CAPÍTULO XVI: EL TABERNÁCULO

Desorden y tedio (16*1). ¿Una morada para Yavé? (16*2). Los templos (16*3). ¿Habitó Yavé entre los hebreos? (16*4). El tabernáculo y la tienda de la reunión; su distribución (16*5). Mobiliario del templo (16*6). El atrio (16*7). El locutorio (16*8). Forma y medidas (16*9).


DESORDEN Y TEDIO (16*1)

Para dar un sólido respaldo a mi afirmación efectuada en el inicio de la introducción a esta tercera parte, cuando me he referido al magnífico barullo que reina en la colocación de los capítulos del libro del Éxodo, ahora, en el momento de iniciar el estudio del Tabernáculo y sus enigmáticos utensilios, nos encontramos con otro espectacular revoltijo en la crónica de aquel proceso creativo.

Veamos:

En el primero de esos capítulos, o sea, en Éx. 25, se detalla el mandato de Yavé para que sean construidos varios mueble ––arcón, propiciatorio, mesa de los panes y candelabro––; seguidamente, en el veintiséis, se reseña la construcción del santuario o tabernáculo; a continuación, en el veintisiete, se retoma la fabricación de otro mueble ––el altar de holocaustos––, y además se incluye la descripción del patio de ese tabernáculo que se había descrito en el capitulo anterior; inmediatamente después, en el veintiocho, se refleja la confección de las vestiduras y adornos sagrados; en el veintinueve, el tema a tratar es el aseo de los sacerdotes y su consagración al servicio de la divinidad; en el capítulo treinta, se retorna a la descripción del resto del mobiliario ––altar de los perfumes y pila de bronce––, se intercalan disposiciones de tipo fiscal ––los impuestos a pagar por censos––, y se remata con la elaboración de los óleos y los inciensos. Y, para colmo, nos encontramos con el breve capítulo treinta y uno, que en buena lógica debía haber sido colocado en primer lugar por significar un anuncio de intenciones, donde se verifica el nombramiento de los artesanos a intervenir y, donde, con una nueva reseña del Sabbat, se enumeran los diez mandatos. Y para demostrarnos que toda desorganización puede perfeccionarse hasta llegar al caos, antes da dar término al asunto del tabernáculo, los responsables de la clasificación introducen tres capítulos ––32, 33 y 34–– que no tienen ninguna relación con los temas que se están tratando. Por último, en una apoteosis final, nos deleitan con otros seis capítulos ––35, 36, 37, 38, 39 y 40–– donde repiten, otra vez, todo el “proyecto tabernáculo”, al mismo tiempo que, demostrando su rara habilidad para liar la madeja, reinciden en la descripciones anteriores, pero alterando la disposición en la que antes habían sido narrados.

Yo, siguiendo la moda reiterativa impuesta por mis amados levitas, y para demostrarles que todos podemos ser pesados y sabemos machacar, insisto:

Primero fabrican unos muebles; luego la casa; después otro mueble y el patio de la casa; seguidamente detallan las vestiduras sagradas; a continuación nos explican de una manera pormenorizada los ritos de consagración, papeo y merienda sacerdotal; luego se continúa con la reseña de la construcción de otro mueble, intercalan un impuesto a pagar, siguen con la descripción de otro mueble y se refieren a la elaboración de óleos, perfumes y timiama. Prosiguen, y nos colocan el catálogo-resumen de los trabajos anunciados en los seis capítulos anteriores; luego introducen tres capítulos ajenos al asunto a tratar y, como epílogo, continúan con otros seis en los que hacen nueva y reiterativa reseña de lo detallados anteriormente.

Como puede apreciar el lector, los levitas, una vez más, nos presentan un magnífico ejemplo de cómo debe organizarse una buena desorganización. Aquellos piadosos sabios se dijeron: Será obra de Dios, pero ni Dios lo va a entender.

Esta denuncia contra el atolondrado desorden levítico, debo reconocerlo, nace de mi indignación. Tratar de una manera tan desconsiderada unos temas tan importantes como la construcción del arca, el candelabro, el pectoral, etcétera, resulta tan obsceno, como sustituir el Adagio para Cuerda de don Samuel, por el bochornoso canturreo del más hortera eurovisivo. ¿Saben a quién me refiero?

Nosotros intentaremos una mínima aportación al ansiado orden, y siguiendo un planteamiento que parece algo más lógico, en lugar de comenzar por el capítulo veinticinco del Éxodo, vamos a empezar estudiando el veintiséis. Y lo hago así, en primer lugar, porque entiendo que se debe construir la casa antes que fabricar el mobiliario, y después poder describir la construcción de todos y cada uno de los muebles en un orden de colocación más sensato. Una vez efectuada esta pequeña alteración en la disposición de los capítulos, y en una muestra más de mi respeto y sumisión a su acreditada incompetencia, me adaptaré a los textos levitas.

Ese capítulo veintiséis del Éxodo es terriblemente confuso y tedioso de leer, y no digamos de estudiar. Se aprecia que están relatados con absoluta desgana. Precisamente, ––y ésta es mi sospecha––, en esa característica puede encontrarse la causa de que estos episodios hayan sido tan poco investigados. Y afirmo que es confuso, porque después de haber sido leído por mucha gente y durante muchos centenares de años, nadie sabe todavía, con absoluta certeza, como era aquel recinto. Sinceramente, y con todos mis respetos, cuando lees por primera vez sus versículos, al mismo tiempo que intentas, sin éxito, reprimir el bostezo, no se puede por menos que exclamar: el escritor sagrado sería muy buena persona, es más, un santo podía ser, pero el tío era un paliza de mucho cuidado. A causa del soporífero aburrimiento de esas narraciones, he desistido de transcribirlo a estas páginas, pero, de cualquier forma, y teniendo muy presente que aquellas gentes eran como eran, y que tal vez, como afirmaría un sensato paranoico, lo único que pretendieron y consiguieron con sus oscuras descripciones, fuese esconder o disfrazar algo que no deseaban divulgar, yo aliento a los sufridos lectores a que estudien, o al menos lean, el capítulo veintiséis del Éxodo. Además, deberíamos reconocer que en esta vida, lo importante y lo atractivo, en ocasiones, no caminan juntos.


¿UNA MORADA PARA YAVÉ? (16*2)

Todo aquello que está relacionado con la construcción del Tabernáculo se trata, fundamentalmente, en Éx. 26, 1-37; 35, 1-35; 36, 1-38; 39, 32-40; y 40, 1-38.

El Tabernáculo, Santuario, Morada o Habitáculo, también conocido como Tienda de la Reunión, del Encuentro o de la Asignación, es un pequeño pabellón-refugio desmontable ––y por ello de relativamente fácil movilidad––, que el pueblo de Israel construyó en el desierto del Sinaí, y que según consta, fue levantado por orden de Yavé.

“Hazme un santuario, y habitaré en medio de ellos”. (Éx. 25, 8)

Y aquí se presentan las dos primeras e importantísimas cuestiones:

Primera: ¿Pretendió Yavé que se construyera un santuario o templo?

Segunda: ¿Habitó Yavé en medio de ellos?

Ahora y aquí, respondo a estas dos preguntas en la misma tajante contestación: NO. Y, por si alguien no lo ha entendido, lo repetiré otra vez: NO.

El Tabernáculo no era un santuario ni una morada. El Tabernáculo, y después el Templo de Salomón, sólo eran recintos destinados al alojamiento del Arca y resto de utensilios sagrados.

A pesar de lo rotunda y contundente que resulta la respuesta que acabo de dar, o precisamente por eso, creo que conviene hacer un par de precisiones:

Si por santuario entendemos un lugar limpio, higiénico y desinfectado, sin la menor, duda Yavé ordenó su construcción. Pero si interpretamos y entendemos que santuario es un templo o una parte de un templo, una morada o una edificación destinada al culto de un dios, no tengo otro remedio que disentir absolutamente y afirmar que en el Sinaí no se construyó ningún recinto con ese propósito.

Como segunda precisión debo manifestar que, si habitar lo entendemos como residir, vivir o permanecer más o menos tiempo y con una mayor o menor continuidad en un determinado lugar, tengo que señalar, rotundamente, que Yavé no habitó en el tabernáculo. Así lo reconoce Salomón, cuando en la oración de la consagración del “Templo”, se dirige a un Yavé que se encuentra en la inmensidad de la lejanía, y textualmente, en varias ocasiones durante esa rogativa, el rey dice a Yavé: “óyela (la oración)... desde el lugar de tu morada en los cielos”. O sea, que Salomón admite que Yavé no está allí y que su morada está en los cielos. (Ver también I Reyes 8, 27)

Con el propósito de que este asunto del santuario, que es de una gran trascendencia, no pueda dar ocasión a erróneas interpretaciones a las que algunos estamentos son demasiado aficionados, debe quedar constancia suficiente de esta auténtica realidad:

Yavé no consentía ningún tipo de culto, y por lo tanto, en su pacto prohibió que los hombres edificasen templos.

Puesto que esta concluyente interpretación me obliga a una demostración, y aunque el tema en discrepancia es antiquísimo, ahora, por primera vez, vamos en busca de una explicación razonada, y por lo tanto, alejada de dogmas y revelaciones.

Yavé lo dejó muy claro: “No te harás esculturas ni imagen alguna de lo que hay en lo alto de los cielos, ni de lo que hay abajo sobre la tierra, ni lo que hay en las aguan debajo de la tierra. No te postrará ante ellas, y no las servirás” (Éx. 20, 4-5). “No os hagáis conmigo dioses de plata, ni os hagáis dioses de oro” Éx. 20, 23.

Estas palabras, en las que, supuestamente, Yavé está prohibiendo todo tipo de representaciones y de imágenes, serán debidamente interpretadas y puntualizadas en otro capítulo cuando estudiemos el maravilloso Propiciatorio —justo en el mismo momento en que tratemos del tema de los querubines—.

Aunque, “en principio” admitamos que Yavé prohibió todas las representaciones y las esculturas, de todas formas, por la lectura de esos versículos de Éx. 20, efectivamente no podemos apreciar una orden expresa y concreta prohibiendo la construcción de templos. Naturalmente, deberíamos tener muy presente que esas imágenes que acaba de prohibir, suelen ser colocadas en los templos; sin embargo, y por otra parte, nada impide a los sabios iluminados interpretar que pueden y deben existir templos, muchos templos, pero… pero sin imágenes.

De acuerdo. Por eso tampoco vamos a discutir.

Pero sigamos, y veamos que puede pretender Yavé cuando dice en Éx. 20, 24: “Me alzarás un altar de tierra, sobre el cual me ofrecerás tus holocaustos... (25) Si me alzas altar de piedras, no lo harás de piedras labradas, porque al levantar tu cincel sobre la piedra la profanas. (26) No subirás por gradas a mi altar... ”

Casi todos entendemos y reconocemos, sin la menor duda, que el altar, el lugar de la ofrenda, es la parte más importante y esencial de un templo, y por lo tanto podemos preguntarnos: ¿qué debemos interpretar ahora?; ¿desea Yavé que se construyan templos?; ¿pretende Yavé que se instale un altar de barro y cascotes en el lugar preferente de una gran edificación dotada de columnas de mármol, hermosas vidrieras, elaborados tapices, delicadas y costosas maderas nobles, y que todo el conjunto quede bien iluminado con el precioso tallado de los cristales de las grandes lámparas? No señores ungidos, están ustedes muy equivocados. Yavé dijo muy clarito, muy clarito: si algún dios, de esos que vosotros os inventéis ahora o en el futuro, y que ya os he advertido que no existen, desea o necesita algún templo, que lo construya él con sus propias manitas, para eso son dioses omnipotentes. Si alguien quiere levantar un altar a Yavé, debe hacerlo de tierra. Y si así lo estima conveniente, en esa tierra del altar, en ese túmulo o montículo, y con el objeto de que resulte más compactado y evitar que se desmorone con facilidad, puede colocar alguna piedra. Pero adviertan: piedras sin labrar (pedruscos, guijarros). Y por supuesto, ese altar no gozará de una escalinata que da acceso a una significativa prominencia donde se colocan el Dios y su sacerdote. Yavé sabía que un santuario de tierra, además de constituir un monumento a lo efímero, es muy difícil de construir. Claro, que siempre podemos utilizar el recurso que puso en marcha Salomón ––que yo no sé si sería sabio, pero que, desde luego, listo era un rato largo––, cuando decide construir una edificación en homenaje y recuerdo de Yavé ––Casa del Arca––, y con la intención de atenerse a la alianza pactada y no tallar la piedra destinada a la construcción del “templo”, se decidió por la utilización de piedras ya labradas. (1 Rey. 5,17) Con ello, Salomón se nos presenta como el inventor del reciclado. Pero además, y como otro potencial recurso, si no deseamos recurrir a esta argucia del genial rey, siempre podemos contar con la astuta y ladina sugerencia de aquel levita que estaba casado con la hija del alfarero, cuando preguntó: ¿Y el ladrillo de adobe? ¿Qué pasa con él? Ese material de construcción no está prohibido por Yavé y además es de barro.

Pero obviando la sabiduría del rey y la artimaña del levita rasillero, podemos preguntarnos: ¿cuál podía ser la intención de Yavé al recordar su Alianza y advertir que allí se pactó no hacer imágenes, ni representaciones, ni altares de piedra tallada, ni escalinatas?

Yo, únicamente por si alguien no quiere enterarse, insisto: Yavé prohibió, más allá de la menor duda, que se le diera cualquier tipo de culto; por lo tanto, de templos y grandes edificaciones para la “divinidad”, nada de nada. No obstante, y puesto que era un ser de excepcional sabiduría, Yavé admitía que era muy normal y perfectamente lógico, que los hombres se reuniesen en determinadas festividades para recordar sucesos agradables o en memoria de seres a los que amaban y respetaban. En esos momentos de celebración, era también muy humano reunirse para comer y hacerlo en torno de una mesa o de un fuego donde asar una res. Esa mesa, o mejor esa parrilla, es el altar. Cuando esa celebración es en su honor, Yavé no desea que se haga una gran obra, un enorme altar, ni mucho menos un formidable templo; Yavé solamente admite, y tal vez agradece, que los hombres se reúnan a comer en torno a “un altar” con la intención de recordarle, y si así lo desean, para honrarle. Naturalmente, como ya he dicho antes y como diré siempre, si alguien prefiere entender de las palabras de las Escrituras, que lo que en realidad pretendía Yavé, era que, con la finalidad de recibir con suntuosidad un gran culto y adoración, le construyesen un enorme templo con cúpulas, torres y campanarios, pero con piedras sin tallar, con altares de barro, sin imágenes y sin escaleras, yo no veo el menor inconveniente en que lo sigan entendiendo así. Faltaría más.


LOS TEMPLOS (16*3)

Ahora que he mencionado al rey sabio, deberá quedar constancia de que, una parte de lo que se relata sobre Salomón referente al “Templo” de Jerusalén, tiene para mí el mismo crédito que Pinocho o Caperucita Roja, y solamente lo he citado aquí en relación con el tajante mandato de Yavé prohibiendo que se edificasen templos. Entendámonos. Por supuesto que no pongo en duda que el primer “templo” de Jerusalén fue construido por Salomón, y que se vio forzado a ejecutar esa obra por encontrarse muy presionado por los levitas y sacerdotes; pero lo que entiendo como unas increíbles fábulas son, entre otros, los relatos del libro Primero de los Reyes 8, 10-13; 9, 2-9. Aquel que lo lea comprenderá porque lo digo; y para ayudarles, solo añadiré que, para unas personas que durante el Éxodo habían convertido unos cañaverales en un proceloso mar, no debía suponer una gran dificultad organizar una humareda, y asegurar, que la columna de nube se había posado sobre el templo y que Yavé consentía en aquel proyecto asistiendo a la inauguración.

Según se cuenta en la Biblia en II Sam. 7, 1-17, el Dios de los hebreos ––entiéndase, el profeta Natán––, también había advertido al rey David respecto a la rotunda oposición de Yavé a la obsesiva manía de los sacerdotes por levantar templos. Ya habían transcurrido más de doscientos años desde la asombrosa historia vivida en el Sinaí, y, hasta este momento, los auténticos sabios y honorables levitas —que por supuesto los había—, y que todavía recordaban sin excesivas distorsiones la visita de Yavé y sus generosas enseñanzas; aquellos prudentes sacerdotes que habían respetado su voluntad y acatando sus deseos e instrucciones; aquellos respetuosos rabinos que perseveraban en el cumplimiento de las cláusulas del pacto de la Alianza, habían instalado el Tabernáculo en Silo. Como consecuencia de esa correctísima actuación, en todo ese tiempo no se había construido ningún templo o santuario; ni siquiera habían levantado una pequeña y milagrosa ermita. Pero el asunto iba a cambiar.

Si aceptamos la versión bíblica, resulta que el famoso templo de Salomón, se llamó así, únicamente, porque Yavé, por mediación del sabio Natán, “pudo convencer” a David para que no levantase el `templo´ de Jerusalén y, en esa ocasión, se consiguió retirar el proyecto de edificación del emblemático edificio. Pero sucedió lo de siempre: la presión de levitas y sacerdotes era cada vez más insistente y, años después, en el apogeo del reinado de Salomón, la congregación de los ungidos se salió con la suya. Habían tardado varios siglos, pero al final consiguieron doblegar la voluntad de todo un pueblo y la de su rey. De esta forma se inició la construcción del Templo de Jerusalén ––con más propiedad: Casa del Arca––.

Esa intervención del profeta Natán me proporciona una excelente oportunidad para destacar tres incuestionables realidades:

Primera. Que en aquellos tiempos, existían interpretaciones que todavía eran adecuadas a las órdenes-consejos de Yavé, a su pacto y a su negativa a todo tipo de culto; y por lo tanto, que aquellas justificaciones que hablan de la indignidad de David para construir un hogar digno a su dios, y que intentan argumentar la negativa de Yavé para aceptar un templo edificado por el rey pastor, solamente son simplezas y, por supuesto, una lógica secuela de las cortitas entendederas sacerdotales.

Segunda. Que dentro de esos clanes sacerdotales también se podían encontrar hombres muy respetables, íntegros y responsables, que no se vendían ni cedían a las pretensiones interesadas y ambiciosas de su comunidad. Una pena que sean excepción.

Tercera. Que el compulsivo deseo de los sacerdotes por hacerse con la propiedad de un templo, o lo que es lo mismo, por conseguir un local en el que poder domiciliar la sede social de su lucrativa actividad piadosa, resultaba ya francamente agobiante.

Cuando el rey Salomón edifica el primer templo, el Señor de la Gloria ––entiéndase en este caso algún sabio y bien informado consejero, que bien pudo ser el sacerdote Azarías—, interpretando con absoluta corrección el pacto de Yavé, le dice al rey hablando en nombre de Yavé: “Tú estás edificando esta casa. Si guardas mis leyes, y pones por obra mis mandamientos, y guardas y observas todos mis preceptos, yo cumpliré contigo mi palabra”.

Además de señalar que el texto no se refiere a un templo sino a una casa, debemos reparar en esas primeras cinco palabras: Tú estás edificando esta casa. Yavé (el sacerdote) está diciendo a Salomón: esto es cosa tuya. Yavé no premia el esfuerzo realizado. Casi parece decir: a pesar de lo que has hecho; a pesar de esta edificación, si guardas mis leyes... yo cumpliré contigo mi parte del pacto. (1 Rey. 6, 12).

El rey sabio era muy rey, y posiblemente fuera muy sabio; pero así y todo, su capacidad para dar quiebros y largas tenía un límite. Lo que, sin embargo, no tenía límite, lo que no reconocía ni tiempos ni alianzas, era la indomable voluntad de los pedigüeños sacerdotes para realizar su divina y vocacional misión, y poder construir un gran templo.

Pero Salomón, sabio o no, lo cierto es −y esto todo el mundo lo reconoce−, que tenía muy poco de tonto. Por esa razón, su ingenio habilitó una inteligente solución:

Teniendo en cuenta la prohibición de Yavé, y al mismo tiempo, procurando no despreciar el poder de los sacerdotes, y usando de la treta de las piedras ya labradas, ordenó la construcción de un reducido pero suntuoso edificio, al que posteriormente llamaron Templo. Sin embargo, esa casa no sería consagrada como divina morada; solamente estaría destinada a custodiar el Arca del Testimonio. Así, mediante esta triple maniobra, todos quedaban satisfechos: a) no se había desobedecido a Yavé ––en II Par. 6, 30, 33 y 39, se reconoce muy claramente donde tiene Yavé su morada––; b) los sacerdotes tenía una edificación a la que llamar Templo; c) el Arca, en realidad las Tablas de Piedra del Testimonio, disponían de un recinto adecuado.

Muchas personas, aunque desgraciadamente carezcan de las dotes adivinatorias acreditadas por los profetas, podrán vislumbrar las indiscutibles ventajas que a los sacerdotes proporcionaba un santuario. Pero si algún lector desea entender con toda profundidad, la más importante razón que impulsaba a los ungidos para ansiar ferviente y devotamente un formidable templo, puede buscarla, y la encontrará, en la manifiesta y evidente utilidad recaudadora, propiciatoria de peregrinajes, romerías y otros devotos eventos y, sobre todo, favorecedora del expiante y purificador papeo. Todas estas utilidades son las que proporcionaba a los sacerdotes levitas el truco del Santuario Único. Una artimaña que encontramos descrita en el capítulo doce del Deuteronomio, y que es un sólido complemento de Levítico 7, 28; 17, 1 y 19, 5, donde los sacerdotes se reparten los lomos, las piernas y las chuletas de las reses que sacrificaban a Dios, y al mismo tiempo, con la fervorosa generosidad que siempre les ha caracterizado, dejaban para la divinidad el sebo, la grasa y las entrañas, para que, bien asadas, proporcionasen un aroma que, al parecer era muy apetecido por el “Gran Hacedor”; por supuesto, sin mencionar ni una sola vez, que Yavé había prohibido el consumo de grasas y de entrañas.

Después de este punto y aparte, y para retomar el tema principal de este capítulo, nos marcamos un punto y seguido. En este asunto de las moradas de dios, ocurrió lo de siempre: Yavé prohibió los templos, pero en su ingenua bondad, no tuvo en cuenta algo que resulta de la mayor importancia: los sacerdotes necesitan los templos. ¿Qué no es cierto? ¡Cuenten!, ¡cuenten los templos y edificaciones propiedad de los sacerdotes!

Y una vez resaltada la evidencia de que Yavé no deseaba, ni necesitaba, ni consentía que los hombres construyesen templos o lugares de adoración ––edificaciones que también son conocidas como moradas divinas––, debemos atender a la segunda de las cuestiones planteadas al inicio de este capítulo y preguntarnos:


¿HABITÓ YAVÉ ENTRE LOS HEBREOS? (16*4)

Aunque esta pregunta ya ha sido contestada con un rotundo NO, creo que es necesario ampliar esa lacónica y sobria respuesta.

En el caso del tabernáculo que se levantó en el desierto del Sinaí, se debe destacar que Yavé solamente precisaba de un lugar limpio (santo); un lugar aislado del campamento; un lugar donde tener la posibilidad de estudiar, reconocer y sanar a los hebreos; un lugar donde inspeccionar los trabajos que allí se estaban realizando; un lugar, donde un día de cada siete (el sábado), pudiera reunirse con Moisés. Por esta razón, admito como muy cierto, que Yavé ordenó la construcción de una tienda algo mayor que las otras. Pero su utilidad, su destino principal, no era ser su morada puesto que Yavé nunca habitó en medio de ellos. Esta convicción mía fue una lacerante certeza para Salomón, que siempre consideró que la morada de Yavé se encontraba en el cielo ––así se desprende de las ocho reiteraciones incluidas en los versos 30 al 49 de 1 Rey. 8, 27––.

La finalidad de aquel recinto del Sinaí, desde el primer momento, además de servir como ambulatorio de consultas externas, fue la de acogida y protección de unos importantísimos utensilios, componentes o mobiliario que, como se verá, quedaron a resguardo en su interior, y que tenían en sí mismos un propósito muy preciso y determinado.

Repetimos y recordamos:

El santuario, un lugar desinfectado y limpio, además de ser un receptáculo destinado a guardar el arca y demás muebles, fue durante unos meses el dispensario-consultorio utilizado por Yavé para todos los asuntos relacionados con los hebreos y con sus “pruebas”, y por supuesto, para recibir y despachar con Moisés.

Tal y como consta en Éx. 33, 7-11, ajustándose a unos días muy bien señalados y ya previamente acordados, en la hora y el momento en que Yavé lo disponía, hacía aparecer su Gloria en el cielo cercano al campamento. Moisés, después de hacer sonar la trompeta (shofar) para dar la señal convenida al resto de la comunidad de hijos de Israel, anunciando que el Señor de la Gloria se estaba aproximando, se dirigía al tabernáculo. De ahí, de esa característica y por ese uso, con toda propiedad fue conocida como la Tienda de la Reunión. ¿Qué nombre pondríamos dar a un recinto destinado a reunirnos con nuestros amigos? Aunque algún mocito choteador, optaría por llamarlo “Yavé,s Club”, otros preferimos denominarlo Casa de la Reunión. A continuación, la Gloria de Yavé se posaba junto al tabernáculo y, en ese mismo momento, la totalidad del pueblo se colocaba delante de sus tiendas; todos bien a la vista y facilitando el recuento y el control. Como se dijo en el capítulo del Descanso Sabático, para evitar que nadie pudiera estar ausente de su tienda y apareciese merodeando por el entorno del tabernáculo, el encuentro estaba programado y su tiempo perfectamente legislado; Yavé había dispuesto aquel día para visitar a su pueblo. Un día de cada siete. Un día llamado Sabbat.

El Señor del Cosmos ha consentido que el pueblo aporte sus generosas donaciones para la construcción del tabernáculo. Y lo ha hecho, porque comprende que rechazarlo sería como despreciar un regalo que te hacen como muestra de respeto y de agradecimiento. “En ocasiones se precisa mayor generosidad para recibir un obsequio que para efectuar un espléndido regalo”.

Pero sobre todo, Yavé lo hace, porque ese recinto era para uso y utilidad de aquellas mismas gentes que contribuyen con sus donaciones. Sin embargo, él no desea más que un lugar nuevo y “santo”. Y yo, una y otra vez insisto en recordar que “santo” es lo mismo que limpio, o sea, sin insectos, sin gérmenes, sin olores. Yavé no pretende nada ostentoso ni lujoso a costa de aquellos emigrantes que, antes o después, van a necesitar toda su plata. Por esta razón, y con el propósito que esto quede bien claro y resaltado, allí donde se dice oro, debemos entender bronce o cobre; porque eso mismo es lo que ordenó Yavé. ¿De acuerdo? De oro, nada de nada. Y también, por esa misma razón, y según consta en Éx. 36, 4-7, cuando advierte que las donaciones están superando sus moderadas estimaciones, Yavé no tiene más remedio que intervenir, y sirviéndose de Moisés, pone fin a las copiosas aportaciones que los agradecido hebreos están haciendo para la construcción del Tabernáculo. Naturalmente, cuando los Señores de la Gloria se alejaron de allí, los levitas volvieron a la carga y requirieron más y más limosnas, rescates de primogénitos, tasas de censos, ofrendas y diezmos, y, con todo eso, forraron de oro hasta los paneles del templo, y al mismo tiempo forraron sus talegas. Pero éste es un comentario innecesario y superfluo; ese vergonzoso comportamiento sacerdotal no supone ninguna novedad para nadie.


EL TABERNÁCULO Y LA TIENDA DE LA REUNIÓN; SU DISTRIBUCIÓN (16*5)

En esto, como en casi todo, ha existido también mucho lío y se han mezclado y enredado las cosas. Aunque pueda parecer lo mismo, y además es una confusión con bastante excusa, debemos señalar que siendo todo un mismo recinto, existen esenciales diferencias entre el Tabernáculo, Tienda de la Reunión y Santuario.

En las anteriores interpretaciones he pretendido resaltar que el Tabernáculo no era un templo y que tampoco era la morada de Yavé. Sin embargo, una parte de ese Tabernáculo sí que era una morada. No en un sentido estricto, pero de alguna forma era la morada de Moisés, y en ocasiones, de Josué. Para decirlo con más propiedad, era la oficina y la sala de audiencias de Moisés.

El profeta construye la tienda-tabernáculo y, puesto que allí debe quedar siempre alguien en continua vigilancia, decide hacer de ese lugar su residencia y la de su guardia personal. Por supuesto que esto no significa que Moisés no tuviese su tienda privada, que según consta en Núm. 3, 38 había hecho instalar a pocos metros de la puerta del atrio. Sin embargo, allí en el Tabernáculo, en la parte de acá del velo de separación, en el lugar Santo, en la zona conocida como la Tienda de la Reunión, es donde Moisés recibe a los “príncipes” de las tribus, a los ancianos, a los hebreos que tenían que “consultar” a Yavé; y desde allí, “velado por un velo”, habla con Yavé.

Así pues, el conjunto del Tabernáculo constaba de dos compartimentos divididos únicamente por unas cortinas, y que se han denominado el Santo y el Santísimo (el limpio y el limpísimo). El limpio era la Tienda de la Reunión y el limpísimo era lo que podemos denominar como el Santuario propiamente dicho.

El primero, el Santo, es el único acceso al segundo aposento, o sea, al Santísimo. Ésta última estancia, el Sanctasanctórum (Santo de los Santos), era donde, velado por esas cortinas, se encontraba el Arca con su Propiciatorio, y a veces…, el mismísimo Yavé.

Resumiendo:

Todo el conjunto es el Tabernáculo; la parte más espaciosa a la entrada del Tabernáculo es la Tienda de la Reunión o lugar Santo; detrás de la cortina se encuentra el Santuario.


MOBILIARIO DEL TEMPLO (16*6)

En el Pentateuco, los “iluminados” cronistas efectúan la siguiente distribución:

En el Santísimo, el arca con su propiciatorio.

En el Santo, la mesa de los panes, el candelabro y el altar del incienso.

Y finalmente, en el atrio quedaron instalados el altar de los holocaustos y la pila de bronce.

A mí, personalmente, no me convence del todo esa distribución de los utensilios. Y no me convence por diferentes razones:

Primera: No se menciona donde fueron depositados los ungüentos, ni los óleos de la unción, ni las vestiduras de los sacerdotes, ni el efod, ni el pectoral, ni la tiara, ni la diadema-lámina, ni urim-tummim.

Mi opinión, es que posiblemente, en el Santo también quedasen los recipientes con inciensos, perfumes, timiama y óleos. Y, por supuesto, que las vestiduras sacerdotales, el efod, el pectoral, la tiara, la diadema-lámina y urim-tummim estuvieron siempre en poder de Moisés o de Arón.

Segunda: En el Sinaí no fue construido ningún pilón de bronce; a los efectos pertinentes se utilizaba una pileta de barro cocido.

Tercera: Los mismos autores de las Escrituras no se ponen de acuerdo sobre la colocación del Altar de los perfumes. Esa disparidad de interpretaciones queda patente en Éx. 30,6 y Hebreos 9, 4

Todavía existe una cuarta razón que me impide admitir, así sin más, la distribución del caprichoso mobiliario. Si tenemos en cuenta la verdadera utilidad de aquellos utensilios, es muy posible que se precisara de una proximidad física entre ellos; de una cercanía que facilitase su conexión. Sin embargo, habida cuenta de la formidable tecnología de Yavé para la utilización de enlaces sin hilos (wireless), no propondré más debate.


EL ATRIO (16*7)

Sabemos que el tabernáculo estaba rodeado y protegido por el atrio. Pero, advirtiendo que de ese patio vamos a tratar en el momento que estudiemos el Altar de los Holocaustos y el Pilón, aquí solamente destacaremos algo de su utilidad.

En determinadas ocasiones, el pueblo hebreo, pero nunca los extranjeros, tenía permiso para entrar en ese patio, y únicamente algunos privilegiados, y siempre acompañados por los levitas, podían penetrar en el interior de la Tienda de la Reunión. Además de Moisés, que lógicamente tenía libre disposición de todo el recinto, cuando el profeta no se encontraba presente, al lugar santo sólo podían entrar los sacerdotes, y al lugar Santísimo sólo tenía acceso el sumo sacerdote. Y, por supuesto, ni siquiera Moisés ni el sumo sacerdote Arón podían penetrar en el Tabernáculo si se daba la circunstancia de que Yavé se encontraba allí y no había requerido su presencia. (Éx. 33, 7-11; Éx. 40, 35; Lev. 10, 1-3; Lev. 16, 1-2)

Esta particularidad que nos habla de las presencias de Yavé sobre el Tabernáculo, nos hace entender con meridiana claridad, y más allá de cualquier duda, que Yavé no se encontraba en el Tabernáculo permanentemente, y que si bien es muy cierto que durante su estancia en el Sinaí lo visitó con frecuencia, por supuesto, nunca, ni una sola vez, se albergó en el santuario.

Y no se alojó en él por una multitud de razones entre las que cabe destacar estas tres:

Primera: Que Yavé no necesitaba ni deseaba un lugar para acogerse.

Segunda: Que siempre que estuvo en el Tabernáculo tenía a escasos metros la nave Gloria, que era su verdadera morada.

Tercera: Que ni los hebreos ni nadie estaban capacitados para construir una morada para Yavé.

Que conste que esta última afirmación no es una interpretación mía; los sabios sacerdotes sabrán encontrar en los santos textos, los versos precisos en los que se niega a los hombres la capacidad para edificar un hogar digno para Yavé.

Repito por enésima vez: Yavé no apetecía de mármoles, de grandes piedras, de lujosas techumbres, de inmensas columnas o de altares de oro. Una sencilla tienda era todo lo que requería. Una tienda alejada del campamento hebreo, bien limpia y desinfectada mediante óleos purificadores y asépticos inciensos y perfumes. Y, por supuesto, este mismo tipo de exigencias se extendía a su posible interlocutor. Era riguroso con la higiene, con la “santidad”. Nada de suciedad ni en cuerpos ni en ropas; nada de malos olores. Desde días antes de acudir a su cita les estaban vedados determinados alimentos y bebidas. Por supuesto, no podían tocar nada “impuro”, y menos acercarse a un cadáver, aunque fuese el de un familiar. Por esa razón, y como una cortés sugerencia, a la puerta de tabernáculo hizo instalar un barreño rebosante de agua.

Y todas estas condiciones higiénicas, que se mantuvieron mientras duró su estancia entre los hebreos, estaban destinadas a facilitar su relación con aquel pueblo de pastores, y tendían un doble fin: estudiar a los hijos del hombre e instalar una emisora.


EL LOCUTORIO (16*8)

Recordemos que el tabernáculo está dividido en dos salas: El Sanctasanctórum y la Tienda de la Reunión. En el Sanctasanctórum (el lugar Santísimo), bien oculto detrás de un velo-cortina, se instaló "casi" todo el equipo de radio; allí, a través de ese arca, mejor dicho, sirviéndose de su propiciatorio, se escuchaba la voz de Yavé-Dios cuando hablaba a los hombres; o sea, el Sanctasanctórum era el “locutorio”, o si se prefiere la zona WI-FI. La Tienda de la Reunión (el lugar Santo) era el lugar de las audiencias y “el consultorio”. Esta distribución nos hace comprender la inmensa y venturosa utilidad del Tabernáculo que sirvió primero como policlínica y, tras la marcha de Yavé, como centro de comunicaciones. Todo el tiempo y el trabajo que se invirtió en la construcción del Tabernáculo estuvieron muy bien empleados.


FORMA Y MEDIDAS (16*9)

Siendo muy cierto que ni a Yavé ni a Moisés, ni siquiera a nosotros, nos interesa en exceso la forma y las medidas de aquel recinto, no tenemos más remedio que intentar describirlo, aunque solo sea para conocerlo un poco mejor. Las indicaciones que nos han llegado para su construcción son sumamente imprecisas, bastante confusas, y se advierte que faltan muchas explicaciones. Pero de todas maneras, hay algo que debemos tener muy presente: si determinados detalles o características no constan, es porque no son absolutamente necesarios, y que debería bastarnos con saber que era un local de unos quince metros de largo por cinco de ancho.

Todos los hijos de los hombres hemos tenido oportunidad de admirar representaciones, por cierto muy poco afortunadas, del Tabernáculo. En ellas se nos muestra una especie de baúl cuadrado y plano cubierto de pieles. Sin embargo...

Sin embargo…, deberíamos recordar que el Tabernáculo era una tienda de campaña que se montaba con tablones, cortinas de lino y tapices de pieles y cueros que se unían con garfios y cuerdas. Y, después de recordar eso, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo son las tiendas de campaña? ¿Son cuadradas, o son a dos o más aguas, a dos o más vertientes, o en forma semiesférica?

Por otra parte, también nos hubiera gustado que se hiciese mención del solado, aunque resulta muy probable que consistiera en esteras de lino o de cáñamo. Nadie, excepto aquellos que todos sabemos, puede imaginarse al arca o al candelabro sobre el rudo y polvoriento suelo del desierto. Y la cuestión no es que no conste, la cuestión es ¿por qué no consta?

Tampoco existe ninguna indicación o referencia acerca de la existencia de un posible entramado o “nervio” de tablones con el fin de proporcionar mejor sujeción y mayor seguridad a la parte superior y a los laterales. Algunos estudios han llegado a la conclusión de que, probablemente, los tablones pudiesen haber sido colocados como cuadros o bastidores de ventanas.

Por último, en la descripción del tabernáculo se aprecia que existe una total ausencia de tragaluces. Y este detalle es muy importante, pues resulta que, para una óptima utilización del candelabro, es determinante la existencia de un tragaluz. Claro que, si tenemos en cuenta que las paredes y cubiertas del Tabernáculo eran de pieles, tal vez fuese innecesaria su mención, puesto que, en una tienda de campaña es realmente fácil habilitar un ventanuco. Sin embargo, debemos tener en consideración que la cubierta del tabernáculo era cuádruple. Me explico: en primer lugar se colocaban las cortinas de lino; sobre ellas otra capa de tapices de pelo de cabra; a continuación se extendían las pieles de carnero; y por último, había un cuarto manto de pieles de tejón. Con estas características, sin que ello supusiese un descomunal problema, deberemos admitir que para abrir un ventanuco no bastaba con descorrer una cortina.

Puesto que ya estamos concluyendo este soporífero capítulo, me gustaría resaltar una más de entre las muchas interrogantes e incógnitas que plantea la construcción del tabernáculo:

Si, desestimando una lógica sugerencia para que los tablones de un lateral queden inclinados y acodados con los del otro ––tal y como es lógico en una cabaña o en una tienda de campaña––, y, si aceptamos la original interpretación sacerdotal de un tabernáculo en forma de cajón, debemos destacar que:

a) No es una obra fija de albañilería, sino que se construye con tablones de madera, pieles y cortinajes que se sujetan con cuerdas. b) Que se instala en un desierto, donde los vientos, con frecuencia, muestran una gran intensidad y arrasan con todo posible freno.

Que, con estas dos características, debemos reconocer que no parece muy aconsejable, que tal y como consta en Éx. 26, 16, se levante una carpa de casi cinco metros de altura. Las tiendas o jaimas más altas entre los actuales habitantes de las estepas y desiertos −que con toda seguridad son muy semejantes a las que se utilizaban entonces−, no suelen alcanzar ni la mitad de esta alzada. Y ésta es la pregunta: ¿por qué esa desproporcionada elevación? La respuesta la buscaremos en el momento adecuado.


RESUMEN DEL CAPÍTULO XVI

El Tabernáculo no es un templo; el Tabernáculo no es una morada para Yavé. El Tabernáculo es una carpa, una tienda de campaña dividida en dos espacios: el Santo (Tienda de la Reunión) y el Santísimo (Santuario). En esa jaima fueron estudiados y sanados los hebreos y las demás gentes que les acompañaron en aquel éxodo; y, durante aproximadamente un año, fue el recinto donde los Señores de los Cielos transmitieron a Moisés los mensajes y consejos para los hijos del hombre. Después de la partida de Yavé, el Tabernáculo perdió su utilidad como Tienda de la Reunión, y “sólo” mantuvo su misión como cobijo del arca, de los utensilios y, por supuesto, fue el locutorio desde donde el Sumo Sacerdote contactaba con Yavé.

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