CAPÍTULO VI: EL MAR ROJO

Los pantanos de Suf, el mar de las cañas (6*1). La estratégica neutralidad de Yavé (6*2). Israel atraviesa el “mar” (6*3).


EL MAR ROJO. LOS PANTANOS DE SUF O MAR DE LAS CAÑAS (6*1)


En el capítulo anterior, y como en una novela de intriga, hemos dejado la narración en el momento más crítico:

Exhaustos por varios días de viaje; abatidos al percibir con toda crudeza lo azaroso de su aventura; desmoralizados por la abrumadora mayoría y por el alarde de fuerza de los cananeos, los “seiscientos mil” infantes de Israel, acompañados de ancianos, mujeres y niños, han acampado en Pi-Ajirot, cerca del mar Rojo, unos kilómetros al norte de la actual ciudad de Suez.

Pero, si alguno de los más optimistas ha pensado que las cosas no pueden empeorar, está muy equivocado. Es entonces cuando el pueblo aterrado advierte la llegada de un fuerte contingente de la caballería (carros) del ejército egipcio. Aunque no es un ejército, ni mucho menos, sí que es un considerable número de soldados y de carros de las guarniciones de la frontera ante los que oponer resistencia es algo inimaginable; incluso para los “seiscientos mil”.

Apresuradamente, los hebreos levantan el campamento, y obedeciendo a una orden de Moisés, sin dudar ni un instante y sin meditar siquiera sobre la ilógica y absurda decisión; con la sola intención de poner tierra por medio, toda aquella muchedumbre se encamina hacia el este en dirección a un lugar imposible; hacia una zona pantanosa que bordea los lagos salados próximos al mar Rojo. Un paraje de marismas y cenagales, conocido por los egipcios como las Ciénagas; nombrado por los hebreos como Yam Suf; y por unos y otros, identificado como el Mar de los Juncos o de las Cañas.


Y es aquí donde nos encontramos con el episodio trascendental. Ahora quedaremos inmersos en un suceso que ha sido narrado y leído infinidad de veces por las gentes de las muchas generaciones que nos han precedido; es un pasaje literario de tan innegable atractivo, que hace casi irresistible el deseo de narrarlo.

Cuando leemos superficialmente y sin meditar sobre su contenido, este asunto de mar Rojo se nos presenta como una aventura que resulta todo un símbolo de la intervención divina a favor de unos y en contra de otros; un acontecimiento, que nos ha llegado repleto de mentiras y de erróneas e interesadas interpretaciones; una “ocurrencia” que ha dado zócalo de apoyo a una extraordinaria colección de sectarias citas bíblicas. Pero, si lo leemos con atención y meditamos sobre este episodio, en esos mismos versículos que han dado origen a tan gran falsedad se nos muestra un suceso que encierra una auténtica, esperanzadora y maravillosa verdad.

Y digo falsedad, porque, por muchas veces que lo aseguren; por más que insistan en su criminal invención; por muy “legitimada” que se presente al mundo esa partidista versión, Yavé y sus ángeles no ocasionaron la muerte de un sólo hombre. Según la auténtica realidad, según aquella fiel verdad que nos dejó Moisés, y que después, en el transcurso de los siglos fue alterada por los levitas, todo sucedió así:

Los soldados egipcios se han presentado decididos a acometer a los hebreos. Nadie duda que en breves momentos, los escuadrones de caballería motorizada (carros) arrollarán a la muchedumbre. Entonces, inesperadamente, actuando de una forma incomprensible, el regimiento egipcio se detiene bruscamente a unos centenares de pasos de la guarnición de infantes israelitas que protegen a los más rezagados enfermos, ancianos, mujeres y niños.

¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso están demorando su ataque para disfrutar por adelantado de una indudable victoria? ¿Están recreándose en el pavor de mujeres y niños que huyen enloquecidos ante una fuerza a la que no pueden enfrentarse?

No; esa no es la razón. La causa es otra muy distinta: El señor del Cosmos está allí. La Gloria de Yavé se ha hecho visible.


LA ESTRATÉGICA NEUTRALIDAD DE YAVÉ (6*2)


Ruego a los lectores que presten mucha atención a estos versículos 19 y 20 de Éx. 14, que dicen así textualmente:

El ángel de Dios, que marchaba delante de las huestes de Israel, se puso detrás de ellas; la columna de nube que iba delante de ellos se puso detrás, entre el campo de los egipcios y el de Israel...

No hace falta cavilar mucho, ni tampoco es necesario ser un reputado estratega, para comprender lo que está sucediendo: Si este movimiento realizado por el Ángel de Yavé no es calificado como una maniobra militar en toda regla; si un ejercicio táctico que se realiza con la intención de cubrir la retaguardia de un ejército que se retira, o como en este caso, para proteger y facilitar una evacuación de personal civil; si esta operación militar no la interpretamos así y no la valoramos de esta manera, habremos perdido una magnífica oportunidad de llamar a las cosas por su nombre.

Allí, sobre sus cabezas; en medio de una inmensa nube de humo, gases y vapor; dentro de aquella brillante masa que a muchos recuerda a un dorado escarabajo; que reluce y deslumbra como un sol; que está ocasionando tan ensordecedor estruendo que ha espantado a los animales; que asombra y atenaza los más valerosos corazones; más cerca de los hombres que nunca, y como flotando en el cielo, se ha presentado la Gloria de Yavé. El Señor del Cielo de los Cielos ha descendido hasta la Tierra.

Su impresionante, y posiblemente amenazadora presencia, supone tan sólo una clara advertencia, pero resulta suficientemente disuasoria. Los egipcios ven aquel inmenso objeto brillante que se ha colocado allí en medio, entre Israel y ellos, y perciben como la más completa y evidente certeza, que nada en absoluto podrían hacer contra aquello. Totalmente desconcertados, se están preguntando cuál puede ser el motivo para que aquella nube de fuego no inicie un ataque. Lo cierto es que no saben con seguridad, si aquel dios –porque evidentemente es un dios−, está de parte de los hebreos o si es amigo de los egipcios. Solo advierten que ha tomado posición entre los dos grupos rivales, con la sola intención de advertir: Cada uno en su sitio y sin moverse. El refranero popular lo podría recoger diciendo:

En la tierra paz y el cielo Gloria.

Por si fuese así, por si acaso aquel objeto solamente estuviese enviando un aviso a los contendientes, el faraón –entiéndase el comandante en jefe de la fuerza expedicionaria–, “con una exquisita sensibilidad y procurando no molestar”, o lo que es lo mismo, mosqueado por la más elemental y razonable prudencia, decide permanecer en su posición sin acercarse ni uno solo paso al campo de Israel. Ha captado la advertencia, y lo que menos desea es que aquella enorme bola de fuego pueda interpretar algún movimiento de sus soldados como un gesto hostilidad.

Nota: En los versículos 6, 8 y 10 de Éx. 14, encontramos reseña en la que consta la participación directa del faraón en la Operación Mar Rojo. No obstante, es muy improbable que un faraón se dedique a perseguir y acosar a un grupo de hombres, mujeres, niños y ganado. Por lo tanto, aquel escuadrón de caballería estaba al mando de algún oficial. Y esto me parece digno de mención, habida cuenta del contenido de Éx. 14, 28, donde, refiriéndose al desastre del ejército egipcio, dice textualmente:…y no escapó ni uno. Y si el ejército estaba al mando del faraón, y si no escapó ni uno solo, aquel faraón pasó a mejor vida cuando los hebreos cruzaron el Mar Rojo. A menos, claro está, que el monarca egipcio se hubiese quedado en algún chiringuito de la playa tomándose unas cañas.

Yavé y sus ángeles, que han mantenido hasta ese momento una celosa política de no-intervención, deciden ahora modificarla. Y no es una resolución irreflexiva; por el contrario, es una decisión muy meditada. Para ellos, para esos habitantes del cosmos, los unos y los otros, aquel y este bando, están integrados por seres a los que deben respetar y con quienes deben mantener una absoluta y escrupulosa neutralidad. No obstante, esa neutralidad no puede nunca significar, que estando en sus manos evitarla, se deba consentir una masacre. Su obligación es intervenir siempre y cuando esa actuación no suponga un injusto perjuicio, dolor o muerte para alguna de las dos partes contendientes.

Yavé sabe que los dos bandos desean una misma cosa, pero también ha advertido que no tienen capacidad para conseguirla. Va a derramarse mucha sangre y, para culminación de los males, con esa matanza, el problema hebreo en Egipto no va a quedar solucionado. Muy al contrario, la situación de los hijos de Israel empeoraría notablemente, y por otra parte, el pueblo egipcio no se vería libre de los aborrecidos pastores y de las otras gentes expulsadas junto con ellos. Con esa prudente y justa intención, Yavé inicia una operación encaminada a que Israel salga de Egipto, que es, al fin y al cabo, lo que están intentando unos y lo que desean los otros.


ISRAEL ATRAVIESA EL “MAR” ROJO (6*3)


Una vez efectuada la sorprendente y estratégica maniobra descrita en Éx. 14, 19, todo sucede según se refleja en los seis versículos siguientes de Éxodo 14, el 20-21-22-23-24 y 25.

Intentemos ahora interpretar estos asombrosos versículos a la luz del pensamiento razonable y lógico; o sea, “iluminados” por una correcta forma de pensar que, por cierto, para eso está.

Éx. 14, 20, continúa de esta forma en la Torah: De manera que se colocó (la columna de nube con la gloria) entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel; y era nube y tiniebla (para los egipcios), mas alumbraba (la columna de fuego para Israel) de noche; de modo que no se acercaron los unos a los otros en toda la noche.

Aunque nos pasásemos otros tres mil años negando la evidencia, el texto seguiría efectuando cuatro afirmaciones:

1ª. Que la nube se colocó entre los dos adversarios. 2ª. Que era oscuridad y tinieblas para los egipcios. 3ª. Que alumbraba (la columna de fuego) a Israel. 4ª. Que no se acercaron los unos a los otros en toda la noche.

Al parecer, el “milagro” se efectúa en cuatro etapas. Y, puesto que ese es el objeto del presente trabajo, procuraremos encontrar una interpretación sensata, aunque sea menos “divina y milagrosa”.

Ha llegado la noche; la nave Gloria, que como ya hemos visto se ha colocado entre los dos bandos, procede a ejecutar una doble y asombrosa operación. Hacia la parte occidental, expide humo o gases densos y espesos –los ecologistas hablarán de gran contaminación−, que oscurecen todavía más la noche en el lado egipcio. Por otra parte, y para iluminar el lado de oriente, en el que se encuentra el pueblo de Israel, se encienden unos potentísimos focos ––columna de fuego––, que emiten una luz resplandeciente. La consecuencia: Unos padecen una tenebrosa oscuridad que les impide, o que al menos limita sus movimientos; mientras, los otros gozan de excelente iluminación.

Y ya tenemos las cuatro fases.

Pero, como veremos a continuación, eso no es todo. En realidad, esto es únicamente el principio.

En el versículo siguiente, o sea, en Éx. 14, 21 se relata así: ...hizo soplar Yavé sobre el mar toda la noche un fortísimo viento solano, que le secó, y se dividieron las aguas.

En la versión (Edicomunicación S.A.) consta: …soplando toda la noche un viento recio y abrasador, le dejó en seco, y las aguas quedaron divididas.

En La Torah se dice: toda aquella noche, y convirtió el mar en tierra seca, y fueron hendidas las aguas.

Después de señalar que Yavé estuvo durante toda la noche haciendo el “milagro”, o sea, que no fue un simple HÁGASE, efectuemos tres matizaciones:

Primera. Tengamos en cuenta, que cuando utilizamos la palabra mar, a veces no estamos refiriéndonos a un mar de agua, sino que en muchas ocasiones podemos aludir a mares de arena, mares de hierba, mares de vegetación, mares de plantas, etc.

Segunda. Si meditamos, aunque solamente sean unos instantes, advertiremos que el texto bíblico dice que el viento secó; que el viento convirtió el mar en tierra seca. No se habla de que el viento empujase o arrastrase las aguas; no dice que el agua desapareciese milagrosamente, sino que se afirma que el aire abrasador desecó las aguas. La formidable cosmonave emite un fortísimo viento cálido, que en el transcurso de toda la noche, evapora, deseca, hace desaparecer las aguas enlodadas y endurece un corredor de suficiente amplitud entre los cañaverales y las ciénagas de los pantanos.

Tercera. ...y se dividieron las aguas. ¡Bueno!, no deja de ser una manera de contarlo. Por lo visto, el mar se dividió en dos partes. “Alguienes” −todos sabemos quienes−, siglos después del episodio, entendieron que era conveniente adornar y exagerar un poco las cosas. Como si no fuese ya bastante asombroso lo que había sucedido. Mucho más acertado y, por supuesto, menos confuso, hubiese resultado ese versículo si hiciera constar que la tierra seca dividió las aguas a ambos lados.

En el Canto triunfal de Moisés, en Éx. 15, 8 se dice: Se congelaron los abismos en el corazón del mar... Puesto que el frío y el agua helada han existido desde siempre, tenemos que suponer que la palabra “congelar” tenía entonces el mismo o parecido significado que tiene ahora. Por esa razón, vamos a conceder el privilegio de la duda y creer que se congelaron los abismos en el corazón del mar. La técnica actual, en el año 2002, no lo permite todavía, pero yo no veo imposible que una ciencia más avanzada pueda congelar el agua en alguna zona limitada del mar. No obstante, y en primer lugar, no parece muy apropiado, e incluso puede decirse que no es ni siquiera un poquito razonable, “congelar” los abismos enviando un cálido, sofocante y abrasador viento –el viento solano, como todo el mundo sabe, entre otras razones porque así consta en los textos, es un viento cálido y sofocante–. Por último, y en tercer lugar, ¿para qué hacer unas paredes de agua, donde, como diría Don Vicente, sólo hay cañas y barros?

Además, en otras versiones desaparece la congelación y en su lugar nos encontramos con expresiones mucho más acertadas como, se cuajaron, se condensaron o se hicieron compactas. No es lo mismo decir que un líquido se ha congelado, que se decimos que se ha condensado, compactado o cuajado.

Lo cierto es, entiéndanlo señores sacerdotes:

Que mediante un cálido viento, que ha soplado durante toda la noche, se ha conseguido dar firmeza al sendero de un reblandecido vado (recordemos que estamos en primavera), que divide las aguas empantanadas, cuajadas y compactadas a ambos lados, y que hace posible el transito a través de un mar de cañaverales.

Veamos ahora el versículo siguiente.

Éx. 14, 22: Los hijos de Israel entraron en medio del mar, a pie enjuto, (con los pies secos) formando para ello las aguas una muralla a derecha e izquierda (a derecha e izquierda, a los lados del camino-sendero estaban las aguas empantanadas).

Aunque no hace falta irse tan lejos, cualquier persona que conozca los Países Bajos, podría explicar al santo traductor de esos versículos, qué y cómo es una muralla, un dique, un DAM, que separa aguas a la derecha y a la izquierda. Y digo que no hace falta ir tan lejos, porque aquí mismo, en España, tenemos magníficos mares verdes en plantaciones de arroz con caminos secos entre las diferentes parcelas.

Pues bien, desecado el camino, los hebreos, a una orden de Moisés, iluminados por los reflectores y sin salirse de ese sendero de tierra firme y seca, avanzan en dirección este, cruzando las ciénagas hasta llegar a tierra firme al otro lado de las marismas, a la parte más occidental del desierto del Sinaí. Entre tanto, el pasmado ejército egipcio está inmovilizado por la intensa y “contaminante” oscuridad.

Y ahora veamos los dos versículos con los que prosigue la narración.

En Éx. 14, 23-24 se dice: Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar, con todos los caballos, sus carros y sus jinetes. A la vigilia matutina miró Yavé desde la nube de fuego y humo a la hueste egipcia y la perturbó.

A la vigilia matutina… Está amaneciendo cuando Israel ha salido de la zona de cenagales. La nave Gloria, después de apagar sus focos, cesa de emitir vapor, fuego y aquel poderoso chorro de viento cálido. Instantes después se eleva y desaparece en el cielo.

El sorprendido oficial egipcio advierte que la nube de fuego ya no está sobre ellos, y observa, que los hebreos agotados se reponen de su cansancio al otro lado del mar de barro. Él tiene unas órdenes, y además, su codicia no ha olvidado que aquellas gentes son portadoras de un verdadero tesoro. Si esa muchedumbre, con ancianos, mujeres, niños y ganados ha conseguido cruzar los cañaverales, su ejército hará lo mismo. Ahora, que aquella nube de fuego y humo ha desaparecido, es el momento adecuado. Después de dudarlo “un largo instante”, inicia la maniobra para capturar al hebreo. Al fin y al cabo, solamente les separan unos centenares de metros de ciénagas, y el camino, el mismo que han utilizado aquellas gentes, se muestra con toda claridad.

Sin embargo, esto es lo que sucede según consta en Éx. 14, 25: ... hizo (Yavé) que las ruedas de los carros se enredasen unas con otras de modo que sólo muy penosamente avanzaban. Los egipcios dijeron entonces: “Huyamos ante Israel, que Yavé combate por él contra los egipcios”.

¿Qué es eso de que las ruedas de los carros se enredan unas con otras? ¿Seremos capaces de comprender que sucede con esas ruedas?

Por supuesto que seremos capaces.

A pesar de que ya ha salido el poderoso sol que todo lo reseca, el barro empieza a reblandecerse. Las ruedas de los carros no se enredan unas con otras, sino que se hunden en el lodo; las piernas de los soldados desaparecen enterradas hasta las rodillas, sólo muy penosamente avanzaban. El ejército se encuentra en medio de una tolla, en un barrizal –creo que nunca se podrá decir con más propiedad que aquel ejército estaba empantanado en un auténtico atolladero–. Al final se impone la cordura y no tienen otra alternativa que retroceder.

Huyamos ante Israel…

El oficial egipcio reconoce la refinada estrategia que ha planteado aquel inmenso escarabajo volador, y comprende que es de todo punto imposible luchar contra aquello. Al fin y al cabo, se ha conseguido el objetivo y se han cumplido las órdenes; el crítico más o menos intransigente (el radical intolerante o el afiliado a la delicada Tolerancia Cero), tendrá que admitir que los hebreos ya están en el desierto y que han entrado en la península del Sinaí. Los egipcios deben darse por satisfechos. A enemigo que huye... Me figuro que no se les ocurrirá volver –piensa el oficial–, si lo hacen, y si no les acompaña esa ostra voladora gigante, que se atengan a las consecuencias. A sus órdenes, el contingente de militares da por finalizada la operación. Los soldados están defraudados en su codicia, pero se retiran contentos de haber llevado a término su misión; están agradecidos por no haber sufrido ni una baja, y son felices por tener una buena historia para poder contar a sus nietos. —Si exceptuamos a Jacob, pocos hombres se han enfrentado al Ángel de Yavé—.

Los señores de los cielos, tal y como se supone que debe actuar una responsable potencia neutral, han ayudado a las dos partes. Sin daños y sin muertes.

Y todo esto que acabamos de leer, sin las añadiduras e interpretaciones levíticas, es lo que consta en los textos. Esto es lo que dejó escrito Moisés cuando relató lo sucedido en el mar Rojo; narración que ahora resumimos así:

Llegados a Etam, Yavé y sus ángeles, desde la Gloria, condujeron a la muchedumbre expulsada de Egipto hasta las orillas de los pantanos del mar de las cañas o mar de Suf.

Nota: Tengamos presente que desde el mar Mediterráneo, más concretamente desde el lago Manzala, hasta al mar Rojo –en una línea que en la actualidad es el Canal de Suez− en aquellos tiempos lo que había era una sucesión de tierras pantanosas; varios lagos como el Timsah, el Gran Amargo y el Pequeño Amargo, así como una más que abundante cantidad de ciénagas. Estas marismas, conocidas como mares de cañas (mares de Suf), durante determinadas épocas del año sólo eran transitables a través de vados o pasaderas.

En el fortín de Etam, los cananeos realizan una exhibición de su fuerza advirtiendo a los hebreos la imposibilidad de cruzarlo. En Piajirot, existía otro lugar adecuado; un vado, una pasadera, que finalizaba en Baalsefón, y que permitía atravesar las ciénagas. Posiblemente entonces, y tal y como ocurre en muchas zonas de marismas o terrenos semi anegados durante algunos meses del año, —y repito que estamos en primavera—, ese difícil e incierto camino (Piajirot-Baalsefón), se presentaría intransitable, o al menos muy dificultoso. Sin embargo, los Señores de los Cielos, utilizando su técnica y aprovechando la ausencia del sol, endurecieron el suelo durante unas horas. Por ese sendero sólido y seco, la muchedumbre vadeó los cañaverales y se internó en los desiertos del Sinaí. Una vez que cesó la intervención de la Gloria y el sol comenzó a calentar, el terreno recuperó su movedizo estado natural que imposibilitó el paso de los carros egipcios.

Y ésta es la asombrosa y milagrosa travesía del mar Rojo. Asombrosa, sí, milagrosa, no.

“Entre dos explicaciones posibles para un mismo hecho, escojamos siempre la más sencilla” (W. Ockham).

“Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad” (A. C. Doyle).

No obstante, lo más sencillo para aquella gente fue entender que Yavé era un dios; y eso fue lo que hicieron. Ahora, tres mil años después, reconociendo la muy escasa posibilidad de la existencia de dioses, deberemos admitir que: lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.

Olvidaba comentar que si alguien prefiere insistir en la creencia propagada por los atolondrados muchachos levitas durante los últimos tres mil años, y se empeña en seguir manteniendo que Yavé dividió las aguas del mar Rojo y que causó la muerte del faraón y de un ejército egipcio al completo, por supuesto, está en su auténtico derecho de opinar así. Nadie, y yo soy menos que nadie, pretende negarles ese ejercicio de libertad. Incluso entendería como una intolerable intromisión, que algún desaprensivo intentase arrebatarles esa irrevocable prerrogativa. ¿Quién y con qué legitimidad, puede pretender despojarles de su divino derecho para afirmar que Yavé-Dios se acercó hasta nuestro mundo para dividir las aguas de los mares y matar niños egipcios?


RESUMEN DEL CAPÍTULO VI

Usando de la neutralidad más escrupulosa, y mediante una pacífica intervención, Yavé, endureciendo y consolidado el terreno de un vado ya existente, ayuda a los hebreos a cruzas las ciénagas y pantanos de las proximidades de los lagos amargos, unos pocos kilómetros al norte de la actual ciudad de Suez, en la cabecera del golfo del mismo nombre, en el mar Rojo.

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