los masoretas en tres capítulos ––catorce, dieciséis y diecinueve—, encontramos episodios como la travesía del mar Rojo, el maná, la alianza y, sobre todo, la presentación de Yavé ante la inmensa muchedumbre del pueblo, que incluso despojados de milagrosos milagros y prodigiosos prodigios, son de tal trascendencia para la historia de la humanidad, que en cada uno de ellos hay tema y motivo suficiente para que el hombre muestre su asombro durante milenios.

Sin embargo, a los efectos de este trabajo, y siendo muy notable lo relatado hasta este momento, lo verdaderamente sobresaliente por su trascendencia es el contenido de las secciones relacionadas con el Tabernáculo, su mobiliario y sus utensilios; unas secciones que yo califico como CAPÍTULOS OLVIDADOS, y que identifico como EL ÁNGEL DE YAVÉ.


LOS CAPÍTULOS OLVIDADOS — EL ÁNGEL DE YAVÉ

En esta tercera parte, sin desestimar en absoluto nada de lo que se ha tratado hasta el momento, y reafirmándonos en los que se dijo al finalizar el capítulo IV respecto al verdadero fundamento de este trabajo, vamos a iniciar el estudio y la interpretación correcta y lógica de aquello que en verdad nos prometió Yavé cuando en unos importantísimos versos nos dijo:

“YO MANDARÉ UN ÁNGEL”

En Éx. 23, 20-23 Yavé ha anunciado a Moisés: (20) “Yo mandaré un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto. (21) Acátale y escucha su voz, no le resistas... porque lleva mi nombre”.

Nota: Yavé no dice que el ángel habla en su nombre; Yavé dice: lleva mi nombre, o sea: Soy yo mismo. Porque, lo creas o no lo creas, el único que lleva tu nombre eres tú.

(22) Pero si le escuchas y haces cuanto él te diga, yo seré enemigo de tus enemigos... (23) pues mi ángel marchará delante de ti.

En Éx. 32, 34, Yavé dice a Moisés: Mi ángel marchará delante de ti...

En Éx. 33, 2-5, Yavé nuevamente promete: “Yo mandaré delante de ti un ángel... pero yo no subiré en medio de ti...

Entendámoslo, Yavé dice:

“Yo, en presencia física, tal y como me he presentado ante vosotros en la montaña, ya no me veréis más”.

En Éx. 25, 22 Yavé ordena la construcción del arca y dice que su voz se escucharía entre los dos querubines que están sobre el propiciatorio: Allí te citaré y hablaré contigo desde encima del propiciatorio, de entre los dos querubines que estarán sobre el arca del Testimonio...

En Éx. 28, 36-38, consta: (36) Harás una lámina de oro puro, y grabarás en ella como se graban los sellos: “Santidad a Yavé”. (37) La sujetarás con una cinta de jacinto a la tiara por delante. (38) Estará sobre la frente de Arón, y Arón llevará las faltas cometidas (Arón expondrá sus ruegos) en todo lo santo que consagren los hijos de Israel en toda suerte de santas ofrendas; estará constantemente sobre la frente de Arón ante Yavé, para que hallen gracia ante él (para que Yavé le escuche).

Si extractamos los versículos que anteceden veremos:

Que Yavé ha prometido que enviará un ángel, que lleva su nombre, para que se escuche su voz y se le obedezca.

Que Yavé señala un lugar ––entre los querubines que se encuentran sobre el arca–– donde hablará con los hombres. O, lo que es lo mismo, que los hombres escuchaban al Ángel de Yavé mediante el Arca.

Que Yavé, a su vez, “escuchaba” a los hombres a través de la tiara con su lámina.

Nota. Yavé escuchaba a los hombres a través de la tiara; pero siempre en estado de vigilia. Yavé no mantiene conversaciones oníricas.

Concretando:

El ángel de Yavé habla a los hombres mediante el Arca. Los hombres hablan al ángel de Yavé mediante la tiara con la lámina.

En el prodigioso libro del Éxodo existen trece capítulos —25 al 31; 35 al 40—, para los que resulta muy difícil adjudicar uno sólo de los muchos adjetivos que se les puede aplicar. En principio, pueden ser calificados con todo merecimiento, como extremadamente tediosos y casi insoportables de leer. Pero además esos capítulos son desconcertantes, porque, en la más evidente contradicción, al mismo tiempo que se presentan como complicados y absurdos, cuando se les pilla llegan a resultar diáfanos y casi transparentes en su significado. O sea, un contrasentido muy previsible y razonable.

Pero, con independencia de unos u otros calificativos, está muy claro que esos capítulos, en los que una tecnología subyacente nos ilustra un poco más sobre la identidad de los viajeros, suponen una auténtica demostración de la buena voluntad del Señor de la Gloria para con el hombre. Si Yavé y sus ángeles asumieron esa decisión, el incontable número de inconvenientes y, sobre todo, la considerable cantidad de tiempo invertido en la construcción del tabernáculo y su mobiliario, fue porque sentían un verdadero aprecio por los hombres. Y además, no fue el viejo y manoseado "amor de Dios" para con sus criaturas, sino que fue algo más sólido, más tangible, más inmediato. Yavé, como debería hacer cualquier Dios que se precie, no demoró su protección y recompensa hasta la otra vida; ayudó aquí y ahora.

En esa cuarta y última parte del Éxodo, que fue denominada como EL CULTO, nos encontramos con una asombrosa y triste realidad. Allí descubrimos unos capítulos, que a pesar de su inmenso significado y trascendencia, han sido muy poco estudiados; y lo que es peor, además de poco investigados, han sido muy mal interpretados.

Y esto ha sucedido por una de estas dos razones:

1ª. Porque al ser considerados como tediosos e incomprensibles, nadie les ha concedido la importancia que sin la menor duda merecían.

2ª. Porque a los sacerdotes, que por supuesto tampoco entendían su contenido, no les interesaba que se estudiasen. Para esta segunda razón les vino al pelo la primera: Nadie sufre en demasía por la prohibición de una monserga que además es casi absurda, y para colmo, carece de valor.

Pero, de la misma forma que hay un tiempo de vivir y un tiempo de morir, también hay un tiempo de ignorar y un tiempo de saber. Ahora se nos presenta una preciosa ocasión para subsanar errores e intentar comprender y hacer justicia a esa relación de capítulos contenidos entre el veinticinco y el cuarenta, de la que, como he dicho, debemos hacer excepción con los capítulos treinta y dos, treinta y tres y treinta y cuatro. Son, por tanto, trece episodios; que si bien y como también he dicho, tal vez no hayan sido despreciados, al menos y sin la menor discusión, han sido menospreciados por los sagaces investigadores y teólogos y, por supuesto, por los sabios y piadosos sacerdotes.

Para comenzar a reconocer su excepcional significación, creo que deberíamos recapacitar sobre esta evidente y fácilmente cotejable realidad:

De los cuarenta capítulos del libro del Éxodo, trece de ellos ––tal vez los más reveladores––, para nuestro absoluto bochorno son los que menos han captado nuestra atención. Son trece capítulos que están dedicados a la construcción del Tabernáculo, su mobiliario y sus utensilios. En otras palabras, casi un tercio del libro más importante en la historia de la humanidad, ha sido interpretado como la detallada descripción de la manufactura o fabricación de algo que, en principio, no parece ser otra cosa más que una tienda de campaña, un absurdo mobiliario y unos complementos.

¡Curioso!

En estos trece capítulos: 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 35, 36, 37, 38, 39 y 40, que no son pocos, Yavé da a Moisés unas instrucciones muy precisas para la construcción de un refugio o tabernáculo, un arca, un propiciatorio con dos querubines, un candelabro, una mesa, un altar de inciensos, unos óleos y perfumes, un altar de holocaustos, una pileta y unas vestiduras sacerdotales.

¡Curioso!

Pero además, todas esas órdenes de Yavé no son unos mandatos indefinidos. Yavé no dice, por ejemplo, hazme un arca, sino que precisa con toda exactitud cómo debe ser ese arcón. Y para mayor abundancia y claridad, en multitud de ocasiones insiste: “Os ajustaréis a cuanto voy a mostrarte como modelo...” (Éx. 25, 9); “Mira, y hazlo conforme al modelo que en la montaña se te ha mostrado” (EX. 25, 40); “Toda la morada la harás conforme al modelo que en la montaña te ha sido mostrado” (Éx. 26, 30); “Cuanto yo te he mandado hacer, ellos lo harán”. (Éx. 31, 11); Los hijos de Israel habían hecho todas sus obras conforme a lo que Yavé había mandado a Moisés (Éx. 39, 42); Moisés hizo todo lo que le ordenó Yavé; como se lo ordenó, así lo hizo. (Éx. 40, 16); Y ya he dicho, y además he hecho su reseña en el capítulo dedicado a los Mandamientos, que al menos son veinticinco las veces en que Yavé insiste asegurando que son órdenes suyas.

¡Curioso!

Es innegable, y así se pone de manifiesto por expresa voluntad de Moisés, que mucho más allá de lo que aseguren los sabios levitas y sacerdotes acerca de las misteriosas intenciones de su Dios, Yavé sabe perfectamente que es lo que quiere, como lo quiere y que debe hacerse para que el hombre entienda sus órdenes. Y lo hace de tal manera que no deja nada al libre albedrío o interpretación de Moisés o de sus artesanos. Quiere un arca, y la quiere de esta forma y con estas medidas; quiere una tapa-propiciatoria para ese arcón que debe constar de unos componentes muy determinados; quiere un candelabro con seis brazos, y quiere que cada brazo tenga tres adornos…; no quiere un candelabro cualquiera, le quiere exactamente así.

¡Curioso!

Es difícil, muy difícil, leer las Escrituras intentando extraer de ellas toda la sabiduría que sin la menor duda encierran, y no quedar asombrado y casi perplejo cuando nos encontramos con esos capítulos que se inician en Éxodo veinticinco.

Y también insisto afirmando, que es difícil, muy difícil, imaginar a “un Dios” que desciende hasta los hombres, y desestimando otras tareas y funciones más acordes con su “divina” misión, y después de advertirles que no deben trabajar los sábados, les ordena la construcción de un “absurdo” mobiliario.

Ante este cúmulo de despropósitos, los sabios y sesudos levitas tuvieron que optar por una de estas tres alternativas:

Primera. Asegurar que esos capítulos eran consecuencia de posteriores añadidos a las originarias disposiciones de Moisés.

Segunda. Otra opción sacerdotal para intentar interpretar la intención de Yavé en el momento de ordenar la construcción del tabernáculo y sus utensilios, consistía en desistir de pensar en ello. Para usar de esta alternativa, bastaba utilizar su insistente y manoseado argumento que asegura que: “las razones y los caminos de Dios son inescrutables y no están al alcance de los hombres”.

Tercera. Por fin, una tercera y última opción contemplaba la posibilidad de intentar razonar con sensatez. Como era lógico esperar de aquellas mentes sacerdotales, esta tercera alternativa fue desestimada desde el primer momento. Y, no obstante, es la única alternativa correcta.

En contra de la primera opción, aquella que asegura que estos capítulos son tardías incorporaciones, nos encontramos con la realidad de que aquellos objetos fueron construidos por órdenes de Yavé en el Sinaí; así lo demuestra el hecho de que, años después y custodiados por Josué, fueron introducidos en los territorios de la margen occidental del río Jordán. Una cosa es que no se conociese su utilidad, y otra muy distinta es afirmar que son posteriores a la etapa del Sinaí.

Y aquí nos encontramos con otra auténtica realidad: aquellas gentes no entendían en absoluto la posible función o misión de aquellos objetos, y por lo tanto no tuvieron otra opción que inventarse una utilidad para ellos. De esta manera, y sólo por poner un par de ejemplos, una plataforma sobre cuatro patas y con un gran reborde, quedó convertida en una mesa para depositar panes, y una enorme red metálica de forma cuadrada y sobre un bastidor de madera, no podía ser otra cosa sino una parrilla para asar. Esas absurdas y erróneas conclusiones de los levitas, son las que han originado todo el confuso montón de disparatadas interpretaciones que rodean a la construcción del tabernáculo y su mobiliario; y son también, las que han propiciado el descrédito y menosprecio que desde siempre han rodeado a todos esos importantísimos capítulos relativos al “culto”.

En oposición a la segunda alternativa, y como opción lógica que nos abre el camino para la tercera posibilidad, deberemos asumir e integrar una gran verdad:

El comportamiento de Yavé, de aquel a quien conocemos como el Señor de la Gloria y de la Roca; de aquel que el llamado Señor de los Cielos de los Cielos –así, de esta última nominación, es identificado por Moisés y Salomón en Dt. 10, 14 y en I Rey. 8, 27−, ese comportamiento, repito, está siempre al alcance de los hombres, y por lo tanto, no hay caminos inescrutables.

La tercera alternativa no precisa de ninguna argumentación. Todo mensaje, toda información, todo testimonio, debe quedar sujeto a un estudio minucioso. Nunca debería servirnos el socorrido: No lo entiendo, pero si tú lo dices…, pues vale.

Nota. La ignorancia no está prohibida, pero no se debe presumir de ser ignorante.

Como ya habrán advertido desde el primer momento, este trabajo está concebido casi como un divertimento, y nadie puede negarme el derecho a ridiculizar a quienes aseguran que Yavé vino hasta los hombres para matar niños egipcios (Éx. 12, 29); para diseñar mesas de meriendas (Levítico 24, 5-9); para organizar barbacoas (Éx. 27 y 29); o para desnucar borricos (Éx. 13, 13 y 34, 20).

Una precisión:

Sólo me burlo de aquellos profesionales de los dioses que son capaces de afirmar que éstas eran las intenciones de Yavé. Nunca he pretendido burlarme de aquellos que, de buena fe, creen en las divinidades; y, por supuesto, para Yavé sólo tengo respeto y agradecimiento.


De todas formas, y aunque con frecuencia por mis ironías y sarcasmos no lo parezca, estamos hablando de cuestiones de una inmensa transcendencia en la historia de los hombres. Nos estamos refiriendo a unos sucesos absolutamente lógicos, que solamente el absurdo tratamiento sacerdotal ha conseguido convertirlos en completos disparates. Por lo tanto, los socorridos misteriosos misterios y los recurrentes milagrosos milagros, pueden servir a muchas personas dignas del mayor respeto, pero no deben ser suficientes para todos. Yavé, su comportamiento y su misión, resultan perfectamente comprensibles para los hombres. Así lo dejó dicho Moisés en Dt. 4, 29: ... y le hallarás si con todo tu corazón y con toda tu alma le buscas. Unas palabras, con las que aquel hombre que gozaba de la amistad de los Señores del Cosmos, aconsejó y prometió a los hombres:

Si de verdad lo intentáis, podréis entender el mensaje; pero si no ponéis todo vuestro corazón (voluntad y decisión) y toda vuestra alma (inteligencia y meditación) para lograr comprender, no tenéis otra opción que aceptar las interpretaciones de piadosillos e iluminadillos ungidos.

Nota. Sabemos, que desestimando la “beatífica ciencia infusa”, la sabiduría se consigue a través de la inteligencia. También sabemos, que en la búsqueda de la sabiduría debemos poner, además de nuestra inteligencia, toda nuestra voluntad: O sea, toda el alma y todo el corazón. No obstante, ese versículo de Dt. 4, 29, presenta otra interpretación por el simple hecho de retirar sus dos adverbios: “…y le hallarás si con tu corazón y con tu alma le buscas.” Así de sencillo: Le hallarás si buscas a Yavé con tu corazón y tu alma. En su momento, cuando tratemos el tema del pectoral y la tiara insistiremos en el asunto.

Pero, con independencia de las formas y maneras de buscar a Yavé, lo cierto e incuestionable, y sobre ello nadie debe sustentar ni la menor duda, es que el Señor de la Gloria ordenó la construcción de unos determinados utensilios ––así, con esta palabra son denominados en el libro del Éxodo: 25,39; 27,3; 37,16 y 24; 38,3 ––, unos utensilios, de lo que únicamente comunicó a Moisés la clase de objetos que eran; cuál era su función y cómo debían ser utilizados. Esta razonable actuación de Yavé queda integrada en los Jukim.

Nota: Muy lógica esa decisión de Yavé; en nada beneficiaba a los hijos del hombre recibir información técnica sobre aquellos utensilios.
Moisés, aceptando la advertencia de Yavé, no insistió en dar más explicaciones. Hasta tal punto fue restringido el conocimiento de los utensilios.


Pero los sabios sacerdotes fueron más lejos: Despreciando la escasa pero útil información recibida de Moisés, se deshicieron de la garantía y del folleto de instrucciones de los utensilios. Después, asistidos por el brumoso y confuso transcurso de los siglos, consiguieron que todos aquellos incomprensibles “muebles”, sobre los que no habían logrado encontrar una más o menos razonable explicación, fueran “transformándose”. De esta forma, cada uno de aquellos artilugios, y mediante un rudimentario proceso sincrético, padeció una ignorante e interesada mutación que concluyó en una milagrosa metamorfosis. Y, para rematar la faena, decidieron castigar al posible curioso infractor con la pena de muerte (Núm. 1, 48-51).

Y aquí llegamos a la cuestión realmente importante que nos presenta la gran incógnita: ¿Cuál fue la intención de Yavé al ordenar la fabricación de todos aquellos utensilios? Y, sobre todo, si un ángel es un mensajero; si el ángel de Yavé es el mensajero de Yavé:
¿QUÉ ES ESE ÁNGEL QUE PROMETIÓ ENVIARNOS?
¿ESTÁ EN METATRÓN EL NOMBRE DE YAVÉ?
¿ESTÁ EN METATRÓN EL ANSIADO TETRAGRAMATON?
No ha resultado fácil, nada fácil; pero en esta tercera parte que ahora les presento encontraremos respuestas algunas de estas preguntas.

Y esto no es una amenaza; esto es sólo una cordial promesa.

Pero recuerde:

La comprensión de este trabajo es directamente proporcional al deseo de comprender, e inversamente proporcional a la incapacidad para abandonar creencias y mitos divinos.

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