CAPÍTULO III: LA MISIÓN

La visión de la zarza (3*1). Las primeras palabras de Yavé a los hombres (3*2). Yavé se presenta e identifica ante Moisés (3*3). Yo soy yo (3*4). Ve y miente (3*5). Ve y roba (3*6). Los trucos baratos: la garrota (3*7). Retorno a Egipto (3*8). La posada del camino –la circuncisión de Gersom− (3*9). ¿Intervino Yavé en la negociación? (3*10).


LA VISIÓN DE LA ZARZA (3*1)


Éx. 3, 1-4: (1) Apacentaba Moisés el ganado de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Le llevó un día más allá del desierto; y llegando al monte de Dios, Horeb (obsérvese el parecido entre Horeb y Horus), (2) se le apareció el ángel de Yavé en llama de fuego en medio de una zarza. Veía Moisés que la zarza ardía y no se consumía (3) y se dijo: “Voy a ver qué gran visión es ésta y por qué no se consume la zarza”. (4) Vio Yavé que se acercaba para mirar, y le dijo de en medio de la zarza: “...no te acerques”.

Puesto que ya lo hemos leído, ahora, y con la mejor intención, debemos tratar de interpretar las interesantes palabras de esos cuatro versículos del episodio de la zarza ardiente que, por supuesto, son de todos conocidos.

Según la mágica concepción de los levitas, Moisés se encuentra con un ángel en la llama de fuego de un matorral. Digo matorral para ir puntualizando, porque una zarza, lo que se dice una zarza —de moras, de endrinas, de majuelos, de frambuesas, etcétera—, por ser un arbusto rosáceo, ni siquiera milagrosamente se da en la montaña del Sinaí. Parecerá una estupidez polemizar por un asunto tan nimio, y tal vez sea una discrepancia ridícula, pero la cuestión es otra: ¿por qué se dice que es una zarza, si no es una zarza?; y además, ¿por qué se dice durante tres mil años?; ¿fue una ocurrencia del traductor?; pero, sobre todo, ¿por qué nadie se ha preocupado por verificar, o al menos meditar, sobre lo que ocurrió en ese trascendente pasaje del Éxodo?

Pues, sencillamente, porque millones de personas lo ha leído millones de veces y, millones de veces se han limitado a decir AMÉN. Pero claro, ¿cómo se van a preocupar por identificar un matorro, unos individuos que en ese mismo capítulo afirman: a) que Yavé es el Dios de los hebreos, que ha venido para luchar contra otros hombres?; b) que Yavé ordenó a Moisés mentir al faraón y, c) que Yavé aconsejó a los hebreos estafar a sus amigos egipcios?

Sin embargo, si prescindimos de nomenclatura botánica de los levitas; si olvidamos sus equívocas interpretaciones; y si pasamos de puntillas, y de momento, por el interesantísimo primer versículo, nada nos prohíbe entender este suceso de una manera más natural, más racional, menos milagrosa, y por lo tanto, muy diferente de la divina versión.

Veamos si existe una posibilidad de explicar qué tipo de fuego es ese que tanto asombra a Moisés.

De Éx. 3, 2-3, podemos resaltar dos cuestiones:

1. Una llama de fuego que no se consumía.

2. Un ángel (ángel de Yavé en llama de fuego) que habla desde en medio del fuego de un matorral.

Si entrelazamos y complementamos estos dos puntos, nos encontramos con un fuego (un resplandor luminoso) que no consume combustible, que no se extingue, y que además, permite la supervivencia en su interior.

Y uno se dice: lo mismito que una luz artificial o luz eléctrica.

Nota. Como veremos en los capítulos del mar Rojo y de la Gloria, esto de la luz eléctrica no le era desconocido al Señor de los Cielos.

La interpretación de Éx. 3, 2-3, nos ofrece dos opciones: la milagrosa y la otra. La milagrosa nos dice que un ángel de Yavé, tal vez el mismo Yavé, se ha metido dentro de un matorral ardiendo, y se presenta a Moisés rodeado por un fuego que no se extingue. La otra alternativa, la opción no milagrosa, nos habla de un encuentro con un ser extraordinario y desconocido para los hijos de los hombres; de una toma de contacto con un “viviente” que se manifiesta rodeado de una luz —tal vez una aureola, un radiante resplandor (ver Éx. 34, 29-35) —, que ilumina unos matorrales y que habla a Moisés.

Yo, por mucho que lo intento, nunca he logrado creer en los milagros; y menos todavía en los milagros privados; en esos milagros que únicamente son percibidos por una persona. Claro que, esta postura mía carece en absoluto de fundamento, porque, díganme: ¿quién de nosotros no ha visto personas charlando tranquilamente en medio de un fuego?; ¿quién de nosotros no ha cruzado el mar andando a pie firme y con murallas de agua a derecha e izquierda? Todos hemos tenido esa experiencia al menos una vez en la vida. Una cosa es que no exista la magia milagrosa, y otra muy distinta, que no queramos creer en ella. Pero, como decía un amigo mío casado con una meiga, “haberlas haylas”.

Nota. No recuerdo bien si decía que estaba casado con una meiga o que su mujer era una bruja.

De todas formas, con milagros públicos o privados, mi opción, siguiendo los consejos de Ockham, no es la primera: aquella luz no era el misterioso corolario de un divino milagro. Aquel era el resplandor o la iluminación de una luz artificial, o lo que sería lo mismo para un pastor de de la edad del bronce, la luz de un fuego que no se consume.


LAS PRIMERAS PALABRAS DE YAVÉ A LOS HOMBRES (3*2)


Es en ese momento, cuando Moisés escucha una voz que le habla, y al mismo tiempo ante él aparece una figura a la que es incapaz de identificar puesto que jamás ha visto nada semejante. La voz procedente de aquel ser que está dentro del resplandor de la luz, resuena muy clara en la cabeza del profeta. Una voz, que según la versión sacerdotal, le está diciendo: No te acerques, Moisés.

En importante reparar en que, lo queramos o no, las primeras palabras que Yavé dirige a los hombres son éstas: No te acerques.

No le dice, por ejemplo, ¡La paz sea contigo! o ¡Te saludo, Moisés!, incluso podía haber dicho: ¿Passa contigo, tío? Pero no, no ocurre nada de eso; sólo le dice: No te acerques. Y esto, por fuerza, tiene su significado. En su momento, cuando abordemos los temas de la Alianza y del Descanso Sabático comprenderemos el significado de esas palabras y la intención de Yavé al no desear que los hombres se aproximen a él.


YAVÉ SE PRESENTA Y SE IDENTIFICA ANTE MOISÉS (3*3)


No te acerques. Descalza tus pies pues estás en un lugar santo.

Observemos que Yavé sólo le dice que no se acerque y que se descalce. No le dice que no debe mirarle a la cara.

Nota. En todo el libro del Génesis no se ha dicho, ni una sola vez, que no se debe mirar el rostro de Dios.

Moisés, por supuesto, no se acerca; se despoja del calzado y se arrodilla.

Yo soy el Dios de tus padres...

Cuando Moisés escucha que aquella voz se identifica como el Dios de sus padres, la conmoción y el temor se apoderan de él paralizándole por completo; y, si permanece allí postrado, es por la sencilla razón de que no puede moverse para levantarse y salir corriendo. Cualquier persona que deba enfrentarse a la experiencia que está viviendo aquel hombre, y teniendo en cuenta que una cosa es el miedo y otra el instinto de conservación, no tendrá más remedio que reconocer que el impacto y la impresión del momento son para cortar el aliento.

Transcurren unos instantes. Poco a poco, Moisés va recuperando el dominio de sí mismo. Todavía, desde el aturdimiento, escucha la voz que le dice: He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto... Yo te envío al faraón para que saques de Egipto a los hijos de Israel.

Cuando sus procesos mentales van recuperando una relativa normalidad, el futuro profeta pone en duda lo que evidentemente es una realidad y piensa que está soñando: ¿cómo es posible que un ser que se identifica como Dios de los hebreos, pueda elegirle a él, que es el menos indicado para una misión que sería de gran dificultad para los ancianos y sabios? ¿Acaso Dios no sabe que está huido de Egipto donde le buscan por homicidio? Pero no; aquello no es un sueño. El extraordinario ser ha continuado hablando: ...yo estaré contigo y esta será la señal de que yo soy quien te envía (ver capítulo del bastón). Luego, Yavé añade: Cuando hayas sacado al pueblo vendrás hasta aquí para hacerme un sacrificio (Éx. 3, 12). Estas últimas palabras, como se verá más adelante, son una muestra de la divina providencia, o mejor dicho, una demostración más de la previsora organización de Yavé.

Y, si hasta aquí la interpretación es bastante asequible, a partir de este momento los versículos resultan muy poco inteligibles, y ya no se sabe bien dónde empieza el error y dónde termina la mentira. Porque, si exceptuamos el fondo de la cuestión, y aceptamos la realidad que supone la presentación de Yavé ante Moisés, lo demás, o es una pésima interpretación o es una invención.


YO SOY YO (3*4)


Moisés, como cualquier otro ser humano que no sea un iluminado, tenía muy poca experiencia en hablar con Dios. De hecho, ni tan siquiera sabía qué nombre darle para poder transmitir su mensaje a los ancianos del pueblo y después al faraón.

¿Será ciertamente un Dios?

No se atreve a preguntar a ese dios, si de verdad es un dios; así que, tal y como consta en Éx. 3, 13, decide dar un rodeo:

Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me envía a vosotros, y me preguntan cuál es su nombre, ¿qué, voy a responderles?

¡Este Moisés tiene cada ocurrencia! Se encuentra con Dios, y se interesa por su nombre. Sólo le faltó saludar a Yavé al más puro estilo Stanley: “El Dios Yavé, ¿supongo?”. Afortunadamente, sabemos que no sucedió así, y que todo este confuso episodio es sólo la consecuencia de una pésima interpretación o de una magnífica y rebuscada tergiversación levítica.

Al ser preguntado por su nombre, Yavé, con toda la lógica del universo, responde a Moisés diciendo que su nombre no importa en absoluto ––Yo soy quien soy...––; debería bastarte con saber que yo soy yo, y que por tanto, no necesito ningún nombre. Y también, con toda la lógica del universo, los masoretas adjudicaron el número PI a esa respuesta. Por eso consta en Éx. 3, 14-15: Yo soy quien soy. ...éste es para siempre mi nombre...

Ésta, como he dicho, es una sensata respuesta de aquel ser que, posiblemente consideraría absurdo facilitar su nombre de pila.

Sin embargo, en una muestra más de su acreditada afición por la incongruencia, los sacerdotes levitas, en ese mismo verso 15, añaden: Y prosiguió: “Esto dirás a los hijos de Israel: Yavé, el Dios de vuestros padres... me manda a vosotros. Acaba de presentarse como Yo soy quien soy, y a continuación se nomina como Yavé-Dios. Este pequeño lío lo desenredaron de inmediato los sabios sacerdotes haciendo la siguiente interpretación: El significado de la palabra Yavé es YO SOY QUIEN SOY (YSQS). Y añadieron: “Y, por supuesto, Dios significa Dios”. ¿Alguna duda?

Ninguna duda. Incluso, en mi “tolerancia diez”, puedo admitir que Yavé signifique YO SOY QUIEN SOY. Pero la realidad es que aquél ser extraordinario, ni se identificó como el dios de nadie, ni se dio a sí mismo el nombre de Yavé ni, por supuesto, ningún otro. Y lo que también resulta una gran verdad, es que a los levitas les interesaba enormemente que aquel interlocutor de Moisés fuese identificado como un dios, y más concretamente, como el dios de los hebreos.


VE Y MIENTE (3*5)


Ahora bien, en estos versículos siguientes, mi “tolerancia diez” se transforma en la melindrosa y edulcorada TOLERANCIA CERO. Aquí no estoy dispuesto a transigir de ninguna manera, y debo intentar esclarecer el contenido del versículo 18 de Éxodo 3, donde Yavé dice: Ve a los ancianos para que te acompañen ante el rey de Egipto. Ellos te escucharán, y estarán a tu lado cuando hables al faraón y le digas: Yavé, el Dios de los hebreos, ha salido a nuestro encuentro. Deja pues que vayamos camino de tres días por el desierto, para sacrificar a Yavé, nuestro Dios.

Aunque estas palabras pueden proporcionar tema para varios y muy extensos tratados y, puesto que no es el objeto de este ensayo intentar aclarar, si tal y como afirma el texto bíblico, Yavé es el Dios de los hebreos, o es el Dios de alguien más, o es el Dios de nadie, aquí, únicamente deseo poner de manifiesto que en las últimas frases, los piadosos sacerdotes levitas no anduvieron muy finos cuando afirmaron que Yavé había ordenado a Moisés que mintiese. O sea, que los levitas se inventan un dios mentiroso.

Al parecer, según el escéptico y descreído cronista, Yavé no tiene una gran seguridad en su capacidad para convencer al faraón a fin de que permita la salida del pueblo con todas sus pertenencias, y por lo tanto, se ve obligado a recurrir a la mentira. Siendo evidente y conocido por todos, que el pueblo hebreo tiene la intención de abandonar Egipto para siempre, Moisés solamente debe pedir permiso para una excursión de tres días. Una vez que la falacia consiga su propósito, y el faraón conceda la necesaria autorización, los hebreos podrán ampliar indefinidamente la duración del picnic.


VE Y ROBA (3*6)


Pero con este “ve y miente”, no hemos acabado con la tortuosa interpretación levítica. Una nueva y corta etapa de sólo tres versos, nos conduce al veintiuno y veintidós de ese mismo capítulo. Allí se afirma que Yavé dice: “Yo haré que halle el pueblo gracia a los ojos de los egipcios; cuando salgáis, no saldréis con las manos vacías, sino que cada mujer pedirá a su vecina y a la que vive en su casa, objetos de plata, objetos de oro y vestidos, que pondréis vosotros a vuestros hijos y a vuestras hijas, y os llevaréis los despojos de Egipto”.

¡Vale tío!

Tal vez, alguien podría facilitar un calificativo más afortunado que los míos para aplicar a ese individuo que asegura, que un dios bondadoso y justo incita a los hombres para que timen y estafen a sus amigos y vecinos por el simple hecho de que pertenecen a otra raza. Hay cosas que son muy difíciles de entender, pero existen otras que resultan absolutamente imposibles de admitir.

De todas formas, otorgando a Yavé el merecido respeto que el cronista de estos versículos le negó, pongamos nuestra mejor voluntad e intentemos interpretar, razonadamente, este asunto.

Yo no sé hasta qué punto le puede importar a Yavé que Israel salga de Egipto con todas sus riquezas. Realmente no lo sé, pues no me puedo imaginar al Señor del Cielo de los Cielos preocupado por la mísera peseta, aunque, por supuesto, sí que le supongo partidario de que cada uno pueda disfrutar de lo suyo. Pero lo que yo sí sé, y también lo sabe mucha gente, es que Yavé-Dios no va a ordenar que los hebreos estafen, roben y abusen de la confianza de sus vecinos y amigos egipcios. Porque esa es la realidad; aquellas gentes que les prestan sus joyas y vestidos eran sus amigos. A menos, que por allí apareciesen unos milagrosos y despistados desconocidos, dejándose timar por los israelitas.

Claro que, siendo muy cierto que Yavé-Dios podía mostrarse indiferente en la cuestión crematística, está muy justificado que Moisés pretenda, por todos los medios, que aquel pueblo abandone Egipto con la totalidad de sus pertenencias; que salga del país del Nilo con todas aquellas riquezas que ha conseguido ahorrar durante siglos de trabajo y de no pocos sinsabores. Una fortuna que les va a ser de una indudable utilidad cuando intenten penetrar en los territorios del Jordán. Si es así, sí que podemos aceptar que Moisés, sabiendo que los hebreos han sido esquilmados en sus tratos y operaciones de ventas por unos egipcios que han visto la oportunidad de aprovecharse de las circunstancias, pueda justificar e incluso aconsejar ese abuso de confianza y esa estafa para con sus vecinos. Yo no creo ese comportamiento en Moisés, pero está dentro de lo posible; sin embargo, lo que de ninguna manera puede admitirse, es que se diga que Yavé animó, e incluso colaboró a despojar a los egipcios, incitando a los hebreos a abusar de la confianza de sus amigos. Se puede condescender con muchas cosas extrañas, contradictorias y dudosas; vamos a ser transigentes y las admitiremos, pero no debemos consentir que un cronista equivocadillo –adviertan mi tolerante y casi cariñoso calificativo– ponga en boca de Yavé la incitación, no solamente al pecado sino incluso al delito. ¿Cuál es la credibilidad que pueden merecernos unos individuos, que para conseguir sus propósitos, aseguran que su Dios ordena la mentira y el robo con abuso de confianza?

Nota: Pensemos suavemente, sin molestar mucho a las neuronas: ¿Quién se beneficia con esas estafas? ¡Pues eso!; recordemos la Regla de Oro.


LOS TRUCOS BARATOS: LA GARROTA (3*7)


Por si esto fuera poco, poco después, al adentrarnos en el capítulo cuatro del Éxodo, de nuevo nos encontramos con otra bufonada levítica. Los primeros versículos de ese capítulo, desde el uno al cinco, son de comic y no merecen estar en los textos bíblicos. Me estoy refiriendo al asunto del bastón o cayado. A mí me resulta muy difícil imaginarme a un dios haciendo trucos de magia barata para impresionar y convencer a Moisés.

Y digo trucos y no digo milagrosos milagros, porque después, con mayor o menor acierto, y tal y como consta en Éxodo 7, 11-12, también los ejecutan los magos, brujos y demás embaucadores egipcios. Con todo mi respeto y admiración para la digna profesión de magos e ilusionistas, me resulta excesivamente difícil imaginarme a Yavé haciendo magia con bastones, pañuelos, barajas, sombreros de copas, conejos y palomas.

Y aquí cierro esta obligada reflexión, en la que he querido dejar constancia de mi oposición a unos individuos que han creado un dios que ordena la mentira; que alienta la expoliación y el robo a los amigos, y que además, como feriante malabarista, hace magia con una garrota. Lo dicho, aquellos acertados redactores eran unos certeros desacertados.

No obstante, sí que deseo hacer notar que este episodio de la mágica garrota, nos ayudará a introduce una variable muy interesante para llegar a una correcta interpretación que, por su extraordinario interés, trataré más adelante en un capítulo aparte que he titulado El Bastón.

Siguiendo con el relato junto a la “zarza ardiente”, Moisés, en una reacción que en mi opinión es bastante natural y juiciosa, efectúa un penúltimo intento para eludir o renunciar a la misión que le están encomendando. El profeta apela a su poca facilidad de palabra (ver nota), algo que, a su parecer, le imposibilita para convencer a nadie. Está claro que Moisés no se considera un lenguaraz político profesional, y todavía es más evidente, que no se ve a sí mismo como orador, diplomático o negociador. Claro que, su interlocutor sabe bien lo que debe hacerse, y quien está capacitado para llevarlo a término. Por esa razón, y teniendo en mente al sacerdote Arón, todavía anima a Moisés diciéndole: No te preocupes, alguien hablará por ti.

Moisés ya se está quedando sin argumentos. Como hombre prudente y cuerdo que es, lo único que tiene es un miedo terrible. Un espantoso temor a la responsabilidad que sabe deberá hacer frente en breve plazo; comprende, que de sus actos, tendría que responder ante ese mismo ser que le atemoriza con su sola presencia. Esta ansiedad le mueve a recurrir a la suplica: Señor, por favor, manda a otro más capaz.

Se ha pretendido hacernos creer que Moisés padecía algún trastorno que le impedía hablar correctamente. Pero eso no es así. Yavé sabe que el pueblo hebreo no confiará plenamente en alguien que no sea uno de los suyos; por muchos méritos que adornasen a Moisés, al fin y al cabo había sido adoptado por la familia real egipcia, y esa no era la mejor recomendación. Por esta razón le contesta: ¿No tienes a tu hermano Arón, el levita? Él es de fácil palabra. Él hablará por ti al pueblo. Yo estaré en tu boca y en la suya. El cayado que tienes en la mano, llévalo, y con él harás las señales.

NOTA: No existe mejor momento que éste −en el que Yavé se refiere a Arón como el levita−, para intentar aclarar los lazos de familia existentes entre Moisés y Arón. Es muy llamativo que Yavé le identifique a Arón como el levita (hijo de Leví), definición que no procedería si Moisés y Arón fuesen hermanos de sangre. Por otra parte, si desestimamos la hipótesis de que Moisés padeciese algún defecto físico en el habla, lo más sensato sería admitir que no dominaba a la perfección el idioma hebreo. Así, pues, en mi herética opinión, Moisés y Arón no eran hermanos, ni primos, ni cuñados, ni siquiera consuegros; eran, simplemente, dos hombres –uno egipcio y otro hebreo− embarcados en una misma misión.


RETORNO A EGIPTO (3*8)


Moisés abandona la montaña sagrada y, regresando junto a su familia pide permiso al jefe de la tribu para marchar a Egipto.

Y así, en silencio, después de otra breve charla con Yavé (Éx. 4,19-23), consciente de la delicada misión que le ha sido encomendada, una mañanita bien temprano, tal y como se afirma en Éx. 4, 20, acompañado de su esposa y su hijo, con la resignada ayuda del asno, y bien apoyado en el útil y mágico garrote, Moisés, en su con segundo éxodo personal, inicia el retorno a Egipto.


LA POSADA DEL CAMINO. CIRCUNCISIÓN DE GERSOM (3*9)


En el camino desde Madián a Egipto, de conformidad con lo que consta en capítulo cuarto del Éxodo, y antes del llegar al monte de Yavé, nos encontramos con un incidente bastante confuso, que ya hemos rozado de forma tangencial en el capítulo anterior, y que, en mi opinión, es muy típico y representativo de las pésimas y confusas traducciones e interpretaciones de los textos de las Escrituras, y que, como triste consecuencia, nos han arrastrado hasta relatos como el presente, que por resultar tan escasamente comprensibles, alcanzan la categoría de “misterios misteriosos”.

En su ruta hacia Egipto la familia de detiene en un oasis, campamento o aldea con la intención de pasar la noche. Y allí sucede algo que pone en peligro la vida de Moisés. Estos versículos 24, 25 y 26, como he dicho, son de difícil interpretación: Por el camino, en el lugar donde pasaba la noche, le salió Yavé al encuentro, y quería matarle; pero Séfora, tomando un cuchillo de piedra, circuncidó a su hijo, y tocó sus pies diciendo: “Ciertamente esposo de sangre eres para mí, y le dejó Yavé al decir ella esposo de sangre, por la circuncisión.

Y aquí debemos recordar la regla de oro y preguntarnos: ¿obtienen los sacerdotes algún beneficio del contenido de esos versículos?

Pues, así de primeras, a bote pronto, no lo parece.

En ese caso, estamos obligados a reconocer que algo extraño, importante y digno de ser recordado sucedió en el camino desde Madián a Egipto; pero que ese algo se encuentra oculto, disfrazado o distorsionado; y que, por esa razón, la comprensión de este relato no es demasiado fácil, y da la sensación de que algo falta, o que, como debió ocurrir con frecuencia, ha sido tan modificado que se ha logrado conseguir que al final resulte completamente ininteligible.

Por supuesto, puede y debe haber varias interpretaciones, pero yo no recomendaría preguntar a los presuntos expertos, ya que, si después de tres mil años es ésta la redacción a la que se atienen, no parece que estén en disposición de aportar una gran ayuda.

Aquí voy a exponer dos interpretaciones muy semejantes entre sí, que desde luego, no tienen ninguna solidez y que son unas simples sugerencias; y que además, no aportan la deseada explicación a la importancia que se le supone al episodio. Sin embargo, con todas sus carencias, son aclaraciones que, a mi entender, resultan más inteligibles y accesibles que esa redacción que dice: “Le salió Yavé al encuentro y quería matarle”.

A ver si lo entendemos: Yavé le manda a un recado, y luego quiere matarle. ¿Qué es eso de que Yavé quería matar a Moisés? Si Yavé quiere matar a Moisés, lo mata y se acabó.

Intentémoslo; veamos si conseguimos movilizar la neurona número tres.

Desde siempre, en nuestra cultura, y con la intención de facilitar una explicación e incluso para proporcionar algún consuelo, se suele decir: Dios lo ha querido así..., así lo ha dispuesto Dios..., y algunas otras frases parecidas. Así mismo, es corriente afirmar: Ha muerto, así lo ha permitido Dios; pero lo que no se dice es: ha muerto, porque Dios quería matarle. Si lo piensas bien, y teniendo en cuenta el poder atribuido a Dios, es casi lo mismo, pero..., pero no es lo mismo. Por esta razón entiendo que se debe intentar obtener alguna interpretación un poco más comprensible.

Una explicación a este episodio, puede estar en las posibles discrepancias que, sin la menor duda, existieron entre Moisés y Séfora a causa de sus distintas religiones; también deberíamos tener cuenta el menguado gozo y la escasa alegría con que la mujer de Moisés dejaba su tierra y su casa, para emprender una más que comprometida aventura en Egipto; dicho en otras palabras: la “señá” Séfora iba de morros. Y, por supuesto, no deberíamos desestimar la más que probable obstinación de aquella buena mujer para impedir la circuncisión de su hijo. Lo digo, porque tiempo ya habían tenido para operar al niño.

En estas circunstancias, mientras Séfora intentaba que Moisés desistiese de la misión, pudo suceder algo, por ejemplo, la mordedura de una serpiente o cualquier otro accidente de los muchos que suelen ser frecuentes en la travesía por un desierto. Un suceso que pusiese en grave peligro la vida de Moisés; algo que, adecuadamente interpretado, nos ayude a comprender ese confuso versículo que dice: le salió Yavé al encuentro y quería matarle.

Cuando ese indefinido percance se produce, es cuando Séfora, en su desesperación, interpreta que con su actitud ha ofendido al dios de su esposo y, en desagravio, ella misma circuncida a su hijo, rectificando así su anterior conducta y proclamando la divinidad de Yavé. Como resultado de ese ortodoxo comportamiento, Moisés sale del peligro y, como ellos dirían: Yavé ya no querría matarle.

Otra posible explicación, todavía más vinculada al rito de la circuncisión, puede ser ésta:

Moisés, Séfora y el pequeño Gersom, caminan en dirección a Egipto y hacen noche en unas chozas de las que suelen existir en un oasis o junto a un pozo donde los viajeros y las caravanas encuentran cobijo. Allí llega todo tipo de gente de las más distintas razas y países. Hay egipcios, madianitas, caldeos, asirios, amalecitas, cananeos, etc. Por alguna adversa circunstancia, tal vez, porqué alguien pensara que podían ser espías enemigos, o por otro cualquier adverso incidente, –recuérdese que posiblemente todavía estuviese acusado de homicidio–, Moisés es atacado, y dudando de su identidad, pretenden darle muerte. Él se declara como un hebreo que ha vivido desde hace años en Madián de donde es su mujer. No le creen, su acento le identifica como egipcio. Entre amenazas y burlas, le conminan a que muestre su prepucio circuncidado. Moisés se niega, primero por dignidad, y segundo, porque él no se había sometido a ese rito —circunstancia muy comprensible en un niño educado por la hija del faraón—. Esto determina una situación límite. Es entonces cuando Séfora toma un cuchillo de sílex, y tal y como sabía que debía hacerse, circuncida a su hijo e invoca a Yavé como esposo o aliado de sangre. Ya nadie duda de su condición de hebreos; ninguna madre que no pertenezca por nacimiento o matrimonio al pueblo de Israel, circuncidaría a su hijo. Por mediación de Séfora, según la disparatada interpretación levítica, Yavé salva la vida de Moisés. Y digo disparatada, porque a nadie medianamente sensato se le puede ocurrir que, por muy beneficiosa para la salud que pueda resultar la circuncisión, sea necesario mondar el prepucio de un hijo para que Dios salve la vida del padre.

Insisto en que estos dos relatos carecen en absoluto del más mínimo fundamento, y que tan sólo pretenden ser un simple ejemplo de otras posibles interpretaciones, pero que, al menos, son algo más comprensibles y razonables que el ambiguo: Yavé salió a su encuentro y quería matarle.

Y, de todas formas, y analizando esa frase que dice: y tocó sus pies –que puede significar que se postró ante él−, deberemos entender que Yavé se presentó en ese momento; algo que me parece muy poco cierto. Y, por otra parte, reafirmando lo que se dijo en el capítulo anterior respecto a la circuncisión de un hijo por parte de su madre, si alguien prefiere entender que Yavé quería matar a Moisés, no veo que exista el menor problema en que continúe creyéndolo así. Con esa sacerdotal interpretación colaborará en la fabricación de los misteriosos misterios.


¿INTERVINO YAVÉ EN LA NEGOCIACIÓN? (3*10)


Apenas ha pisado las tierras del Nilo, cuando Moisés advierte que entre aquellas gentes tiene muchos seguidores que le consideran un líder. Estos incondicionales son en su mayoría jóvenes que se sienten oprimidos por el gobierno egipcio; hombres, a quienes la sangre nueva les impulsa a la lucha por la reivindicación; muchachos, que en el transcurso de los años has escuchado, una y otra vez, que aquel hombre que ahora regresa era un príncipe que luchó valientemente por Israel. Casi arrastrado por la vehemencia del joven Josué y sus compañeros, Moisés se presenta ante el consejo de ancianos.

Y siento decirlo, pero ahora es Moisés quien empieza a jugar con la garrota. Y cuando digo que lo siento, es porque lo siento realmente. No creo que aquellos ancianos del pueblo elegido, ni por supuesto de ningún otro pueblo, merezcan ser tratado como una especie de ignorantes palurdos que se dejan convencer por unos juegos de magia. Tampoco creo que Moisés deba aparecer como un cómico feriante y, por supuesto, nadie puede pensar que el inmenso poder de Yavé quede reducido eso. Es indignante que aquel copista o traductor o iluso sacerdote se atreviese a tan inmensa falta de respeto.

A pesar de aquella prometedora frase —que por cierto, estudiaremos en el capítulo del bastón—, cuando en Éx. 3, 12, Yavé dice: Yo estaré contigo…, debo reconocer que yo no sé, y que posiblemente nadie pueda tampoco saberlo con seguridad, si Yavé intervino o no en las negociaciones encaminadas a obtener el permiso de salida para los israelitas. Pero, si de alguna forma participó en ellas, desde luego no fue de la manera en que se hace constar en los textos bíblicos. Me es muy difícil, por no decir imposible, imaginarme a Yavé, haciendo trucos de circo, para después enviar plagas y maldiciones a los egipcios, y al mismo tiempo advirtiendo: Yo endureceré su corazón para que no consientan vuestra salida del país. Éstas son interpretaciones realizadas hace muchos siglos, por unas mentes muy poco cultivadas, y que, en definitiva, en bastantes aspectos eran muy distintas a las actuales. O tal vez, y según se mire, no eran tan distintas las mentes de entonces y las de ahora, sobre todo, si estaban o están atormentadas por el miedo, el odio y el fanatismo.

Yo entiendo, que si Yavé hubiese decidido participar en la negociación, habría transportado al faraón hasta la astronave y le hubiera dicho: Majete: ya estas tardando mucho en firmar el visado de salida de los hebreos. Y el rey de Egipto hubiera firmado el permiso. ¡Vaya si lo hubiese firmado! Y con ello, el faraón se hubiera ahorrado un sin fin de quebraderos de cabeza, y todos los demás, egipcios y hebreos, una considerable pérdida de tiempo. Y por otra parte, no lo duden, Yavé se habría olvidado de ranas, mosquitos y tábanos; hubiera actuado con el máximo respeto para los dos pueblos enfrentados, y con unos resultados que hubieran dejado satisfechos a los dos bandos. Un ejemplo de este tipo de intervención lo encontraremos en el momento de estudiar la auténtica y genuina travesía del mar Rojo.

Pero ciñéndonos al texto bíblico, resulta que Moisés, con o sin Yavé, decide iniciar las negociaciones. Y con este propósito grabado en su mente, aquel día decisivo, el “mocerío” compuesto por un hombre de ochenta años, otro de ochenta y tres, que son acompañados por ‘ancianos’ de Israel, se presenta en el palacio del rey.

Y fue entonces cuando el gran faraón, en un error muy comprensible, le comentó a su primer ministro:

Seguramente las negociaciones serán breves; por su edad, ninguno de estos hebreos está como para perder el tiempo.

RESUMEN DEL CAPÍTULO III

No había zarza ardiente; sino un resplandor de una luz artificial o eléctrica.

Las primeras palabras de Yavé son: No te acerques.

Yavé se identifica diciendo: Yo soy quien soy.

Yavé no ordena la mentira.

Yavé no ordena el robo.

Yavé no hace magia con garrotas.

La dramática “conversión” de Séfora en el misterioso misterio del suceso de la posada está relatada por un “docto y versado” incompetente.

Moisés es aclamado como mediador entre el pueblo hebreo y el faraón.

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